El perro azul

โ€œEn diciembre del aรฑo 2001 โ€“ha seรฑalado Patricio Pronโ€“ una serie de acontecimientos hizo pensar que el paรญs que habitualmente llamamos Argentina llegaba a su fin.โ€ Una aguda crisis econรณmica devino crisis polรญtica y el descontento social parecรญa incontenible. En un ambiente de represiรณn, inestabilidad y caos, la actividad literaria estaba condenada a estancarse. En los aรฑos posteriores, sucediรณ lo impensable: la literatura se revitalizรณ, las pequeรฑas editoriales ganaron presencia una vez que los grandes sellos dejaron de interesarse en autores locales y una nueva camada de escritores hizo su irrupciรณn en el panorama. Estos autores demostraron no ser solo producto de una circunstancia especรญfica sino parte de una de las tradiciones mรกs ricas de la literatura de aquel paรญs. Una tradiciรณn que, segรบn observa Damiรกn Tabarovsky en su introducciรณn a este dosier, concilia lo excรฉntrico y lo polรญtico, lo central y lo perifรฉrico. Una que escribe contra la norma. En nueve narraciones, una de ellas de no ficciรณn, Letras Libres ha querido reunir a algunas de las voces mรกs sobresalientes de las letras recientes de Argentina, no para insinuar los rasgos compartidos de una generaciรณn, sino, precisamente, para dar fe de su diversidad. ~
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Les daba miedo dejar la estufa prendida durante toda la noche, asรญ que la casa siempre estaba helada cuando se despertaban. Lo primero que Juan Carlos hacรญa, tiritando y todavรญa medio desnudo, era volver a encenderla. Despuรฉs se cambiaba en silencio, sentado en el borde del colchรณn. Entornaba la puerta y salรญa del dormitorio en puntas de pie para no molestar a Nilda, que dormรญa.

En la cocina habรญa una mesa de formica gris, seis sillas de caรฑo y una ventana cubierta por cortinas a cuadros blancos y amarillos. La ventana daba a un pasillo lateral tan estrecho que solo permitรญa el paso de un hombre y una bicicleta. Si se descorrรญan las cortinas, lo รบnico que podรญa verse era el salpicrรฉ blanqueado del tapial alto que cercaba la casa y delimitaba el pasillo.

Juan Carlos puso la pava en el fuego y prendiรณ la radio. Entreabriรณ la puerta del patio. Afuera estaba frรญo y oscuro. Las macetas cubiertas con lonas y papeles de diario apenas se distinguรญan junto a las paredes. Sobre las baldosas de cemento se oyeron las pisadas de la perra, que corrรญa hacia la cocina.

Debรฉs estar congelada, dijo Juan Carlos y la dejรณ pasar. La perra moviรณ la cola y dio dos vueltas alrededor de sus zapatos. Tenรญa manchas blancas y negras y el pelo brillante. Nilda la habรญa encontrado una maรฑana, medio muerta de hambre, frente al almacรฉn. Se llamaba Pitufina.

Venรญ, entrรก, sentate a lado de la estufa, le dijo Juan Carlos. Despuรฉs subiรณ el volumen de la radio. Un locutor informaba sobre el estado del trรกfico en Buenos Aires. Habรญa un par de puentes cortados; uno de ellos, por un accidente. Juan Carlos se agachรณ junto a la estufa y controlรณ la llama azul que latรญa adentro.

En cinco minutos se va a poner calentito, dijo y la perra se frotรณ contra sus piernas.

Cuando terminรณ el informe del trรกnsito, dos locutores dieron las primeras noticias del dรญa. Eran las seis y diez de la maรฑana. Juan Carlos calentรณ leche en el hervidor y se preparรณ el desayuno con cafรฉ instantรกneo. De la alacena sacรณ un paquete de galletitas y comiรณ algunas. Mientras tanto, los dos locutores comentaron una noticia extraรฑa: en un pueblo cerca de Santa Fe, una perra habรญa parido un cachorrito de color azul. El resto de la camada tenรญa pelajes normales, pero el รบltimo en ser expulsado era notablemente azul. El locutor informรณ que se encontraban en comunicaciรณn directa con la dueรฑa de la perra y comenzรณ a hacerle preguntas.

Es una perrita comรบn y corriente, decรญa la voz de mujer, que sonaba metรกlica por la transmisiรณn. La trajo mi hijo un dรญa, harรก tres o cuatro aรฑos. Nosotros pensรกbamos que no podรญa quedar preรฑada, porque antes ya varias veces habรญa tenido embarazos psicolรณgicos. Se ponรญa gorda y llevaba trapitos o ropa vieja debajo de la pila de la leรฑa, para armarse la cucha. Despuรฉs de unos dรญas volvรญa sola. Esta vez yo pensรฉ que serรญa lo mismo pero ayer de maรฑana nos encontramos con que pariรณ nomรกs. Tres cachorritos y uno, el รบltimo, que es el que saliรณ azulcito.

¿Fue un parto normal?, preguntรณ el locutor.

Normal, normal. Me la encontrรฉ porque fui a buscar troncos para prender el calefรณn, si no, ni nos enterรกbamos.

¿Y cรณmo es esto del cachorrito azul? ¿Cรณmo se comporta? ¿Quรฉ dicen los veterinarios?, volviรณ a preguntar el locutor.

Igual que el resto, respondiรณ la mujer. La madre no hace ninguna diferencia entre รฉl y los otros tres. Duermen todo el dรญa y toman la teta, son chiquititos, todavรญa no abrieron los ojos.

¿Los veterinarios quรฉ opinan?

Mire, aquรญ, cuando lo descubrimos, mi hijo fue a contรกrselo al de la radio y se enterรณ todo el pueblo. Vino el doctor y, segรบn รฉl, nunca habรญa visto algo asรญ. Le sacรณ un montรณn de fotos. ร‰l calcula que con los dรญas se va a ir aclarando, hasta volverse blanco. Los de la universidad todavรญa no llegaron. Esta tarde van a andar por acรก.

¿Cรณmo es un cachorro azul? ¿Azul como quรฉ es?, preguntรณ el otro locutor, que hasta el momento habรญa permanecido en silencio y que cumplรญa funciones mรกs de comentarista que de entrevistador.

Es azul fuerte, contestรณ la mujer. Como si lo hubieran baรฑado en anilina.

Los dos locutores hicieron mรกs preguntas sobre el perro, pero Juan Carlos apagรณ la radio. Ya habรญa terminado su cafรฉ. Lavรณ la taza y la apoyรณ boca abajo en el escurridor. Guardรณ el paquete de galletitas en la alacena. Buscรณ su campera y se la puso. Se envolviรณ el cuello con una bufanda gruesa. Fue al dormitorio y le tocรณ el hombro a Nilda.

Me voy, dijo. Te dejo la estufa prendida.

Nilda estirรณ la mano y prendiรณ el velador. Tenรญa la cara hinchada y el pelo revuelto.

¿Helรณ afuera?, preguntรณ.

Parece que sรญ, dijo Juan Carlos.

Nilda se sentรณ en el borde de la cama y se calzรณ las pantuflas. Enseguida se metiรณ en el baรฑo. Juan Carlos saliรณ y fue hasta el galponcito, donde guardaba la bicicleta. La perra corriรณ tras รฉl y se metiรณ al gallinero, en el fondo del patio.

¿Quรฉ vas a hacer para allรก? Dejรก de hacer lรญo. Volvรฉ adentro, la llamรณ Juan Carlos, pero la perra no hizo caso.

Juan Carlos mirรณ su reloj. Se le hacรญa tarde. Sacรณ la bicicleta del galponcito, la llevรณ a la rastra y la empujรณ por el manubrio a lo largo de todo el pasillo. Los codos de la campera rasparon el salpicrรฉ blanqueado de la pared y se mancharon. Al pasar frente a la ventana de la cocina vio, detrรกs del cuadriculado amarillo y blanco de las cortinas, a Nilda, en bata, preparando el mate. Despuรฉs montรณ en la bici y se alejรณ pedaleando lento. El chirriar de la cadena era lo รบnico que se oรญa en la calle oscura. Lejos, del otro lado del descampado, se veรญan las luces de la estaciรณn de servicio. De tanto en tanto, traรญdos por el viento, a ramalazos, llegaban los sonidos de autos, de camiones que pasaban a toda velocidad.

Nilda se cebรณ el primer mate con el agua caliente que habรญa dejado su marido. Corriรณ un poco la cortina de la puerta del patio y mirรณ las macetas tapadas. Debajo de la canilla, en la batea de cemento que recogรญa las pรฉrdidas de agua se habรญa formado una capa de escarcha. En el reborde del pico brillaba una gota congelada. Nilda cruzรณ sobre su pecho las solapas de la bata de paรฑo, tiritรณ y abriรณ la puerta.

Pitu, Pitufina, gritรณ hacia afuera.

Pitu, llamรณ nuevamente. ¿Dรณnde te metiste?

Hacรญa demasiado frรญo y Nilda volviรณ a la cocina. Tomรณ otro mate y se frotรณ las manos. En el dormitorio, sin sacarse la bata, se puso un par de cancanes gruesos y, encima, unas medias de toalla. De la silla junto a la mesa de luz tomรณ un pantalรณn de jean y un pulรณver rojo muy grueso. Debajo de la cama estaban sus zapatos de invierno.

Pitu, Pitu, volviรณ a llamar mientras salรญa.

La perra no estaba ni en el lavadero ni en el primer patio, cementado y rodeado de macetas. Nilda hurgรณ entre las lonas con que tapaba las plantas. Solo vio unos geranios que, pese a la protecciรณn, la helada no habรญa respetado. En el segundo patio, frente al galponcito, el limonero envuelto en arpillera parecรญa un espantapรกjaros deforme. Mรกs atrรกs, los canteros de acelga se alzaban verdes y frescos; sobre ellos la escarcha se confundรญa con rocรญo. El รบnico รกrbol con hojas era un inmenso laurel, al fondo, entre los almรกcigos de zanahorias y las hileras de coliflores que empezaban a cogollar. Dentro del galponcito habรญa olor a herramientas, a tierra y a aceite reseco. Frente a la ventana, sobre el banco de trabajo que Juan Carlos nunca utilizaba, se oxidaban pinzas y gubias. Nilda mirรณ debajo del banco y detrรกs de un aparador viejo. La perra no estaba allรญ.

Solo quedaba el gallinero. Era el รบltimo lugar posible. Si la perra no se habรญa escondido entre las latas que las gallinas usaban como nidos, era porque otra vez habรญa escapado a la calle.

¿Pitu? ¿Estรกs acรก?, llamรณ Nilda desde el otro lado del alambre tejido.

Las gallinas creyeron que Nilda les llevaba las sobras, o que ya habรญa llegado la hora del maรญz molido y se alborotaron y corrieron hacia la puerta. Nilda caminรณ entre ellas sin hacerles caso, espantรณ con la mano a las mรกs insistentes. En un nido encontrรณ un huevo reciรฉn puesto que todavรญa humeaba en el aire frรญo y en otro, una gallina vieja que se acurrucaba sobre la paja y se negaba a salir. El resto estaba vacรญo.

Un gemido largo surgiรณ desde la esquina final del gallinero, detrรกs de una chapa oxidada que se apoyaba sobre la medianera. Nilda se acercรณ y levantรณ la chapa. La perra habรญa armado allรญ una especie de cucha de trapos y pasto seco. Recostada sobre uno de sus lados, hacรญa fuerza y gemรญa con la cola escondida entre las patas. Nilda se la levantรณ: un chorrito de sangre se escapรณ de la vulva dilatada.

Serรกs puta, dijo. Ya te han preรฑado de nuevo. Si se entera Juan Carlos te mata.

La perra recibiรณ el reto con ojos angustiados.

¿Cรณmo hiciste para que no nos diรฉramos cuenta? Yo no te notรฉ gorda.

La perra bajรณ la cabeza y la escondiรณ entre las patas. Con el รบltimo gemido, por entre los labios oscuros apareciรณ una cabeza brillante, cubierta de baba, que resbalรณ lentamente y cayรณ al suelo. Nilda tomรณ el bulto entre las manos. Estaba caliente. Con sus uรฑas perforรณ el moco de la membrana. Un hociquito rosado apareciรณ y respirรณ por primera vez. Sin darle tiempo a nada, Nilda lo sumergiรณ en el tambor donde juntaba agua de lluvia para regar las plantas. El cachorro alborotรณ el hielo delgado de la superficie y pareciรณ nadar un instante, pero enseguida se quedรณ quieto.

Despuรฉs Nilda fue hasta la casa y buscรณ un banquito plegable, un par de guantes de lana y una manta tejida, con la que se cubriรณ la cabeza y los hombros. Se sentรณ en el fondo del gallinero, junto a la perra, a esperar. Media hora mรกs tarde, naciรณ el segundo cachorro. Nilda tambiรฉn lo sumergiรณ en el agua helada. Se quedรณ junto a la perra toda la maรฑana, sentada en el banquito, cubierta con la manta. A medida que nacรญan, zambullรญa a los perritos en el tambor. En total, Pitufina tuvo cuatro cachorros. El รบltimo naciรณ con el pelaje completamente azul. A Nilda le pareciรณ raro, pero lo ahogรณ igual. Despuรฉs se sacรณ los guantes, buscรณ alcohol y limpiรณ a la perra con un algodรณn empapado. La cargรณ en brazos y la llevรณ a la cocina. La perra temblaba. Nilda la acomodรณ sobre un almohadรณn, cerca de la estufa.

Tranquila, le dijo. Ya pasรณ. Ahora quedate quieta que acรก estรก calentito.

La perra se hizo un ovillo sobre sรญ misma, levantรณ la pata trasera y se lamiรณ la entrepierna.

Nilda se agachรณ e hizo girar un poco la llave de la estufa. A travรฉs del visor vio cรณmo la llama crecรญa hasta llegar al mรกximo. Se frotรณ las manos y las acercรณ al fuego.

Quietita que enseguida vas a entrar en calor, dijo y se sentรณ al lado de la perra, a esperar. ~

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Naciรณ en General Cabrera, Argentina, en 1977. Ha publicado los libros de los cuentos 00 (Alciรณn, 2004), La Bora de los monos (Emecรฉ, 2010) entre otros.


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