Con la revista ya en la imprenta, nos enteramos de la muerte de nuestro amigo y colaborador el filólogo Antonio Alatorre. Sin que esto sirva de justificación ante mis posibles errores, asumo el riesgo de escribir algunas líneas de despedida de mi maestro en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, a reserva de poder presentar en nuestro siguiente número un perfil más reposado y profundo de Alatorre.
Se ha escrito muchas veces que Alatorre fue discípulo de Raimundo Lida y Juan José Arreola. Así, por ejemplo, empieza la presentación de sus méritos en la página oficial de El Colegio Nacional. Y la peste internética lo reproduce hasta el infinito. Lida es el gran académico argentino de origen judeoaustriaco que sentó las bases de todos los estudios modernos de filología. Arreola, el gran orfebre de nuestras letras, era símbolo del genio autodidacta. No pasó de cuarto de primaria. Su formación amplia, variadísima, de múltiples registros, como anotó el propio Alatorre en el perfil que hiciera de su amigo en las páginas de esta revista (en octubre de 1999), fue producto de sus caprichosos y certeros impulsos. Lida devoró bibliotecas con método. Arreola, con tino. Ambos son indispensables en la historia de las letras españolas. El creador libre; el intérprete riguroso. Alatorre, justamente, hace que confluyan estas dos posibles aproximaciones a la cultura de manera armónica: el académico libérrimo, gozoso y divertido que fue.
La tradición es letra muerta si no se renueva en la lectura: ese es el verdadero magisterio de Antonio Alatorre. Traductor del latín, del italiano y del francés (de esta lengua le debemos ni más ni menos que la versión española de Erasmo y España de Marcel Bataillon), antólogo del Siglo de Oro, experto en el preciso arte de los sonetos, profundo conocedor de la obra de Sor Juana y maestro de generaciones y generaciones de alumnos de filología tanto en la unam como en El Colegio de México, la posteridad literaria le tiene reservado al menos un lugar por su libro Los 1,001 años de la lengua española. Desde el título, el desenfado y la ironía. Efectivamente: la historia del español la conforman mil y una historias. Esta obra rigurosa puede leerse como un libro de texto universitario, pero también como una novela de aventuras. La prosa de Alatorre convierte las a veces áridas disquisiciones etimológicas en amenísimos relatos. A diferencia de muchos libros de su tipo, el trasfondo que va alimentando todo el discurso es la literatura, tanto en su registro culto como popular, por lo que es también, secretamente, una breve historia de la literatura escrita en castellano. A diferencia de muchos dogmáticos de la lengua, Alatorre sabe que el idioma vive en sus hablantes y que son ellos sus últimos y únicos gramáticos. No le tiene miedo al cambio, a los neologismos ni a los extranjerismos. Por ello en otros ensayos se ha permitido comparar la historia de los arabismos de nuestro idioma, producto no solo de una conquista militar sino sobre todo de una fascinación cultural, con lo que sucede en nuestros días con los anglicismos, que más concretamente habría que llamar americanismos, ya que en su inmensa mayoría nos vienen por la fascinación que en todos terrenos ejerce Estados Unidos de América. Y la conclusión se impone por sí misma: si el español sobrevivió a los ocho siglos de conquista musulmana de la Península Ibérica, cómo no va a hacerlo al escaso siglo y medio de fascinación por la cultura americana. Otra de las batallas de Alatorre fue contra la majadería de la lengua de madera de los políticos y sus discursos vacíos de significado, lo que él bautizó como la lengua del politiqués.
Con una vida de novela, de hecho uno de sus discípulos escribió una novela basada en ella (Mitad de la vida, de Jaime del Palacio). Músico y pianista de formación, con su hermano Enrique grabó madrigales del siglo xvi. Participó también en Poesía en voz alta, el intento de Octavio Paz por llevar la poesía al teatro, y fue un ateo militante empeñado en desacralizar los trabajos y los días de los hombres. Su vida se resume así: de los Altos de Jalisco al monte Parnaso. ~
(ciudad de México, 1969) ensayista.