El proceso de reconocimiento y difusión de la obra poética de Blanca Varela ha sido muy lento: aunque esa obra comenzó a fines de los años cincuenta, puede decirse que sólo en la pasada década una serie de ediciones, reediciones, premios y homenajes la han reconocido como una de las voces más originales de Hispanoamérica. La discreta distancia que la autora ha mantenido frente a los círculos intelectuales, así como la actitud reticente con la que publicó sus libros casi como si no quisiese llamar la atención con ellos, ayudan a explicar la posición algo marginal que ocupó por largos años y que felizmente ha sido superada. Cito dos ejemplos del renovado interés crítico que la poesía de la peruana ha despertado últimamente.
Gustavo Guerrero es un crítico y poeta venezolano nacido en 1957, que desde hace un tiempo vive en París, donde trabaja como consejero editorial para el área española e hispanoamericana en el sello Gallimard, aparte de ser profesor en la Universidad de Amiens. Un reciente libro suyo titulado La religión del vacío y otros ensayos (México, Fondo de Cultura Económica, 2002) demuestra que es un notable cultor del género. El libro es un repertorio crítico muy variado de autores y asuntos, casi todos pertenecientes al campo hispanoamericano contemporáneo: Balza, Sarduy (el título del volumen alude a la obra de éste), Rossi, Cadenas, Monterroso, Montejo, Edwards, Paz y otros. El arte del buen ensayista consiste en encarar con nitidez su tema, descubrir nuevos ángulos en lo ya conocido, producir convicción y dejar una huella significativa de su paso por el texto estudiado, asumiéndolo como algo propio. Guerrero logra todo eso usando además una prosa transparente que hace más lúcidos y compartibles sus argumentos.
Una buena prueba de eso es el texto “Blanca Varela: entrar en materia”. Se trata de un breve ensayo (apenas cinco páginas) sobre la edición parisina de Ejercicios materiales (1978-1993), pero que ofrece una síntesis cabal y perspicaz de los elementos fundamentales de toda la obra de Varela. Comienza señalando sus conexiones estéticas con la vanguardia, especialmente con el lenguaje surrealista y “su revuelta contra la inautenticidad”; a eso hay que agregar lo que absorbió del existencialismo durante sus años en París. El autor afirma que los temas persistentes en su poesía son “la pérdida, la experiencia de la vacuidad y el exilio”. Varela concibe la vida como algo defectivo, despojado de trascendencia o sentido más allá del existir concreto. No hay nada fuera de los límites de lo corporal y lo material, lo que acerca esta poesía a la de Vallejo y su exaltación de la animalidad de nuestra condición. De allí que sus Ejercicios materiales sean una inversión de los famosos ejercicios espirituales que Ignacio de Loyola proponía como una vía mística. Guerrero establece una sugestiva analogía entre esa visión de lo corporal como nuestra verdadera esencia y la pintura de Francis Bacon, dominada por personajes “carnales, retorcidos y dolientes”. Citando al pensador Claudio Magris, el autor observa que la paradoja de expresar esa negra perspectiva de lo humano con un lenguaje “plenamente realizado” es el indicio o eco de un sentido perdido que tal vez sólo la palabra poética puede recobrar.
Completamente distinto, en método y enfoque críticos, es Espacio pictórico y espacio poético en la obra de Blanca Varela (Madrid, Verbum, 2003), de Modesta Suárez, que según mi información es el primer libro íntegramente dedicado a la poeta. La autora del trabajo nació en 1961 en Francia, de padres españoles, y ha sido investigadora en la Universidad de Burdeos y actualmente enseña en la de Tolosa. Su trabajo tiene los rasgos propios de la buena crítica académica: es erudito, exhaustivo y riguroso; aprovecha las ideas de la nueva teoría crítica (Benvenista, Genette, Steiner y otros) e incorpora un componente informático, con índices de concordancias y frecuencias verbales que configuran un “diccionario” de la obra de Varela. Aunque, como el título indica, el libro se centra en el estudio de los enlaces y correspondencias entre las constantes referencias de su poesía al mundo del arte visual y en cómo eso afecta la composición de sus imágenes, el libro cubre otros aspectos y técnicas que permiten desmontar el complejo mundo interior de la poeta: el “principio de tensión”, la poética del dislocamiento, el uso del fragmento y de la serie, aparte de considerar el ambiente intelectual de Lima en los años cuarenta y la cuestión del “parasurrealismo” en los inicios de Varela. Hay minuciosos análisis de varios textos clave a la luz de las obras plásticas que los inspiran. En este examen se produce una curiosa convergencia con el ensayo de Guerrero, aunque cada uno va por distintas vías críticas: entre los artistas citados (Filippo Lippi, Tàpies, Tanguy y otros), Suárez indaga, a propósito del poema “Crucificción”, sus relaciones con obras de Dalí y Bacon que se titulan Crucifixión, lo que la lleva a discutir las implicaciones del motivo de la carnalidad, la materialidad y la animalidad como emblemas del sufrimiento humano.
Los lectores de Blanca Varela, cada vez más numerosos, hallarán en estos trabajos reflexiones valiosas y esclarecedoras sobre los sutiles repliegues textuales, conceptuales y ontológicos de su poesía. –
(Lima, 1934) es narrador y ensayista. En su labor como hispanista y crítico literario ha revisado la obra de escritores como Ricardo Palma, José Martí y Mario Vargas Llosa, entre otros.