¿Y los que no son caníbales?

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No me entusiasma la historia del escritor caníbal. Me parece otra nota policiaca más, tan grotesca como todas. Tampoco me alegra particularmente que el tipo haya aparecido, este martes, colgado de un cinturón en el Reclusorio Sur. Que un asesino perezca de forma horrible no hace sino refregarnos, por segunda vez, la muerte en las narices. Y justo lo que nos incordia es eso, que nos recuerden violentamente que moriremos un día, de ese modo o de otro cualquiera, y que morirán también todos los otros, amigos, enemigos, amadas, odiadas, indistintas.

Me asombra, eso sí, encontrar la nota de la muerte del caníbal como apertura de varios de los principales portales de noticias de Internet y verla campear a sus anchas en la radio y la televisión. ¿Por qué interesa este demente particular? ¿Por engullirse parcialmente a una pobre mujer seducida, a la que antes humilló, amenazó y maltrató todo lo que pudo? Millones de mujeres han padecido destinos equiparables ante la indiferencia general.

Resulta curioso, además, que se haga tanto ruido con la condición de escritor del caníbal (precaria, como la de todo el mundo en México: sólo un puñado de profesionales, generalmente ya con unos añitos sobre el lomo, pueden afirmar “soy escritor” y quedarse tan tranquilos luego, sabiendo que no mintieron y en realidad son profesores, oficinistas, repartidores de agua purificada…). Si los becarios de Conaculta tuvieran la mitad de difusión que alcanzó este pobre diablo, sus libros no se quedarían embodegados, custodiados hasta el fin por funcionarios perezosos que ni promueven su venta ni los regalan.

Con excepción de lo que les dé por declarar a los dragones políticos de las letras y lo que les suceda a unos poquitos best-sellers, a los medios nacionales no les interesa la literatura. Salvo, claro, que algún idiota sanguinario decida comerse a la novia. Entonces la maquinaria se apresura a rescatar sus ilegibles borradores y a discutirlos con un afán que no se ha empleado en Paz o Elizondo o Garro…

No es, pues, cuestión de escritura sino de apetitos. Cómanse ustedes a los funcionarios que no distribuyen sus libros. Seguro que alguien les concede entonces un buen encabezado.

– Antonio Ortuño

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