La idea de colonizar cultural o turísticamente cualquier ciudad a partir de una estrategia de arquitectura despampanante de grandes museos contenedor, sin contenido dentro, parece estarse agotando o al menos, sustituyéndose. Tras el empalagamiento producido por la proliferación de museos escaparate iniciada a partir de la década de los ochenta, que culminó a fin de siglo con en el Guggenheim de Bilbao, el siglo XXI comienza replanteando el papel de la arquitectura para museos, y con ello, el papel de los museos en las ciudades. Aunque el síntoma postGuggenheim continúa expandiéndose con inyecciones de arquitectura de autor en forma de museos, también ha despertado algunas propuestas reflexivas. El nuevo museo Dia: Beacon, a orillas del río Hudson, apuesta por una postura periférica saliéndose no sólo del ruido y constreñimiento de la ciudad, sino alejándose también lo más posible de la arquitectura espectáculo.
Situada a una hora en tren al norte de Manhattan, en una antigua fábrica de Nabisco de 1929, la Fundación “Dia”, en Beacon, es un discurso sobre el arte, la arquitectura y la manera en que ambos se han de crear y exhibir. Siendo el museo más grande de arte contemporáneo en todo el mundo, su ubicación importa más debido a su distancia con respecto a Nueva York, que a su proximidad. A diferencia de otras corrientes recientes que intentan aproximar el arte a los lugares de consumo, colocando museos dentro de aeropuertos o casinos en las Vegas, ahora se pide la distancia como factor primordial para un mayor acercamiento con el arte.
De manera similar al ps1 ubicado en lo que era una escuela pública en Queens’s, o el MOMA Queen’s, en una antigua fabrica de grapas, el Dia prefirió apostar por una condición out of boundaries y hacer del consumo masivo del arte una tarea, si no más especializada, sí más comprometida o por lo menos más tardada. Más que espectadores, requiere de peregrinos. Aquí la obra de arte se encuentra conectada al sitio: desde las obras de arte hechas ex profeso para el espacio, hasta la alteración del mismo en función de las piezas, lo que demanda no sólo un mayor involucramiento del público y el artista con el espacio, sino una total ausencia del arquitecto.
La construcción de museos como mecas o como adornos imprescindibles de cualquier ciudad, que buscan colocarse dentro del mapa, exprimió a la arquitectura como ejercicio puramente mediático y formal, en el que importaba más lo que sucedía en una imagen que dentro del espacio. Pero lo que apenas hace unos años se presentaba como algo deslumbrante, resulta ahora en una visión de agotamiento. Al no poder conciliar el diseño de los espacios con las obras que se exponen, o, peor aún, al no tener qué exponer más allá del contenedor, el Dia: Beacon aborda, en cambio, la idea de museo como fábrica de arte. El proyecto culmina la labor iniciada por la Dia Art Foundation, en 1974, como vehículo para patrocinar la creación de obras o instalaciones de algunos de los artistas más importantes de los años sesenta y setenta.
Antes que un museo, la Fundación Dia comenzó generando el campo necesario para que obras como Torqued Elipses de Richard Serra, y Spiral Jetty en Rozel Point, Utah, de Robert Smithson se crearan. Hasta ahora, las sedes de la fundación denominadas Dia: Sites consistían en obras de land art en sitios que van desde Quemado, Nuevo México con The Lightning Field de Walter de Maria, hasta la Chinati Foundation de Donald Judd, ubicada en una ex base del ejercito en Marfa, Tejas. Y aunque se conserva el espacio expositivo de Dia: Chelsea, en la calle 22, la fórmula periférica que el recinto en Chelsea antes cumplía, ahora es más contundente: la periferia como discurso en todos sentidos. En una lógica de back to basics, se pretende reclamar a la arquitectura un papel neutral, implícitamente multifuncional y con relación al entorno. Las características adaptables del espacio, que han sido anticipadas más por las fábricas y la arquitectura anónima que por los grandes gestos, se convierten aquí en parte del discurso crítico e interdisciplinario que la fundación promueve.
Tras haber apoyado durante treinta años la realización de la mayoría de las piezas que conforman lo que se conoce como el arte conceptual o minimalista, el land art o earth works, la fundación inauguró en Mayo de 2003 el Dia: Beacon para mostrar no sólo su colección, sino su filosofía. El espacio de 89,000 metros cuadrados permite dar, a cada uno de los veinticuatro artistas con los que han trabajado a lo largo de los años, un sitio aislado y específico en relación con su obra, en salas de grandes dimensiones que en algunos casos llegan a medir lo mismo de largo que un campo de futbol. Las adecuaciones para convertir la fábrica de Nabisco en museo, realizadas por Robert Irwin (California, 1928) junto con Open Office (un grupo de arquitectos jóvenes neoyorquinos), son prácticamente imperceptibles, o por lo menos atinadas. A pesar de medir lo doble que el Tate Modern de Londres (una estación eléctrica convertida en museo por los arquitectos Herzog y De Meuron, ganadores del Premio Prizker en el 2001), el espacio no resulta extenuante ni manipulado.
Transgrediendo las fronteras habituales y las definiciones tanto del arte como de la arquitectura, la propuesta arquitectónica para el Dia: Beacon actúa en sintonía con las teorías del grupo de artistas que se exponen. Todos ellos, ahora en un rango de edades que varía entre los sesenta y los noventa años, fueron quienes primero cuestionaron el arte como objeto tangible y su relación con el sitio. Siendo ellos los que en 1960 convirtieron los lofts de las fábricas abandonadas del Lower Manhattan en estudios y galerías, y quienes posteriormente salieron a intervenir y colonizar el paisaje estadounidense con obras de escala monumental, encuentran ahora un lugar que, como su propia obra, piensa otra vez el espacio en función del entorno y la experiencia de éste. Así, la condición periférica se utiliza como estrategia reestructuradora: como un espacio donde todavía es posible repensar la ciudad y el territorio. ~
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