Ausencia de la poesía

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Para decirlo llanamente, no tengo respuesta a sus preguntas. O execrables respuestas a una mala pregunta. Una pregunta incongruente, inadecuada para la naturaleza y el sentido de la poesía; de la poesía que no existe, no se ausenta, no surge sino para rechazar la respuesta. Y para aproximarse a la pregunta. A la otra pregunta. La pregunta del ser en el mundo, y del otro en la lengua.

Y me extraña su extrañeza, su encuesta. Ausente, la poesía siempre lo ha estado. La ausencia es su lugar, su estancia, su terreno. Platón la expulsó de su República. Y jamás volvió. Nunca tuvo derecho de ciudad. Ella está afuera. Amotinada, siempre incómoda, hundida en un sueño activo, una inacción belicosa, que es su verdadero trabajo en la lengua y el mundo, hacia y contra todos, un trabajo de trasgresión y de fundación de la lengua.

Ella está afuera, es la “ausente de todo ramo”.1 Insaciable, en el frente y en la retaguardia, en estado germinal, en el tizoneo de los hogares y de los confines, no responde a las preguntas, ella las plantea, las desplaza, las conduce, indefinidamente, más lejos… Ella se hunde en los yacimientos de la tierra, de ahí extrae su fuerza ascensional. Ella sacude, agita las columnas de la lengua. Ella viaja en la electricidad del aire, y se planta lo más cerca posible del corazón, de su latir, de sus frutos perversos…

La poesía, si existe, si acaso ha existido algún día, no tiene necesidad alguna de salir de su laberinto subterráneo, ni de alejarse de su volátil trazado. Ni de manifestarse ni de ser representada. Usted lo sabe, usted que lee, que se ha olvidado de leer, que se apresura a olvidar lo que no ha leído –así está hecha, tan apartada que escapa al panorama literario, al sistema editorial, a la inquisición de los medios, como a la curiosidad protectora de las mentes sutiles que se preocupan de su “ausencia”.

Habla usted del auge, en el tiempo de la posguerra, de la poesía. Para mi generación, fue una época siniestra. Por un lado, la cabalgata y el desborde de la rosa y la reseda,2 de las cadencias impuestas por la noche y el hombro a hombro de la Resistencia. Mas todo eso, a plena luz del día, se marchitaba, sonaba a hueco, perdía el aliento… Y, del otro lado, el retorno de las últimas flores fatigadas del surrealismo, los rescoldos de un festín pasado, los hachones ya fríos de la fiesta… Fuertes personalidades, venidas de lejos, de la preguerra, perforaban la bruma y encontraban una notoriedad dispareja. Char, retorno del maquis; Artaud, retorno de Rodez. Michaux emergiendo del “Lejano interior”; Ponge embarcado en su “Toma de partido”. Para ellos, que habían largado ya las amarras, un hermoso puñado de lectores. Mas para nosotros, que abríamos apenas los ojos, que empezábamos a escribir, los años cincuenta eran un desierto. Rarísimas eran las revistas, los pequeños editores, que nos acogían. Única, tal vez, la antología de Jean Paris que nos sacó, discretamente, de la oscuridad. Ninguna notoriedad pública, sólo una pantalla vacía, una brumosa travesía en la carraca de Jean Paris que, mal que bien, sobrevivió al mar…

Nosotros carecíamos de lectores. Los poetas, mientras viven, no los tienen. Sólo un malentendido les permite alcanzar el gran público, un éxito. Malentendidos, el populismo, la leyenda y el exilio de Victor Hugo; la mundana oficialidad de Valéry; la provocación y la algazara surrealistas; el compromiso de los poetas de la Resistencia… Pero el trabajo poético, solo, el verdadero trabajo con la lengua, y la pérdida pura, el pillaje que conllevan, no los escucha nadie, o solamente unos cuantos lo perciben.

Nunca hubo, en Francia, hasta este día, tantos poetas escribiendo, publicando, leyendo en público, tantos editores y revistas de poesía, tantos subsidios del Estado para apoyarlos. Es verdad, nadie los lee. Mas qué importa. Ahí están, libros abiertos. Y a pesar de tanta escoria, nunca hubo tantos poetas cuyas presencia, experiencia y práctica hayan sido tan singulares e instauradoras. La poesía francesa de hoy es accidentada, contradictoria, intensamente viva. Agita las aguas con corrientes múltiples. Acoge e incorpora, como fermento que la estimula y la transforma, voces llegadas de otros lugares, de otras lenguas, de otros tiempos. Ella traduce, acumula infinitamente. Y en el espejo de su lectura innumerable, se refleja, se interroga. Suaviza su huella, extiende su horizonte. Abriéndose a los alientos que vienen de fuera, profundiza su descubrimiento y su propio desenlace. Su porosidad, su apertura, se convierten en su identidad…

La poesía, tal como es acogida, o más bien despedida, despistada, perdida de vista, me basta, me llena. Ella no es, se niega a ser un género literario, un producto literario, una mercancía editorial. Ella es, por dicha, deficitaria en el cálculo del marketing. No la pueden aprovechar la computadora de la difusión ni la rastra mediática. Carece de auge en el sentido en que usted lo entiende pues ella renunció al brillo público, desde el primer día, por la irradiación en el cuerpo oscuro, la deflagración invisible y las transmutaciones subterráneas. Ella es escritura viva, destrozada –o no–, escritura activa en el subsuelo de la lengua –o proyección del deseo y de las palabras de cada día en el balbuceo del futuro. Es decir ausente, es decir ausente del mercado –y ese es el verdadero sentido de su pregunta…

La poesía no necesita sino palabras. Puede existir sin las palabras. Puede dejar de lado la mesa, el papel, el trampolín. No necesita ser vendible, ser legible. Ella se contenta con poco, y aún menos. De nada vive. O del aire del tiempo. Del deseo, y de la muerte. Y del vacío que la impulsa… Sin embargo, ella se dirige a alguien. A un lector desconocido. Al desconocido de todo lector. Sin un compañero inconfesable, está incompleta. Ella sólo respira y se relaja tensa por el deseo del otro. El otro siendo lo desconocido, siendo ella la ausencia, siempre…

Ella respira, no por eso deja de estar ausente. Es el pasaje y el suplicio del aliento de la lengua madre… Lo absoluto de la falta, en cada uno, de la plenitud que la marca y del vacío que la fascina, y de la muerte que se entromete –una respiración, otra, al interior de cada quien. Cuyo ritmo y sentido, cuyo número y palabra, el poeta conoce –sin recurrir al alarde ni a las contorsiones. Cuando la escritura poética deja de estar sujeta al poder –al poder teológico, al poder temporal–, en el instante en que toma sus distancias para jugar su juego, sus juegos de amor, de lengua y de muerte, ya no hay asamblea que pueda recibirla y reconocerla. Ya no hay nadie. Ella va, cava su pozo, o boga en la superficie, o se evade en la cima del aire. Ella está ausente, y respira, por el negro latido de una soledad que es confrontación con la lengua, con la muerte de la lengua, con su desperdigado surgir de nuevo… ~

 

Traducción de Iván Salinas

Este texto, bajo el título de “Éclisse”, fue publicado por primera vez en el número 54 de la revista Le Débat (marzo-abril de 1989) en respuesta a una encuesta sobre la ausencia de la poesía.

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1. Última frase de "La crise du vers" de S. Mallarmé

2. "la rosa y la reseda" es el verso final del poema homónimo de Louis Aragon que en los últimos dos años de la Segunda Guerra Mundial se transformó en un himno para la Resistencia.

 

 

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