1.
Parece un cuadro inocente. En una habitación –una sala, quizá–, tres niños juegan a las cartas para llenar las horas de una mañana insignificante, en espera de que sus padres los lleven a casa o de que el tutor los llame a clase. Es casi una postal del ocio y podría pasar desapercibida, como ocurrió. Un amigo del pintor aceptó exhibirla en su tienda con la esperanza de que alguien la comprara. Los clientes le echaron una ojeada a través del vidrio, asintieron ante la bonita escena y siguieron su camino. Una versión más barata, tal vez una acuarela, podría haber servido para alegrar una habitación –una sala, quizá–. Después de todo, no es más que un cuadro costumbrista. Salvo por los niños, que no traen algo entre manos, ni se han escondido un montón de piedras en los bolsillos del pantalón, no se han llevado algo a la boca o a la nariz, no los delata la travesura que anticipan, ni traman una carcajada a costa de los adultos.
Una mano contundente pone una carta sobre la mesa. Con los labios tensos y la mirada atenta, calculan la siguiente tirada. Concentrados, en silencio, la solemnidad con la que juegan más bien hace pensar en las pinturas latinoamericanas que conmemoran las firmas de sus independencias. Los dos títulos del cuadro –La igualdad ante la ley y Las tres razas– y los personajes reunidos: un criollo, una mestiza y una afroperuana, lo confirman: nada tienen de infantil estos niños que se juegan, no una partida de cartas, sino el contrato social de Perú. Francisco Laso, el pintor, escondió un tema político en un cuadro costumbrista.
2.
Francisco Laso tiene una biografía difícil. Su currículum, una lista de títulos oficiales y largos, se parece más a la de un funcionario. Diputado del Congreso Constituyente de 1867, síndico de Lima, líder de los artesanos, miembro de esta y aquella comisión. Amigo de presidentes e hijo de uno de los libertadores de Perú. Después de exhibir La igualdad ante la ley (en 1860), no volvió a pintar. Prefirió publicar sus críticas y comentarios sobre la política y la sociedad en las revistas y periódicos de importancia. ¿Fue un político?, ¿o un pintor de discursos políticos?
3.
Antes se pintaban series de matrimonios entre europeos, indios y negros que pretendían trazar el camino genealógico a la pureza racial. Después, el indígena sería el protagonista de la pintura nacional. Entre la pintura de castas del virreinato y el indigenismo del siglo XX está La igualdad ante la ley de Francisco Laso: la pintura liberal por excelencia.
Un niño criollo, una niña mestiza y una joven afroperuana están sentados en triángulo. No es gratuito, la pintura también está hecha de decisiones. Laso debió haberse habituado con esta figura mientras estudiaba en París –estaba en las monedas, en las copias de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, en los grabados de la Revolución francesa, en los tratados de iconografía (una suerte de diccionarios de símbolos y alegorías) y en los óleos mismos. Una vez en Perú, debió haber pensado en ella. De acuerdo con la geometría plástica y política de los franceses, el triángulo representaba la igualdad entre blancos y negros. Laso lo adaptaría para las sociedades latinoamericanas, de modo que también expresara la igualdad de los indígenas.
Gracias a Natalia Majluf, directora del Museo de Arte de Lima, sabemos que el diputado y pintor votó a favor de que los indígenas pagaran, no un tributo, sino una contribución personal. Para los juristas y los diputados de su tiempo, la distinción era crucial: en un caso, se exigía un pago a un grupo sometido; en el otro, se le cobraba un impuesto a los individuos, por lo que se les reconocía como ciudadanos de la nación.
También sabemos que en La paleta y los colores escribió lo siguiente:
Un pintor todo lo ve a través del arte […] Al ver mezcladas tantas fisonomías diferentes y, sobre todo, al fijarnos en la variedad inconmensurable de los colores que resultan de la mezcla de europeos, indios y africanos, no hemos podido menos que comparar a esa reunión de peruanos con una paleta ricamente adornada con abundantes colores y variadísimos tonos […]
Los estadistas peruanos opinan de un modo fatal que el país no puede constituirse [debido a] la diversidad de razas […] En nombre del arte, opinamos y decimos que no es un mal tan grande como se supone.
Hablando artísticamente, diremos que bien se puede pintar con un solo color, pero se pinta mejor con cuatro, y en nada perjudica el que haya treinta colores en la misma paleta.
Según el arte, no hay color que sea superior al otro. El blanco, el amarillo, el rojo y el negro son igualmente útiles […] Y en el gran taller de la tierra, en el cual Dios ha colocado razas de diversas índoles y colores, ¿por qué estos colores no han de ser útiles los unos a los otros, modificándose en sus propiedades para llegar a la perfección en el cuadro de la humanidad.
[…]
Todos los hombres son iguales, la piel no significa nada.
Pero la pintura, dije, está hecha de decisiones. Por lo tanto, tampoco es gratuito que Laso pintara a tres niños, y no a tres adultos. ¿Intuyó que La igualdad ante la ley de Las tres razas es una promesa que se pospone de una generación a otra?
*
Parece un cuadro inocente. En una habitación, tres niños juegan a las cartas. El criollo tira primero. La niña indígena revisa la mano que le tocó, ya tiene en los dedos la carta que va a tirar. La joven afroperuana los mira, espera su turno. Juegan en ese orden. ¿Tiene ventaja quien tira primero, quien pone las reglas del juego? ¿Se habrá percatado Laso de este punto ciego en su pintura liberal?
(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.