La atracción fatal de los ríos, el mar y las mujeres (que fascinan y pueden arrastrar al naufragio) suele representarse desde una perspectiva masculina. Las ninfas de los ríos (o de las fuentes, en lo íntimo de los bosques), las ondinas que surgen del mar como visitaciones de lo profundo y el canto de las sirenas son figuras milenarias del temor ante la presencia atractiva y peligrosa del más allá.
Para Jung son arquetipos, proyecciones del anima: del inconsciente masculino que busca la integración con lo desconocido en el fondo de sí mismo, aunque puede perderse en el camino. Lo dice la canción “Los laureles”: “La perdición de los hombres son las ingratas mujeres” (que algún misógino convirtió en “las malditas”, versión que, a su vez, provocó otra: “las benditas”).
Una discípula de Jung, en un libro prologado por él (M. Esther Harding, The way of all women), le reconoce el mérito de haber introducido la cuestión de los géneros en el análisis psicológico y, al mismo tiempo, señala las limitaciones de la perspectiva analítica masculina. Considera para esto dos versiones del Génesis: la de que Dios creó a los seres humanos como hombres y mujeres (versión que parece escrita por una mujer); y la de que creó primero al hombre y luego a la mujer (que parece escrita por un hombre). Para ilustrar el cambio de perspectiva, cuenta una anécdota (quizá autobiográfica). Le preguntan a una niña sobre la costilla de Adán, y les explica: es que Dios, al verlo, pensó que no le había quedado muy bien, y quiso mejorarlo.
Una bonita canción de María Grever (“Volveré”, de la cual también hay versiones distintas) dice en la segunda parte:
Volveré como vuelven
esas inquietas olas
coronadas de espuma
tus playas a bañar.Volveré como vuelven
las blancas mariposas
al cáliz de las rosas
su néctar a libar.Volveré por la noche,
cuando estés tú dormido
acallando un suspiro,
tus labios a besar.Y para que no sepas
que estuve allí contigo,
como otra inquieta ola
me perderé en el mar.
Es la canción de una ondina desde la perspectiva de la ondina. Habla el fantasma femenino que surge del mar, que seduce y promete el paraíso, pero no se queda a la plenitud matrimonial. Transforma así la tradición romántica del amor imposible, con un cambio notable. La voz cantante no es la del trovador enamorado de la dama del castillo, inasequible por su posición social (y porque está casada con el señor feudal), sino la trovadora que recorre el mundo cantando sus canciones y no puede quedarse. La trovadora que trata de consolar a su fan.
Este protagonismo femenino está claramente indicado en el verso que dice “cuando estés tú dormido”. La inversión de papeles es tan original que produce una disonancia cognitiva: pasa inadvertida. Tiende a leerse y a cantarse de manera convencional: “cuando ya estés dormida”. Así lo reproduje, erróneamente, en el Ómnibus de poesía mexicana. Pero un buen día descubrí mi error gracias a María Grever, poeta y compositora de María Luisa Rodríguez Lee (Potomac, MD: Scripta Humanistica, 1994). Es un libro breve y admirable por la seriedad de su investigación y la inteligencia de sus análisis.
María Joaquina de la Portilla Torres nació en León, Guanajuato, el 27 de septiembre de 1885 y murió en Nueva York el 15 de diciembre de 1951. Vivió de niña en la Hacienda de San Juan de los Otates de su abuelo materno. Su padre fue un comerciante andaluz, que hizo fortuna y dio a sus hijos tutores para que estudiaran piano, inglés, francés e italiano. Viajaban mucho y estaban por temporadas en Madrid, Londres y París. María Joaquina tomó clases con Claude Debussy. Tenía quince años cuando murió su padre y se instalaron en la ciudad de México. A los veintidós se casó con León Augusto Grever, que llegó al país como contador de una empresa petrolera. Se fueron a vivir a Jalapa, y nueve años después (1916) se instalaron en Nueva York, huyendo de la Revolución.
En 1889, a los cuatro años, tocando la guitarra, había compuesto un villancico (letra y música) para las monjas de un convento de Sevilla. En Nueva York inició su carrera pública como soprano, cantando en el Town Hall y grabando dos discos de música mexicana. Era muy emprendedora. Cuenta José Mojica que, al llegar a Nueva York, encontró a muchos otros mexicanos buscando trabajo como cantantes de ópera; y que estaban tan desanimados (eran los tiempos de Caruso) que algunos regresaban a México, a pesar de la Revolución. Pero que María Grever (como ya se hacía llamar) era “muy activa”, “sabía cómo meterse en las oficinas de los managers” y actuó como su representante.
A los 35 años (1920), María Grever empezó a componer canciones (letra y música) que nunca se grabaron. Siete años después, Mojica se había vuelto famoso y empezó a cantar en sus giras
una canción que acababa de grabar en discos Víctor; la cual, desde que salió a la venta y presenté en mis conciertos, tuvo un éxito rotundo. Se llamaba “Júrame”, y la había escrito María Grever: la misma María Grever de mis días de primeras aventuras en Nueva York, que se había vuelto compositora y había logrado que la casa Schirmer le publicara [en 1926, impresa] esa canción, que Troy [Sanders, su pianista] y yo habíamos seleccionado de un escaparate.
“Júrame” inició el apogeo internacional de María Grever. Pocos años después, “Cuando vuelva a tu lado” fue traducida al inglés e interpretada por Frank Sinatra y también por Bing Crosby. En 1938, “Tipitín” fue la canción número uno del Hit Parade. Sus canciones fueron interpretadas por Enrico Caruso, que dijo de ella: “Es un placer cantar sus números, porque son únicos en su intensidad y en su inmensa sinceridad.” Y, en cuanto a la calidad musical, dijo Julián Carrillo: “Para buscar un símil hay que remontarse hasta Schubert, el apasionado compositor de los lieds sencillos y reveladores de una gran alma enamorada.” La lista de sus grandes intérpretes es interminable: Juan Arvizu, Hugo Avendaño, Bobby Capó, José Carreras, Fernando de la Mora, Plácido Domingo, Tito Guízar, Libertad Lamarque, Néstor Mesta Chayres, Alfonso Ortiz Tirado, Luciano Pavarotti, Andy Russell, Nicolás Urcelay, Pedro Vargas, Rolando Villazón.
El libro incluye una copiosa discografía formada a partir de la Biblioteca del Congreso y otras bibliotecas, de los archivos de la RCA Víctor y otras empresas, así como las colecciones particulares de Carlos Grever y Ángela Rodríguez. La bibliografía y hemerografía son igualmente copiosas. También incluye entrevistas a Carlos Grever y Joseph Cullinan, hijo y sobrino de María Grever, que en 1986 conservaban discos, fotos, programas, recortes de periódico y otros materiales. Recoge información sobre el ambiente musical de aquel Nueva York donde María Grever se abrió paso frente a Cole Porter, Irving Berlin y los Gershwin, con la doble dificultad de ser mujer y mexicana. Hace ver qué infrecuentes eran los casos de músicos que escribían sus propias letras, como Porter, Irving, Grever y Agustín Lara.
En honor de este libro hay que decir también qué infrecuentes son los buenos análisis simultáneamente literarios y musicales de una canción; qué infrecuente es estudiar a un gran creador popular como se estudia a un clásico. El libro incluye el análisis de veinticinco canciones (entre los centenares que se conservan). A “Volveré” le dedica tres páginas (con ilustraciones pautadas), que empiezan diciendo:
“Volveré”, canción bolero, según la designó María Grever, es una composición romántica, sensual, en la que la mujer le canta al hombre que ama. Sucede, sin embargo, que con el tiempo se han invertido los papeles […] Se nota el perfecto acoplamiento de letra y música cuando ocurre el cambio de las frases musicales C-D, parte II, compases 38-45. La medida del verso cambia a heptasílabo dactílico oo ó oo óo “Volveré por la noche / cuando estés tú dormido / acallando un suspiro” y regresa al heptasílabo trocaico “tus labios a besar” al terminar la frase musical con modulación por quintas a la resolución en séptima dominante de sol.
Hay que reeditar este libro en México. ~
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.