Nadie al volante europeo en la era Trump

La presidencia de Trump coincide con el auge de los movimientos euroescépticos. La Unión Europea afronta un año crucial sin un liderazgo claro.
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Tras un mes en la Casa Blanca el Presidente Trump ha dejado claro que @realDonaldTrump (su cuenta personal de Twitter) no ha sido sustituida por la de @POTUS, que gestiona su equipo y adopta un estilo más presidencial y protocolario. Candidato y presidente son prácticamente indistinguibles. Sigue usando Twitter para saltarse a la prensa. La mayor parte de las medidas rupturistas de la nueva administración se concentrarán en el corto plazo para honrar las promesas realizadas en campaña antes de que se acerque la renovación parcial del Congreso en las midterms de 2018.

Por ello, durante sus primeros días Trump ha firmado un gran número de órdenes ejecutivas que nos aclaran sus prioridades en política exterior, un área en la que un presidente estadounidense está menos constreñido por los checks and balances. El acuerdo nuclear con Irán o el climático de París o sus actitudes hacia la emigración, el libre comercio o las organizaciones internacionales dibujan un America First en el que Estados Unidos ya no es una “nación indispensable” sino que debe atender exclusivamente a sus propios asuntos y olvidarse de sus responsabilidades globales. A pesar de ello, el retorno al aislacionismo no es una opción para un país cuyas fuerzas armadas hicieron acto de presencia en 138 naciones (alrededor del 70% del mundo) el año pasado. Más bien se trata de una definición muy restrictiva del interés nacional y un enfoque hacia el exterior que es transaccional y unilateral. Esta actitud pone en entredicho el orden liberal internacional, cuyo principal diseñador es precisamente Estados Unidos. De las alianzas basadas en valores y lazos históricos se pasa a un juego de suma cero donde lo que gana uno lo pierde otro. Y Trump quiere “ganar”. Siguiendo su lógica, la mejor manera de que se vendan Chevrolets en Alemania sería establecer un impuesto del 35% a los automóviles BMW producidos en México. Europa está en el disparadero, ya que solo China tiene un superávit comercial mayor que el de la UE con Estados Unidos, y el de Alemania es mayor que el mexicano.

En ese contexto no son de extrañar las declaraciones altisonantes hacia la UE, el euro o una otan “obsoleta”: encarnan ese “globalismo” cosmopolita que tanto desagrada a Trump y la alt-right. Las raíces alemanas del presidente no le han ablandado a la hora de criticar la política de refugiados alemana o de mostrar su alegría ante la perspectiva de que el Brexit se consume. Trump es el primer presidente estadounidense que considera que el proceso de integración europea es contrario a los intereses de su país y se ha alineado personalmente con sus más feroces críticos para conformar un nuevo vínculo transatlántico iliberal. El mundo de Trump es un orden marcado por los “hombres fuertes” y sus esferas de influencia. Nada más alejado del modelo de la UE, basado en normas y valores que se ejemplifican en instituciones multilaterales.

Por su parte, en Bruselas no pueden dictar órdenes ejecutivas. La UE no fue diseñada para moverse de manera ágil ante acontecimientos inesperados. Eso sí, pese a su falta de reflejos, hasta ahora el proyecto europeo se había mostrado resiliente y avanzaba en la integración en parte gracias a las crisis en las que solía imperar la lógica de una “unión cada vez más estrecha”. Eso es lo que parece roto en estos momentos. Durante las múltiples crisis europeas de los últimos años (euro, terrorismo, vecindario en llamas, refugiados, Brexit) los Estados han hecho lo mínimo imprescindible para mantener el bote a salvo. La reacción europea hacia Trump ha sido, de nuevo, tímida y solo se atisba un avance en la integración en defensa.

Así lo señaló el primer ministro neerlandés Mark Rutte en Davos: “la idea de una Unión cada vez más estrecha está enterrada”. De hecho, en la misma sesión, recriminó al ahora candidato socialdemócrata alemán Martin Schulz su visión romántica de la historia europea, y abogó por una Europa pragmática y por abandonar la pretensión de grandes avances: “el camino más rápido para desmantelar la Unión es seguir hablando de construir paso a paso un superestado europeo”.

Durante los próximos meses la UE se enfrentará al comienzo de las negociaciones del Brexit, la crisis de refugiados, un posible descarrilamiento del tercer rescate griego y unas relaciones bilaterales crecientemente complejas con Estados Unidos, Rusia y Turquía. Todo ello en un momento de auge de movimientos euroescépticos y ultranacionalistas. Sin embargo, lo verdaderamente preocupante es la ausencia de liderazgo en Bruselas y Berlín.

Los tres líderes de las principales instituciones europeas, Tusk (Consejo), Juncker (Comisión) y Tajani (Parlamento) son extremadamente débiles o bien están de salida. Por su parte, la principal líder nacional, Angela Merkel, se encuentra en un momento de menor proyección debido a la contestación de su política de refugiados, la consolidación de la extrema derecha (AfD) y la irrupción fulgurante de Martin Schulz como candidato socialdemócrata en las elecciones de septiembre.

Antes se celebrarán elecciones en Países Bajos y Francia. En ambos casos con partidos xenófobos y ultranacionalistas liderando las encuestas: el Partido de la Libertad de Geert Wilders y el Frente Nacional de Marine Le Pen. Pero parece poco probable que accedan al poder. Wilders es incapaz de conformar una mayoría suficiente en un contexto político tan fragmentado como el neerlandés. Le Pen es favorita para ganar la primera vuelta de las presidenciales, pero parece lejos de poder alzarse con la victoria en el ballottage. Sin embargo, sí hemos visto cómo sus ideas impregnaban a sus competidores como Rutte o Fillon. O la CSU bávara, aliada y gran crítica de Merkel. Los populistas no necesitan ganar elecciones para que sus ideas sigan ganando peso entre los que toman decisiones.

Ello nos recuerda que para acceder directamente al poder necesitan de la cooperación del establishment. No fue Farage, líder del UKIP, quien consiguió que el Reino Unido votara la salida de la UE. Fue buena parte del Partido Conservador, con Boris Johnson a la cabeza y una larga labor de los tabloides. En la misma línea, Trump no ha alcanzado la Casa Blanca gracias al movimiento alt-right y a medios como Breitbart sino a la cobertura de una parte del establishment del Partido Republicano (Newt Gingrich, Rudy Giuliani) y al largo tiempo en el que dicho partido ha coqueteado con movimientos radicales (Tea Party).

Los anhelos de los federalistas de aprovechar el 60 aniversario del tratado de Roma para responder a Trump con un gran salto en el proceso de integración están muy alejados de la realidad. La idea que impera es la de una “unión flexible” más del gusto de las capitales nacionales. Un concepto más gestionable para aquellos que afrontan citas electorales. Es difícil que Trump provoque un proceso federalizador en Europa a corto plazo, pero sí nos pone a los europeos frente al espejo y nos obliga a preguntarnos qué queremos ser de mayores. En palabras de Merkel, “los europeos tenemos nuestro destino en nuestras propias manos”. Ante la falta de liderazgo y compromiso los europeos podemos tener la tentación de alargar la pubertad. Sin embargo, si algo hemos aprendido de 2016 es que los accidentes inesperados pueden estar a la vuelta de la esquina. Los cisnes negros cada vez son más grises. ~

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es politólogo e investigador en Quantio y ECFR.


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