La espera del antílope
(una tarde, una noche)
a cien pasos del río,
mientras bajan leones
a deshacer el agua con las fauces,
a desmontarla en gotas distanciadas,
resume con sedientos lengüetazos
el riesgo de la muerte
y el cansancio vulgar de la sabana.
Sedientos lengüetazos al vacío.
La disyuntiva es una sola
y puede resolverla
incluso el animal analfabeto,
el herbívoro inculto:
de lamer, con peligro,
unos restos de agua
y arder tal vez en el intento
a respetar la cabellera
del felino absorbente
la decisión parece razonable
y es jugársela.
Llega la pausa de los comerciales.
Alguien toma el control del aparato
y se arriesga también, a su manera:
dos cantantes de moda
o la incesante guerra en las noticias
lo requieren, exigen
su atención bailarina o aguerrida
mientras el gato finge saciedad,
se aleja como el sol en el crepúsculo
y el venado en penumbra se reclina
por un poco de agua. ~