Contrabando de Víctor Hugo Rascón Banda, Fiesta en la madriguera de Juan Pablo Villalobos

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¿Puede la literatura dedicada a abordar temas relacionados con el narcotráfico ayudarnos a entender la pesadilla que estamos viviendo? Sí, de muchas maneras. Por eso elegí para reseñar dos novelas emblemáticas: Contrabando, de Víctor Hugo Rascón Banda; y Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos.

Escribo a pocos días de que en varias ciudades del país se organizaran marchas para protestar contra el asesinato de cinco jóvenes en Cuernavaca, a cuatro días de que en San Fernando, Tamaulipas, se descubriera una fosa clandestina con 145 cuerpos, a dos días de que los pobladores de Jicamorachi, Chihuahua, vivieran escenas de terror al ser su pueblo tomado por sicarios, sus casas quemadas y ellos obligados a huir a la sierra para esconderse de los narcotraficantes. Escenas semejantes se viven casi a diario en diversas zonas del país. Entonces tenemos la tentación de decir: en México nunca había pasado algo así, vivimos en la antesala del infierno. La literatura nos desmiente. En 1991, el dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda obtuvo el premio Juan Rulfo por su novela Contrabando. La novela se mantuvo inédita. En 2008 murió su autor. Ese año, póstumamente, fue publicada. Lo que cuenta Rascón Banda en ella es lo que estamos ahora viviendo, lo que Rascón cuenta es lo que había venido pasando en México y nos negábamos a ver. Hace unos meses, en Nexos, Fernando Escalante mostró unas reveladoras estadísticas que mostraban que en el terreno de la inseguridad habíamos retrocedido veinte años. Luego entonces, hace veinte años, en 1991, la situación era muy semejante a la que vivimos hoy. Con una diferencia enorme: hace veinte años la violencia no era mediática ni urbana, sucedía en el campo mexicano, y sus perpetradores no sabían en ese momento lo que hoy saben de la manipulación de los medios. En esos años no cortaban cabezas, no dejaban mantas, no colgaban a nadie de los puentes. Pero el terror ya estaba instalado en nuestro país. Basta, para comprobarlo, leer la sorprendente novela de Rascón Banda.

Un periodista que también escribe ocasionalmente guiones de películas populares, regresa a su tierra, muy cerca de la sierra tarahumara (perturbadoramente cerca de Jicamorachi, tierra hoy asolada por los sicarios), y desde el momento en que llega la violencia lo rodea: balazos en el aeropuerto, relato de una matanza contada por una sobreviviente al llegar a su pueblo, secuestro del presidente municipal, historias y más historias, todas relacionadas, todas historias de narcotraficantes, todas historias de policías y de narcos, indistinguibles, la frontera entre ambos borrada desde muchos años atrás. Historias de soldados cometiendo abusos sin freno. Pero sobre todo: historias de gente común que un buen día, casi imperceptiblemente, decide comenzar a sembrar la droga, o decide venderla, o transportarla, o esconderla en su casa, algunos porque son vagos sin oficio ni beneficio, otra porque su marido era narco, lo mataron y ella heredó el negocio para dar de comer a sus hijos, otro por la aventura. Pueblos, zonas y regiones en donde la droga ha estado presente generaciones atrás, donde la droga es una forma de vida, una cultura, arraigada y honda. Y la pregunta surge leyendo estas páginas, violentas, amargas, de Rascón Banda: ¿se puede erradicar este fenómeno a balazos, se puede con la presencia del ejército que todos temen y nadie respeta, se puede si todos en ese pueblo (en casi la mitad de México) están involucrados, este con un pariente, un amigo, un novio? La novela de Rascón Banda, en el momento en que fue escrita, corrió con pésima suerte: los editores la rechazaron y cayó en el olvido. Nadie quería ver en ese momento lo que estaba sucediendo. Hoy ese destino ya nos alcanzó. Hoy la novela de Rascón parece escrita ayer.

Novela de múltiples registros, de violencia atroz, vertiginosa en su descripción del terror, minuciosa crónica de la vida en el infierno, alcanza momentos de gran ternura y otros de odio intenso. Desde que el personaje regresa al edén subvertido, va subiendo de intensidad hasta la matanza última, que el narrador alterna con el guión de la película popular (cursi, ranchera) que el protagonista fue a escribir a su pueblo, creyendo que encontraría en él la paz de antaño. Novela realista, brutal a veces, intensa, Contrabando es quizá la gran novela del narcotráfico en México.

En 1973, veinticinco años después de que naciera Víctor Hugo Rascón Banda, nació en Guadalajara Juan Pablo Villalobos, publicista y escritor, autor de Fiesta en la madriguera. Generación tras generación el tema sigue siendo el mismo: el narcotráfico y la violencia. Pero su tratamiento no podría estar más alejado en ambos libros. Lo que para Rascón es violencia y realismo, para Villalobos es fábula y corrupción. Rascón narra sucesos a vuelapluma, Villalobos nos narra pausadamente un cuento, una alegoría, en la que aparecen sicarios, prostitutas, capos, lavadores de dinero, pero ninguno de estos personajes tiene peso, ni rostro; son figuras, no hay historia, todo sucede en una casa cerrada al mundo, donde habita un niño hijo de un narco. La novela transcurre desde la mirada de Tochtli, mirada infantil, pero también cruel y prepotente. Mirada cínica de un niño acostumbrado a que su padre, el capo, le conceda todo. Hasta un hipopótamo enano de Liberia. Capricho supremo. Y a Liberia van sicarios, capo y niño por el animal. Todo se vale, con dinero, armas y sangre fría para emplearlas. Se trata de una novela que es también una fábula, que parecería, por la candidez con la que es contada, un cuento inocente de no ser porque está surcada a cada página por hechos violentos. Pero aquí la violencia no duele, la sangre es tan natural como el aire que se respira, la violencia es una forma de vida, natural para Tochtli. Con gran habilidad narrativa, Villalobos hace que parezca cuento una narración del horror. Con un humor y ligereza ejemplares, la violencia es descrita sin aspavientos, sin desgarraduras, sin contexto. Lo único que importa es que la droga deja dinero para traer de Liberia un hipopótamo enano. La droga da poder e impunidad. A los ojos de niño de Tochtli su padre lo puede todo, suspender vidas, cumplir todos los deseos. Fiesta en la madriguera es una magnífica primera novela.

Dos registros (el realismo y la fábula), dos geografías (el agreste norte de México, una casa rica situada en ninguna parte), dos formas de entender el tiempo (un pueblo serrano marcado por la historia sangrienta del narcotráfico, una mansión aislada donde casi nunca pasa nada), dos formas de encarar la literatura: narrando con crudeza el infierno en que se transformó el antiguo edén (Rascón Banda), esencializando los hechos de terror hasta transformarlos en una fábula graciosa (Villalobos). Dos formas de encarar el horror. De transformar en literatura la sangre. Dos formas que muestran cómo en nuestro entorno el narcotráfico no es un fenómeno sino una cultura. Cómo el problema tiene muchos años entre nosotros y hoy ya casi estamos acostumbrados a él. Pero también: la literatura nos muestra que hay hombres y mujeres que la padecen, que sobreviven, que lidian contra el horror, que no forman parte de ese monstruo que todo lo carcome, la literatura muestra que la sensibilidad está viva, tal vez más viva, más despierta que nunca. Que la vida puede vencer el horror.

Además, exijo a las autoridades federales y locales que esclarezcan el crimen múltiple en que fue asesinado Juan Francisco Sicilia Ortega, hijo del poeta Javier Sicilia. ~

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