Es difĆcil encontrar una buena analogĆa para el cambio climĆ”tico, pero eso no hace que la gente deje de intentarlo. Se dirĆa que queremos una forma de presentar el problema que haga que un resultado decente parezca menos improbable de lo habitual. El cambio climĆ”tico se describe como un āproblema comparable a llegar a la lunaā, aunque es evidente que no lo es, porque la luna es un objetivo fijo y el cambio climĆ”tico ofrece cualquier cosa menos eso: ĀæcĆ³mo sabremos que hemos aterrizado? O se dice que es un āproblema comparable a la movilizaciĆ³n de guerraā, aunque por supuesto no lo es, porque no hay un enemigo claro a la vista (el enemigo somos nosotros). O es un āproblema comparable a la erradicaciĆ³n de una enfermedadā, como la viruela, aunque por supuesto tampoco lo es, porque erradicar una enfermedad es una buena noticia en todos los sentidos, mientras que frenar el cambio climĆ”tico crea ganadores y perdedores. Esas analogĆas pretenden reflejar la escala del reto āserĆ” un esfuerzo enormeā y al mismo tiempo mantener viva la esperanza de que podemos tener Ć©xito. El problema es que el cambio climĆ”tico no se parece a nada a lo que nos hayamos enfrentado antes. Que hiciĆ©ramos todas esas cosas no significa que podamos hacer esta.
AsĆ que, Āæy si probamos con una analogĆa distinta, desde el otro extremo de la escala? QuizĆ”s haya que pensar en pequeƱo para tener una idea real de lo difĆcil que va a ser. Pensemos en lo que entraƱa intentar escribir un libro. Algunos libros se escriben y otros no. A veces no se escriben aunque el autor tenga un incentivo poderoso para hacerlo. Eso resulta particularmente cierto en el caso de los profesores universitarios, cuyas carreras dependen a menudo de meter algo entre dos cubiertas y poner su nombre en la portada. āPublica o pereceā es el feo mantra de mi oficio. Sin embargo, a una cantidad considerable de profesores universitarios les resulta muy difĆcil escribir el libro del que depende su supervivencia. ĀæPor quĆ© no se escriben todos esos libros, cuando los incentivos estĆ”n tan claros? ĀæPor quĆ©? El cambio climĆ”tico es como un grave caso de bloqueo del escritor.
Como sabe cualquiera que haya fracasado a la hora de escribir un libro, lo que te mata es el tiempo. Cuando hace mucho que tenĆas que haber entregado algo, es difĆcil ponerse en ello porque el momento nunca es el adecuado. ĀæPor quĆ© empezar ahora? Si te parece que las palabras comienzan a fluir te sientes como un idiota, porque eso significa que podĆas haberlo hecho mucho antes y te habrĆas ahorrado mucho dolor. Abundan actividades de desplazamiento, alimentadas por el persistente miedo a que sea demasiado tarde. ĀæY si escribes el libro y no es bueno, o al menos no lo bastante bueno como para rescatar tu reputaciĆ³n hecha trizas? ĀæY si cuando salga el libro el debate en tu campo ya ha pasado a otro tema? Antes de ponerte a escribir tienes que actualizar tus ideas, lo que significa una nueva actividad de desplazamiento. Si alguna vez pensaron en serio despedirte ya es demasiado tarde, porque nadie puede escribir un libro de un dĆa para otro. AsĆ que cuando se materialice la amenaza ya no habrĆ” tiempo para actuar; si todavĆa hay tiempo, significa que la amenaza es todavĆa distante. Las amenazas y los incentivos nunca se alinean de forma productiva.
El cambio climĆ”tico se parece mucho a eso. Es casi seguro que las llamadas de alarma que no podemos desatender llegarĆ”n demasiado tarde como para resultar efectivas: en cuanto descubramos que el planeta se dispone a convertir nuestras vidas en un infierno no quedarĆ” tiempo para hacer nada al respecto. En la polĆtica del clima tambiĆ©n abundan las actividades de desplazamiento. Un retraso adicional, en vez de sumarse a la urgencia, crea obstĆ”culos para una acciĆ³n decisiva, porque cualquier acciĆ³n decisiva termina siendo una burla a nuestras razones para el retraso. Ni siquiera podemos permitirnos el lujo de esperar a que la escasez de recursos nos envĆe una seƱal inconfundible de que el tiempo es breve. En el mundo al revĆ©s de la polĆtica del clima, los malthusianos tienden a ser los optimistas, porque creen que los recursos limitados provocarĆ”n pronto un punto de crisis que, por desagradable que sea, nos devolverĆ” la cordura. El pico petrolero forzarĆ” la dolorosa transiciĆ³n a una economĆa de bajo carbono, o eso se espera. Pero es pensamiento mĆ”gico: la inventiva tecnolĆ³gica implica que todavĆa quedan por extraer grandes cantidades de combustibles fĆ³siles sin utilizar, lo que nos permitirĆ” retrasar el momento de la verdad hasta que sea demasiado tarde como para que suponga alguna diferencia. La revoluciĆ³n del gas de esquisto solo es la Ćŗltima fase del proceso. Como dice Dieter Helm en Natural capital. Valuing the planet (Yale, 2015), āhay suficiente petrĆ³leo, gas y carbĆ³n para freĆr el planeta muchas vecesā. Esperar a que el petrĆ³leo se agote es como esperar a que se agote la nueva informaciĆ³n para escribir el libro: simplemente, no va a ocurrir.
Aun asĆ, la situaciĆ³n no es desesperada. Los libros se escriben, hasta los que acumulan un gran retraso. La clave es evitar obsesionarse con el libro mismo. Las amenazas, las promesas y las fechas artificiales no funcionan. Tienes que encontrar razones para escribir que vayan mĆ”s allĆ” de la necesidad de crear el producto. Escribe algo ālo que seaā solo para ponerte en marcha. Intenta encontrar placer en el acto de escribir, o al menos encuentra otra razĆ³n para hacerlo que no sea la puramente utilitaria. Si no te preguntas todo el tiempo si tienes un libro, quizĆ” en algĆŗn momento tengas algo que empieza a parecerse a un libro. Escribir, en vez de desplazarse, puede ser la actividad de desplazamiento. Why are we waiting? The logic, urgency, and promise of tackling climate change (mit, 2015), el nuevo libro de Nicholas Stern sobre el cambio climĆ”tico, que actualiza su informe de 2006, indica que este tipo de enfoque tangencial puede ser lo que se requiere para afrontar la amenaza de un planeta que se calienta rĆ”pidamente; de hecho, quizĆ” sea lo Ćŗnico que nos queda.
Stern no cree que los datos hayan cambiado desde 2006, lo que significa que la situaciĆ³n es mĆ”s urgente que nunca. Con los actuales niveles de emisiĆ³n, en poco mĆ”s de una dĆ©cada superaremos el lĆmite de 450 ppm (partes por millĆ³n) de diĆ³xido de carbono equivalente en la atmĆ³sfera, lo que indica una probabilidad del 50/50 de ascensos de temperatura de 2Āŗc o mĆ”s por encima de los niveles preindustriales. Sin una correcciĆ³n significativa nos dirigimos a algo mucho peor: con 550 ppm hay un riesgo real de que las subidas superen los 4Āŗc; con 650 hay un 10% de posibilidades de un ascenso por encima de 6Āŗc, lo que serĆa un cataclismo para la civilizaciĆ³n humana. Con las tasas actuales nos dirigimos hacia las 650 ppm antes del final del siglo. AsĆ que, Āæpor quĆ© esperamos? Estamos atrapados entre los bloques gemelos de incertidumbre e inevitabilidad. Esas cifras ocultan todo tipo de barreras y advertencias: por ejemplo, Stern calcula lo que he llamado el āriesgo realā de subidas de temperatura de mĆ”s de 4Āŗc a 550 ppm entre un 5 y un 55%. Dado que incluso un riesgo del 55% estarĆa lejos de ser algo confirmado (podrĆa ocurrir, podrĆa no ocurrir), y dado que no podemos estar seguros de lo que significarĆa una subida de temperatura de esa escala (podrĆa ser totalmente catastrĆ³fica, pero quizĆ” no), una variedad tan grande de riesgo hace que cualquier resultado futuro sea profundamente incierto. Al mismo tiempo, las ascendentes emisiones de diĆ³xido de carbono parecen a menudo inevitables hagamos lo que hagamos. Un cambio a una economĆa de bajo carbono requerirĆa aƱos si no dĆ©cadas; mientras ocurre, la infraestructura actual seguirĆ” echando emisiones a la atmĆ³sfera. Nada de lo que hagamos āa menos que se produzca un milagro tecnolĆ³gicoā alejarĆ” el carbono. Por tomar una analogĆa: a los optimistas medioambientales les gusta seƱalar el ejemplo del estiĆ©rcol que se acumulaba en las calles de Nueva York a finales del siglo XIX, cuando una creciente demanda de transporte arrastrado por caballos indicĆ³ que la ciudad pronto quedarĆa enterrada bajo una marea de mierda. Pero entonces llegĆ³ el coche a motor y el problema desapareciĆ³. Las proyecciones cargadas de pesimismo de las tendencias actuales rechazan a menudo la posibilidad de soluciones transformacionales. Pero el cambio climĆ”tico es como imaginar un futuro en el que todo el estiĆ©rcol acumulado de caballo permanece para siempre en las calles de Nueva York, y los coches y las carreteras tienen que encontrar camino a travĆ©s de Ć©l.
Ni la incertidumbre ni la irreversibilidad disminuyen la urgencia: hay una gran diferencia entre conducir entre el estiĆ©rcol y ahogarse en Ć©l. Stern cree que hay una ventana de veinte aƱos en la que los riesgos mĆ”s importantes pueden reducirse a travĆ©s de un cambio concertado hacia una economĆa de bajo carbono. Pero la incertidumbre y la irreversibilidad āes decir, la idea de que podrĆa ser al mismo tiempo demasiado pronto y demasiado tardeā hacen que el espacio para una acciĆ³n decisiva sea cada vez mĆ”s reducido. Stern ha cambiado de idea sobre algunas cosas, incluyendo el valor de los acuerdos internacionales legalmente vinculantes, los objetivos colectivos y otras propuestas amplias e impulsadas por costos y beneficios destinadas a producir cambios. La evidencia de las Ćŗltimas dĆ©cadas muestra que un Ć©nfasis en los riesgos crecientes de la inacciĆ³n no incentiva la acciĆ³n colectiva; mĆ”s bien, la desalienta. NingĆŗn paĆs puede resolver el cambio climĆ”tico por su cuenta. Pero los intentos por unir a los paĆses del mundo para encontrar una soluciĆ³n lo bastante grande para la escala del problema no han funcionado. Stern considera emblemĆ”tica la salida de CanadĆ” del Protocolo de Kioto: si CanadĆ” no puede mantener los compromisos, ĀæquiĆ©n puede hacerlo? QuizĆ” CanadĆ”, a causa de su ubicaciĆ³n, se ha distraĆdo porque es uno de los lugares donde las malas noticias sobre el cambio climĆ”tico llegarĆ”n mĆ”s tarde; pero Australia, que se juega mucho mĆ”s a corto plazo, tambiĆ©n se escabulle del peso de sus obligaciones. Sin embargo, en otros paĆses se han dado pasos importantes: Brasil, Corea del Sur, Bangladesh e incluso EtiopĆa se han movido hacia objetivos de emisiones mĆ”s bajos (y en el caso de EtiopĆa a partir de una base de emisiones que ya era muy baja). Donde hay progreso, no tiende a impulsarlo un deseo de āresolverā el problema mĆ”s amplio del cambio climĆ”tico; mĆ”s bien, las polĆticas domĆ©sticas sobre emisiones pueden adoptarse por todo tipo de razones: para reducir la contaminaciĆ³n, para garantizar la cooperaciĆ³n, para alentar el desarrollo, para equilibrar la economĆa, para impulsar la innovaciĆ³n, para desestabilizar monopolios enquistados. Es mucho mĆ”s probable que los gobiernos respeten compromisos hechos a grupos domĆ©sticos de interĆ©s que a organismos internacionales. Esos grupos de interĆ©s pocas veces tienen la sostenibilidad del planeta entre sus preocupaciones principales. Esto es polĆtica del clima por la puerta de atrĆ”s.
Stern cree que el Ć©nfasis continuo en el costo de actuar no nos estĆ” llevando a ningĆŗn lado, a pesar de que los costos, segĆŗn ha sostenido por mucho tiempo, no son tan altos como se podrĆa pensar. Tampoco piensa que estemos obligados a cuadrar nuestras cuentas para estar seguros de que lo que hacemos merece la pena. Hablar de dolor hoy y beneficios maƱana solo produce mĆ”s fatalismo. En vez de eso, quiere estimular la discusiĆ³n sobre beneficios no planificados y avances imprevistos. La bĆŗsqueda de una economĆa de bajo carbono no tiene que presentarse como un sacrificio que se necesita para impedir algo peor. PodrĆa desencadenar una gran mejora con respecto al lugar en el que estamos ahora. El tema del libro de Stern es que no hay que elegir entre la sostenibilidad y el crecimiento o la sostenibilidad y el desarrollo. Un futuro econĆ³micamente sostenible tendrĆ” que ser dinĆ”mico y flexible por definiciĆ³n, y que recurrir a toda la variedad de la inventiva humana para alcanzar los mejores resultados posibles. Si seguimos explorando las opciones y empujando las fronteras, aunque no tengamos una respuesta final a nuestro alcance, podrĆamos descubrir que tenemos algo parecido a una respuesta antes de darnos cuenta. Y no solo al problema del cambio climĆ”tico: Stern piensa que podrĆamos tropezar con toda clase de beneficios secundarios, entre los que se encuentran la reducciĆ³n de la pobreza, una distribuciĆ³n mĆ”s equitativa de la riqueza global y una cooperaciĆ³n internacional mĆ”s grande. Esas cosas tienden a parecer obstĆ”culos imponentes cuando los afrontas de manera directa. Mejor no hacerlo. AbĆ³rdalos por otro camino.
No hace falta decir que este enfoque presenta graves riesgos. Uno es que alimenta la desconfianza popular hacia la polĆtica sobre el clima. Un rasgo llamativo del escepticismo con respecto al clima es su propensiĆ³n a generar teorĆas de la conspiraciĆ³n: la gente que no cree en el calentamiento global tambiĆ©n tiende a sospechar que forma parte de una conjura para imponer la intervenciĆ³n gubernamental a ciudadanos recalcitrantes. En Estados Unidos hay una sospecha particular del cambio climĆ”tico como un caballo de Troya del gobierno mundial: inventas un problema que requiere una acciĆ³n global coordinada y āvoilĆ ā la onu tiene un palo con el que golpear al resto del mundo. AdiĆ³s, soberanĆa nacional; hola, tiranĆa global. Stern parece admitir que los teĆ³ricos de la conspiraciĆ³n tienen algo de razĆ³n. Es poco probable que los gobiernos nacionales abracen una acciĆ³n coordinada por sĆ mismos, asĆ que la coordinaciĆ³n debe colarse clandestinamente, sin que nadie se dĆ© cuenta. La diferencia es que Stern no cree que se trate de una conspiraciĆ³n. Lo ve como un accidente afortunado. Su esperanza es que los gobiernos que persiguen sus propias agendas descubran sinergias inesperadas que los unirĆ”n. AdemĆ”s, no deben ser los gobiernos nacionales los que establezcan las conexiones: las ciudades, donde se estĆ”n realizando muchas de las polĆticas mĆ”s innovadoras, ofrecen la oportunidad de forjar nuevos tipos de alianzas (RĆo-Los Ćngeles-Barcelona es mejor apuesta para la acciĆ³n colectiva que Brasil-Estados Unidos-EspaƱa). De manera similar, expertos y funcionarios no elegidos pueden explorar lo que hay que aprender unos de otros. Para Stern todo esto presenta un espĆritu de apertura y experimentaciĆ³n: colaboraciĆ³n alcanzada a travĆ©s de una serie de reuniones constructivas que se celebrarĆan en lugares de encuentro de alto nivel por todo el mundo. Algo que olerĆa mal para quien tuviera los ojos siempre puestos en los intentos de la Ć©lite para eludir la polĆtica electoral. No hace falta que haya una autĆ©ntica conspiraciĆ³n para que los conspiracionistas se pongan en marcha. La mera menciĆ³n de Davos suele ser suficiente.
La sospecha popular de una agenda oculta solo se convertirĆ” en un problema serio si lo que propone Stern funciona: deberĆa haber un verdadero progreso hacia un modelo de consumo de energĆa radicalmente nuevo antes de que la mayorĆa de la gente empezara a preguntarse cĆ³mo se habĆa llegado hasta allĆ y si habĆan votado por ello. El riesgo mĆ”s grande es que no funcione. Confiar en accidentes afortunados abre la puerta a accidentes desafortunados. Alemania hacĆa excelentes progresos hacia un futuro de bajas emisiones cuando, en 2011, decidiĆ³ de repente prestar atenciĆ³n a lo que estaba sucediendo en JapĆ³n; en concreto a lo que acababa de ocurrir en la central nuclear de Fukushima. El desastre de Fukushima lanzĆ³ la polĆtica nacional alemana a una convulsiĆ³n de ansiedad y regateo sin escrĆŗpulos, cuyo resultado fue una rĆ”pida retirada de la energĆa nuclear y un regreso a corto plazo a los combustibles fĆ³siles. La esperanza de que pequeƱos pasos acumulados te lleven al premio gordo puede desmoronarse fĆ”cilmente a base de pequeƱas desgracias. Sin un acuerdo vinculante a largo plazo que sirva de soporte, el resultado final es un rehĆ©n de la suerte.
Stern es totalmente consciente de que el actual progreso de algunas ciudades y paĆses hacia un futuro mĆ”s sostenible y de bajo carbono no es suficiente. Debe haber mĆ”s acciĆ³n concertada, y pronto; cualquier retraso hace que la barrera de la irreversibilidad sea mĆ”s difĆcil de superar. Al mismo tiempo, es consciente de que insistir en la urgencia y escala del problema tiende a ser contraproducente, porque hace que los actores individuales se sientan en cierto modo impotentes. ĀæPor quĆ© molestarse? Los pequeƱos progresos mantienen viva la idea de que el verdadero progreso es posible, pero tambiĆ©n alientan la falsa esperanza de que los pequeƱos progresos son lo Ćŗnico que necesitamos. En ese sentido, Stern estĆ” atrapado: si la escala de la acciĆ³n que se requiere encaja con la escala del problema que afrontamos, la gente se rendirĆ”; si se rebaja no lo intentarĆ” con suficiente intensidad. La forma en que Stern cuadra el cĆrculo es buscar puntos donde los objetivos posibles āen particular en el nivel domĆ©sticoā tengan la capacidad de convertirse en resultados transformadores. Quiere mĆ”s inversiĆ³n en investigaciĆ³n y desarrollo, mĆ”s puesta en comĆŗn de conocimiento, mĆ”s Ć©nfasis en la construcciĆ³n de confianza en vez de en obligaciones legales, que se deje de hablar de teorĆa de juegos y se subraye mucho mĆ”s lo que se ha logrado en vez de lo que no se ha conseguido. Quiere que parezca factible. El peligro es que hace que parezca demasiado fĆ”cil y demasiado idealista al mismo tiempo.
AhĆ es donde entra Dieter Helm, un persistente crĆtico de todo el enfoque de Stern. Desde el punto de vista de Helm, lo que Stern ofrece es al mismo tiempo demasiado exigente y no lo bastante exigente ni de lejos. Pide demasiado cuando asume que todos estamos motivados, en la profundidad de nuestro ser, por una idea de justicia. Si eso fuera cierto, la acciĆ³n beneficiosa de frenar el cambio climĆ”tico como forma de remediar injusticias bien asentadas harĆa que nos resultase mĆ”s fĆ”cil aceptarlo. Pero si no nos preocupa la justicia, ese enfoque no va a funcionar. Simplemente alejarĆ” a algunas personas, al tratarlas como si tuvieran mĆ”s altas miras de las que realmente tienen. Stern lo pone demasiado fĆ”cil cuando sugiere que esos remedios se pueden alcanzar sin hacer sacrificios importantes. Hablar de sinergias supone que ajustes a nuestra organizaciĆ³n actual podrĆan impulsar el tipo de cambio que necesitamos. Helm no lo cree. Si nos planteamos con seriedad un futuro de bajo carbono, nos engaƱamos al pensar que no harĆ” daƱo. Hemos invertido demasiado en infraestructuras de combustibles fĆ³siles, dependemos demasiado de la energĆa barata y estamos demasiado lejos de soluciones tecnolĆ³gicas sostenibles para que la transiciĆ³n sea otra cosa que un enorme dolor. Todo lo demĆ”s es pensamiento mĆ”gico.
El foco de esta disputa es la tasa de interĆ©s que Stern cree que debemos aplicar a los costos actuales de reducir las emisiones de carbĆ³n. Si crees que el dinero que se gasta en el presente vale mĆ”s que el dinero que se gastarĆ” en el futuro (porque la gente que vive ahora vale mĆ”s que la gente del futuro, o porque la gente que viva en el futuro serĆ” mĆ”s rica que la gente que vive ahora), aplicas una tasa elevada. Eso hace que el cambio climĆ”tico sea un problema muy costoso que se pospone con facilidad. Pero si piensas que las generaciones futuras cuentan tanto como las actuales y que es mejor no hacer suposiciones exageradas sobre el crecimiento econĆ³mico a largo plazo (en especial si es probable que los efectos del cambio climĆ”tico tengan un impacto negativo en el pib mundial), actuar tiene sentido, porque es relativamente barato. Esa sigue siendo la posiciĆ³n de Stern. Aunque ha cambiado de idea sobre el valor de los acuerdos internacionales legalmente vinculantes, no ha cambiado de opiniĆ³n sobre la tasa de interĆ©s: todavĆa cree que frenar el cambio climĆ”tico deberĆa ser relativamente barato. Describe los costos que implica como āinversionesā y los coloca en aproximadamente un 2% del actual pib. Con bajas tasas de interĆ©s, eso representa una mella muy pequeƱa en la riqueza futura (como dice Stern, āpara poner esta inversiĆ³n adicional en perspectiva, un 2% del pib al aƱo en inversiĆ³n extra, si la tasa de crecimiento agregado media fuera del 2%, significarĆa esencialmente alcanzar un nivel de consumo concreto en 2051 en vez de 2050ā). Para Helm, es una proyecciĆ³n falsa. Hace suposiciones exageradas sobre el valor que los consumidores actuales dan al beneficio de los consumidores futuros, como si la mermelada de maƱana valiera mucho mĆ”s que la de hoy. Al mismo tiempo, descuida lo importantes que son para nuestro consumo los combustibles fĆ³siles baratos. QuitĆ”rselos a los consumidores no es algo que pueda deslizarse sin que nadie note la diferencia. Si no duele, no sirve.
Helm se toma el cambio climĆ”tico tan en serio como Stern y comparte su visiĆ³n de que si no actuamos con urgencia tendremos un problema muy grave. TambiĆ©n estĆ” de acuerdo con Stern en que āel fundamentalismo medioambientalā es un callejĆ³n sin salida: no hay futuro viable en una economĆa de cero crecimiento, porque sin crecimiento todo se estanca (los dos son economistas, despuĆ©s de todo). Sin embargo, Helm piensa que nos engaƱamos si creemos que hay una soluciĆ³n ājustaā para el cambio climĆ”tico que permita que todo el mundo se sienta mejor. Quiere ārealismoā, no propaganda. Los enfoques tangenciales, que esquivan las duras verdades, no alcanzarĆ”n sus objetivos. Por ejemplo, Helm ha seƱalado que, aunque quienes diseƱan las polĆticas han dado mucha importancia a la reducciĆ³n de emisiones de diĆ³xido de carbono āyendo hacia las renovables, imponiendo objetivos, aislando nuestras casasā, el consumo permanece relativamente intacto. En Reino Unido, las emisiones cayeron un 15% entre 1990 y 2005, pero el consumo subiĆ³ un 19% en el mismo periodo: lo que ganĆ”bamos con la energĆa eĆ³lica y otros planes era sobrepasado por nuestro incansable apetito de bienes baratos, especialmente de China, donde la producciĆ³n en masa sigue dependiendo en gran medida de los combustibles fĆ³siles. Para Helm, la Ćŗnica soluciĆ³n es poner las emisiones a un precio que cambie el comportamiento de los consumidores. Esto invierte las dos suposiciones bĆ”sicas de Stern. Da por hecho que lo que de verdad importa a los consumidores es el dinero de sus bolsillos, por lo que es mejor dejarse de discursos baratos sobre la justicia para las futuras generaciones. Y presupone que el dinero es escaso, asĆ que ningĆŗn cambio es posible sin un gran palo por detrĆ”s de cualquier zanahoria colgante. Helm compara el paso de una economĆa de bajo carbono al tipo de transformaciĆ³n que se requiere para realizar una transiciĆ³n desde una economĆa de paz a una economĆa de guerra en la escala de la Segunda Guerra Mundial. Crear la capacidad para nuevas formas de producciĆ³n se lograba reduciendo el consumo. Eso significa racionar. Sin embargo, como reconoce Helm, las analogĆas con la guerra no hacen justicia a la escala del desafĆo que afrontamos para realizar esa transiciĆ³n en tiempos de paz.
En The carbon crunch. How weāre getting climate change wrongāand how to fix it (Yale, 2012), Helm construyĆ³ su argumento contra Stern. Su siguiente libro, Natural capital. Valuing the planet, sostiene que tambiĆ©n tenemos que empezar a pensar en cĆ³mo poner un precio a la sostenibilidad ecolĆ³gica a largo plazo en nuestros actuales cĆ”lculos econĆ³micos. En particular, tenemos que centrarnos en el daƱo que estamos haciendo a fuentes renovables de capital natural, que no se pueden sustituir. Las mediciones del pib no lo tienen en cuenta: la economĆa de un paĆs podrĆa crecer tranquilamente mientras destruye la biodiversidad y la infraestructura ecolĆ³gica de la que depende cualquier futuro sostenible. Helm quiere que el capital natural se aƱada al balance. Bajo su plan cualquier polĆtica econĆ³mica deberĆa examinarse para evaluar si aƱade o resta a las existencias del capital natural. Un crecimiento econĆ³mico a largo plazo no serĆ” posible a menos que evitemos derrochar recursos renovables en nuestra bĆŗsqueda de una riqueza basada en los no renovables. Los recursos no renovables como los combustibles fĆ³siles tienden a ser sustituibles: de hecho, es mejor que lo sean, porque algo tendrĆ” que sustituirlos cuando por fin se agoten. Pero serĆa un riesgo enorme asumir que los recursos renovables naturales tambiĆ©n se pueden sustituir, que podemos emplear una especie o un paisaje hasta agotarlos, o todo un ecosistema, con la esperanza de que algo venga a sustituirlos. Si malgastamos los bienes que se renuevan de manera natural estamos despilfarrando nuestras mejores apuestas para el futuro. Helm piensa que no podemos permitirnos pedir prestado contra el consumo actual para impulsar el crecimiento econĆ³mico si eso significa agotar las cosas que no se pueden sustituir. Una economĆa sostenible serĆa la que alcanzara un superĆ”vit de capital natural.
En algunos aspectos, esto representa un desafĆo a la ortodoxia econĆ³mica. Como dice Helm, requiere apartarse de los costos marginales para observar elecciones sistĆ©micas. TambiĆ©n supone un reto para las suposiciones keynesianas de muchos ecologistas, que creen que el mejor camino para la sostenibilidad es que los gobiernos gasten mĆ”s dinero a corto plazo, aunque eso suponga grandes deudas. Para Helm, se corre el riesgo de que se produzcan daƱos a largo plazo, porque tener un dĆ©ficit acaba afectando al capital natural, para el que no hay sustituto. āLos ecologistas ādiceā deben entender lo grande que es la distancia entre la gestiĆ³n macroeconĆ³mica keynesiana y los objetivos a los que aspiran.ā Al mismo tiempo, su enfoque es muy convencional en la austeridad de sus exigencias. Conecta con Hayek cuando defiende que al final todas las deudas se tienen que pagar y que es una ilusiĆ³n imaginar que hay un atajo para la sostenibilidad a largo plazo. āEs la economĆa, el ahorro, el mantenimiento de los activos y la inversiĆ³n los que aportan las bases de un camino de desarrollo sostenible, no los dĆ©ficits, imprimir dinero o un endeudamiento siempre creciente.ā Al perseguir este objetivo, Helm confĆa en los dos ejes de la economĆa hayekiana: los mercados desinteresados y los reguladores desapasionados. Si podemos tener el gasto pĆŗblico bajo control y lograr que los costos del consumo de carbono aumenten con un impuesto a las emisiones, las fuerzas del mercado se deberĆan encargar del resto: los consumidores ajustarĆ”n su comportamiento si tienen los incentivos apropiados, y por tanto impulsarĆ”n nuevas formas de producciĆ³n. Pero para que eso ocurra necesitamos vigilantes independientes que entiendan bien el marco de trabajo. En The carbon crunch, Helm escribiĆ³:
El problema de los impuestos es que los gobiernos no suelen durar mucho y este es un problema de largo alcance. La forma de cuadrar el cĆrculo es diseƱar un conjunto de instituciones que integren la tasa y las expectativas de sus niveles futuros. El objetivo de 450 ppm podrĆa convertirse en un requisito legal. Los comitĆ©s de carbono pueden actuar como bancos centrales, fijando la tasa de emisiones como los banqueros hacen con la tasa de interĆ©s. Puede haber acuerdos entre varios partidos.
Del mismo modo, cuando se trata de explicar el capital natural, se necesitan organismos pĆŗblicos dispuestos a hacer que los gobiernos respeten estĆ”ndares de sostenibilidad. Helm no piensa que incluir el capital natural en el balance nacional vaya a resolver el problema del cambio climĆ”tico. Su mĆ©rito es que supone una diferencia real en una escala mĆ”s local. Lo que llama āla regla del capital natural agregadoā (que seƱala que āel nivel agregado del capital natural no deberĆa declinarā) āquizĆ” no represente una gran diferencia cuando estamos ante un problema genuinamente global como las emisiones de diĆ³xido de carbono, pero sĆ con la biodiversidad, y lo hace con respecto a la herencia de la prĆ³xima generaciĆ³n a nivel local y nacionalā. La idea es impedir que gobiernos derrochadores dilapiden la fortuna familiar. Eso significa que hay que dar poder a los contadores.
Este enfoque tambiĆ©n presenta grandes riesgos. Da un valor muy elevado a la pericia tĆ©cnica y otro muy bajo a la participaciĆ³n democrĆ”tica. La experiencia global de la pasada dĆ©cada sugiere que confiar en una combinaciĆ³n de mercados y reguladores es extremadamente peligroso. Se supone que deben corregirse, pero hay muchas posibilidades de que alimenten sus respectivas ilusiones. La economĆa polĆtica hayekiana tiende a evadir la cuestiĆ³n de lo que debe hacerse con la participaciĆ³n democrĆ”tica: Āæhay que marginar a los electorados nacionales porque no se puede confiar en que hagan bien sus sumas, o simplemente hay que mantenerlos a distancia hasta que sea seguro liberarlos de nuevo? Hayek sostenĆa que solo intentaba preservar la democracia: es decir, preservarla de sus propios y peores instintos. Pero al hacerlo la trataba como una de esas preciosas energĆas renovables que hay que mantener con superĆ”vit por miedo a que se agoten. Es verdad que la democracia es un bien renovable: de hecho, ahĆ estĆ” su sentido, en su capacidad de reinventarse. En teorĆa, la democracia no deberĆa quedarse sin legitimidad, a diferencia de la autocracia, que puede descubrir de pronto que ese pozo estĆ” seco. En ese sentido, la autocracia es sustituible (como los actuales gobernantes de China podrĆan descubrir pronto), mientras que la democracia no deberĆa serlo. Pero la democracia no es el tipo de renovable que necesita ser administrado y protegido. Solo mantiene su vitalidad a travĆ©s del uso. No es un ecosistema frĆ”gil ni una belleza natural. Tratarla como tal plantea el riesgo de hacerla rĆgida; o, peor, podrĆa llevar a una violenta reacciĆ³n en sentido contrario. El intento de rescatar la democracia de sĆ misma siempre plantea el riesgo de causarle un daƱo permanente. PregĆŗntales a los griegos.
Esta es la interrogante polĆtica mĆ”s difĆcil de las que suscita el cambio climĆ”tico: ante el rechazo de los electorados nacionales a afrontar la escala del desafĆo, Āævamos a encontrar una manera de circunvalar la democracia? Ni Stern ni Helm quieren decirlo en tĆ©rminos tan claros. Sacrificar la democracia por el bien del planeta parece contraproducente, porque la democracia es una de las cosas que necesitamos conservar si queremos tener un futuro sostenible. Pero la democracia parece mĆ”s parte del problema que de la soluciĆ³n. La respuesta de Helm es adoptar una perspectiva a largo plazo: estrechar el espacio de movimiento democrĆ”tico actual para que en Ćŗltimo tĆ©rmino la democracia tenga un espacio en que florecer. Stern asume un punto de vista contrario: si das a quienes diseƱan las polĆticas la libertad que necesitan para experimentar ahora, acabarĆ”n por encontrar maneras para controlarse (y controlar a su pĆŗblico). Esto es en algunos sentidos una revisiĆ³n del debate entre Hayek y Keynes. Hayek insistĆa en la disciplina actual como la Ćŗnica manera de garantizar laxitud mĆ”s adelante; Keynes defendĆa la laxitud ahora como la Ćŗnica manera de alcanzar una disciplina duradera. Pero la confrontaciĆ³n entre Helm y Stern es mĆ”s complicada. Stern, que en apariencia se pone del lado de Keynes, describe su enfoque como āhayekianoā, por el valor que da a los avances imprevistos del conocimiento que generarĆan inesperados progresos, la razĆ³n que Hayek daba siempre para no prejuzgar el futuro. En muchos sentidos los riesgos son mĆ”s elevados ahora que para Hayek y Keynes, cuya disputa giraba en torno a las consecuencias polĆticas del fracaso econĆ³mico y las consecuencias econĆ³micas del fracaso polĆtico. Los peores escenarios del cambio climĆ”tico nos llevan mĆ”s allĆ” de la economĆa y la polĆtica: algunos de los riesgos que surgen con subidas de temperatura de 6Āŗc o mĆ”s estĆ”n mĆ”s allĆ” de cualquier cosa que podamos valorar de manera significativa en tĆ©rminos polĆticos o econĆ³micos. ĀæCuĆ”l deberĆa ser el papel del Estado en condiciones de un colapso de la civilizaciĆ³n? Dios sabe. Pero tambiĆ©n es cierto que algunos de los āen aparienciaā mejores escenarios del cambio climĆ”tico estĆ”n fuera del alcance de nuestras imaginaciones polĆticas. La perspectiva de que hubiera pronto una soluciĆ³n tecnolĆ³gica āalguna manera de encontrar una salida a travĆ©s de la ingenierĆaā sugiere la posibilidad de evitar la polĆtica por completo. Uno de los riesgos que plantea el cambio climĆ”tico es que resulta tentador pensar que no necesitamos la polĆtica en absoluto. Ni siquiera Hayek aceptĆ³ eso nunca.
En Climate shock. The economic consequences of a hotter planet (Princeton, 2015), los economistas Gernot Wagner y Martin Weitzman dan una idea de esos riesgos en su discusiĆ³n de lo que llaman el āproblema del free driverā, el que conduce por la libre. La mayorĆa de nosotros estamos familiarizados con el āproblema del free riderā o polizĆ³n: la idea de que la acciĆ³n colectiva puede ser desestabilizada por gente vaga o poco escrupulosa que se aprovecha del duro trabajo de los demĆ”s. La polĆtica del clima siempre ha parecido especialmente vulnerable a los polizones: si todo el mundo reduce sus emisiones de diĆ³xido de carbono, ĀæquĆ© va a evitar que me siga comportando como hasta ahora sabiendo que alguien mĆ”s se ha encargado de las consecuencias siniestras? Una de las razones por las que Stern quiere desterrar la teorĆa de juegos es detener la obsesiĆ³n sobre la inevitabilidad de que haya polizones (porque, como ocurre con tantas cosas, hablar de ello lo alienta). El āproblema del free driverā mira las cosas desde el otro extremo del telescopio. La teorĆa del polizĆ³n asume que todo el mundo se aparta de una soluciĆ³n colectiva. Pero Āæy si fuera barato para todos intentar una soluciĆ³n unilateral al cambio climĆ”tico? El ritmo del avance tecnolĆ³gico implica que todo tipo de actores canallas podrĆan usar la ingenierĆa geotĆ©cnica para encontrar una soluciĆ³n. Wagner y Weitzman escriben: āSerĆa tan barato aplicar ingenierĆa geotĆ©cnica para modificar la temperatura que una persona, o de manera mĆ”s probable el esfuerzo de investigaciĆ³n concertado de un paĆs, podrĆa hacerlo.ā En un momento, el foco de esta investigaciĆ³n es imitar las erupciones volcĆ”nicas que arrojan azufre a la atmĆ³sfera, lo que ha mostrado tener un significativo efecto refrigerador. El riesgo de los planes de ingenierĆa geotĆ©cnica que juegan con el clima de la tierra es doble: por una parte, que no funcionen y causen mĆ”s daƱo que beneficios (potencialmente mucho mĆ”s daƱo); y por otra, que funcionen y convenzan a la gente de que se trata de un problema del que se deben ocupar los demĆ”s. La raĆz de lo que va mal es en ambos casos la misma: una abdicaciĆ³n de la responsabilidad polĆtica.
Vivimos en una Ć©poca en que la tentaciĆ³n de abandonar la polĆtica estĆ” por todas partes. La tecnologĆa abre la posibilidad de soluciones basadas en mĆ”quinas a problemas intratables, y el cambio climĆ”tico quizĆ” sea el mĆ”s intratable. Al mismo tiempo, la polĆtica, particularmente en el Occidente democrĆ”tico, parece atrapada en un surco, pero corre el riesgo de debilitar la posibilidad de fiscalizaciĆ³n democrĆ”tica de la que depende nuestro futuro a largo plazo. Si tomamos un asiento trasero y confiamos en que el ingenio cientĆfico nos mantendrĆ” seguros, no sabremos quĆ© hacer si nos equivocamos de rumbo. Tanto Stern como Helm, a pesar de abordar el problema desde direcciones diferentes, reconocen que el desafĆo fundamental que plantea el cambio climĆ”tico es sostener la polĆtica frente a Ć©l. Es posible que esto sea increĆblemente difĆcil. Nuestra polĆtica es el obstĆ”culo que bloquea el camino de la acciĆ³n, pero no podemos actuar de manera sostenible sin ella. Cuanto mĆ”s tardemos, mĆ”s difĆcil serĆ”. ~
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TraducciĆ³n del inglĆ©s de Daniel GascĆ³n.
Este artĆculo apareciĆ³ originalmente en The London Review of Books.
www.lrb.co.uk
(1967) es director del departamento de polĆtica de Trinity Hall, la facultad de historia de la Universidad de Cambridge, en donde enseƱa pensamiento polĆtico e historia intelectual.