El camino entre huertas
hasta la casa, sus columnas
de madera esculpida
por las lluvias ardientes del verano,
laureles poderosos que clavan
en la tierra mugrienta sus ásperos brazos,
acaso el débil canto
de una fuente de mármol
presentida en silencio,
las aguas estancadas que en su fondo
de apelmazados limos
amordazan los cuerpos, los lívidos rostros
de las muchachas enfermas
que aquí vivieron.
*
Como un regalo en la mañana
abriéndose en sus rayos de fuego,
un regalo pequeño
para la vista hoy cansada
de páramos iguales y de viento.
Como un regalo, sí,
que anima nuestras horas
de hastío entre los libros,
este gorrión de los desiertos
posado sobre el muro
de la casa en Tetir
raza alada, sublimazione
del rettile, lo llamó Saba,
joven padre que alegre
de su misión humilde sobre el mundo
no duda y alimenta a su linaje.
*
(reflexión con urraca)
Llega y agita su plumaje
de metal frío. Con su pico
avaro humilla el cuerpo mudo
de un gusano robado a la intemperie,
entre los surcos negros del jardín.
Qué insolencia la suya ante la muerte.
Hay algo de dolor y paz en esta tarde,
de claridad azarosa, o de ácidos
que cubren la piedad del mundo.
Sobre los muros del fondo, la luz
dice los signos ciertos de la muerte,
la mudanza del tiempo que no alcanzo.
La urraca me contempla, astuta,
ir y venir entre los libros.
¿Quién eres? interroga con soberbia
al rostro sorprendido que la mira,
esta urraca extranjera, simple
existencia hoy más alta que la mía. ~