Hace ochenta años, en 1927, en Bélgica o en París, la muerte tomó al artista gráfico belga Martin Van Maele cuando trabajaba en uno de sus grabados para ilustrar una edición de los Diálogos del Aretino que publicaría el editor inglés Charles Carrington, en cuyo promiscuo catálogo frescamente titulado Forbbiden Books, lo mismo se podía encontrar a Apuleyo, a Laclos, a Michelet, a Baudelaire, a Verlaine, a Anatole France, que a autores en un tiempo escandalosos como Sacher-Masoch con su flagelante y famosa Venus de las pieles y a otros novelistas del género sadomasoquista hoy tan olvidados y olvidables que ni siquiera habrían tenido que esconderse (si acaso lo hicieron) tras de seudónimos: Pierre de Jusange, Jean de Villiot, Marguerite Anson, etc.
A Van Maele, de cuya biografía nos priva algún trivial misterio, sólo se le conoce por su obra o parte de ella, pero sobre todo por el álbum de grabados La Grande Danse Macabre des Vifs que en 1970 la Cythera Press de Nueva York reeditó bajo el título de The Satyrical Drawings of Martin Van Maele. El libro es un estampario de los ámbitos sociales del final de siglo europeo y particularmente francés, en el cual, en las casas burguesas, en los salones elegantes, en los suburbios proletarios y en los caseríos provincianos y rurales, el Eros, reprimido y desviado hacia la religión y la hipocresía de las buenas maneras, se revela, y a veces se rebela, haciendo estallar la “vida decente, el cuadro de diferencias de clases, de hábitos matrimoniales, de faldas o delantales bajados hasta el huesito, de escarceos y rituales “románticos”.
En sus precisos y afilados grabados, Van Maele pone a los vivos de todas las condiciones sociales a representar una varia orgía sexual que en ocasiones también es una orgía criminal: en trance de violar a la hija de la sirvienta (con la anuencia de la madre), el honorable anciano muere de congestión y la niña se siente culpable de la desgracia; arrodillado, con la cabeza bajo la falda y entre los muslos de la maestra de piano (que quizá toca un soñador vals), el señorito de la casa practica el cunnilingus y ella ordena como continuando la lección: “¡Presto agitato, señorito Georges!”; en un soleado día de campo los niñitos burgueses muestran el pene a las admirativas primitas y les dicen: “¿A los soldados? No, vamos a jugar a los sátiros; en la lujosa mansión la gran dama se deja lamer íntimamente por el perro mientras la sirvienta masturba al sirviente para obtener el esperma que habrá de fecundar a la gran dama (y el grabado se titula Fecundación artificial); mientras el profesor privado hace el 69 con la señorita de la casa, ella pregunta “¿Y si entra mamá?” y él responde: “Te dirá que es grosero hablar con la boca llena”; una alucinación, la de un gran crucifijo sin crucificado, pero de la que surge un enorme y erecto falo, atormenta a la monja o novicia desnuda que se retuerce de deseo en la celda conventual; el marido engañado se ha ahorcado de su propia larguísima verga y así lo descubre la infiel que entra al desván acompañada del amante, cuyo pene tiene agarrado; en un terreno baldío a la orilla de las humeantes fábricas los mozalbetes recogedores de hulla violan a la niñita que llevaba al padre la comida de entrehoras laborales; tras la cortina de un salón la niña de la casa es manoseada por el criado cuando los dos contemplan cómo la esposa de éste es poseída por el señor, y la niña dice: “¡Déjame tranquila, sucio cornudo!”; y el hombre de los caminos, el ogro vagabundo que aterra a las familias, se abotona la bragueta tras violar y acuchillar a una moza campesina….
Además de grabados de ambiente realista, incluso naturalista, realizados con una exquisita finura de trazo, Van Maele también tiene en su Danza
grabados de tipo alegórico que yo, compartiendo la opinión de Borges de que la alegoría es un error estético, no creo que sean los mejores. Sin embargo, resulta muy significativo que un grabado alegórico nos muestre a un guerrero medieval de rostro adusto que, tocado con un gran casco en que se abren unas tijeras (el personaje es evidentemente una representación de la Censura), pone triunfalmente el pie en el monstruo faliforme que acaba de degollar, mientras al fondo se agita un conjunto de mujeres desesperadas y llorosas porque ha muerto la deseada bestia. Asumiendo irónicamente sus derechos de artista, Van Maele reivindica al Eros individual y está contra el Tánatos social, y esto es lo que dice su estampario de la Gran Danza Macabra de los Vivos, pero en contrapartida a esa imagen de la Censura, otro grabado celebra la eclosión del Eros gozoso: al guerrero (otro guerrero, claro) que retorna de la Cruzada donde ha sufrido la castidad forzosa, su dama lo recibe alzándose caritativamente la falda y mostrando el coño, y entonces el falo súbitamente alzado del caballero, cuyo glande ostenta una diminuta corona, hace estallar la férrea armadura guerrera. (Esa imagen es silenciosa como toda mera imagen, pero la imaginación oye las notas de una trompeta celebratoria).
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.