Coetzee o de la complejidad

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Hay por ahรญ una frase de Martin Heidegger –“La anรฉcdota es enemiga de la razรณn”– que bien podrรญa emplearse contra la mayor parte de la narrativa contemporรกnea. En realidad, pocas cosas mรกs sencillas que detenerse ante una mesa de novedades, magullar algunas novelas y delatar su sobrada tonterรญa. El uso de fรณrmulas y estereotipos en este libro. Los velos romรกnticos, la tosca sentimentalidad, el feroz antiintelectualismo en este otro. El dรณcil fantaseo. El dรณcil costumbrismo. La idea, tan popular entre lectores y escritores, de que el gรฉnero es menor y escapista, apenas un divertimento. La degradaciรณn ha llegado ya a tal punto que da pena que lo descubran a uno leyendo una novela. ¿Cรณmo explicarles que uno no ha claudicado ni lee solo para pasar el tiempo? ¿Cรณmo demostrar que la narrativa (como el ensayo) (mรกs aรบn que el ensayo) es, puede ser, conocimiento –no una fuga sino otra manera de penetrar y comprender lo real?

Para convencer no es necesario dar marcha atrรกs y recurrir, otra vez, a los clรกsicos. Basta con acudir al que es, quizรกs, el mรกs grande de los novelistas contemporรกneos: J.M. Coetzee. Decir eso, que Coetzee es el mejor narrador en activo, es, a estas alturas, casi un lugar comรบn; agregar que es, por lo mismo, uno de los dos o tres pensadores mรกs potentes de la actualidad es menos ordinario. Pero de veras que Coetzee lo es. Primero, porque tiene de sobra aquello que uno espera de los grandes narradores –digamos: inventiva, originalidad verbal, rigor dramรกtico, una fina comprensiรณn del comportamiento humano. Despuรฉs, y sobre todo, porque sus obras poseen un elemento –o mejor, una fuerza– que uno casi ha dejado de buscar en la ficciรณn y ya solo demanda a los mejores ensayistas: tensiรณn intelectual. No es nada mรกs que uno pueda adivinar debajo de sus personajes y anรฉcdotas un plan previo, una esmerada construcciรณn conceptual que sirve solo como combustible para un texto que ha de rebasarla. No es tampoco que sus libros, en especial desde La vida de los animales, estรฉn tapizados de ideas y debates. Es, sobre todo, que en sus manos la narrativa es un medio al servicio de la inteligencia: un vehรญculo para perseguir, y felizmente no alcanzar, la verdad.

                                                               

 

                                                       โ–  

 

La pregunta obvia serรญa: ¿por quรฉ la narrativa y no el ensayo? O de otra manera: ¿por quรฉ Coetzee elige crear personajes y tramas aun cuando, en sus libros mรกs recientes, no parece querer otra cosa que discutir ideas sobre –digamos– los animales, el erotismo, el mal? En vez de responder, habrรญa que arrojar algunos apellidos: Kafka, Beckett, Borges, Michon, Jelinek –intelectuales que tambiรฉn han optado por pensar a travรฉs de la narrativa. O incluso: Benjamin, Blanchot, Barthes –autores que prefirieron filosofar no en el vacรญo sino mientras interpretaban textos ya existentes. Lo que impera al final, en unos, en otros y en Coetzee, es un mismo deseo: el afรกn de encarnar el pensamiento.

Para hacer eso, entretejer pensamiento y ficciรณn, los narradores suelen reblandecer los pasajes realistas y echar mano de la alegorรญa. No Coetzee, y ese es uno de sus rasgos distintivos: incluye, sรญ, elementos alegรณricos en sus tramas –alguna casa alevosamente dispuesta en medio de ninguna parte, una enferma terminal que se consume al mismo tiempo que Sudรกfrica– pero jamรกs atenรบa su realismo. Cualquiera que lo haya leรญdo conoce esa rara mezcla de literalidad y simbolismo, relato y especulaciรณn, materia y espรญritu, que destaca y enciende a sus libros. Allรญ estรก, por ejemplo, Vida y รฉpoca de Michael K: una novela que es a la vez descripciรณn de un vagabundeo a travรฉs de Sudรกfrica y meditaciรณn sobre la Sudรกfrica que el vagabundo recorre. Allรญ estรก, tambiรฉn, la doble naturaleza de Foe: narrativa por un lado, reflexiรณn sobre la narrativa por el otro. Allรญ estรก, por supuesto, la inusual combinaciรณn de Esperando a los bรกrbaros: naturalismo brutal, densa alegorรญa.

Otro recurso a la mano de todo aquel que pretenda pensar por medio de la narrativa es, ya se sabe, la adopciรณn del punto de mira de uno o varios personajes. A primera vista parecerรญa que Coetzee se oculta detrรกs de protagonistas mรกs bien cรณmodos: humanistas enfrentados, de una manera u otra, a la barbarie –un magistrado en Esperando a los bรกrbaros, un profesor en Desgracia, Dostoievski en El maestro de Petersburgo, un par de escritoras en Foe y Elizabeth Costello, todos sitiados por seres รกsperos y violentos. Basta, sin embargo, que transcurran unas pocas pรกginas para que los muros entre los bรกrbaros y los civilizados se fracturen. Es entonces, ya perdidas las distinciones, cuando ocurre el momento clave –el punto crรญtico– de casi todas las novelas de Coetzee: ese instante en que los protagonistas, todavรญa mรกs o menos al margen del caos, deciden lanzarse al abismo abierto bajo sus pies. En La edad de hierro: ese segundo en que la protagonista, una vieja enferma de cรกncer, acepta al mendigo y al perro que han ocupado su jardรญn. En El maestro de Petersburgo: esa pรกgina en que Dostoievski opta por acompaรฑar a un implacable joven nihilista, camarada de su hijo muerto. En Desgracia: cuando el profesor David Lurie se niega a defenderse de una acusaciรณn injusta y soporta estoicamente el castigo. En Elizabeth Costello: el apartado en que esa mujer, una escritora ya anciana, se resiste a confesar sus creencias, รบnico requisito para que se le permita cruzar una puerta hacia el Otro Lado.

¿Quรฉ pasa ahรญ? ¿Por quรฉ personajes en apariencia tan racionales actรบan, de pronto, tan inexplicablemente? Pasa, en principio, que esos personajes no son, en el fondo, tan racionales –las criaturas de Coetzee abandonan, en los momentos clave, la razรณn y confรญan en su instinto. Pasa, tambiรฉn, que en las obras del sudafricano no imperan las mecรกnicas leyes del conductismo –no toda acciรณn tiene una causa identificable, y lo que creรญamos haber entendido en, por ejemplo, la pรกgina 37 de Hombre lento no necesariamente determina lo que ocurre en las pรกginas 39 o 92. Pasa, ademรกs, que dentro de la moral de Coetzee (porque se delinea, sรญ, una moral a lo largo de la obra de Coetzee) nadie es verdaderamente inocente –y, por lo mismo, quรฉ sentido tiene intentar esquivar los problemas cuando uno, nada mรกs por el solo hecho de existir y ser blanco o burguรฉs o civilizado, o, para el caso, negro o explotado o rรบstico, ya estรก en el centro del problema. Pasa, por รบltimo y por encima de todo, que el apetito de conocimiento, la necesidad de entender, arroja a los personajes de Coetzee hacia esos abismos –penetran la oscuridad porque ese, y no el frรญo raciocinio, es el รบnico modo de comprender, de veras comprender, cualquier cosa.

                                                    

                                                       โ–  

 

Todo esto para llegar a esta frase: “Entendemos mediante la inmersiรณn de nuestro ser y nuestra inteligencia en la complejidad” (Elizabeth Costello).

Si Coetzee es uno de los dos o tres pensadores vivos mรกs importantes, es justo por eso: porque desconfรญa –como otros– del anรกlisis distante, puramente racional, que acostumbran tanto las ciencias sociales como la mayorรญa de los intelectuales y porque se compromete –como nadie, con una vehemencia solo suya– con otra vรญa de conocimiento. ¿Hay que decir que esa vรญa se llama narrativa? ¿Hay que aรฑadir que incluye, solo en la superficie, personajes y anรฉcdotas y, en su nรบcleo, un severo desdรฉn por la opiniรณn y la certidumbre de que el fin de la escritura no es concluir sino explorar, no aclarar sino exhibir la densidad de las cosas?

Ya debe estar claro que un escritor asรญ no anda por la vida brindando entrevistas, despidiendo juicios, firmando desplegados. Desde luego que Coetzee no lo hace. Rara vez participa en actos pรบblicos –y si participa, se esfuerza en ser pรกlido y olvidable. Rara vez concede entrevistas –y si las concede, no habla de sus obras y se recluye, de pronto, en monosรญlabos. Rara vez emite opiniones –y si se le orilla a hacerlo, se escapa con su ya tรญpica estrategia: leer un relato oscuro y zigzagueante (como el que preparรณ para la entrega del Nobel) cuando todo mundo espera una declaraciรณn sencilla y repetible.

Si ya se sabe esto, ¿para quรฉ molestarlo entonces con un correo electrรณnico y solicitarle imprudentemente una entrevista?

Porque tambiรฉn se sabe que la trama del hombre es compleja y que no hay modo de anticipar la reacciรณn de nadie y que cualquiera, incluso el escritor mรกs hermรฉtico, puede apreciar el resquicio que se le ofrece y decir sรญ y lanzarse y responder todo esto: 

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es escritor y crรญtico literario. En 2008 publicรณ 'Informe' (Tusquets) y 'Contra la vida activa' (Tumbona).


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