La muerte de Orlando Zapata Tamayo, la huelga de hambre del periodista disidente Guillermo Fariñas y el acoso a las manifestaciones pacíficas de las Damas de Blanco, madres, esposas e hijas de los presos políticos cubanos, han puesto de nuevo a Cuba en el ojo del huracán mediático. Pero, a diferencia de tantas otras ocasiones en el pasado, por primera vez muchos aliados del régimen castrista despiertan ante la realidad atroz que se vive en la mayor de Las Antillas. Es el caso del manifiesto “Yo acuso al gobierno cubano”, promovido desde España, que ha recabado firmas inconcebibles antes, como las de Ana Belén, Víctor Manuel o Pilar Bardem. Es el caso del extrañamiento del parlamento chileno a Cuba y la exigencia de respeto a los derechos humanos y la excarcelación de los presos políticos con el aval de Isabel Allende. Pareciera que la máxima de Winston Churchill “se puede engañar a uno mucho tiempo, a muchos durante poco tiempo, pero no a muchos mucho tiempo” por fin se cumple para el caso de la dictadura de los hermanos Castro. Pero se nos olvidó en esta ecuación, como siempre, el atraso político de cierta izquierda mexicana, irreductible aldea gala del fanatismo ideológico.
A rebufo del sólido argumental del periódico Granma –“feroz campaña mediática”, “provocación contrarrevolucionaria”, “maquinaria anticubana”, “grupúsculos contrarrevolucionarios”– y del pronunciamiento de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, la tristemente famosa uneac, que entre otras perlas dice: “en la historia de la Revolución jamás se ha torturado a un prisionero. No ha habido un solo desaparecido. No ha habido una sola ejecución extrajudicial. Hemos fundado una democracia propia, imperfecta, sí, pero mucho más participativa y legítima que la que nos pretenden imponer. No tienen moral los que han orquestado esta campaña para darnos lecciones de derechos humanos”, y que pide: “apelamos para ello a la conciencia de todos los intelectuales y artistas que no albergan intereses espurios en torno al futuro de una Revolución que ha sido, es y será un modelo de humanismo y solidaridad”, circula el contramanifiesto “En defensa de Cuba”, patrocinado por la modestísima en sus intenciones Red en Defensa de la Humanidad. Firmado por el filósofo y ¡ex rector de la unam! Pablo González Casanova, el fotógrafo y ¡ex director de Conaculta! Víctor Flores Olea y la economista Ana Esther Ceceña, este documento nace como respuesta a la resolución del 11 de marzo del Parlamento Europeo que condena al gobierno de Cuba con duras palabras y exige las siempre postergadas libertades.
Dividido en cinco puntos, los intelectuales/académicos/luchadores sociales/pensadores críticos/artistas que organizados en red defienden a la humanidad (salvo la pequeña porción de humanos que vive prisionera en Cuba) comparten “la sensibilidad mostrada por los europeos acerca de los prisioneros políticos” y exigen, en el primero, “la inmediata e incondicional liberación de todos los presos políticos en todos los países del mundo, incluidos los de la Unión Europea”. Se deduce de su lógica interna que por “todo el mundo” se entiende “todo el mundo salvo Cuba”. En el segundo, tras lamentar la muerte del “preso común” Orlando Zapata, se pronuncian en contra de que su muerte sea tergiversada con fines políticos. Pero ¿quién define a un preso político? ¿El país que lo encarcela? ¿Alguien conoce de una dictadura que reconozca que tiene presos políticos? Obviamente, para las autoridades cubanas, Orlando Zapata no era un preso de conciencia; para sus compañeros disidentes, para los observadores extranjeros y para Amnistía Internacional, sí. Para la Red en Defensa de la Humanidad (salvo los cubanos presos), no. Es cierto que Orlando Zapata Tamayo incumplía la legislación vigente en Cuba, pero por la simple razón de que toda actividad fuera del Partido Comunista está prohibida. Lo mismo que manifestarse, organizar una huelga u opinar distinto a la línea oficial que controla todos los medios de comunicación.
En el punto tres de su valiente manifiesto explican cómo la democracia “formal” es un bien relativo que en Occidente enmascara oscuros intereses de “pequeños grupos con inmenso poder”, todo lo contrario de la democracia participativa de Cuba, se entiende. Añado yo que en la isla ese “pequeño grupo con inmenso poder” existe tan sólo desde hace dos años, cuando a la persona en el mando único y vitalicio se le unió, por estrictas razones de salud, su hermano pequeño. Y dos personas ya son, se quiera o no, un grupo. El punto número cuatro explica las coincidencias, transparentes e inapelables, entre las políticas contrainsurgentes que “han estado aplicándose en América Latina para detener o distorsionar los procesos de transformación emancipadora que están en curso” y el escándalo en los medios de comunicación a raíz de la muerte de Orlando Zapata. De nuevo, criticar cualquier cosa concreta de Cuba es hacerle el juego a sus enemigos y caer en las garras argumentales del imperialismo y sus ¡políticas contrainsurgentes! La misma lógica del peor Sartre, que ante la evidencia de los campos de concentración soviéticos pedía no denunciarlos para no desalentar a los obreros de la Renault, que por cierto, año con año, vivían mejor. Y en el punto cinco, “así como les preocupa el caso del delincuente fallecido” –muy humana manera de referirse a la muerte por inanición voluntaria de una persona que lucha por sus derechos–, exigen “el fin de la ocupación de Gaza” –imagino que dirigida a Hamás, ya que Israel se retiró hace años–, el fin de la intervención en Iraq y Afganistán, el fin de la ¡“doble ocupación de Haití”!, el regreso de Guantánamo a Cuba y las Malvinas a Argentina. Y por su puesto, el fin “del bloqueo que viola los derechos humanos del pueblo cubano y que puede poner en duda la calidad moral de quien exige trato humano para un delincuente cuando se lo niega a un pueblo entero”. Parafraseando la manoseada cita del Quijote, con los defensores de la humanidad hemos dado, amigo Sancho. ~
(ciudad de México, 1969) ensayista.