Ilustraciรณn: Nora Millรกn

Una foto en la billetera

En 1890, el periodista y lexicรณgrafo polaco Eliezer Ben-Yehuda fundรณ el Comitรฉ del Lenguaje Hebreo y escribiรณ el primer diccionario del hebreo moderno. Menos de un siglo y medio despuรฉs, varias generaciones de autores han erigido un portentoso aparato literario escrito en esta lengua singular. La presente antologรญa de relatos breves traza un panorama sucinto de las letras hebreas contemporรกneas.
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Esto sucediรณ un dรญa antes de que internaran a mi padre. Un dรญa antes de que mi madre me llamara para avisarme. Cuando ella llamรณ para que fuera a Israel lo antes posible, yo estaba todavรญa en la cama, a pesar de que no habรญa podido conciliar el sueรฑo. Hasta que todo eso no se vaya de la sangre, uno no puede dormir. Un dรญa antes de esa llamada, un poco mรกs de veinticuatro horas antes, estรกbamos sentados en el piso, en mi dormitorio. Un departamento pequeรฑo. Entre la puerta y la cama. Estรกbamos recostados, hombro con hombro. Un departamentito. La espalda de ella estaba cerca de la puerta, la mรญa cerca de la cama. Ella estรก cansada de llorar. Yo nunca habรญa oรญdo algo asรญ y ella jamรกs se lo habรญa contado a nadie. Ahora, que ya lo he oรญdo –bajo esta dรฉbil luz del techo–, siento como si nos sumergiรฉramos en cera caliente. Como si nada existiera, excepto esta sofocante habitaciรณn. Afuera es la tarde, pasado el mediodรญa. Estรก nublado y gris, como mรกs temprano a la maรฑana. La lluvia amainรณ. Hemos bajado las persianas.

Somos extraรฑos el uno para el otro. O casi extraรฑos. Le tiembla aรบn la espalda por el llanto a pesar de que ya no llora. No con lรกgrimas. Las lรกgrimas se han secado. Cerca de ella hay un bloc de papel amarillo y una pluma. Tiene una letra enrevesada. Apoyo mi cabeza en el hueco de su hombro y allรญ la sostengo. Rodeo su espalda con ambos brazos. Sรฉ que no podrรฉ consolarla por toda esa distancia ni por la dimensiรณn de su pena. El que fuese un extraรฑo tampoco me ayudaba. Pero la abrazo, por lo menos. Ella conserva aรบn los pantalones y el sostรฉn. Su camisa ahรญ estรก, sobre la cama, donde la habรญamos arrojado hacรญa un rato cuando comenzamos a besarnos, antes de que empezara –sin motivo aparente– todo ese llanto. Un llanto tan fuerte que parece quebrarle las coyunturas y partirle los huesos. Llevo abrazรกndola mรกs de una hora –tambiรฉn yo me habรญa sacado la camisa– como si fuera a desarmarse si la soltara. Siento que sostengo a la niรฑa pequeรฑa que ella fue alguna vez. La niรฑa pequeรฑa de la foto en su billetera. No alcanzamos siquiera a intercambiar dos frases o a descubrir que ambos hablรกbamos el mismo idioma cuando ella ya me la habรญa enseรฑado. En la calle Orchard, planta baja. Un club improvisado, ilegal, en el que venden cocaรญna a bajo precio. Pensรฉ, despuรฉs que empezamos a hablar, que podrรญa llevarla al departamento. Es lo que recuerdo. Y que era muy bonita. Le convidรฉ un poco de mi cocaรญna, ella me dio de la suya. Comprรฉ un poco mรกs para que tuviรฉramos. Cuarenta y cinco dรณlares. Ninguno de los dos solemos hacer esto a menudo. Hacรญa como un aรฑo que yo no aspiraba y ella solo lo habรญa hecho un par de veces antes. Fue lo que dijo. Era de dรญa, pasadas las ocho. Por entre las pesadas cortinas que nos ocultaban la calle, se filtraba una fina lรญnea de luz. No mรกs brillante que las lรกmparas que atenuaban la oscuridad. El color naranja de las luces era dรฉbil, cรกlido. La luz del exterior tambiรฉn era dรฉbil aunque frรญa. Bajo esa dรฉbil luz, en la calle Orchard (dos cuartuchos con unos sillones que habรญa encontrado en la calle, una mesa rota apoyada en un ladrillo y mรบsica de casetera), ella me mostrรณ la foto de la billetera y la rozรณ con la punta de una uรฑa. “Soy yo”, me dijo. Ladeรณ la cabeza y se acomodรณ el cabello detrรกs de la oreja, con la otra mano. Rio. Dejรณ el cigarrillo en el cenicero.

Despuรฉs –pareciera que pasaron dรญas y semanas– estamos asรญ, setados en el piso. No sรฉ cuรกnto tiempo despuรฉs. Ella logra, ahora, articular palabras. Despuรฉs de expulsados los pedazos mรกs grandes. Despuรฉs de saber ya acerca de ella y de su padre –era algo que venรญa sucediendo desde que tenรญa diez aรฑos, hasta el aรฑo pasado–. Ahora estรก mรกs tranquila, puede hablar. Al principio era solo llanto. Observรฉ cรณmo se le hinchaban sus labios: el aire presionaba desde adentro pero no lograba hablar. Me mirรณ con los ojos opacos por el esfuerzo, pero no pudo. Solo pudo escribir, en el bloc amarillo. Ahora sรญ lo consigue. Habla y llora, pero es un llanto mรกs calmo. A veces, mientras habla, rรญe. Es una risa a mitad de camino entre risa y llanto. Risa y llanto a la vez. Ahora, como si hubiera vomitado, puede contarme. No recuerdo las palabras, pero recuerdo quรฉ fue lo que me dijo. En general, รฉl se le acercaba por las noches. Pero no solamente. Fue algo que tiรฑรณ todos los aspectos de su vida. No puedo explicarte cรณmo, me dice, pero ella veรญa las cosas de un modo diferente a partir de que eso comenzรณ. El mundo parecรญa perfectamente normal: las voces, los colores, los aparatos elรฉctricos, las calles y los calendarios. Es difรญcil definir cรณmo se transformรณ todo.

Por ejemplo, dice, la llaman por telรฉfono a la escuela. Es un telรฉfono pรบblico. Cerca de la secretarรญa. Tu papรก al telรฉfono, le dicen. Es en la secundaria, a media maรฑana. Los dientes de รฉl se entrechocan, como si tuviera frรญo. Pero no hace frรญo. Estรก fresco. Es una maรฑana agradable. Primaveral. ร‰l llora. Estรก sentado, dice, en el cuarto de ella. Sobre su cama. Regresรณ a casa en la mitad del dรญa, abandonรณ el trabajo. Estรก oliendo su camiseta blanca. El olor del lavarropas y el de ella. Del perfume que ella usa, el que guarda en su ropero. Ella estรก en el corredor, cerca de la secretarรญa. Vuelve la cara hacia la pared, de espaldas al corredor. Se tapa la otra oreja con la mano para no oรญr a los otros chicos mientras regresan a las aulas. Uniforme de secundaria, camisa celeste. En la pared de yeso blanco, junto al telรฉfono, habรญan escrito con marcadores negros y azules.

ร‰l llora. A moco tendido, con lรกgrimas. Afuera, en la ciudad, era de maรฑana. Placentero, incluso. Soleado y fresco. Por un momento
logra imaginar las cortinas de su cuarto meciรฉndose con la suave brisa. Puede verlo, allรญ. No lo soporta mรกs, dice รฉl. Necesita encontrarse con ella ahora mismo. Necesita, ya mismo, escucharla hablar, reรญrse, suspirar, llorar. Las voces a su alrededor pasan a un segundo plano. Ella toca la pared. Frรญa. Blanca. Despacio. Pasa la mano por la pared. Silencio en el corredor, con sus pequeรฑas mesitas y su fresca y agradable penumbra. Ven a casa, le dice. Solo por unos minutos. Solo para tocarle la mejilla. Para olerle el cabello. Ahora. Ella mira su reloj. Estรก llegando tarde a su clase. ¿Quรฉ importancia tiene, en realidad? Esa urgencia en la voz la oprime, la apremia. Pero allรญ, en el corredor, ella estรก como dentro de una burbuja de paz. Una extraรฑa calma. ร‰l estรก de rodillas junto a la cama, le dice desde el otro lado del telรฉfono. Ahora apoya la cabeza sobre la colcha. El olor de ella. Ella aprieta el auricular contra su oรญdo. Se pega a la pared. Se recuerda a sรญ misma, me dice, sonriendo sola. Con la mano en el cable plateado del telรฉfono. Con gentileza, con la punta de los dedos. Luego algo horrible recorre su columna. Frรญo, pero extraรฑamente fuerte. Mira nuevamente su reloj. La hora es la misma. Llegarรก tarde. Pues perderรก otra clase mรกs, ¿y quรฉ hay con eso? Por un momento piensa en sus compaรฑeros de clase. Le parecen pequeรฑos. Como niรฑos en un jardรญn de infantes. Quรฉ extraรฑo. Acaban de entrar a la clase, subiendo las escaleras. Pies en zapatillas de gimnasia subiendo las escaleras. Le parece aรบn oรญr el eco de la campana en el corredor. El cable del telรฉfono, con esa dura funda de metal, frรญo en el contacto de la punta de sus dedos. Durante unos instantes mรกs, calla. “Estรก bien”, dice. Deja el auricular en su sitio. Permanece allรญ un momento y luego sale al patio. El patio estรก soleado. Al principio camina, luego se apresura y por fin corre. Su casa estรก cerca.

No fue asรญ desde el principio. Llegรณ, segรบn me dijo, como un gran bocado que tuvo que engullir. Como tragar veneno. Un silencio, pero no un silencio normal. Una especie de larga estupefacciรณn aletargante. No recuerda demasiado. Era muy pequeรฑa. Primero las caricias, que ya expresaban urgencia. Luego besos con lengua. Lo que mรกs la asustaba era su respiraciรณn. No comprendรญa el que su padre se pusiera tenso, nervioso. Temรญa que fuera por culpa de ella. Algo le sucedรญa a รฉl, a su papรก. Ella sabรญa, de algรบn modo estaba segura, que era por su culpa. Debรญa ayudarlo, necesita ayudarlo. Lo ayudaba. Pero sin confesarse a sรญ misma nada. Sin que รฉl se lo dijera, supo que debรญa ser un secreto. Supo que todo cambiarรญa. Que nada serรญa igual. Una transfusiรณn de sangre envenenada. Recuerda esa sensaciรณn. Como un leve mareo, crรณnico. Pero el cuerpo reacciona de otro modo. Con mรกs fuerza. Como si fuera veneno. Cuando lo ve venir, el cuerpo busca rechazar ese injerto extraรฑo. Traga. Vomita. Un sarpullido. Fiebres que no bajan. La llevan al mรฉdico, a la dietรณloga, al homeรณpata. Se le juntan la risa y el llanto cuando dice “acupuntura”. Tenรญa doce aรฑos. Ya no es virgen. La mamรก la lleva de mรฉdico en mรฉdico. Tiene que curarla. Firme y responsable, le sostiene la mano mientras le clavan agujas en las rodillas. Ella acepta todo, en silencio. Casi dirรญa que lo hacรญa por ella, por su madre. Porque ella sabรญa que nada de eso la ayudarรญa. Habรญa algo que estaba mal, pero solo su papรก podรญa ayudarla.

Despuรฉs, asรญ como vino, la enfermedad se fue. Se acabaron los sarpullidos y las alergias. La fiebre, que estuvo subiendo y bajando durante casi seis meses, desapareciรณ. Por unos meses pensรณ que todo estarรญa bien. Si solo lograra conservar esa tranquilidad, ese levรญsimo รฉxtasis, seguir flotando sin confesarse nada, sin decirse nada a sรญ misma, solo ese silencio. Estarรญa bien. Ya no estaba enferma. Pero por las noches era distinto, cuando venรญa รฉl. Ahora que ella no estaba ya enferma. El cuerpo se habรญa tranquilizado. En realidad, me dice, todo comenzรณ a adaptarse: los sentimientos, los nervios, los colores, las texturas y el tiempo. Fue un periodo de transiciรณn. Cambiaba sangre por veneno y veneno por sangre. Le resultaba duro esperar y respirar hasta la prรณxima dosis. Quizรกs fuera la regularidad. Lo que antes resultaba extraรฑo o extraordinario, chirriante como vidrio frotando contra metal, se habรญa vuelto ahora rutina. Casi podrรญa decir –mientras dice esto la abrazo porque comienza a llorar nuevamente– una rutina tranquilizadora. Aun asรญ, siempre en el horizonte aparece una luz de precauciรณn. Una alarma. Pero es dรฉbil, lejana. Como la campana de la escuela de una ciudad abandonada. Es casi cรณmico. A veces las otras personas nos parecen pequeรฑas. Pobres gentes. Ella es diferente, decรญa รฉl siempre. Ella es una princesa. Ella es mejor que los demรกs. A los trece aรฑos era casi una reina. Era una chica fuerte.

No siempre. No de noche. De noche, el terror tenรญa forma propia. Es difรญcil de explicar, me dice. Como si estuvieras en mitad del ocรฉano, de noche y lejos de la costa. Como una ballena en aguas profundas: abre sus fauces en los abismos y traga enormes torrentes con un rugido.

Su papรก la querรญa mucho. La querรญa mรกs que todos los papรกs del mundo. Le regalรณ una gata cuando cumpliรณ catorce aรฑos. Ella recuerda sus manos, grandes, fuertes y calmas, cuando sostenรญa a la gatita. La sostenรญa con delicadeza. Era una cachorrita, pero no era tan pequeรฑa. Al aรฑo ya parรญa sus propios cachorros. Entonces tuvo ese sueรฑo: concibe una criatura. Al principio son manchas en su ropa interior. Sube corriendo a su cuarto, cierra la puerta, intenta sacarse el camisรณn, pero no llega a tiempo. Se resbala, de espaldas a la puerta, hasta caer al piso. Contracciones, como antes de vomitar. Y luego–esto ocurre con rapidez– pare un pez. Sabe que es de ella. En el sueรฑo estรก demasiado mareada como para tocarlo. Estรก sola en el cuarto, despuรฉs del nacimiento. Dio a luz sola, sin ayuda de nadie. Pero sabe que es necesario. Debe ocultarlo. Meterlo en una bolsa negra para residuos. Tirarlo a la basura. No tiene fuerza como para incorporarse. Se halla mitad apoyada en la pared, mitad echada en el piso, con el camisรณn por los muslos. Sangre diluida y agua. Un charco. Debe ponerse de pie, solo que no puede.

Ella me cuenta y yo la abrazo. Cada tanto sobreviene otro ataque de llanto. Pero la mayor parte del tiempo estรก mejor. Me parece –quizรกs a ella tambiรฉn– que ya no nos levantaremos del piso. Hace calor, sudamos. Aรบn la abrazo. Afuera se estรก haciendo de noche. Queda un poco de cocaรญna derramada sobre un libro de tapa dura junto a la cama. Pero no la hemos tocado desde la maรฑana. La abrazo. En algรบn momento –¿de la tarde?, ¿en la noche?– por fin nos dormimos. Sobre la cama.

Al otro dรญa ella debรญa regresar a Israel. Se terminaron sus vacaciones. Un rato despuรฉs de que ella saliera –aรบn estaba en la cama– internan a mi padre. Mi madre me lo anuncia por telรฉfono. Mi papรก, un tipo cerrado, tรญmido. Nadie se lo esperaba. Tiene solo cincuenta y siete. Salgo para Israel en el primer vuelo. Estoy un poco confundido al aterrizar. Llevo la misma ropa que la noche anterior. La noche que pasรฉ con ella. Tengo una muda de ropa en un bolso. Fuera de eso nada. Voy directo desde el aeropuerto al hospital. Pero cuando llego, a las siete y media de la maรฑana, ya estรก fuera de todo peligro. Mi hermano menor llegรณ con el uniforme del ejรฉrcito. Lo veo en el pasillo. Mi madre estรก a su lado. Llora aliviada. Yo la abrazo por un buen rato. Ahora es imposible verlo pero dentro de una hora, hora y media, nos lo permitirรกn. A pesar de que รฉl no puede hablar, con el tubo de oxรญgeno en la nariz. Mi hermano trae cafรฉ de la expendedora y me cuenta quรฉ fue lo que sucediรณ. Miro sus labios pero una vez que nos sentamos no consigo concentrarme en lo que estรก diciรฉndome. Me acuerdo de ella, hay rastros de su perfume en mis ropas, no logro escuchar.

Ni siquiera puedo terminar el cafรฉ. No me cae bien con el estรณmago vacรญo. De pronto siento la urgencia. Le pido a mi hermano las llaves del auto de papรก. Le explico que tengo que irme. Que debo darme una ducha y luego regreso. Recordรฉ el apellido de ella y en quรฉ vecindario vivรญa en Haifa. Hallรฉ la direcciรณn en una guรญa telefรณnica. Encontrรฉ el auto en el estacionamiento y viajรฉ hasta allรญ con las ventanillas abajo durante todo el trayecto. Paseรฉ un poco por Haifa hasta que encontrรฉ la calle.

Estaciono frente a la casa. Es el nรบmero 41. De pronto, al apagar el motor descubro quรฉ silencioso es este barrio. Zona residencial. Once de la maรฑana. Dรญa laborable. Casi puedo imaginarla saliendo por esa puerta con el uniforme de la escuela. A su padre, entrando en su dormitorio, despertรกndola en las noches. Una hermosa casa, un poco antigua, con pinos en el jardรญn. Bajo del auto. Estรก fresco, pero en realidad no hace frรญo. Unas nubes ocultan el sol y la luz, fuerte y clara, se disipa. Me he apoyado en el guardabarros del auto y fumo. Veo que me tiembla un poco la mano. No comรญ nada. El patio y las escaleras estรกn en sombras. En el segundo piso todas las persianas estรกn cerradas. Entonces, por un instante, me asalta una sensaciรณn: no sรฉ, a partir de aquรญ, adรณnde mรกs podrรญa ir. ~

 

 

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Traducciรณn del hebreo de Gerardo Lewin.

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(Jerusalรฉn, 1965) es escritor, guionista, columnista e historiador. Autor de ยฟQuรฉ habrรญa pasado si hubiรฉramos olvidado a Dov? (1992) y Calle Allenby (2009)


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