La muerte de Waldir Pereira, Didí, en estos momentos de enorme crisis del futbol brasileño, donde las estrellas se interesan poco por su selección y los jóvenes no dan aún el ancho para sustituir a las figuras; en tiempos en los que todavía no sabemos si Brasil asistirá al Mundial de Corea y Japón, muere uno de los impulsores de ese inolvidable jogo bonito que trazó un nuevo camino en el futbol y que nos indicó, cuando todos jugaban caminando, que este deporte se juega corriendo, en un constante cambio de ritmo, y que el balón es nuestro mejor amigo en una época en la que la fuerza y la lentitud predominaban.
Didí, conocido como El príncipe etíope por los comentaristas deportivos brasileños gracias al cuidado que tenía para vestirse y, sobre todo, a su elegancia en la cancha, vivió la mitológica tragedia de Maracaná cuando el imparable equipo local, favorito de todos, perdió contra Uruguay ante la depresión del país entero. Joven de 22 años, Didí tuvo que sobreponerse a esto y en plena madurez futbolística, esto es, entre los 30 y 34 años, se convirtió en el líder armador del equipo mítico que ganó el Mundial de Suecia 1958 único equipo en la historia que, siendo americano, ganó un torneo en Europa y el Mundial de Chile en 1962. Dos competencias
importantes: en la primera, un joven de 17 años, llamado Pelé, demostró que el mundo conocería al mejor jugador de la historia. En la segunda, después de una lesión del rey Pelé, Didí se echó el equipo al hombro y lo llevó al campeonato, sin más ni más, junto con Garrincha, otro mito futbolero que no está ya con nosotros. En esos momentos el futbol cambió, salió de la antigüedad y se modernizó hasta lo que hemos visto. Fue gracias a estos jugadores, a sus finezas, a sus improvisaciones y a que se conocían con los ojos cerrados.
No es fácil que el gran jugador acepte la influencia de otro y, sin embargo, Pelé reconoció siempre a Didí como su hermano mayor trece años, como su mentor creativo y como el jugador que le ofrecía la libertad necesaria para que luciera. Didí hablaba mucho en la cancha, daba instrucciones permanentemente y jugaba "tan fácilmente al futbol que parecía que estaba comiendo una naranja", comentó el rey.
Luego de la cancha y de sus contrataciones en el extranjero, pasando por el Real Madrid de Di Steffano y por el Veracruz, Didí quiso ser entrenador. Como su selección nacional la dirigía Zagallo, tuvo que entrenar a Perú para el Mundial de México 1970. Nunca los peruanos jugaron tan bien como en esa copa; parecía como si el entrenador hubiera repartido su magia entre las piernas de Chumpitaz, de Oblitas, de Barbadillo. Sólo su Brasil pudo con Perú, pero ahí estaban Pelé y Gerson, como el digno sucesor del príncipe etíope.
Se nos están yendo los grandes y, sobre todo, aquellos para los que el futbol era un juego hermoso: "si jugamos bien, obligamos al rival a hacer lo mismo", dijo Didí en una entrevista al final de su vida. Didí llegó en los setenta a River Plate, en un momento de crisis del club, y se la jugó con los jóvenes; esa política la mantiene la institución más ganadora de la historia del futbol. Un brasileño querido en Buenos Aires no es algo fácil de creer, pero en las tribunas del estadio monumental de River las barras cantaban: "Tomala vos, dámela a mí, es el equipo de Didí". Va por usted, maestro, y que su hoja seca sea recordada por siempre en el toque inmortal de las canchas mundiales. –
Como escritor, maestro, editor, siempre he sido un gran defensa central. Fanático de la memoria, ama el cine, la música y la cocina de Puebla, el último reducto español en manos de los árabes.