En el mejor momento del libro Viajes fantásticos de Elías Miguel Muñoz, Hernán Cortés está a punto de morir acuchillado a manos de Daniel Flores, un joven estudiante de agronomía que viajó al pasado con la misión de cambiar la historia de la civilización azteca. Por desgracia, además de joven estudiante de agronomía, Daniel es una buena persona y se arrepiente en el último momento. Moctezuma, molesto por la insubordinación, ordena que lo sacrifiquen en honor a los dioses. Justo en ese momento Daniel despierta en casa de sus padres, en Amecameca, donde ha estado durmiendo plácidamente el sueño de los justos.
Por si el lector no sabe dónde está Amecameca, el libro nos ofrece un mapa muy útil:
También hay, entre muchas otras, una bonita foto del Paseo de la Reforma:
Aprender una lengua, dice el lugar común, es aprender también sobre la cultura del idioma extranjero. Las imágenes, entonces, forman parte de un proyecto de inmersión cultural que en la mayoría de los casos van acompañadas de profusas notas a pie en donde se explican giros de la lengua, frases hechas, ubicaciones. Viajes fantásticos es uno de muchos libros de ficción que se usan en las universidades de Estados Unidos para enseñar español. Mejor, es uno de muchos productos fabricados para consumo pedagógico, que van desde libros de texto hasta telenovelas.
Los dos relatos del libro – “Mi querida cuñada” y “El último sol”– utilizan de manera burda el tópico del sueño para crear una situación “fantástica” con el fin de atrapar al lector. El elemento cultural –un viaje por Puerto Rico y la mitología azteca– tiene mucho de guía de turistas y en ambos casos las preocupaciones de los protagonistas tienden hacia lo conservador: el matrimonio, la familia, el trabajo. Esto genera, al contrario de la intención original, un distanciamiento inmediato de los lectores que, para empezar, tienen que leer el libro de manera obligatoria y, para terminar, no pueden evitar sentir que alguien los trata como si fueran víctimas de un retraso mental congénito.
La narración está repleta de detalles cuyo único objetivo es tener material para hacer preguntas en clase o introducir elementos culturales. Si se trata de comprensión de lectura, hay que preguntarle a los estudiantes cómo se llaman los padres del protagonista. Si no saben, vamos a la página 43, donde el narrador los nombra de manera impostada:
“Luvina, mi madre, dio gritos de alegría cuando me vio parado en la puerta […] Mi padre, Juan, también me abrazó” A ver, muchachos, ¿cómo se llaman los padres del protagonista?
Si queremos hablar de historia o de pintura, nada mejor que la página 34, en la que el protagonista tiene la fortuna de trabajar en un hotel como botones:
"Mi trabajo en el hotel era monótono, más que nada cargaba maletas. Pero de vez en cuando conocía a personas interesantes. Además, siempre podía disfrutar del mural de Diego Rivera que había en el hotel, el cual mostraba pasajes de la historia mexicana…"
Otro buen ejemplo de este menosprecio al estudiante cautivo es la telenovela Sol y viento, en la que el conflicto gira alrededor de una familia chilena que se niega a vender un viñedo a una transnacional estadounidense. El grado de fabricación cultural de esta producción es tan alto, que incluso cuando los personajes angloparlantes hablan inglés, es imposible pasar por alto su tono extraño, modificado. Lo mismo sucede con las reacciones exageradas de todos los personajes, el folclor y el exotismo que rodean a todo lo que tiene que ver con civilizaciones antiguas y al conservadurismo extremo de lo políticamente correcto. Son ficciones con acento: todo parece estar en su lugar, pero hay algo que suena raro.
Estos vicios ya han sido parodiados en videos como el de “La policía mexicana”, un acto de Saturday Night Live en el que un supuesto terrorista es interrogado en español con ayuda de imágenes como la de una biblioteca o un aeropuerto. También en esta parodia de telenovela mexicana, titulada "¿Qué hora es?"
Mucho más triste es encontrar en internet cientos de reproducciones estudiantiles de estos videos, ordenadas por profesores de español que evidentemente no ven más allá del chiste de estas parodias y que, por ello, no entienden que la repetición neutraliza su significado. Si la meta consiste en enseñar lengua en contexto, la alternativa es utilizar textos de escritores hispanohablantes (“El dinosaurio” de Monterroso, por ejemplo, es un clásico para explicar diferencias entre el pretérito y el imperfecto), cortometrajes producidos en países de habla hispana o cualquier otro tipo de material que le demuestre a los estudiantes que hay algo más que Frida Kahlo y la tomatina en las culturas de habla hispana.
El problema, sin embargo, es de selección, porque para superar estos vicios los instructores tendrían que superar sus propios estereotipos culturales y la única manera de hacerlo es investigando, estudiando, pensando. Pasa que, como todos sabemos, para enseñar español no hay necesidad de pensar: ¿no es por eso nuestra lengua materna?
(Continuará)
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.