Desde su nacimiento en la imaginación occidental, América fue vislumbrada como otro mundo, nuevo, paralelo o alternativo, que corregía el curso de la vieja, decadente o moribunda Europa. Esa condición utópica, a veces fundacional, a veces regeneradora, desafiaba cualquier pretensión de edificar en su territorio los pilares de una sociedad ideal. Algo así habría significado la instalación de una utopía dentro de la utopía misma.
Federico Guzmán Rubio (Ciudad de México, 1977) ha dedicado un libro a demostrar, a través de siete casos concretos, que aquella duplicación de lo utópico americano sí tuvo lugar. En siete sitios distintos, en tiempos diferentes, Pátzcuaro en 1539, Argirópolis en 1850, Nueva Germania en 1886, Colonia Cecilia en 1890, Fordlandia en 1928, Solentiname en 1966 y Santa Fe, Ciudad de México, en 1982, se produjeron aquellas réplicas.
El libro de Guzmán Rubio, aparentemente, no sigue un orden cronológico, aunque, como veremos, tal vez sí. La primera utopía, por orden de aparición histórica, sería la de Vasco de Quiroga en Pátzcuaro en el siglo XVI. Este sacerdote avileño, nombrado obispo de Michoacán por el emperador Carlos V, ideó una fusión institucional entre los cabildos tarascos y los ayuntamientos castellanos para gestionar el autogobierno de la comunidad. Fue aquella la utopía americana más próxima a la original Utopía de Tomás Moro, que Quiroga leyó en un ejemplar prestado por el obispo fray Juan de Zumárraga.
Guzmán Rubio define esa primera utopía como “cristiana”. Pero tal vez podría concordarse en que se trataba también de una sociedad ideal republicana, por su fuerte sentido comunitario. En cambio, la siguiente utopía latinoamericana, la del argentino Domingo Faustino Sarmiento en Argirópolis, más que como republicana podría catalogarse como liberal. Sarmiento pensó la ciudad como capital de la renacida confederación argentina, después de la derrota de la dictadura de Juan Manuel de Rosas. Una reconstrucción política que, como en las Bases constitucionales de Juan Bautista Alberdi y en la propia Constitución argentina de 1853, seguía al pie de la letra las premisas del liberalismo romántico latinoamericano del siglo XIX.
Utopía racista o, más específicamente, utopía aria sería la siguiente, que localiza Guzmán Rubio en la Nueva Germania, una comunidad alemana en el Paraguay de fines del siglo XIX, fundada por el pedagogo y publicista antisemita Bernhard Förster y su esposa Elisabeth Nietzsche, hermana del filósofo de Así habló Zaratustra. En 1880, Förster, gran admirador de Richard Wagner y seguidor de las ideas racistas de Gobineau y Müller, escribió el panfleto Petición antisemita, y para fines de esa década ya se había embarcado en un proyecto de colonia aria en el departamento paraguayo de San Pedro. El proyecto fracasó y Förster se suicidó en San Bernardino, mientras su esposa regresaba a Alemania a cuidar a su hermano sifilítico y demente.
Otro proyecto de comunidad utópica, que también fracasaría muy pronto, tuvo una inspiración doctrinal contraria: el anarquismo decimonónico. Giovanni Rossi, un médico y veterinario anarquista italiano, nacido en Pisa, encabezó entre 1890 y 1894 la organización de la Colonia Cecilia en Palmeira, en el estado brasilero de Paraná, muy cerca de Curitiba. Eran los años del fin de la esclavitud y el tránsito del imperio a la república de Fonseca y Peixoto, cuando se lanzaron programas de colonización europea. Pero el proyecto de Rossi no tenía rasgos eugenésicos, sino que partía del principio de la igualdad radical y el amor libre. En la crónica Un episodio de amor en la Colonia Socialista Cecilia (1895), Rossi contó la fractura de la comunidad por los pleitos afectivos que generaba la poligamia.
Utopía fracasada fue también Fordlandia, el experimento de ciudad industrial del magnate estadounidense Henry Ford en la ribera del río Tapajós, un afluente del Amazonas brasileño. En 1928, poco antes de que colapsara la economía mundial, Ford pensó que podía construir un emporio cauchero en la zona. Al alterar el ecosistema selvático de los árboles de caucho, por medio de una plantación, las plagas arrasaron con los cultivos en muy poco tiempo. Como la racista o la anarquista, esta utopía del capitalismo industrial colapsó pronto.
Más cercana a nuestro tiempo, en la época de las utopías revolucionarias de la Guerra Fría, el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal armó una comunidad de escritores, artistas y campesinos en las islas de Solentiname, en el Gran Lago de Nicaragua. El proyecto se echó a andar en 1966, mucho antes del triunfo sandinista contra Anastasio Somoza, en medio del entusiasmo continental que suscitaba la Revolución cubana. Luego, bajo el sandinismo, cuando Cardenal ocupó el cargo de ministro de Cultura, la comunidad recibió apoyo oficial. En los últimos años, el archipiélago ha sido abandonado por el régimen de Ortega y Murillo.
La última utopía sería una vigente, la neoliberal del barrio de Santa Fe, al poniente de la Ciudad de México. Construida sobre un basurero, esa zona de la capital mexicana, desarrollada en las últimas décadas del siglo XX, ha sido, hasta ahora, una utopía hipermoderna, que se presenta como revisión urbanística de las colonias tradicionales de la ciudad. Santa Fe se proyectó como el futuro de la urbe, pero ya comienza a ser su pasado y, como las otras utopías descritas en este libro, podría terminar juntando sus propias ruinas.
El libro de Guzmán Rubio es esta compilación de ruinas, pero también una bitácora de viajes. El autor viajó a cada uno de esos sitios –menos a Solentiname– y encontró vestigios físicos de sus realidades: las viejas naves industriales abandonadas de Fordlandia, la confitería Colonia Cecilia de Curitiba, las ridículas torres tirolesas de Nueva Germania. Restos arqueológicos no solo de utopías sino de ucronías, de comunidades plausibles de otros tiempos, que dejaron señales de su existencia en el pasado.
Decíamos que el índice de Sí hay tal lugar no sigue un sentido cronológico, pero que, tal vez, responda a una lectura precisa de la historia moderna de América Latina. Comienza con la utopía capitalista de Ford, continúa con la anarquista de Rossi, la racista de Förster, la cristiana de don Vasco de Quiroga, la liberal de Sarmiento, la revolucionaria de Cardenal, para terminar con la neoliberal de Santa Fe. El itinerario sería una buena síntesis de la historia de la región, que en cinco siglos ha transitado del capitalismo al neoliberalismo, con estaciones republicanas y liberales, católicas y socialistas. ~