Tapar unos agujerillos

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Se juega compulsivamente para dejar el trabajo, el piso de protección oficial, incluso para abandonar a la familia, pero la frase que más se oye sobre la lotería (por lo menos hasta que se cierra el sorteo del Niño) es que se juega para conseguir dinero y tapar unos agujerillos. En los informativos de televisión se ve cómo celebran los pobres que les haya tocado la lotería: botellas de cava, silbatos, saltos espasmódicos… ¿A los ricos no les toca nunca la lotería? ¿No juegan? ¿No lo celebran? La lotería española sirve para sacar a unos cuantos pobres de pobres. El escultor de vanguardia Ramón Acín Aquilué, fusilado en Huesca en 1936, ganó un premio gordo de la lotería. Parte del dinero se lo dio a Buñuel para que rodara Tierra sin pan, su escalofriante documental sobre la comarca extremeña de Las Hurdes. La lotería servía para enseñar la vida de los más pobres de entre los pobres. A menudo aparecen en las noticias y en los programas de sucesos, en Gente, por ejemplo, las broncas entre compañeros de trabajo: quien tenía el billete se ha quedado con todo el premio y pasa de repartirlo a sus compañeros. Pasó incluso con un ganador de Supervivientes (el programa de los tipos y tipas que tenían que sobrevivir en una isla desierta): después de haber hecho un pacto con varios de sus compañeros para repartir el premio pasó de hacerlo. Le vi justificar su acción en un plató, pero he olvidado su cara por completo.
     Todas las semanas hay nuevos millonarios en España, incluso todos los días gracias a los sorteos: el cupón de la ONCE, la Primitiva, la Lotería Nacional, las loterías locales, las Quinielas… Pero esos millonarios de diario rara vez son objeto de atención pública. La lotería de Navidad está hecha para que sigamos creyendo que todo es posible, que la vida es mágica. Unos hermanos, camioneros, del sur, solteros, si no recuerdo mal, lo contó hace unas semanas El Mundo, aunque cada uno haya ganado más de seis millones de euros, no van a dejar de trabajar. Utilizarán el dinero en tapar unos agujerillos e igual le prestan algo al Ministerio de Fomento para que apañe los agujeros del AVE y repare los baches de las carreteras que frecuentan.
     La magnífica Luces de Bohemia, de Valle Inclán, tiene como uno de sus argumentos, aparentemente secundario pero realmente central, un billete de lotería, que termina con una escena terrible que explica perfectamente la miseria humana. En un programa de zapping vi el otro día el vídeo en el que se pillaba robando a un cliente de un vendedor de la ONCE. No se le veía una vez, se le veía robando tres o cuatro veces: introducía la mano por el ventanuco y, mientras el vendedor buscaba el cambio, arrancaba una tira de cupones. Eso es lo que hacía Latino de Hispalis con Dorio de Gádex: robar a un ciego su billete de lotería. Homero probando suerte con el bombo de las bolas. Nadie apostaba un higo por Valerio Lazarov cuando apostó por televisar el sorteo del cupón de la ONCE, pero el programa se ha convertido en un clásico, y consiguió relanzar la carrera de Carmen Sevilla, ahora en un remozado Cine de Barrio.
     El día del sorteo de Navidad se puede hablar de dinero: se debe hablar de dinero. Es el único día en el que se permite hablar de dinero, de casas y de coches nuevos y de tapar unos agujerillos. Antes de que el euro entrara en circulación se oía hablar mucho de los hombres con maletines que aparecían en las zonas donde habían caído premios gordos. El asunto parecía sencillo: se compraban los décimos para lavar dinero negro.
     Este año ha tocado un cuarto premio en la administración que está enfrente de la casa de mis padres: no les ha tocado nada, porque ellos juegan desde siempre el número de la parroquia, que pese a tener a Dios de su lado no acaba de salir. Hay un chiste clásico sobre la lotería. Un pobre que año tras año, días antes del sorteo de Navidad, acude a rezar al Cristo de una parroquia al que tiene mucha devoción. Cristo, conmovido con su pobreza y su obstinación, le acaba diciendo: “Hijo mío, yo te quiero ayudar… ¡pero compra el décimo!”
     Lo peor de las informaciones televisivas sobre la lotería es cuando se conecta con la localidad donde se puso a la venta el número premiado y nadie quiso comprarlo: no hay gente con botellas de cava ni serpentinas ni saltos compulsivos… Sólo una corresponsal con el dueño de la administración que cuenta cómo nadie lo quería porque era muy feo. Siempre me pregunto por qué es feo el 34567 y no el 26478 y por qué les pareció feo a los de Teruel y no a los de Badajoz, que lo compraron compulsivamente. Aunque algunos números, siempre hay alguno, se juegan de forma supersticiosa, como el 11901.
     Se dice que la Casa Real juega al 00000. Franco hacía quinielas y alguna vez le tocaron: lo cuentan Daniel Sueiro y Bernardo Díaz Nosty en su Historia del Franquismo y lo han rodado para el cine Els Joglars en su primera película, Buen viaje, Excelencia.
     La lotería más que con el dinero ordinario de los ricos (la Bolsa, los bancos…) tiene que ver con una difusa política social del Estado. ~

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(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.


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