Azúa y el arte de la novela

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Señor director:

Felicito a usted y a su equipo por el esfuerzo que mes a mes se refleja en la creciente consolidación de Letras Libres como referente editorial. Muestra de ello son los debates que se originan, sostienen y concluyen entre sus páginas, signo inequívoco del poder de convocatoria que tiene su revista entre los propios actores de la escena cultural. Entre éstos, he notado que el Sr. Félix de Azúa es quizá uno de los más dispuestos a ejercer la crítica y practicar la confrontación de ideas en sus declaraciones sobre las nuevas estéticas, como lo demuestra su agudo intercambio epistolar con Javier Cercas a propósito de la naturaleza de la novela.
     Esta cualidad del Sr. Azúa me invita a cuestionar sus brillantes observaciones sobre la muerte del Arte como noción metafísica y cuasi religiosa, propia del romanticismo y apenas derrocada por Walter Benjamin en el primer tercio de este siglo. No cabe duda de que la era de la reproducción técnica y el fin del aura de la obra única (el famoso postulado de Benjamin que lo enfrentó a muerte con Adorno) son causa y efecto de la desacralización artística que tanto celebra Azúa, y que hoy difícilmente se pone en duda fuera de las aulas o de círculos con rancias nostalgias decimonónicas. No estoy tan segura, sin embargo, de que la muerte del Arte con mayúscula haya necesariamente devenido en la muerte del Artista, también con mayúscula, entendido como médium a través del cual se manifiesta una entidad absoluta e iluminadora.
     A partir de que las artes dieron la espalda a la tradición figurativa y referencial de la escuela realista, la teoría de arte contemporáneo desplazó la atención del espectador al intelecto del creador con todas las implicaciones del acto. Hoy en día el culto al autor repunta con renovados bríos (a pesar de los esfuerzos de los estructuralistas y posestructuralistas por relativizarlo), y más que nunca el artista contemporáneo se propone a sí mismo como componente conceptual de su propia obra.
     Dudo que lo que el Sr. Azúa reconoce en los artistas como una complicidad con la industria del ocio, de la publicidad y del flujo de grandes capitales, sea llevada a cabo por lo que él llama "artesanos de infinito pelaje que tratan de ganarse la vida". No, por lo menos, desde la total ingenuidad, y no, definitivamente, desde la negación del yo. ¿Es posible que el Sr. Azúa encuentre entre ambas posturas una desvinculación genuina?
     Como remate a estas tambaleantes líneas, me confieso, por lo demás, su más ferviente lectora. ~

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