Una soledad alegre y ruidosa

Una mirada a la obra de Bohumil Hrabal.Ā 
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Hay quienes sienten debilidad por las extravagancias, personas que saben cosechar rarezas y que siempre tienen en la punta de la lengua el nombre impronunciable de algĆŗn autor extraordinario que no conozco. Algunos de ellos son tan celosos de sus hallazgos que mantienen sus fuentes en secreto.

Confieso que no tengo la virtud de buscar rarezas, me acerco a las cosas por recomendaciĆ³n, curiosidad o casualidad. AsĆ­ fue como di con Bohumil Hrabal (que al menos en la RepĆŗblica Checa poco tiene de extravagante); me lo recomendĆ³ Pablo Ortiz Ɓguila una maƱana en la que viajamos por Calzada de Tlalpan en un pesero con los asientos diseƱados para destruir las rodillas de cualquiera que rebasara el 1,70 de estatura.

Lo que mĆ”s he disfrutado de la escritura de Bohumil Hrabal es su imaginaciĆ³n, porque me parece que es al mismo tiempo generosa y alegre. Y aquĆ­ quiero detenerme un segundo, porque tengo la impresiĆ³n de que actualmente el prestigio literario de la alegrĆ­a estĆ” por los suelos. Quiero aclarar tambiĆ©n, que cuando digo que la escritura de Hrabal es alegre no me refiero a que no toque temas importantes, o que sea superficial. De hecho, algunos de sus personajes son trĆ”gicos. Por ejemplo, Una soledad demasiado ruidosa cuenta la historia de  Hanta, un empleado del gobierno encargado de picar libros. Lo que muchos juzgarĆ­an como un trabajo monĆ³tono –consistente en echar a andar una mĆ”quina– es para el ermitaƱo de Hanta una continua obra de arte; cada una de las tandas de papel que comprime son meticulosamente preparadas: un Don Carlos de Schiller, junto a Ecce Homo de Nietzsche, cada uno abierto en una pĆ”gina en particular y cubiertos ambos por una impresiĆ³n de Gauguin. En una Ć©poca  de gran censura en Checoslovaquia (algunas historias de Hrabal la padecieron), Hanta evita que muchos libros sean comprimidos y los lleva a su casa, que es refugio de ratones y de lecturas perseguidas por el rĆ©gimen. Yo servĆ­ al rey de Inglaterra, cuenta la historia de Ditie, un mesero ambicioso y observador que sirve a los lĆ­deres que han inventado que el trabajo dignifica mientras pasan sus dĆ­as sentados, tomando cafĆ© en el restaurante de un hotel.

Cuando digo que Hrabal, a pesar de su dosis trĆ”gica, me parece alegre, no quiero decir que sea ligero o  divertido (que tambiĆ©n lo es). Lo divertido divierte, desvĆ­a, y lo alegre es vital y colma. En Trenes estrictamente vigilados, uno de los operarios es severamente castigado por sus superiores (alemanes) porque una noche –en horario laboral– entra a la oficina del responsable de la estaciĆ³n y se dedica a poner sellos oficiales en las piernas y en las nalgas de la telegrafista. Sus compaƱeros reprueban su comportamiento, pero no pueden evitar, mientras ven las nubes desde la plataforma, imaginar las risas y los sellos sobre la piel de Virginia.

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