En el número de agosto, Luis González de Alba publicó un perfil crítico de Carlos Monsiváis. De la polémica que generó este texto entre nuestros lectores, rescatamos cuatro de las cartas más interesantes. A continuación las presentamos en su secuencia original.
Sr. director:
Es normal la enemistad y el odio entre escritores. Nace siempre por nimiedades y envidias, por tener diferentes
filiaciones políticas o religiosas, por ser ateos o creyentes, por estar a favor o en contra del gobierno. Surge también por el ego insoportable de sentirse por encima de cualquier mortal, por leer muchos libros o publicarlos, porque fulanito fue premiado y yo no. Hasta el mejor escritor escribe cosas confusas e ininteligibles, producto de la saturación cerebral de copiosas lecturas y datos. La inteligencia de Monsiváis y la lucidez de sus ensayos son siempre interesantes por la habilidad y maestría que despliega en ellos, no importa que sean sobre figuras vulgares o refinadas. Cada escritor tiene el derecho y la libertad de elegir sus temas, sean estos de nuestro agrado o no. Hay que moderar nuestros odios y recordar que es de humanos errar. Hay que revisar nuestros escritos para encontrar páginas confusas mezcladas con otras brillantes. No creo que la crítica de González de Alba le quite el sueño a, o disminuya la bien ganada fama de, Monsiváis. Nos guste o no, es un clásico moderno e imprescindible de nuestras letras. ~
– Armando Loría
Sr. director:
¿Y qué importa si a Luis González de Alba lo motivó el odio, la envidia, el enojo, el amor, la enemistad o el afán de diversión para escribir el artículo? Lo importante es que soltó la sopa (fenómeno cada vez más raro en el mundillo de los famosos o de los que tienen voz en los medios): publicó –con pelos y señales– lo que muchos piensan pero pocos se atreven a decir.
Yo no pertenezco a ese mundo, pero González de Alba, como lo hace también Castañeda, es de los pocos que le dicen al pan, pan, y al vino, vino. Y lo hacen porque conocen las entrañas de lo que critican o alaban, sin temor a la excomunión de los políticamente correctos o de ser tachados como traidores a la patria. ¿Levantan ámpula sus comentarios? Claro. De eso se trata. Porque las verdades duelen. Ojalá sigan luchando por derrumbar tantos mitos que aquejan incluso a los que se dicen pensantes en nuestro país.
A los que se quejan de que el autor no habla de las virtudes de Monsiváis: para eso ya hay millones de textos, noticieros, conferencias, coloquios, premios, reconocimientos, etcétera. No se trataba de hacer uno más. ~
– Jesús Reyes
Sr. director:
De Luis González de Alba he leído Las mentiras de mis maestros y AMLO: la construcción de un liderazgo fascinante, además de ser lector de cuanto artículo suyo puedo encontrar.
Mi sensación es que González de Alba está cada día más furioso. Su estilo ha pasado de un razonamiento y una ironía que recuerdan a Bernard Lazare, a una agresividad no desprovista de razones pero que afecta la recepción de sus argumentos.
Tomando en cuenta que vivo rodeado de conversaciones y debates cuyo único objetivo es confirmar la lealtad al Partido, da gusto leer a un veterano, un izquierdista que no se limita a repetir prejuicios aprendidos hace medio siglo y dice “no” cuando los compadres le piden un “sí”.
No se lee lo suficiente a Luis González de Alba. Su estilo no le resta valor a sus artículos, pero será difícil convencer de ello a quienes sólo ven la violencia de su prosa. ~
– Andrés Orgaz Martínez
Sr. director:
Qué sencillo es descalificar el todo por la parte. Qué fácil es, una vez identificado lo cuestionable, inflar los defectos hasta convertirlos en pecados capitales, en juicio sumario, en condena definitiva.
Es necesario, a pesar de los encomios y las descalificaciones, no olvidar la obra. No puede pasarse por alto el deleite que es leer Días de guardar o Nuevo catecismo para indios remisos o Los rituales del caos, con toda su frondosa sintaxis y su “relajo” argumental. No puede dejarse de lado la vocación irreverente del programa de radio que Monsiváis conducía, o la sucinta hilaridad de sus adláteres a la vida política, o su viva relación con la cultura popular mexicana, etcétera.
Insisto, es preciso regresar a la obra, juzgar desde los textos publicados. Al final, el personaje público no es más que alimento para la anécdota; la obra es la que sobrevive. ~
– Alejandra Esparza García