¿Tormenta perfecta?

La UE vive tres crisis que pueden desatar una tormenta perfecta en los próximos meses: el referéndum de Reino Unido, las dudas sobre la banca europea y la incapacidad de alcanzar un consenso sobre la crisis de los refugiados.
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Este ensayo aparece publicado en la edición impresa de Letras Libres España, marzo 2016

 

El historiador británico Toynbee afirmó que "las civilizaciones mueren por suicidio, no por asesinato". Tal vez sea demasiado brutal, pero es un comentario muy adecuado en nuestra situación. Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo (febrero de 2016)

La UE vive tres crisis que pueden desatar una tormenta perfecta en los próximos meses: el referéndum sobre la permanencia del Reino Unido –que se celebrará probablemente a finales de junio– las renovadas dudas sobre la solvencia de la banca europea y la incapacidad de alcanzar respuestas consensuadas a la crisis de solicitantes de asilo. Están en juego la influencia de Europa en el mundo y los principales símbolos de la Unión: la libre circulación y la moneda común. Estos logros son el resultado de un largo proceso que ha hecho que dejemos de pensar en Europa como un mero concepto geográfico (como afirmaba Bismarck) o una simple área económica. Ya no se trata de la división entre núcleo-periferia, acreedores-deudores u oeste-este sino que concierne a los valores y principios que encarna la Unión.

El pesimismo impregna el ambiente y el debate gira en torno a si nos encontramos ante un momento definitorio para el proyecto europeo o si lo peor está por llegar. Recientemente Wolfgang Piccoli, de la consultora Teneo, recordaba que las principales economías de la eurozona, Alemania, Francia y probablemente Italia, celebrarán elecciónes en 2017. En teoría eso debería convertir 2016 en un año de transición, especialmente si tenemos en cuenta las perspectivas electorales del Frente nacional y Alternativa por Alemania (AfD). Sin embargo, la velocidad con la que se están desarrollando las tres crisis podría acelerar los acontecimientos. No hay más que escuchar los mensajes que han lanzado en las últimas semanas Matteo Renzi ("la UE es como la orquesta del Titanic") o Mark Rutte ("desde el Imperio Romano, los grandes imperios caen si las fronteras no están bien protegidas"), a los que se suman las declaraciones altisonantes de otros líderes como Robert Fico o Viktor Orbán. No son llamadas exigiendo que el Mediterráneo deje de ser la frontera más mortífera del mundo sino defensas de los intereses nacionales. 

Como han señalado los últimos Eurobarómetros, cada vez menos ciudadanos asocian a la UE con la idea de la prosperidad económica y democracia. El auge de euroescépticos, ultranacionalistas y defensores a ultranza de la soberanía nacional es patente y su influencia sobre la agenda de unos gobiernos nacionales cada vez más débiles no para de crecer. Es dudoso que la Unión se pueda limitar a la mera gestión de crisis frente a trances trascendentales (muddling through). La eurozona está mejor equipada para afrontar nuevas turbulencias económicas que en el pasado, pero a nivel político la capacidad de realizar sacrificios y alcanzar acuerdos dolorosos no deja de reducirse. 

La decreciente autoridad de Merkel y las crecientes dudas acerca de la solvencia de Deutsche Bank nos señalan que la crisis ya no solo afecta a la periferia. La canciller está en una situación de extrema debilidad ante las tres próximas elecciones regionales en las que unos buenos resultados de AfD podrían confirmar el auge del euroescepticismo en Alemania. Las reiteradas críticas de su aliado bávaro, el líder de la CSU Horst Seehofer, a su política de refugiados muestran que su posición comienza a ser insostenible ante la opinión pública. Su propuesta necesita de la improbable cooperación de Turquía, país del mundo que más refugiados cobija (alrededor de 2,5 millones). Tampoco ha sido capaz de recabar apoyos con el grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia), que lidera la oposición a su propuesta.

La prioridad de muchos Estados es cerrar la ruta de los Balcanes y utilizar la incapacidad griega de controlar sus fronteras e identificar y registrar a los solicitantes de asilo para justificar la extensión de los controles en las fronteras interiores de la UE por dos años. Eso haría cuasipermanentes las suspensiones temporales de Schengen que ya aplican varios Estados miembros. Mientras tanto, el número de llegadas de solicitantes de asilo a Grecia durante el mes de enero fue seis veces superior al año pasado, y la ofensiva gubernamental sobre Alepo podría agravar la situación. Los Estados debaten incluso acerca de la posibilidad de sellar la frontera entre Grecia y Macedonia/ARIM, lo que provocaría que Grecia soportase en solitario los costes, a la espera de que el resto de Estados aceptara la reubicación forzada de refugiados. Esa exigencia sería a todas luces imposible de cumplir para un país que vive sumido en la recesión económica y la inestabilidad política por los recortes de las pensiones, y con especulaciones acerca de un adelanto electoral. Además, según el think tank Bruegel, si la reubicación de solicitantes de asilo en suelo griego continúa a la velocidad actual, se tardaría más de un siglo en lograr cumplir con las (insuficientes) cuotas de reubicación ya comprometidas.

La crisis de solicitantes de asilo puede beneficiar a la campaña del “no” en el Reino Unido e impulsar aún más la erosión de la solidaridad entre europeos. La cuestión de los refugiados se ha convertido en uno de los asuntos más polarizadores que ha afrontado el proyecto europeo, no solo entre las élites políticas sino en las sociedades de los Estados miembros. Sin una actuación decidida se consolidará este nuevo normal, en el que la deconstrucción de los grandes logros del proceso de integración europea ha dejado de ser tabú. La metáfora de la “teoría de la bicicleta” –la integración europea ha de progresar sin dar marcha atrás como una bicicleta que cae si se deja de dar pedaladas– nos da una idea de los peligros que entraña que la coyuntura actual se consolide. La situación puede verse agravada por un cisne negro en forma de ataque terrorista, victoria del campo euroescéptico en el referéndum británico o una cascada de decisiones unilaterales sobre las fronteras de los Estados miembros. ¿Qué papel desempeña España? Ni está ni se la espera. En un momento de debilidad política del eje franco-alemán y alejamiento del proyecto europeo de Londres y Varsovia, España e Italia podrían actuar como grandes Estados europeístas. La realidad es que la interinidad del gobierno actual nos lleva a tener un perfil bajo en la renegociación con Londres. El incumplimiento reiterado de los compromisos de déficit no hace de Madrid un socio fiable en la gestión de la crisis de la eurozona, y la insolidaridad e ineficacia mostradas a la hora de aceptar solicitantes de asilo nos dejan fuera del debate. Esperemos que el nuevo gobierno esté a la altura de los retos a los que nos enfrentamos como europeos. ~

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es politólogo e investigador en Quantio y ECFR.


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