a Antonio Castro en nombre de nuestra vieja amistad
Lope de Vega creó un teatro nacional de España y lo llevó a la cumbre. No asombra tanto su legendaria fertilidad, el número pasmoso de sus creaciones, como la calidad que a veces alcanza y la enorme variedad de asuntos que cubre. Lope frecuentó todos los asuntos teatrales: comedias de capa y espada, las que quieran, autos sacramentales, dramas históricos, de santos, de arquetipos legendarios, como Macías, el patético enamorado, y mucho más. Nada faltó. Esto en teatro. Además están la poesía lírica, novelas, la magistral Dorotea, que es “acción en prosa”. En su singular trabajo El peregrino en su patria, Lope declara (no sé si sonriendo, no sé si orgulloso) que escribió “un número infinito de versos a diferentes propósitos”. Y tómese en cuenta el famoso endecasílabo lopesco:
Oscuro el borrador, el verso claro.
Y es observación de don Marcelino Menéndez y Pelayo, que estudió a fondo sus manuscritos para la edición de la Real Academia de la Lengua de las comedias completas del Fénix, que sobre “las tachaduras y enmiendas, de que ningún borrador de Lope carece, […] son mucho menos frecuentes en las comedias que en los versos líricos”.
El teatro de Lope fue popular hasta un punto subrayado, notable y aun, en cierto sentido, aberrante. Léase si no la famosa declaración de principios que figura en el Arte nuevo de hacer comedias:
Y cuando he de escribir una comedia,
encierro los preceptos con seis llaves;
saco a Terencio y Plauto de mi estudio,
para que voces no me den; que suele
dar gritos la verdad en libros mudos;
y escribo por el arte que inventaron
los que el vulgar aplauso pretendieron;
porque, como las paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto.
¿Es vergonzosa esta práctica? Sí y no. Comercializar el arte. Hacer lo que sea para triunfar en el ánimo del público, y medrar, quién duda que es reprobable desde el arte. Pero, por otra parte, el autor, productor, actor de teatro que no piense en el público, no va a llegar muy lejos. El pecado imperdonable del arte es aburrir.
Lope no está solo en su apreciación, al contrario, es común dentro y fuera del mundillo del espectáculo. El tajante y genial doctor Johnson decreta: “Las leyes del drama las dictan los patrocinadores del drama. Porque nosotros que vivimos para complacer debemos complacer para vivir.”
Parece arte de magia que con premisas como las de Lope se haya podido hacer un arte dramático que hoy nos parece en muchos casos no solo cumplidísimo y refinado, sino muy complejo. Este es, creo, el problema central de la estética de Lope. ¿Cómo resolver la cuestión?
No queda sino recordar, creo, que el vulgo de los Siglos de Oro, habló y escribió el mejor español que hayamos conocido. No era el vulgo de nuestros días, no era público hipnotizado y letárgico. Era público pleno de vivacidad que captaba las alusiones mitológicas y hablaba el lenguaje portentoso de Santa Teresa, Bernal Díaz del Castillo o Luis de León.
Vaciló, dudó, Lope. Lo dudo, pero escúchese esta confesión:
Mas cuando un hombre de sí mismo siente
que sabe alguna cosa, y que podría
comenzar a escribir más cuerdamente,
ya se acaba la edad, y ya se enfría
la sangre, el gusto, y la salud padece
avisos varios que la muerte envía;
de suerte que la edad, cuando florece,
no sabe aquello que escribió pasando;
y, cuando supo más, desaparece.
Y estos versos, donde puede leerse cierta expiación del maestro, pueden aplicarse, desde luego, no solo al teatro, sino a cualquier otro aspecto de la experiencia de la vida de cada uno, es el viejo y exasperante principio: “Incongruencia de la fuerza y la sabiduría”, que todos hemos de ir admitiendo poco a poco. ~
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.