A principios de este año nos enteramos de las intenciones del delegado Alejandro Fernández, funcionario a cargo de la Delegación Cuauhtémoc, de demoler el Museo del Tequila y el Mezcal (MUTEM) ubicado en la Plaza de Garibaldi e inaugurado en 2010. Fernández señaló que la obra “no permite ver el contexto urbano y social de la plaza” lo que ha provocado una disminución en la actividad económica de la zona. Ante estas declaraciones vale la pena preguntarse si es posible que un museo pueda significar un fracaso y cuáles podrían ser los motivos que llevan a esto.
El MUTEM surgió como parte de un proyecto integral de recuperación de la Plaza de Garibaldi, una espacio física y socialmente deteriorado en el que era común la venta de alcohol en la vía pública, así como la delincuencia, prostitución e indigencia. El MUTEM funcionaría como piedra angular de este proyecto de rescate que además contemplaba un estacionamiento subterráneo, juegos infantiles en una de las plazas y la apertura de la Academia del Mariachi en el Callejón de la Amargura. El museo atraería turismo y activaría la vida diurna del espacio mientras que por las noches sus luces iluminarían la Plaza de Garibaldi.
No sería la primera vez que un museo detonara el rescate y la activación urbana: así fue como el Centro Pompidou (1977) renovó Les Halles, un barrio socialmente deprimido del centro de Paris. Un concurso público de arquitectura seleccionó el proyecto capaz de albergar una colección de arte moderno, una biblioteca y un centro de creación musical; la explanada de Beaubourg fue adoptada por los parisinos como punto de reunión al tiempo que se generó un foco de atractivo turístico. En 1997 en Bilbao, los trazos caprichosos del arquitecto Frank Gehry se impusieron en un antiguo barrio portuario e industrial dando forma a una nueva sede del Museo Guggenheim. Este proyecto demostró que un museo puede funcionar como regenerador urbano y creó un paradigma de la museología contemporánea: el museo como franquicia. Este modelo de reactivación económica, aunque cuestionado, ha demostrado que el museo no está peleado con un modelo empresarial capaz de detonar la economía de una región y proporcionar visibilidad internacional.
Con un costo de 200 millones de pesos y una ejecución veloz, el jefe de gobierno de aquel entonces, Marcelo Ebrard, construyó e inauguró el MUTEM. El edificio del museo, una caja de cristal luminiscente, alberga una sala que cuenta la historia del tequila y el mezcal al tiempo que exhibe una colección de 400 botellas de estas bebidas. Asimismo, cuenta con una tienda de souvenirs y una terraza con vista a la plaza para degustar las bebidas tradicionales exaltadas en el lugar. Sin embargo, estos elementos no han sido suficientes para dar forma a una idea de museo que pretende generar un renacimiento urbano. Aunque los casos ejemplares de este tipo de museos son de dimensiones monumentales que no guardan proporción con el caso mexicano, podríamos pensar que, desde el inicio, el MUTEM imitó superficialmente estos modelos exitosos pero omitió cuestiones fundamentales, como los actores sociales del lugar. El museo en cuestión no se ha integrado a la comunidad, no cuenta con programas específicos interesados en la incorporación de los habitantes y trabajadores de la zona al museo. A la fecha, no se ha hecho público el diagnóstico o estudio de las condiciones sociales de la Plaza de Garibaldi previas a su remozamiento, que pudiera justificar la pertinencia de un museo. Aparentemente la problemática social de la plaza no fue considerada por el proyecto museístico, pues en el intento por posicionarlo como emblema turístico se ignoraron a los actores sociales, prueba de ello está en que la Plaza Garibaldi sigue siendo el escenario de estafas y crímenes de alto perfil: una riña en un bar de la plaza provocó la muerte de Malcolm Latif Shabazz, nieto de Malcom X, en mayo de 2013.
Con una misión vaga* sin una colección atractiva que invite al visitante a regresar (botellas de tequila e infografías no son suficientes), el MUTEM no ha logrado posicionarse como una plataforma seria de difusión y conocimiento de las tradiciones que promueve, lo que sería requisito mínimo de cualquier sitio que se haga llamar museo. Con un modelo de gestión museística cercana al ámbito restaurantero, el espacio podría considerarse más un bar temático en donde los visitantes que compren un boleto pueden aproximarse a la experiencia diluida del tequila y el mariachi desde las alturas de una terraza con vista a la plaza.
Los gobernantes están ávidos por inaugurar museos por el prestigio social que conllevan, pero lejos de posar en la foto y cortar el listón, este tipo de proyectos requieren de un seguimiento constante que garantice su supervivencia. El éxito de los modelos culturales que apuestan por el desarrollo económico y social de una zona específica se sustentan en estudios rigurosos de múltiples factores. Un museo que se concibe como piedra angular de un proyecto integral de regeneración urbana no puede olvidar a los actores sociales de la zona que estarán involucrados. Es difícil que un proyecto de esta índole prospere si no se conocen con precisión las particularidades socioeconómicas del contexto; de haber tenido en cuenta estos factores es posible que hoy no se coqueteara con la propuesta para demoler una obra de elevados costos.
*El sitio web del museo define que: “Entre sus principales objetivos se encuentran la difusión y promoción del patrimonio e identidad cultural de México y la atracción de nuevos visitantes y turistas nacionales y extranjeros”.
Maestra en historiografía e historiadora de la arquitectura.