Corte transversl. Entrevista con Alicia Laguna

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Actriz y productora, comparte la dirección artística de la compañía Teatro Línea de Sombra con el director Jorge Arturo Vargas. Desde hace trece años organiza el Encuentro Internacional de Escena Contemporánea, que este año ocurre del 5 al 18 de julio en la ciudad de México y Pachuca, donde se presentarán, entre otros, los artistas Stefan Kaegi, Cuqui Jerez y Lola Arias.

 

¿Cómo empezaste a hacer teatro?

Soy de Ciudad Valles, San Luis Potosí, pero estudié en Monterrey, donde viví muchos años. El teatro me pegó allá con maestros como Sergio García y Julián Guajardo, gente muy querida con quienes hice mis primeras obras como actriz. Al terminar la universidad, entré a trabajar como tramoyista en el Teatro de la Ciudad. Fui la primera mujer técnico de Nuevo León. Estuve ahí cuatro años en los que aprendí muchísimo. De tramoya pasé a ser traspunte. Me tocó trabajar en varios montajes de compañías internacionales como el Teatro Maly, la Fura dels Baus, el Teatro Odin.

 

O sea que esta doble faceta de actriz y productora viene desde el origen. ¿Cómo llegaste a la ciudad de México?

Fue una aventura en dos partes. Tuve una primera estancia muy sufrida en la que pasé por el propedéutico del cut, unos talleres con José Luis Ibáñez, en el cadac. Fue un momento confuso y difícil. Después del terremoto decidí regresarme a Monterrey. Estuve ahí otros tres años. Y un buen día me vine a hacer un casting para Pecado en la isla de las cabras, de Ugo Betti con Alejandro Camacho, Helena Rojo y Gina Morett. Y me quedé. Hicimos una infinidad de giras por toda la república. A su manera, esa también fue una escuela. Después hice La ronda de las arpías con otros personajes increíbles, como Rosita Quintana y Alma Muriel. Con esas dos obras terminó mi periplo comercial, cuyo saldo fue poder quedarme aquí.

 

¿Y qué pasó después?

Hice La noche de los asesinos de José Triana con Luly Rede, una directora que venía regresando de estudiar en Rusia. Fue una odisea que nos llevó hasta San Petersburgo. Después estuve en París en la Escuela Nacional de Circo. Y al volver me reencontré con Jorge Vargas, a quien conocía de Monterrey. Empezamos a ser pareja de todo y ahí comienza la historia de Teatro Línea de Sombra. Hicimos Múnich-Atenas, de Lars Norén, la primera obra que Jorge dirigió acá.

 

Varios de esos montajes como El censor o las otras puestas de Norén conciliaban un teatro de realismo psicológico con un uso radical del cuerpo.

Sí, ese ha sido un punto de encuentro entre Jorge y yo desde el principio. Aunque hemos hecho otros trabajos, como Galería de moribundos, donde el trabajo corporal estaba en primer plano. Y una obra que muy poca gente vio, La oscura raíz, donde trabajábamos con objetos en una búsqueda más orientada hacia lo plástico.

 

Desde hace trece años Teatro Línea de Sombra organiza el Encuentro Internacional de Escena Contemporánea. ¿De dónde surge la necesidad de hacer algo así?

Es fundamental que las compañías extranjeras no sólo vengan a presentar sus espectáculos sino que también haya un encuentro, un diálogo donde uno pueda conocer sus modos de producción, sus formas de pensar, en un taller o en un seminario, y no sólo a partir de lo que se aprecia desde la butaca.

Originalmente, los encuentros se llamaban Teatro del Cuerpo. Desde hace algunos años, los rebautizaron como Transversales. ¿Por qué?

Teatro del Cuerpo fue volviéndose un concepto limitado. La idea de atravesar de un lugar a otro, de una frontera a otra, explica mejor lo que estamos haciendo ahora. Desde hace varias décadas las artes escénicas están muy contaminadas por todas las disciplinas artísticas. Hay una tremenda intersección de lenguajes y de herramientas. Una lógica transversal nos permite tener a Kitt Johnson, una artista danesa, muy visual, muy física, conviviendo con Daniel Veronese, que hace teatro de texto. También pienso que nuestro carácter tan independiente nos ha permitido tomar riesgos. Hemos podido traer a artistas como Angélica Liddell, María Ribot y Rodrigo García, y decir a ver qué pasa. Grupos como Rimini Protokoll, que va a estar en la edición de este año, tienen que ver con los estudios dramáticos, pero finalmente se meten a otros campos como la sociología, la política, la crítica social, la filosofía. Esa transversalidad es fundamental para nosotros.

 

¿Estos encuentros han afectado su propia producción como artistas?

Absolutamente. Algunos han sido fundamentales. Cuando todavía estábamos en Querétaro, trajimos a Akhe Group, una compañía rusa. Son artistas plásticos que llegaron al teatro. Sus obras nos impresionaron. Posteriormente hicimos una colaboración con ellos, que se estrenó en el Cervantino, Fausto 3.
El proceso nos hizo reflexionar mucho sobre la relación de las artes plásticas con la escena. Descubrimos una veta que hemos continuado. Jorge siempre ha sido un director que trabaja a partir de la imagen. En Amarillo, nuestra obra más reciente, hay una línea que está totalmente casada con las artes plásticas. No partimos de un orden textual sino de una búsqueda plástica. Hay un trabajo de multimedia que es la culminación de
un proceso que parte del escenario, de las acciones que realizábamos los intérpretes. En julio vamos a dar unas funciones en el Teatro El Milagro, que fue donde se originó el proyecto.

 

A mí me entusiasma cómo en mucho del arte contemporáneo se privilegia el discurso. Muchos artistas deciden de qué quieren hablar y a partir de eso definen cuál es el lenguaje que más les conviene. De un modo muy natural, se van colapsando barreras que en el fondo son muy artificiales. En este sentido, ¿qué opinión te merece la escena mexicana?

A veces pienso que estamos a años luz de lo que está ocurriendo en el mundo.

 

¿Qué hace falta?

En otras cosas, instituciones más eficientes. En Conaculta hay una burocracia espantosa que dificulta mucho lo que hacemos en Transversales. El año pasado fuimos a la Cámara de Diputados y conseguimos un millón de pesos etiquetados para nosotros. Está publicado en el Diario de la Federación. Sin embargo, no hemos logrado que se liberen esos recursos. Hay una serie de procedimientos en el área de vinculación cultural, que ahora parece que se va a llamar de fomento a los estados, donde se ha pospuesto la entrega del dinero de una forma muy angustiosa. Obviamente, nuestro flujo de recursos ya comenzó hace meses. Vivimos con los dedos cruzados.

 

¿Quién más los apoya?

Transversales tiene su sede en Pachuca. Recibimos apoyo del Consejo Estatal para la Cultura de Hidalgo, que nos brinda espacios para los talleres y las presentaciones, así como la estancia y los viáticos de los participantes. En algunos casos, también recibimos apoyos de embajadas e institutos culturales extranjeros. Sin embargo, nuestro efectivo, constante y sonante, son quinientos mil pesos de la Coordinación Nacional de Teatro del inba.

 

Eso, más o menos, es lo que cuesta el pago anual de un actor de número de la Compañía Nacional de Teatro, cuyo presupuesto anual rebasa los treinta y cinco millones de pesos. Si me apuras, te diría que, hoy por hoy, Transversales es el ejercicio de diálogo más importante con la vanguardia escénica internacional que hay en México. Realizan una tarea muy importante en términos de educación artística y formación de públicos y lo hacen con muy poco dinero.

Afortunadamente, hay un reconocimiento de nuestro proyecto en ciertos espacios internacionales. También ha sido muy emocionante la reacción tan entusiasta del público en estos cuatro años en Pachuca. Y la verdad es que si no tomáramos estos riesgos tan grandes, las cosas no pasarían. ~

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(ciudad de México, 1969) es dramaturgo y director de teatro. Recientemente dirigió El filósofo declara de Juan Villoro, y Don Giovanni o el disoluto absuelto de José Saramago.


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