La maรฑana del 16 de noviembre de 1986 estaba limpia, sin una nube, en Villa Elisa, el pueblo donde nacรญ y me criรฉ, en el centro y al este de la provincia de Entre Rรญos.
Era domingo y mi padre hacรญa el asado en el fondo de la casa. Todavรญa no tenรญamos churrasquera, pero se las arreglaba bien con una chapa en el suelo, las brasas encima y encima de las brasas la parrilla. Ni siquiera con lluvia mi padre suspendรญa un asado: otra chapa cubriendo la carne y las brasas era suficiente.
Cerca de la parrilla, acomodada entre las ramas de la morera, un radio portรกtil, de pilas, clavado siempre en LT26 Radio Nuevo Mundo. Pasaban canciones folclรณricas y a cada hora un rotativo de noticias, pocas. Todavรญa no habรญa comenzado la รฉpoca de incendios en el parque nacional El Palmar, a unos cincuenta kilรณmetros, que cada verano ardรญa y hacรญa sonar las sirenas de todas las estaciones de bomberos de la regiรณn. Fuera de algรบn accidente en la ruta, siempre algรบn muchacho saliendo de un baile, los fines de semana pasaba poco y nada. Y la tarde sin fรบtbol pues, por el calor, ya habรญa empezado el campeonato nocturno.
Esa madrugada me habรญa despertado el ventarrรณn que hacรญa temblar el techo de la casa. Me habรญa estirado en la cama y habรญa tocado algo que hizo que me sentara de golpe, con el corazรณn en la boca. El colchรณn estaba hรบmedo y unas formas babosas y tibias se movieron contra mis piernas. Con la cabeza todavรญa abombada, tardรฉ unos segundos en componer la escena: mi gata habรญa parido otra vez a los pies de la cama. A la luz de los relรกmpagos que entraban por la ventana, la vi enrollada, mirรกndome con sus ojos amarillos. Me hice un bollito, abrazรกndome las rodillas, para no volver a tocarlos.
En la cama de al lado, mi hermana dormรญa. Los refucilos azules iluminaban su cara, sus ojos entreabiertos, siempre dormรญa asรญ, como las liebres, el pecho que bajaba y subรญa, ajena a la tormenta y a la lluvia que se habรญa largado con todo. Mirรกndola, yo tambiรฉn me quedรฉ dormida.
Cuando me despertรฉ solamente mi padre estaba levantado. Mi madre y mis hermanos seguรญan durmiendo. La gata y sus crรญas no estaban en la cama. Del nacimiento solo quedaba una mancha amarillenta con bordes oscuros en un extremo de la sรกbana.
Salรญ al patio y le contรฉ a mi padre que la gata habรญa parido pero que ahora no la encontraba ni a ella ni a sus cachorros. Estaba sentado a la sombra de la morera, alejado de la parrilla pero cerca como para vigilar el asado. En el piso tenรญa el vaso de acero inoxidable que siempre usaba, con vino y hielo. El vaso transpiraba.
Los habrรก escondido en el galponcito, dijo.
Mirรฉ en esa direcciรณn, pero no me decidรญ a averiguar. En el galponcito, una perra loca que tenรญamos habรญa enterrado una vez a sus crรญas. A una le habรญa arrancado la cabeza.
La copa de la morera era un cielo verde con los destellos dorados del sol que se colaba entre las hojas. En algunas semanas estarรญa llena de frutos, las moscas se amontonarรญan zumbando, el lugar se llenarรญa de ese olor agrio y dulzรณn de las moras pasadas, nadie tendrรญa ganas de sentarse a su sombra por un tiempo. Pero estaba hermosa esa maรฑana. Solo habรญa que cuidarse de las gatas peludas, verdes y brillantes como guirnaldas navideรฑas, que a veces se desprendรญan de las hojas por su propio peso y, allรญ donde tocaban la piel, quemaban con sus chispazos รกcidos.
Entonces dieron la noticia por la radio. No estaba prestando atenciรณn, sin embargo la oรญ tan claramente.
Esa misma madrugada en San Josรฉ, un pueblo a veinte kilรณmetros, habรญan asesinado a una adolescente, en su cama, mientras dormรญa.
Mi padre y yo seguimos en silencio.
Allรญ parada vi cรณmo se levantaba de la silla y acomodaba las brasas con un fierro, las emparejaba, golpeaba rompiendo las mรกs grandes, la cara se le cubrรญa de gotitas por el calor del fuego, la carne reciรฉn puesta chillaba suavemente. Pasรณ un vecino y pegรณ un grito. รl girรณ la cabeza, todavรญa inclinado sobre la parrilla, y levantรณ la mano libre. Ai voy, gritรณ. Y empezรณ a desarmar con el mismo fierro la cama de brasas, las corriรณ hacia un extremo de la chapa, mรกs cerca de donde ardรญan los troncos de รฑandubay, dejรณ apenas unas pocas, calculando que alcanzaran para mantener la parrilla caliente hasta que รฉl regresara. Ai voy era pegarse una disparada hasta el bar de la esquina a tomarse unas copas. Se calzรณ las ojotas que andaban perdidas en el pasto y mientras se fue poniendo la camisa que descolgรณ de una rama de la morera.
Si ves que se apaga, arrimale unas brasas mรกs que ya vengo, me dijo y saliรณ a la calle chancleteando rapidito, como esos chicos que ven pasar al heladero.
Me sentรฉ en su silla y agarrรฉ el vaso que habรญa dejado. El metal estaba helado. Un pedazo de hielo flotaba en la borra del vino. Lo pesquรฉ con dos dedos y empecรฉ a chuparlo. Al principio tenรญa un lejano gusto a alcohol, pero enseguida solo agua.
Cuando apenas quedaba un pedacito, lo hice crujir entre mis muelas. Apoyรฉ la palma sobre el muslo que asomaba en el borde del short. Me sobresaltรณ sentirla helada. Como la mano de un muerto, pensรฉ. Aunque nunca habรญa tocado a uno.
Yo tenรญa trece aรฑos y esa maรฑana la noticia de la chica muerta me llegรณ como una revelaciรณn. Mi casa, la casa de cualquier adolescente, no era el lugar mรกs seguro del mundo. Adentro de tu casa podรญan matarte. El horror podรญa vivir bajo el mismo techo que vos.
En los dรญas siguientes supe mรกs detalles. La chica se llamaba Andrea Danne, tenรญa diecinueve aรฑos, era rubia, linda, de ojos claros, estaba de novia y estudiaba el profesorado de psicologรญa. La asesinaron de una puรฑalada en el corazรณn.
Durante mรกs de veinte aรฑos Andrea estuvo cerca. Volvรญa cada tanto con la noticia de otra mujer muerta. Los nombres que, en cuentagotas, llegaban a la primera plana de los diarios de circulaciรณn nacional se iban sumando: Marรญa Soledad Morales, Gladys Mc Donald, Elena Arreche, Adriana y Cecilia Barreda, Liliana Tallarico, Ana Fuschini, Sandra Reitier, Carolina Alรณ, Natalia Melmann, Fabiana Gandiaga, Marรญa Marta Garcรญa Belsunce, Marela Martรญnez, Paulina Lebbos, Nora Dalmasso, Rosana Galliano. Cada una de ellas me hacรญa pensar en Andrea y su asesinato impune.
Un verano, pasando unos dรญas en el Chaco, al noreste del paรญs, me topรฉ con un recuadro en un diario local. El tรญtulo decรญa: A veinticinco aรฑos del crimen de Marรญa Luisa Quevedo. Una chica de quince aรฑos asesinada el 8 de diciembre de 1983, en la ciudad de Presidencia Roque Sรกenz Peรฑa. Marรญa Luisa habรญa estado desaparecida por unos dรญas y, finalmente, su cuerpo violado y estrangulado habรญa aparecido en un baldรญo, a las afueras de la ciudad. Nadie fue procesado por este asesinato.
Al poco tiempo tambiรฉn tuve noticia de Sarita Mundรญn, una muchacha de veinte aรฑos, desaparecida el 12 de marzo de 1988, cuyos restos aparecieron el 29 de diciembre de ese aรฑo, a orillas del rรญo Ctalamochita, en la ciudad de Villa Nueva, en la provincia de Cรณrdoba. Otro caso sin resolver.
Tres adolescentes de provincia asesinadas en los aรฑos ochenta, tres muertes impunes ocurridas cuando todavรญa, en Argentina, desconocรญamos el tรฉrmino femicidio. Aquella maรฑana yo tambiรฉn desconocรญa el nombre de Marรญa Luisa, que habรญa sido asesinada dos aรฑos antes, y el nombre de Sarita Mundรญn, que aรบn estaba viva, ajena a lo que le ocurrirรญa dos aรฑos despuรฉs.
No sabรญa que a una mujer podรญan matarla por el solo hecho de ser mujer, pero habรญa escuchado historias que, con el tiempo, fui hilvanando. Anรฉcdotas que no habรญan terminado en la muerte de la mujer, pero que sรญ habรญan hecho de ella objeto de la misoginia, del abuso, del desprecio.
Las habรญa oรญdo de boca de mi madre. Una sobre todo me habรญa quedado grabada. Pasรณ cuando mi mamรก era muy jovencita. No recordaba el nombre de la chica porque no la conocรญa. Sรญ que era una muchacha que vivรญa en La Clarita, una colonia cerca de Villa Elisa. Estaba a punto de casarse y una modista de mi pueblo le estaba haciendo el vestido de novia. Habรญa venido a tomarse las medidas y a hacerse un par de pruebas siempre acompaรฑada por su madre, en el auto de la familia. A la รบltima prueba vino sola, nadie podรญa traerla asรญ que tomรณ un colectivo. No estaba acostumbrada a andar sola, se confundiรณ de direcciรณn y cuando se quiso acordar estaba yendo por el camino que va al cementerio. Un camino que a ciertas horas se tornaba solitario. Cuando vio venir un coche, pensรณ que lo mejor era preguntar antes de seguir dando vueltas, perdida. Adentro del vehรญculo iban cuatro hombres y se la llevaron. Estuvo secuestrada varios dรญas, desnuda, atada y amordazada en un lugar que parecรญa abandonado. Apenas le daban de comer y de beber para mantenerla viva. La violaban cada vez que tenรญan ganas. La muchacha solo esperaba morirse. Todo lo que podรญa ver por una pequeรฑa ventana era cielo y campo. Una noche escuchรณ que los hombres se marchaban en el auto. Juntรณ valor, logrรณ desatarse y escapar por la ventanita. Corriรณ a campo traviesa hasta que encontrรณ una casa habitada. Allรญ la auxiliaron. Nunca pudo reconocer el sitio donde la tuvieron cautiva ni a sus captores. Unos meses despuรฉs se casรณ con su novio.
Otra de las historias habรญa ocurrido hacรญa poco, unos dos o tres aรฑos antes.
Tres muchachos fueron a un baile un sรกbado. Uno estaba enamorado de una chica, hija de una familia tradicional de Villa Elisa. Ella le daba calce y no le daba. รl la buscaba, ella se dejaba encontrar y despuรฉs se escurrรญa. Este jueguito del gato y el ratรณn llevaba varios meses. La noche del baile no fue distinta a otras. Bailaron, tomaron una copa, hablaron pavadas y ella volviรณ a darle el esquinazo. รl buscรณ consuelo en la cantina donde sus dos amigos hacรญa rato que empinaban el codo. De ellos fue la idea. Por quรฉ no la esperaban a la salida del baile y le enseรฑaban cuรกntos pares son tres botas. Al enamorado le volviรณ la sobriedad apenas escucharlos. Estaban locos, quรฉ mierda decรญan, mejor se iba a dormir. Cosas de mamados.
Pero ellos hablaban en serio. A esas calientabraguetas habrรญa que enseรฑarles. Ellos tambiรฉn se fueron antes. Y la esperaron en un baldรญo, al lado de su casa. Sรญ o sรญ, la muchacha debรญa pasar por allรญ.
Ella se fue del baile con una amiga. Vivรญan a una cuadra de distancia una de la otra. La amiga se quedรณ primero; ella siguiรณ, tranquila, el mismo camino que todas las noches de baile, en un pueblo donde nunca pasaba nada. La interceptaron en la oscuridad, la golpearon, le entraron los dos, cada uno a su turno, varias veces. Y cuando hasta las vergas se asquearon, la siguieron violando con una botella. ~
Fragmento de Chicas muertas, de prรณxima apariciรณn en Literatura Random House.
(1973) escritora argentina, autora de varios libros de cuentos y poesรญa. Sus dos primeras novelas. El viento que arrasa (2012) y Ladrileros (2013), fueron un acontecimiento literario.