IlustraciĆ³n: LETRAS LIBRES / Sean Mackaoui

El desengaƱo del Imperio EspaƱol: Entrevista con John Elliott

John Elliott es una autoridad mundial sobre la historia de EspaƱa y su imperio. Krauze, en esta conversaciĆ³n que forma parte de su libro 'TravesĆ­a liberal', que Tusquets pondrĆ” en circulaciĆ³n en el mes de noviembre, dialoga, entre otras cosas, con el historiador inglĆ©s sobre las causas de la decadencia espaƱola y sobre la pervivencia de ciertos usos del pasado en el presente de la penĆ­nsula.
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Los ingleses esparcieron por los siete mares la “Leyenda Negra”, pero siglos mĆ”s tarde otros britĆ”nicos dedicarĆ­an su vida a desterrar esa leyenda a fuerza de estudiar y comprender la historia de EspaƱa, de las diversas culturas que integran EspaƱa. Uno de los mĆ”s ilustres y prolĆ­ficos es Sir John Huxtable Elliott, cuya obra, ampliamente conocida, incluye libros como La EspaƱa imperial, La rebeliĆ³n de los catalanes, El Viejo Mundo y el Nuevo, Un palacio para el Rey, El conde duque de Olivares.

ConocĆ­ a Elliott en Sevilla en 1997. El aƱo anterior habĆ­a sido galardonado con el Premio PrĆ­ncipe de Asturias de Ciencias Sociales. AcudĆ­amos como ponentes a un encuentro conmemorativo del 450 aniversario de la muerte de HernĆ”n CortĆ©s. Lo invitĆ© a MĆ©xico a hablar de la historia comparativa entre las “dos AmĆ©ricas” sobre la que estaba trabajando. En su breve estancia “llevĆ© agua a mi molino” y conversamos sobre las determinaciones culturales o de mentalidad que impidieron el acceso natural y oportuno de EspaƱa y sus dominios al mundo moderno. Octavio Paz insistĆ­a en que las causas fundamentales de ese desencuentro fueron de naturaleza cultural, y entre todas resaltaba la falta de una IlustraciĆ³n plena en el orbe hispĆ”nico, consecuencia, a su vez, del legado de la Contrarreforma. ĀæPodrĆ­a decirse que EspaƱa se cerrĆ³ al mundo al tiempo que Inglaterra se abrĆ­a a Ć©l?

QuerĆ­a saber la opiniĆ³n de Elliott. HabĆ­a leĆ­do su libro Spain and its World y me habĆ­a llamado la atenciĆ³n su insistencia en el uso del tĆ©rmino “desengaƱo” en la etapa crepuscular del Imperio EspaƱol. La palabra resuena en GĆ³ngora, Cervantes, GraciĆ”n, y llega a ser equivalente a la verdad. Es decir, la vida es el error, el engaƱo o el sueƱo. Caer en la cuenta, percibir de pronto con claridad, salir del sueƱo, es “desengaƱarse”. En algĆŗn soneto, Quevedo aconseja expresamente persistir en el engaƱo y evitar la crueldad del desengaƱo. Pero Quevedo, que todo lo sabĆ­a, sabĆ­a tambiĆ©n que el engaƱo es insostenible y por eso encuentra “incierto el bien y cierto el desengaƱo”. En la vida de los imperios (y en la otra) suele llegar el momento de la verdad. ĀæCĆ³mo viviĆ³ EspaƱa ese desengaƱo y cĆ³mo lo trasmitiĆ³ a sus dominios de ultramar? Ɖsa era la pregunta central que le formulĆ© a Elliott.

Poco a poco la conversaciĆ³n tocĆ³ diversos aspectos de ese desengaƱo: la perplejidad ante un mundo que, por un lado, desdeƱaba valores tradicionales como el honor, el renombre, la reputaciĆ³n, y por otro concebĆ­a el trabajo como fuente principal de riqueza. Aquel bloqueo cultural que influyĆ³ adversamente en el desarrollo polĆ­tico y econĆ³mico de EspaƱa y su mundo suponĆ­a, a su vez, paradĆ³jicamente, un actitud mĆ”s inclusiva, piadosa y tolerante con respecto a otras culturas (salvo en el Ć”mbito religioso). De allĆ­ la pregunta seminal que se hace Elliott: Āæpor quĆ© no hubo en AngloamĆ©rica un BartolomĆ© de las Casas?

Ahora el tronco ibĆ©rico y sus ramas americanas han adoptado muchos de los valores de la modernidad, entre ellos y sobre todo la democracia. Pero el pasado gravita aĆŗn sobre nosotros. Inadvertidamente nos dicta pautas de conducta. Por eso es importante reflexionar sobre el pasado para desentraƱar sus cĆ³digos secretos. Para esa tarea, la obra de John H. Elliott es una Piedra Roseta.

Se dice que usted percibiĆ³ cierto paralelo entre la historia espaƱola posterior al auge imperial y la historia inglesa despuĆ©s de la Segunda Guerra Mundial, como si ambas estuviesen marcadas por una decadencia similar. ĀæPodrĆ­a abundar sobre esto?

Es un tema triste para mĆ­. Tal vez mi interĆ©s por la historia de EspaƱa en el siglo diecisiete surgiĆ³ de mis propias experiencias como joven de la Inglaterra de fines de la Segunda Guerra Mundial, cuando, a pesar de la gran reputaciĆ³n de mi paĆ­s, ya se vislumbraba el ocaso del Imperio.

Cuando empecĆ© a estudiar la EspaƱa del Conde Duque de Olivares, surgieron enseguida ciertas resonancias entre lo que veĆ­a en la documentaciĆ³n del siglo diecisiete y lo que sucedĆ­a en mi propio paĆ­s: la gente comenzaba a hablar de la decadencia. Y aĆŗn mĆ”s en los aƱos sesenta, cuando estaba preparando mis libros. Fue muy interesante, porque me di cuenta de que los espaƱoles del siglo diecisiete eran muy conscientes de lo que estaba pasando. TenĆ­an una clara percepciĆ³n en aquel momento, y dediquĆ© muchas investigaciones y anĆ”lisis a los problemas de Castilla ā€”mĆ”s que todo econĆ³micosā€”, buscando una soluciĆ³n para lo que sucedĆ­a en Inglaterra. Fue una bĆŗsqueda frenĆ©tica. Estudiaba al Conde Duque de Olivares, un hombre con grandes proyectos para frenar la decadencia, y por entonces tambiĆ©n empezaban los estadistas ingleses con sus proyectos para frenarla, y descubrĆ­ ciertos paralelos. Tal vez eso me generĆ³ una mayor empatĆ­a con lo que habĆ­a sufrido la EspaƱa del diecisiete y, al mismo tiempo, me aclaraba lo que estaba ocurriendo en mi propio paĆ­s.

Lo mĆ”s curioso es que algunos estadistas ingleses de los aƱos sesenta y setenta, despuĆ©s de publicado mi libro sobre la EspaƱa imperial, decĆ­an que tenĆ­amos que evitar la situaciĆ³n de la EspaƱa del siglo diecisiete. Es curioso porque, mientras escribĆ­a mi libro, tambiĆ©n pensaba en el diĆ”logo y en el discurso polĆ­tico de mi paĆ­s en aquellos aƱos.

De modo que el interĆ©s fue un puente de dos vĆ­as. Me doy cuenta de que tocar los resortes de la decadencia o la declinaciĆ³n del Imperio EspaƱol en una sola pregunta es imposible. Usted ha escrito todos esos libros para explicĆ”rsela, pero de cualquier manera vale la pena preguntarnos cuĆ”les fueron finalmente las razones fundamentales de esa declinaciĆ³n, y me pregunto tambiĆ©n si usted ha reflexionado sobre si hay algĆŗn eco, primero, de esa declinaciĆ³n en otros imperios posteriores o anteriores, y si existe alguna lecciĆ³n que usted encuentre como moraleja en ese proceso.

Bueno, me parece que es, sobre todo, un asunto de adaptaciĆ³n. Sucede que una sociedad se propone ciertos objetivos, determinadas metas. Para EspaƱa, la medida del criterio para el Ć©xito se da principalmente en la guerra. La fama o la reputaciĆ³n son palabras que aparecen continuamente: “Por nuestra reputaciĆ³n, no podemos dejar los PaĆ­ses Bajos”, por ejemplo. Y eso aparece incluso en el Conde Duque de Olivares, quien, con todos sus proyectos reformistas, no podĆ­a abandonar esas antiguas metas. AsĆ­ se llega a lo que Paul Kennedy, en su famoso libro, denominĆ³ imperial overstretch, es decir, cuando una sociedad estĆ” intentando abarcar demasiado y luego resulta muy difĆ­cil corregir el rumbo.

El Ć©xito pasaba de una sociedad como EspaƱa, con sus grandes objetivos y su imperio enorme, a paĆ­ses mĆ”s pequeƱos, como Holanda, dotados de nuevas ideas para organizar la riqueza, el poder y el comercio; y EspaƱa no logrĆ³ adaptarse a ese nuevo mundo. Cambiar significaba un costo excesivo, porque resultaba muy difĆ­cil para las clases gobernantes variar el rumbo. Me parece que sucediĆ³ lo mismo con la Inglaterra del siglo veinte: todavĆ­a tenemos la idea de una tendencia imperial por todo el mundo, y por eso el desastre del Canal de Suez, cuando ya no tenĆ­amos la fuerza para soportar o defender un imperio o ni siquiera pretensiones imperiales de ese tipo.
 
En el fondo estamos hablando de cierta propensiĆ³n a la irrealidad. ĀæCuĆ”les son las razones de esa propensiĆ³n? ĀæPodemos tocar la obsesiĆ³n espaƱola con el “carĆ”cter nacional”?

Es muy difĆ­cil contestar esto. En parte se relaciona con la mentalidad del siglo diecisiete, es decir, por lo que hace al asunto de lo que es real y lo que no lo es. Hay todo un mundo barroco en el cual participa EspaƱa con la idea de que, en el fondo, la vida es sueƱo. Eso sin duda influye, y mĆ”s cuando uno constata que aquello que se creĆ­a era la riqueza ā€”el oro, la plataā€” no lo es, y que la riqueza ā€”como dice GonzĆ”lez de Cellorigo1ā€” la genera el trabajo, por ejemplo, porque habĆ­a la sensaciĆ³n de que todo estaba en el aire, y que nada era lo que parecĆ­a ser.

DesengaƱo es la palabra clave para el siglo diecisiete espaƱol, porque habĆ­an llegado a la conclusiĆ³n de que nada es lo que parece. Los gigantes resultaron ser molinos de viento. LlegĆ³ el momento de despertar, y ya era demasiado tarde para los espaƱoles.

Lo cual nos lleva a lo que quizĆ” sean dos extremos igualmente ilusorios en la historia de la comprensiĆ³n de EspaƱa. Uno, el que viene de fuera, la “Leyenda Negra”, y otro que procede de dentro, y es la postulaciĆ³n de una especificidad espaƱola. Como si existiera algo tan peculiar en el espaƱol que lo hace Ćŗnico. Creo que en su obra hay un distanciamiento de esos dos extremos, pero, ĀæcuĆ”l ha sido a travĆ©s del tiempo el impacto de esa “Leyenda Negra” en los estudios histĆ³ricos sobre EspaƱa y en el otro extremo al que me he referido?

Fueron fundamentales los reveses del siglo diecisiete: una sociedad acostumbrada al Ć©xito se vio condenada al fracaso, y el peso de ese fracaso ha sido tan fuerte en estos Ćŗltimos tres siglos que ha reforzado aquella “Leyenda Negra” que la gente de fuera habĆ­a construido sobre EspaƱa. Se fue instalando una tendencia a denostar lo propio que pervive todavĆ­a incluso en la EspaƱa posfranquista ā€”lo que me parece fundamentalā€”, aunque se va superando poco a poco.

Yo he vivido la transiciĆ³n de la EspaƱa de Franco a la actual. Me resulta muy interesante que la historia espaƱola, escrita siempre como la historia del fracaso, se estĆ” rescribiendo ahora de cara a los Ć©xitos. Se nota un cambio de generaciĆ³n, pero los espaƱoles son muy autocrĆ­ticos, tal vez por aquellos fracasos.

Es muy difĆ­cil hablar de “los espaƱoles”. Es otro problema, pero los castellanos se veĆ­an a sĆ­ mismos como la gente escogida por Dios en el siglo diecisĆ©is. Aquel sentimiento providencial de la misiĆ³n de Castilla fue muy importante, y creo que eso ha sucedido siempre con los grandes paĆ­ses imperialistas, e igual ocurriĆ³ con los ingleses: durante el siglo diecinueve nos sentimos superiores, y ese es un sentimiento que ha sobrevivido a la pĆ©rdida del imperio. Va cambiando, pero siempre hay esta ambigĆ¼edad de identidad.

Me parece que a un paĆ­s que ha tenido grandes Ć©xitos y algunas fallas le queda despuĆ©s su herencia imperialista de superioridad, de providencialismo, y al mismo tiempo el sentimiento de que al final “Dios nos ha abandonado”. Pero Dios no es espaƱol ni inglĆ©s, y hay que adaptarse a eso y superarlo, lo que a mi modo de ver estĆ” pasando en la EspaƱa actual, despuĆ©s de tres siglos.

Un parĆ©ntesis: ĀæquĆ© piensa de la biografĆ­a de Gregorio MaraĆ±Ć³n sobre el Conde Duque de Olivares? ĀæA quĆ© atribuye la falta de historias biogrĆ”ficas en la cultura espaƱola?

El libro de MaraĆ±Ć³n es muy interesante, pero no es el libro de un historiador. MaraĆ±Ć³n es un gran mĆ©dico, con muchos intereses sobre cuestiones psicoanalĆ­ticas. MĆ”s que todo, es un examen psicoanalĆ­tico, que no ha sido superado, sobre el Conde Duque de Olivares. Pero en el fondo queda muy flojo el ambiente en el cual lo sitĆŗa. En cuanto a la ausencia de biografĆ­as, creo que no es un defecto espaƱol; es mĆ”s bien algo que tienen los ingleses y tal vez los estadounidenses: ese interĆ©s biogrĆ”fico, que no sĆ© de dĆ³nde viene, ha dado una gran tradiciĆ³n de biografĆ­as polĆ­ticas, especialmente en mi paĆ­s, de hombres de Estado. Se considera una forma valiosa de historia.

Cuando se investigan los problemas de una sociedad siguiendo la perspectiva especĆ­fica de algĆŗn polĆ­tico que haya sido responsable de solucionarlos, se obtiene al mismo tiempo una idea de los problemas y de las resistencias a las soluciones. Eso es muy interesante, porque uno sabe que, al observar desde un punto de vista particular, la perspectiva siempre serĆ” parcial; sin embargo, al mismo tiempo, piense usted en cuĆ”ntos documentos importantes pasan por la mesa de un hombre de Estado que estĆ” enterado de tantas cosas, y esos documentos quedan, de modo que uno puede ver lo que ha sido importante para la gente de esa generaciĆ³n. Considere, por ejemplo, aquella “reputaciĆ³n” de los hidalgos espaƱoles, que aparece tantas veces en los documentos del siglo diecisiete: ahĆ­ se da uno cuenta de la importancia que tiene en el enfoque que se eligiĆ³ para solucionar los problemas.

Esto me lleva a la pregunta sobre la gravitaciĆ³n de los historiadores ingleses sobre EspaƱa; se me ocurren muchos nombres, y al mismo tiempo da la impresiĆ³n, a lo mejor equivocada, de que durante una o dos generaciones hubo un crepĆŗsculo de historiadores espaƱoles. En otras palabras, los ingleses llenaron un vacĆ­o: Hugh Thomas, Carr, Preston, etcĆ©tera, son muchos nombres para ser una casualidad. ĀæEs un “imperialismo historiogrĆ”fico inglĆ©s” sobre EspaƱa?

SĆ­, hubo un vacĆ­o durante la Ć©poca de Franco, en parte por el exilio de los grandes historiadores, incluso a MĆ©xico, y tambiĆ©n por la historiografĆ­a oficial de la Ć©poca franquista, con ese estribillo permanente sobre los valores trascendentales de EspaƱa, que no era historia, sino mitologĆ­a del rĆ©gimen. TambiĆ©n debemos tener en cuenta la falta de recursos econĆ³micos para los jĆ³venes historiadores. Sin embargo, habĆ­a dos o tres muy buenos cuando lleguĆ© a EspaƱa: Vicens Vives, Antonio DomĆ­nguez Ortiz y JosĆ© Antonio Maravall; ellos ya estaban intentando renovar la historia de su paĆ­s, aunque con muchĆ­simas dificultades. Vicens Vives, en parte por la beligerancia de los nacionalistas catalanes, en parte por problemas polĆ­ticos suyos; DomĆ­nguez Ortiz porque estaba marginado; Maravall porque en ese momento estaba en ParĆ­s, si no recuerdo mal.

Hubo un vacĆ­o. Yo he tenido Ć©xito porque la gente ā€”aparte de esos tresā€” no estaba trabajando sino haciendo cosas flojitas, pero se veĆ­a en ciernes una renovaciĆ³n; tuve la gran suerte de pasar un aƱo entero con Vicens Vives en Barcelona, cuando estaba formando su propia escuela y luchĆ”bamos para renovar la historia de CataluƱa, salvarla del nacionalismo catalĆ”n del siglo diecinueve y de su historia romĆ”ntica.

Estaba aprendiendo catalĆ”n con una familia; tenĆ­a simpatĆ­a por esa nacionalidad sofocada por el rĆ©gimen, y cada dĆ­a me sentĆ­a mĆ”s catalanista. Al mismo tiempo, frente a la documentaciĆ³n del siglo diecisiete sobre la rebeliĆ³n de los catalanes, vi que su historia tradicional era mitolĆ³gica, romĆ”ntica, y que no casaba con los documentos. En ese momento empecĆ© a entender la fuerza del nacionalismo; le tenĆ­a mucha simpatĆ­a, pero al mismo tiempo me daba cuenta de que un historiador tiene que hacer lo que debe: explicar en la medida de sus posibilidades lo que percibe en los documentos y, si hay un choque entre la mitologĆ­a y la verdad, tiene que decir la verdad.

Me puse en una situaciĆ³n difĆ­cil con mis amigos, pero lleguĆ© en un momento que resultĆ³ magnĆ­fico y empecĆ© a formar una nueva generaciĆ³n de gente joven. En EspaƱa tuvimos una gran acogida en los archivos; los archivistas fueron muy generosos. Empezamos a renovar la historia de EspaƱa y comenzaron las nuevas generaciones espaƱolas a seguir esa pista. Ha sido en parte casualidad, en parte una cuestiĆ³n de saber captar el momento. Tal vez la generaciĆ³n inglesa anterior a la mĆ­a no quiso ir a la EspaƱa de Franco, pero yo no habĆ­a vivido la Guerra Civil espaƱola. Era inocente, y fui porque me parecĆ­a un territorio nuevo por conquistar para un historiador.

No resisto la tentaciĆ³n de preguntarle sobre su apreciaciĆ³n en torno a la incidencia de la historia intelectual espaƱola y en particular la historia teolĆ³gica de los siglos diecisĆ©is y diecisiete en el destino de esa naciĆ³n. SĆ© que es una pregunta vastĆ­sima, pero esas generaciones de teĆ³logos de las distintas Ć³rdenes, todo este inmenso desarrollo del aparato escolĆ”stico, ĀæcĆ³mo incide en la realidad de la que hablĆ”bamos al principio? ĀæO es un prejuicio mĆ­o verlo asĆ­? A veces esos teĆ³logos parecen precursores de ciertos momentos actuales, mientras que en otras ocasiones parecen inmensamente anacrĆ³nicos con respecto al mundo que estaban viviendo.

Son las dos cosas al mismo tiempo, porque si uno piensa en la escuela de Salamanca en el siglo diecisĆ©is, era gente que se enfrentaba con problemas muy actuales ā€”por ejemplo, sobre la fe, sobre los indios, o las sociedades indĆ­genasā€”, y llegaba a conclusiones muy importantes que, ademĆ”s, y bajo muchos aspectos, resultaron benĆ©ficas y favorables para aceptar al fin la viabilidad de estas sociedades. Sin embargo, junto a tanta agudeza de reflexiĆ³n tambiĆ©n hubo mucha ceguera y, desde luego, tuvieron un papel fundamental ciertos viejos valores trascendentales, imbuidos por completo de la relaciĆ³n del fracaso con el pecado. Cada vez que habĆ­a una derrota militar, se atribuĆ­a a los pecados, los del rey o de quien fuera.

Es un tema que parece sacado del Antiguo Testamento.

Y no pasa sĆ³lo en la EspaƱa del siglo diecisiete, sucede tambiĆ©n con los puritanos en Inglaterra. Se trata de una percepciĆ³n del mundo y de lo sobrenatural que combina esta agudeza, bajo ciertos aspectos, con unos lĆ­mites muy ceƱidos. Cuando esa percepciĆ³n se impuso demasiado, surgiĆ³ el gran problema para la EspaƱa del siglo diecisiete: la falta de pluralidad.

A pesar de todas las tensiones entre las Ć³rdenes y las doctrinas, en el fondo la sociedad era demasiado monolĆ­tica; la gran ventaja de Inglaterra y Holanda, por ejemplo, fue precisamente la necesidad de convivir con diversos sectores. A mi juicio, Ć©sa es la gran clave del Ć©xito histĆ³rico: si hay suficiente pluralidad y pluralismo en la sociedad, cuando se llega a los obstĆ”culos en el sendero, siempre habrĆ” gente para proponer otro camino. Estados Unidos cuenta actualmente con tales recursos, y con una capacidad de resurrecciĆ³n, de cambiar de rumbo en muchos aspectos, de renovar la industria, etcĆ©tera, y eso se da precisamente por su pluralidad.

Quisiera que hablara sobre la percepciĆ³n histĆ³rica europea con respecto a los indios, que ahora se ha vuelto un tema muy delicado en MĆ©xico y en toda HispanoamĆ©rica, y creo que tambiĆ©n en la AmĆ©rica sajona y el CanadĆ”.

El gran logro de los espaƱoles del siglo diecisĆ©is fue, sencillamente y a pesar de todo, querer incorporar de un modo u otro a los indios dentro de la sociedad que estaban creando, porque, como dijeron los escolĆ”sticos de la escuela de Salamanca, estas sociedades tenĆ­an su propia viabilidad como sociedades, eran hombres con almas susceptibles de salvarse, y de ahĆ­ el gran empeƱo para incorporar a los indios. A pesar de todos los malos tratos, las matanzas, etcĆ©tera, siempre hubo una polĆ­tica de protecciĆ³n a la repĆŗblica de los indios, y a su vez los indios fueron capaces de utilizar esto para salvarse hasta cierto punto, para proteger algo de su herencia.

Fue muy distinto con las sociedades del norte del continente, donde habĆ­a una menor densidad de poblaciĆ³n. Los ingleses llegaron, como los espaƱoles, con la voluntad de salvar las almas, pero como no existĆ­an poblaciones tan vastas, ni tampoco un empeƱo por parte de la Iglesia Anglicana para salvar a esta gente, hubo mucho menos interĆ©s desde el punto de vista de la evangelizaciĆ³n; y, al mismo tiempo, los indios de ahĆ­ no se prestaban al trabajo en el campo, no estaban hechos para eso, y los ingleses tuvieron que incorporar a los negros en lugar de los indios.

En mi opiniĆ³n, influyĆ³ mucho la cuestiĆ³n irlandesa en el comportamiento de los ingleses del siglo diecisiete, porque trataron del mismo modo a los irlandeses y a los indios. Es muy peculiar: hablaban de los indios en los mismos tĆ©rminos en que se referĆ­an a los irlandeses y, al igual que en Irlanda, donde desde el siglo trece hubo leyes contra matrimonios entre ingleses e irlandeses, hubo muy poca cohabitaciĆ³n, o de plano ninguna, con la poblaciĆ³n india de la AmĆ©rica britĆ”nica. Resulta muy notable en comparaciĆ³n con lo que pasaba en MĆ©xico. En las zonas britĆ”nicas expulsaron a los indios a los mĆ”rgenes de las colonias, y cada vez que llegaban nuevos inmigrantes de Inglaterra, las fronteras avanzaban hacia el Oeste, mientras los indios eran expulsados mĆ”s allĆ”. AdemĆ”s, el exterminio fue inclemente durante el siglo diecinueve, cuando los estadounidenses llegaron a la costa de California. De modo que nunca se dio ese esfuerzo de incorporaciĆ³n, ni tampoco el mismo intento de evangelizar. Por eso los indios tuvieron menos oportunidades para salvar sus sociedades en el norte que en la AmĆ©rica espaƱola.

Lo que estamos viendo ahora en la AmĆ©rica espaƱola es la recuperaciĆ³n de la herencia de las sociedades indĆ­genas, su incorporaciĆ³n por vĆ­a del mestizaje, de la polĆ­tica, mientras que en el Norte vemos un intento de salvar lo que se pueda. Pero ya es muy tarde. Hay que decir que la polĆ­tica estadounidense ha sido un desastre por lo que hace a los indios.

ĀæCuĆ”l es y cuĆ”l deberĆ­a ser el lugar de la Nueva EspaƱa en la comprensiĆ³n de la historia espaƱola? Tengo entendido que usted ha propiciado que sus discĆ­pulos tambiĆ©n empiecen a estudiar la historia novohispana y de la AmĆ©rica EspaƱola.

Desde mi primera visita a IberoamĆ©rica, en 1964, cuando pasĆ© nueve meses en el resto del continente y tres en MĆ©xico, me quedĆ³ muy clara la importancia del intercambio entre EspaƱa y el Nuevo Mundo. No podĆ­a uno estudiar una sociedad sin tomar en cuenta a la otra: las relaciones econĆ³micas, culturales, intelectuales, eran de gran importancia para explicar la sociedad no sĆ³lo del Nuevo Mundo, sino tambiĆ©n de EspaƱa. Siempre he sido muy consciente de la importancia de establecer y estudiar los lazos entre estos dos mundos, porque no se puede entender nada de la historia mexicana sin entender la espaƱola.

Para mĆ­, la historia de MĆ©xico es al mismo tiempo una historia de ruptura y de continuidad: ya existĆ­a una gran estructura en las sociedades precolombinas, cuya herencia en parte pervive, a la vez que los espaƱoles buscaron su conservaciĆ³n. Hay una continuidad, a la que se suma toda la nueva orientaciĆ³n que dio la Conquista EspaƱola. Es necesario dar igual importancia y peso al mundo indĆ­gena y al mundo espaƱol. –

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial ClĆ­o.


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