China: ¿La nueva superpotencia?

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Moisés Naím: Hacia donde va China, va el mundo. Lo que es importante en China es importante aquí. Y “aquí” quiere decir México, pero “aquí” también quiere decir Europa y Estados Unidos. “Aquí” es el sistema financiero mundial; “aquí” es el agujero de ozono; “aquí” son los polos; y “aquí” es toda América del Sur. “Aquí” son las chabolas y los pobres del mundo, y también los consumidores de toda clase de productos que provienen de China. Así, la dirección en que se mueva China tendrá una consecuencia directa sobre las vidas de miles de millones de personas. ¿Hacia dónde va China? Eso aún no lo sabemos. Tenemos algunas pistas, pero el futuro de China está sometido a debate, como lo verán hoy. Ante la cuestión china existen optimistas, aquellos que piensan que este país seguirá creciendo de manera asombrosa y seguirá teniendo la capacidad de influir sobre el mundo, tanto económica como financiera e incluso políticamente; y existen también escépticos, esos pesimistas que piensan que llegado un punto China podría tener un accidente capaz de reducir su crecimiento y crear inestabilidad política. Ese es el contexto general de la conversación que sostendremos hoy: no sólo una conversación entre dos de los sinólogos más reconocidos sino entre dos perspectivas bien distintas de China.

Comencemos con una perspectiva muy general. Le pediré a cada uno de nuestros invitados que nos dé una breve opinión sobre cómo ven a China dentro de diez años. Cuando cierran los ojos y piensan en el futuro, ¿qué ven?

 

Albert Keidel: En los próximos diez o veinte años China mantendrá su crecimiento acelerado. Quizás haya una leve desaceleración, y las repercusiones serán enormes. La población del país seguirá desplazándose hacia las ciudades. Continuarán generándose empleos en los puertos y en los principales cruces urbanos de transporte y comunicación. Veremos cómo crece la fisura entre la China rural y la urbana, conforme el país recurra a su fuerza de trabajo educada en las áreas rurales. Hablaremos de cómo se podrá sostener el crecimiento en el futuro, pero ahora mismo hay que señalar que este será lo que permita a China transformar su sociedad. China será capaz de otorgar una mayor libertad a las organizaciones no gubernamentales y a la prensa, además de que se convertirá en un mejor miembro de las organizaciones internacionales. La necesidad de recurrir a medidas represivas disminuirá conforme aumente el PIB per cápita, que crecerá quizás un ocho o nueve por ciento anual durante los próximos diez o quince años. China también se volverá más relevante en materia diplomática; representará cada vez con mayor peso una ala del debate en torno a la forma de gobierno que debe darse a sí mismo el mundo. ¿Debería ser gobernado por una presencia poderosa y autocrática respaldada por una tremenda fuerza militar? ¿O debería seguir el modelo europeo, en el que diferentes naciones intentan moldear instituciones que puedan gobernarse entre sí? China entrará al debate del lado de la creación de instituciones globales, antes que apoyando a un poder único. En ese sentido, su modelo económico será una lección para los países pobres del mundo, una lección sobre cómo crecer rápido con equidad. Así, China será una fuerza de equilibrio global en lo que considero una de las decisiones más importantes que el mundo debe tomar.

 

Minxin Pei: Cuando ponemos nuestros ojos sobre China debemos evitar dos errores. El primero es hacer una proyección lineal basada en lo que los chinos hacen hoy, y en lo que imaginan que pasará dentro de diez años, y decir: “En diez, en quince años, China será de tal o cual manera.” Eso nunca sucede, ni en China ni en otras partes. El segundo error que se comete es decir: “¡Ah, si muchos de quienes se han mostrado pesimistas ante China se han equivocado en el pasado, eso quiere decir que se equivocarán de nuevo!” Los pesimistas sólo tienen que acertar una vez.

Sobre lo que considero que sucederá con China dentro de diez años, diría que muchos de los elementos positivos que han contribuido a su crecimiento económico desaparecerán o se debilitarán gradualmente, ya sea por su propio peso o por la estrategia actual de crecimiento. Dicha estrategia, por cierto, es sumamente desequilibrada, de manera que no puede sostenerse por sí misma. Pero permítanme subrayar cuatro tendencias en el marco de los siguientes siete o, incluso, quince años, todas ellas negativas. Se trata de tendencias independientes entre sí, pero que al convergir tendrían un impacto sumamente negativo sobre el crecimiento de China. En primer lugar, la demográfica. China ha cosechado grandiosos dividendos demográficos de su política poblacional, pero en los próximos diez o quince años la población comenzará a envejecer y eso provocará que disminuya el nivel de ahorro –el principal motor del crecimiento chino–, además de que tendrá un impacto sobre la disponibilidad de mano de obra barata y sobre la migración hacia las ciudades. En segundo lugar, la tensión ambiental en China. El crecimiento económico ha tenido costos ambientales gigantescos. Ya entraremos en detalle más adelante, pero puede decirse que el ambiente chino ya no puede sostener ese nivel de degradación, lo que constituye otra gran restricción. La tercera tendencia descansa en la política exterior. China ha sido un gran beneficiario de la globalización; en los últimos treinta años ha tenido acceso casi ilimitado a los mercados globales. Pero entonces China era pequeña. Hoy es enorme. Es el segundo exportador a nivel mundial, y dudo que el resto del mundo pueda soportar la presión de las exportaciones chinas, que crecen a razón de cifras de dos dígitos. Por último, tenemos el impacto social dentro de China. El crecimiento chino ha acentuado el nivel de desigualdad a un ritmo mucho más rápido de lo que el gobierno y el pueblo pueden tolerar. Si se mantiene, en diez años esta tendencia derivará en el nivel de desigualdad existente en América Latina. Y sabemos bien algo sobre la desigualdad: que aumenta las tensiones políticas dentro de la sociedad y que, como han demostrado los estudios económicos, las sociedades sumamente desiguales no pueden continuar creciendo a un ritmo rápido.

 

Moisés Naím: Quizás una diferencia fundamental entre ustedes dos sea lo que piensan sobre el tipo de gobierno que se requiere para sostener el crecimiento de China. Albert, ¿podrías hablarnos sobre la idea de que el actual sistema de gobierno en China no puede sostener el curso del crecimiento?

 

Albert Keidel: Es muy importante descartar viejas categorías. Olvidemos a Mao. Olvidemos el leninismo. Olvidemos incluso si el régimen chino es una democracia o una autocracia. Hay que ir y ver lo que sucede hoy en China en lo que respecta a su organización política. Hoy China tiene una estructura corporativa con dos niveles. Hay, primero, una estructura de propiedad en la que se ubica el Partido Comunista con sus comités y subcomités. Dicha estructura de propiedad nombra a la gerencia de la corporación, que es el gobierno. Este sistema es un sistema de consenso en el que la toma de decisiones tiene el objetivo de fortalecer la economía china y su presencia en el mundo. El sistema está cambiando muy rápidamente; tiene una enorme flexibilidad. Creo que el ejército juega un papel muy menor. Hay policías y policías antimotines, y son importantes porque las tensiones son inevitables y necesarias, pero China las ha controlado y las seguirá controlando. Esta estructura política es tal que mira cada vez más hacia fuera. Ahora el sistema permite a un mayor número de medios de comunicación informar sobre problemas locales del gobierno, sobre desastres, sobre las trampas de la economía. Y esos medios de comunicación, ya se trate de la televisión, las revistas o los periódicos, están jugando un papel importantísimo. Este esfuerzo por alcanzar una sociedad civil incluye la creación de miles, decenas de miles de organizaciones no gubernamentales durante los últimos diez años, organizaciones que ayudan a monitorear el medio ambiente, por ejemplo. Este tipo de cambios y la presencia de ONGS en el territorio son uno de los muchos ejemplos de la forma en que este gobierno flexible resuelve, y seguirá resolviendo, los problemas.

No pensemos en la democracia como en un interruptor que encendemos o apagamos y que puede resolverlo todo. Si observamos las así llamadas democracias alrededor del mundo, veremos que están estancadas en la pobreza y la corrupción. Poder elegir a nuestros superiores no es la respuesta al desarrollo social. La democracia tiene su fundamento en la clase media. China ha tenido dos reformas territoriales y ha distribuido la tierra de manera bastante equitativa. Eso se ha visto complementado por el equivalente a una reforma agraria: la educación básica que, por ahora, abarca nueve grados de educación. Así que tenemos una fuerza laboral móvil con un claro sentido de sus propósitos, y ese es el fundamento de una clase media. Esta gente está yendo hacia las ciudades y, en el futuro, reforzará la capacidad de China para desarrollar una democracia.

 

Moisés Naím: Déjame forzarte a ser muy preciso: hoy en día, ¿China es una dictadura?

 

Albert Keidel: No creo que se pueda usar esa palabra para la China de hoy. Yo viví en Corea del Sur en la década de 1970, y esa era una dictadura, con un dictador militar. Viví en Taiwán durante dos años en la década de 1960, y esa era una dictadura. Aquí tenemos un gobierno que ha solventado la transferencia de poder entre generaciones. Cada generación ha pasado a primer plano. Así que llamar a este gobierno una dictadura, cuando en realidad es una estructura corporativa de tecnócratas que intentan elucidar cómo hacer que este país se deshaga de la pobreza y se convierta en una fuerza de crecimiento mundial, es un error. Esto no es una dictadura.

 

Minxin Pei: China es definitivamente una dictadura, bajo cualquier definición. Hay que ver cómo se elige a los líderes: el pueblo no tiene voz ni voto. Y esa es la definición mínima de una dictadura. ¿Cómo se mantiene el gobierno en el poder? No organizando elecciones sino por el uso de la fuerza, gracias a que mantienen un gran aparato represivo en casa. Existe una policía, una policía secreta, una policía antimotines, y lo que ustedes gusten. Si China no fuera hoy una dictadura, entonces no tendría necesidad de censurar internet. Ahora, permítanme unas palabras de alabanza a la democracia. Admito que en el mundo de hoy hay democracias estancadas a las que no les va muy bien económicamente. Pero hay muchas dictaduras también estancadas en la pobreza y la corrupción. ¿Cuál es la diferencia? Una, al menos: en las dictaduras se encarcela a los opositores políticos, se masacra a la gente, se hacen cosas infames al medio ambiente; en las democracias, si se es pobre, al menos se es pobre en una democracia.

Quiero desafiar a mi amigo y colega en dos puntos. En primer lugar, su descripción del sistema político chino se opone a lo que yo veo. Sería veraz si se pensara en China como en una corporación, pero yo soy renuente a aceptar dicha analogía. En la “corporación China” los gerentes no son responsables ante los dueños, y en una corporación los dueños pueden despedir a los gerentes. En China el dueño es el pueblo, y no puede despedir a los gerentes. Pero llevemos más lejos esta analogía. En las corporaciones los gerentes tienen que incentivar cosas que los hagan ver bien, y por ello en China los gerentes quieren mostrar edificios maravillosos, avenidas de paisajes hermosos, aeropuertos. Cuando uno va a China, uno siempre queda impresionado. Pero ¿qué hay del otro lado? Porque estas cosas no llegan gratis. Cuestan. Nos cuestan la disponibilidad de un sistema de salud accesible. Nos cuestan vivienda y educación. Así que mientras China construye su enorme infraestructura visible, deja abandonada su infraestructura social invisible. La otra cuestión es que la democracia en verdad ayuda. La política es fundamental para la economía y la justicia social.

 

Albert Keidel: Estoy en desacuerdo. En China el dueño de la propiedad es el Partido Comunista, que cuenta con unos siete millones de miembros y un sistema que le permite recombinar su liderazgo cada cinco años por medio de reuniones donde deciden si se está avanzando en la dirección correcta. Este partido puede despedir a la gente. Despidieron a Zhao Ziyang, secretario a finales de la década de 1980, por tratar de utilizar las manifestaciones públicas en una pugna por el poder. Zhao puso en peligro la vida de mucha gente en Tiananmén, y lo despidieron. Hicieron bien: no hay excusa para disparar contra civiles desarmados. La noción de la democracia como algo que se enciende para que todo sea mejor es claramente falaz. Y lo es también el hecho de que se considere a China una dictadura en el sentido de tener un núcleo personal de poder. Esa no es la China de hoy. En cuanto a la vivienda y los servicios sociales, si uno ve los resultados, el gran crecimiento de la vivienda, los índices de mortandad infantil y de inoculación en el sistema de salud, si uno ve la alfabetización, en especial entre las niñas, se dará cuenta de que China está muy por delante, considerando que su estadio de desarrollo, según el Banco Mundial, se sitúa en el grupo de ingresos bajos. No se puede decir que China sea un país milagroso que resuelva todos sus problemas. Pero muestra buenos avances en la dimensión social, con todo y el crecimiento del diez por ciento que ha logrado durante los últimos quince años.

 

Minxin Pei: En materia de moralidad, educación y salud, China siempre ha tenido un nivel de desarrollo más alto que el de sus pares económicos.

Lo irónico es que China alcanzó ese progreso cuando estaba cerrada al mundo exterior y era relativamente pobre. Sin embargo, a lo largo de los últimos treinta años el índice de progreso ha caído, aun cuando el crecimiento económico ha aumentado.

 

 

Moisés Naím: ¿Qué es lo que impulsa el crecimiento de China? China ha crecido a un índice promedio de dos dígitos cada año; sigue creciendo, genera millones de empleos y sus exportaciones aumentan. Conocemos el milagro económico chino. Pero estamos en México, que pasó por profundas reformas en la década de los noventa, acordó un tratado de libre comercio con Estados Unidos y ha hecho muchas cosas de la manera correcta. Y, sin embargo, México no ha podido crecer. Muy a menudo uno escucha que el problema en países como México y otros de América Latina, África y Asia, es la corrupción. Pero ahí tenemos a China, donde también hay mucha corrupción.

 

Albert Keidel: Me parece que lo más importante es que China tiene un PIB per cápita de 2,000 dólares, mientras que el PIB per cápita de México es de 7,500 dólares. Entre más pobre se es, más fácil es trabajar para ponerse al corriente. Pero la respuesta, el secreto del crecimiento de China, es el buen gobierno, la naturaleza tecnocrática de sus líderes. Si se quiere hablar del secreto en términos económicos, hay que hablar de la habilidad china para financiar infraestructura, y eso también incluye los servicios públicos. China ha reprimido su sistema financiero; es decir, capta los depósitos en los bancos y los invierte de manera cada vez más eficiente en infraestructura, ya se trate de carreteras, puertos, escuelas o transporte colectivo. Mucha gente piensa que los bancos impulsan la inversión en China; no es cierto. La mayor fuente de inversión en China son los ahorros retenidos y los fondos autogenerados por individuos o misiones privadas. Una gran parte de los préstamos bancarios va, además, a programas de gobierno. Así que tenemos un modelo financiero que apoya la inversión pública. Eso es lo que una economía de mercado necesita, y no puede prosperar sin la inversión pública adecuada. La mayor parte de las economías de mercado se ahoga en la mala calidad de sus caminos, sus puertos, sus telecomunicaciones, su vivienda, su transporte público, su sistema de agua y drenaje, su infraestructura urbana. China crece rápidamente y, puesto que ya ha sido capaz de reunir esos fondos públicos, será capaz de seguir haciéndolo en el futuro.

 

Moisés Naím: ¿Qué piensas tú, Minxin?

 

Minxin Pei: Si hemos de señalar un factor que dé razón del crecimiento de China, ese no sería simplemente el ahorro. Provisto de un capital enorme, hasta un mono puede hacer crecer un país. No conozco ni un país con un porcentaje de ahorro mayor al cuarenta por ciento que no crezca. Ahora bien, ¿por qué la corrupción no ha ocasionado una disminución real del crecimiento en China? Mi respuesta tiene dos partes. En primer lugar, la economía del país crece un diez u once por ciento del PIB cada año, y la corrupción en China, de acuerdo con mis cálculos, cuesta tres por ciento del PIB. Así, el problema no es un gran lastre para la economía. En segundo lugar, hay que decir que la corrupción sí afecta el crecimiento económico, sólo que en un sentido cualitativo y no cuantitativo. La corrupción significa, en la mayoría de los casos, la desviación del dinero público hacia un uso privado. Esto genera problemas en el ámbito de la inversión y la desigualdad sociales.

 

Albert Keidel: En una investigación sobre la corrupción, Transparencia Internacional ubica a China como el número 72 entre una lista de 179 países. Es decir, un sesenta por ciento de los países son más corruptos que China. La corrupción en China, según Transparencia Internacional, está más o menos al mismo nivel que en México. Es algo que necesita solucionarse, pero no representa un impedimento. Además, ha ido menguando con el tiempo. Consideremos la contaminación. Mi colega y amigo de la Universidad de Pittsburgh Tom Rawski ha investigado cuáles son los niveles de dióxido de azufre en China. En 1996 estos niveles alcanzaron un máximo; en 2000 coincidieron con los de Tokio en 1965; en 2002 igualaron a los de Corea en 1990, y en 2004 igualaron los niveles de Nueva York en 1965. Así, se ha conseguido un notable progreso, y esto refuerza mi argumento: China es un país en desarrollo y su contaminación es la apropiada para su nivel de desarrollo.

 

Minxin Pei: La mayor parte de los chinos no opinaría lo mismo, pues son ellos quienes respiran ese aire y beben esa agua. Permítanme darles unas cuantas estadísticas alarmantes que muestran que, en lo que respecta a la contaminación, China es un caso único. En China 320 millones de personas no tienen acceso al agua potable. La contaminación, según diversos cálculos, le cuesta a China un ocho por ciento del PIB cada año. Un setenta por ciento de los sistemas fluviales está altamente contaminado. Un noventa por ciento de las ciudades tiene agua subterránea muy contaminada. Tan sólo la contaminación del aire provoca 750,000 muertes prematuras cada año. La lista sigue y sigue. He investigado mucho y no puedo encontrar ni un solo país en el mismo nivel de desarrollo que arrastre el mismo nivel de contaminación.

 

Albert Keidel: Sólo tienes que mirar hacia atrás y ver otros países, México incluido. Sin duda en Corea, donde viví en la década de los setenta, los niveles de contaminación eran peores. Una cuestión interesante: ya se verá si la contaminación en Pekín durante estos Juegos Olímpicos es menor de lo que ha sido en otros países. Mi colega, especialista en la economía japonesa, cree que no será ni de lejos tan alta como lo fue en las Olimpíadas de Tokio 1964.

 

Moisés Naím: Existe una visión generalizada según la cual China no juega limpio en la economía global. De acuerdo con esto, China manipula sus índices de comercio y tiene una moneda tramposa que ayuda a sus exportaciones; roba propiedad intelectual y copia patentes y derechos intelectuales de otros; tiene un sistema de trabajo que explota a la gente y que esencialmente consiste en no pagarles, haciendo imposible que las compañías de otros países compitan con las compañías chinas. Así que podría darse una reacción contraria a China. Quienes toman las decisiones en el mundo podrían decir: ya no jugaremos más con estas reglas. ¿Qué piensan ustedes?

 

Minxin Pei: No voy a confirmar cada uno de los estereotipos que hay sobre China como violador de reglas más allá de su frontera. China viola algunas normas, pero obedece otras. El problema es que, si se tratara de un país pequeño o mediano, estaría bien: el sistema global podría absorber el impacto de un país que en ciertos casos juega con las reglas y en otros las viola. Pero China no es cualquier país. Sus exportaciones –que ascienden a un trillón de dólares– la vuelven la tercera potencia comerciante del mundo; y en poco tiempo será la segunda, o quizá aún la tercera, o tal vez la primera.

 

Albert Keidel: Se dice que China no juega según las reglas, pero los economistas sabemos que eso es sólo mala fama. China ha formado parte de la OMC durante los últimos cinco años. En cuanto a la propiedad intelectual, China se encuentra entre otros muchos países que copian no sólo productos extranjeros sino sus propios productos locales. Para los sistemas legales de los países pobres, habilitar una policía que impida la copia de productos constituye un gran desafío, y China no está atendiendo ese desafío. Es una área que requiere desarrollarse. En cuanto a la seguridad de los productos: si uno revisa los hallazgos de la Administración de Drogas y Alimentos de Estados Unidos, verá que esta encuentra problemas en las importaciones chinas, pero lo mismo sucede con los productos mexicanos. Siento decirlo, pero también tenemos problemas con algunas cosas que proceden de México: salmonela, plomo en algunos dulces, cosas de ese tipo. Se trata, pues, de un problema global. Aparte, se habla de lo rápido que crecen las exportaciones de China, pero hay que decir que el crecimiento de sus importaciones marcha a la par. Sí, se requiere que algunos países transformen sus economías domésticas para que el comercio con China sea rentable. Los países que no lleven a cabo esas reformas se quedarán atrás, mientras que otros países lograrán transformarse. Japón, por ejemplo, se está orientando totalmente hacia China.

 

Moisés Naím: Minxin, ¿tú crees que China sea víctima del sistema económico global y se le esté creando mala fama?

 

Minxin Pei: No. China es un beneficiario del sistema económico global. Es, entre los países en desarrollo, el único que se ha adaptado al sistema global de comercio. Creo que es necesario que los mismos chinos sean conscientes de que su impacto sobre el sistema mundial de comercio empieza a salirse de cauce. Albert, mi amigo, puede decir que debemos aprender a adaptarnos, pero muchas compañías, industrias enteras, incluso algunos países, no tienen el tiempo de su lado. Si China sigue violando ciertos puntos de las reglas del sistema de comercio, estas compañías, estas industrias, estos países, se pueden derrumbar.

 

Moisés Naím: Tengo aquí algunas preguntas del público. Permítanme comenzar con una muy provocadora para ambos invitados: una persona promedio, típica de China, ¿se siente libre?

 

Albert Keidel: Depende de lo que esa persona quiera. Si quiere criticar al gobierno, eso le será difícil. Pero si quiere cambiar de trabajo, mudarse a otra zona del país, abrir una tienda o divertirse con cualquier tipo de entretenimiento, podrá hacerlo. Incluso ha irrumpido una gran libertad sexual en China. Si alguien quiere quejarse sobre la manera en que las acciones del gobierno le han afectado, puede hacerlo; incluso es libre de manifestarse y de enviar peticiones. No está claro si esa petición logrará mucho, pero en algunos casos sí marca una diferencia. Sin duda, en comparación con lo que sucedía hace veinticinco años, ha habido un cambio enorme. Aunque quizás esta no es la comparación correcta: la mayor libertad consiste en encontrar un trabajo que nos pague lo suficiente como para mejorar nuestro estándar de vida respecto del que teníamos hace cinco o diez años. Y esa libertad va acompañada de opciones económicas y políticas como la educación, la alfabetización, el acceso a los periódicos, el poder publicar lo que uno quiera –de nuevo, mientras no se llame al derrocamiento del Partido Comunista– y criticar muchos aspectos de la sociedad. En fin, puedo dar muchos ejemplos de ello. Hay mucha libertad.

 

Moisés Naím: Pero lo chinos ¿se sienten libres?

 

Minxin Pei: Creo que en el nivel individual sí se sienten libres. Tengo parientes y amigos en China y les pregunto eso todo el tiempo. En términos de libertad personal (trabajo, lugar de residencia, elección de pareja, acceso a la información), de ninguna manera puede decirse que la gente sufra a diario la coacción del gobierno. En cuanto a algunas libertades civiles fundamentales, en cuanto a algunos derechos políticos como la libertad de expresión y asociación, hay más restricciones. Hoy en día no se pueden organizar partidos políticos, ni sindicatos, ni iglesias libres; no se puede desafiar abiertamente al gobierno. Así que podríamos decir que los chinos se sienten libres y no se sienten libres al mismo tiempo.

 

Moisés Naím: Otra pregunta tiene que ver con los derechos humanos: si los ciudadanos chinos contaran con más respeto a sus derechos humanos, ¿esto afectaría el crecimiento de China? ¿Se convertirían los derechos en una fuerza desestabilizadora?

 

Minxin Pei: Yo diría que no. Aun cuando algunos observadores occidentales teman que la creciente demanda de derechos humanos limite las decisiones políticas del gobierno, yo diría que estas exigencias resultarán benéficas y que, de hecho, son inevitables. En general, los chinos de hoy están más conscientes de los derechos que tienen otras personas en otros países. Tienen un mayor ingreso, más acceso a la información y una idea diferente sobre la manera en que deberían ser gobernados. Me parece que la sociedad funciona mejor cuando las élites en el gobierno y los gobernados coinciden en un terreno común sobre los derechos básicos que se requieren.

 

Moisés Naím: Albert, como sabes, existen informes muy difundidos sobre miles de protestas civiles, marchas, brotes de desobediencia civil y choques reales, sumamente violentos, entre la población y la policía.

 

Albert Keidel: Esas manifestaciones son reales. Y la violencia es real. He investigado sobre estos incidentes y, si uno los sigue, se da cuenta de que tienen máximos y mínimos. Siempre que se registra un máximo hay un cambio económico importante que le quita algo a alguien.

Hace veinte años China estaba llena de subsidios, en especial para la población urbana. Las reformas económicas han minado esos subsidios y le han dado más a la población rural, que no tenía nada en un principio. Hubo además una inflación notoria, ya que la inflación es un transmisor importante de igualdad en una reforma económica. Los precios de los productos rurales subieron y, aunque los ingresos de la población urbana subieron un poco, la gente no consideró que esto fuera suficiente. La mayor inflación se registró en 1988, y al año siguiente sucedió lo de Tiananmén. Yo estuve allí, hablé con los estudiantes, fui todos los días a la plaza. Sus quejas más importantes giraban en torno a lo que sucedía en sus vidas en términos de dinero y expectativas laborales. Estaban acostumbrados a recibir becas sin importar cuáles fueran sus calificaciones, y ahora las becas dependían de sus notas. Pensaban que eso era terrible. Y lo mismo con sus trabajos: no accederían a un trabajo automáticamente y su paga no había subido tanto como el precio de algunos alimentos. Así que decían: “Esto se debe a la corrupción; necesitamos democracia.” Ésa es una respuesta muy común que sirve para culpar a alguien más, cuando en realidad el sistema estaba haciendo lo que debía hacer. Así, muchas de las manifestaciones en China a lo largo de los últimos veinte años han sido una reacción a cambios ineludibles. Si uno quiere lograr que la economía funcione de manera más eficiente, resulta inevitable que cierta gente con privilegios se vea afectada. Hay que compensar a esta gente y en algunos casos la compensación ha sido muy mal manejada. Pese a todo, en la mayor parte de los casos se han logrado construir nuevas viviendas gracias a los impuestos de la economía rural. Hay un sorprendente cambio en proceso y no se pueden evitar esos disturbios.

 

 

Moisés Naím: Pero, ¿estos disturbios irán en aumento hasta el punto en que se desborden y se conviertan en una revuelta social que desestabilice al gobierno?

 

Minxin Pei: Llegaré a eso en un momento. Primero déjenme corregir la noción de que las dificultades económicas son el motor de las protestas sociales. Las dificultades económicas, cuando mucho, coinciden con las protestas sociales. Les daré dos ejemplos. Estuve en la India y les pregunté a mis amigos indios si tenían levantamientos masivos contra el gobierno semejantes a los de China. Mis amigos me veían con azoro; simplemente no tienen ese tipo de protestas. Así que, a decir verdad, se trata de un problema político. Y otra cosa: en años recientes la economía china ha crecido muy rápido, y lo mismo ha sucedido con las protestas violentas. Si uno mira hacia atrás, verá que estos incidentes se inspiran o son provocados por políticas específicas del gobierno. Ahí están la toma ilegal de las tierras de los campesinos y los impuestos ilegales; eso realmente irritó a la población. Ahora bien, lo segundo es si este tipo de incidentes provocará la caída del gobierno chino. No lo creo, porque los incidentes podrán ser numerosos pero son pequeños y dispersos. Además, son originados por casos específicos de injusticia social y errores políticos, de manera que pueden ser atendidos por el gobierno. Aparte, el gobierno es muy eficiente a la hora de reprimir las protestas sociales y ha mantenido una amplia red de policías armados. A esto hay que sumar que las áreas rurales en China realmente no importan: el centro de gravedad político está en las ciudades.

 

Albert Keidel: En la India hay zonas rurales donde no se puede entrar porque hay fuerzas militantes que se oponen a las políticas económicas del gobierno.

 

Minxin Pei: Pero eso no es una protesta social; es violencia política.

 

Albert Keidel: Y hay protestas por la toma de la tierra.

 

Moisés Naím: Permítanme profundizar en un aspecto de estas protestas sociales, aspecto relacionado con la religión: el Falun Gong. Este tiene que ver con la cristiandad, la práctica de la religión y la persecución de líderes religiosos. No tiene que ver con la inflación, las becas estudiantiles o la economía. Tiene que ver con Dios.

 

Albert Keidel: A veces tiene algo que ver con Dios, pero a menudo no. A menudo tiene que ver con la expresión política. ¿Saben? Yo suelo correr. Un día me lastimé un pie en China y un amigo me dijo: “Tenemos un doctor que estudió en Australia, deja que te revise.” Este doctor vino y vio mi pie, que resultó que estaba roto, pero él no lo sabía. ¿Saben qué me dijo? “Sólo ataré su pie con este pañuelo y lea usted este libro.” Y me dio el libro del Falun Gong en inglés. Lo leí. Es un libro muy extraño: habla de todo tipo de levitación de objetos y de bodhisattvas. Y mientras estaba yo allí, en China, se organizaron manifestaciones fuera de las oficinas del gobierno. La gente del Falun Gong se quejaba por la manera en que eran tratados. Yo lo llamaría un movimiento pseudorreligioso. Es algo así como un culto.

 

Moisés Naím: El hecho de que no te guste la sustancia de su prédica, no significa que se les deba reprimir, ¿cierto?

 

Albert Keidel: Creo que eso podría resolverse si dejaran de organizar a sus miembros en manifestaciones que llaman al cambio radical del gobierno. Ahora bien, por supuesto que hay iglesias cristianas, muchas, y están permitidas. Lo que le preocupa al gobierno es algo que viene de tiempo atrás en la historia china, y es que los grupos religiosos a menudo se vuelven grupos políticos. Me parece que conforme pase el tiempo la situación se relajará.

 

Moisés Naím: ¿Sabías que las autoridades de las distintas iglesias son sumamente críticas?

 

Albert Keidel: Bueno, uno debe preguntarse: ¿el Papa es político o no? Claro que el Papa es político. Claro que el Vaticano es una fuerza política mundial. Los chinos se dan cuenta y piensan que lo que tiene que ver con la espiritualidad, con Dios, con creer en algo con toda tu alma, está bien. Pero si alguien les dice: “Esta es la forma en que debería manejarse la iglesia; así es como actúa en términos de control de la natalidad y otras cuestiones”, entonces las cosas se vuelven políticas.

 

Minxin Pei: Estoy de acuerdo con Albert en que el descontento religioso constituye sólo una pequeña parte de estas protestas; es un asunto relativamente menor si se consideran todos los incidentes de descontento masivo. Pero el gobierno chino tiene un problema complejo con la religión. En primer lugar, aun cuando China no es hoy una sociedad comunista con una ideología oficial impuesta sobre toda la sociedad, el gobierno no quiere que la religión desafíe sus pilares. En segundo lugar, si se permite que un grupo religioso sea independiente, se permite la existencia de una base política. La supresión del Falun Gong tiene poco que ver con la sustancia del Falun Gong, que es, en efecto, un movimiento espiritual bastante extraño. Lo que preocupa al gobierno es que este movimiento teja una red nacional que atraviese clases sociales y regiones.

 

Moisés Naím: Veamos otra pregunta: ¿consideran que la creciente desigualdad es una fuente importante de tensión?

 

Minxin Pei: En cuanto a la desigualdad, la mayor fuente de esta es el abismo abierto entre el campo y la ciudad. En términos de ingreso nominal, se ganan tres dólares en la ciudad y sólo uno en las zonas rurales. Sin embargo, con los subsidios del gobierno, la disparidad efectiva es de seis a uno, la más alta en el mundo, con excepción de Zimbabue. ¿Cuáles son las consecuencias potenciales de este tipo de desigualdad? Yo veo dos o tres problemas en el futuro. Primero, si esta tendencia continúa, habrá un problema con la justicia social. Me parece que la gente de América Latina está muy familiarizada con este fenómeno. Sucede que la desigualdad hace que a los individuos les resulte más justificable cometer crímenes contra otros miembros de la sociedad y esto, a su vez, frena la economía porque aumenta el nivel de inseguridad. El segundo punto es que ciertas zonas, especialmente las áreas rurales con economías muy atrasadas, se convertirán en el Tercer Mundo de China. Encontraremos ahí problemas de contaminación, salud y criminalidad; se convertirán en estados tomados por la mafia. En tercer lugar, tenemos la demanda interna. En un país con una gran cantidad de gente pobre no se puede sostener el crecimiento de la demanda interna, y eso llevaría a un crecimiento económico menor.

 

Albert Keidel: Me parece que esa es una visión demasiado estática de la desigualdad. En China la desigualdad es una fuerza positiva: persuade a la gente a desplazarse voluntariamente a nuevos emplazamientos y empleos. Permítanme repetir esto: el crecimiento urbano, la migración a las ciudades es la única solución, a largo plazo, para la pobreza rural. La gente debe irse del campo, y debe irse voluntariamente. Así que esta desigualdad, combinada con la infraestructura y los altos niveles de educación en las zonas rurales, constituye una fórmula para el crecimiento nacional acelerado, así como para el mejoramiento personal.

 

Minxin Pei: Estoy en verdad sorprendido con esta afirmación. La desigualdad en China es hoy el asunto número uno de la política pública; incluso el gobierno admite que es demasiado alta. Podría aceptar ese argumento tan atractivo: que, gracias a la desigualdad, la gente pobre debe irse a zonas más ricas donde pueda enriquecerse. Pero para eso se requiere una condición: que esa gente esté viva. Si sigue tomando agua contaminada, si no tiene atención médica ni educación, la gente no podrá desplazarse. Estarán todos muertos antes de desplazarse a las ciudades. O bien, cuando se desplacen estarán tan débiles y serán tan ignorantes que resultarán inútiles. Creo que la experiencia latinoamericana puede proporcionar a los chinos un buen ejemplo de que no hay que mantener la pobreza ni la desigualdad en niveles altos.

 

Albert Keidel: China tiene niveles apropiados de desigualdad para su nivel de desarrollo. Los servicios de salud están muy avanzados, y también la educación; en términos de contaminación, como ya dije, está mejor que Corea y Japón.

 

Minxin Pei: Estamos pasando por alto un punto importante. Si uno observa la política pública del gobierno chino, verá que esta es una política contra los pobres y a favor de los ricos. Algunos ejemplos: China es un país que no cobra impuestos a las ganancias del capital. China es un país que prohíbe la negociación a través de sindicatos de trabajadores. Así que los salarios se mantienen bajos artificialmente. Los republicanos amarían China. Además, si nos detenemos a pensar quién padece la mala política pública, veremos que en China los pobres del campo deben pagar para ir a la escuela; los hijos de los migrantes urbanos deben pagar para ir a la escuela. El ochenta por ciento de la población rural no cuenta con servicios de salud.

 

Albert Keidel: China tuvo problemas con la pobreza rural. Para solucionarlos abolió los impuestos agrícolas hace tres años y consolidó el control fiscal sobre las zonas rurales a nivel de los condados, con el fin de transferir fondos por vía intergubernamental hacia las regiones pobres. China ha dado pasos drásticos y creativos para lidiar con los problemas de la economía rural, pero lo ha hecho de manera tal que ayuda a la gente a salir de ahí. En cuanto a los servicios de salud, ¿cuántos países pobres tienen servicios de salud universales para sus poblaciones rurales?

 

Moisés Naím: Permítanme terminar con una pregunta para cada uno. La pregunta para ti, Minxin, es: desde tu perspectiva, ¿qué es lo mejor que está haciendo el gobierno chino? ¿Qué admiras en él por encima de todo lo demás?

 

Minxin Pei: Lo mejor que está haciendo el gobierno chino es ser técnicamente flexible. No son personas dogmáticas: ahí donde ven un problema, tratan de encontrar soluciones técnicas. Eso es así, sin duda, porque los planificadores del gobierno son tecnócratas. Creo que eso es lo mejor. Me parece que, en cuanto a la resolución de problemas, el sistema actual quizá pueda llevar a cabo muchas mejoras.

 

Moisés Naím: Albert, ¿qué hace el gobierno chino que deplores profundamente?

 

Albert Keidel: Lamento que no sea capaz de controlar, tan bien como pudiera, los abusos de los funcionarios de gobierno locales. He recomendado al gobierno chino que refuerce la presencia del gobierno central, de manera directa, en el nivel local. En Estados Unidos, si tenemos un problema de corrupción en Chicago, no le pedimos al gobierno de la ciudad de Chicago que lo arregle. Tenemos una oficina federal de investigación, el FBI, que cuenta con su propia policía, sus propias cortes, sus propias prisiones, y que perseguirá la corrupción en Chicago. Los chinos no tienen ese sistema de presencia in situ para perseguir a los funcionarios que abusan de sus puestos. China necesita invertir –esto es una inversión, es infraestructura social– para estar presente en el nivel local. Creo que esa es la mayor falla del sistema hasta ahora. ~

Traducción de Marianela Santoveña

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