El Partido de la Revolución Democrática (PRD) se parece a Edipo: asesina a su padre –el Partido Revolucionario Institucional (PRI)– y se acuesta con su madre –la Revolución Mexicana (RevMex). Mejor le quedaría llamarse PRDipo.
Bueno, no se parecen en todo. Como se sabe, Edipo, empeñado en evadir las abominaciones que le augura el oráculo, abandona el palacio de sus padres en Corinto y huye hacia Tebas. Desde luego (porque así son los ocurrentes dioses), Edipo ignora que es hijo adoptivo y que sus padres biológicos son, precisamente, los reyes de Tebas. Por lo mismo, ignora que el señor al que mata en la encrucijada es su verdadero padre, y que la viuda que lo mete a su cama es su verdadera señora mamá. El PRD, en cambio, mata al PRI y se acuesta con doña RevMex no sólo con clara conciencia de lo que hace, y a sabiendas de que se trata de sus progenitores, sino que lo hace con honestidad valiente.
Edipo y el PRDipo tampoco se parecen en otro detalle: la pareja formada por Edipo y Yocasta (a la vez su señora y su señora madre) es bendecida con sólo cuatro hijitos que se quieren mucho, mientras que el PRDipo y doña RevMex –fertilidad doblemente revolucionaria– no procrean hijitos: engendran tribus, decenas de tribus que se odian, conformadas cada una por decenas de líderes, que se odian, y cuyo único objeto en la vida es matar cuanto antes a su señor padre y meterse pronto a la cama con su señora madre.
Esto se desprende del formidable monólogo catártico que Adolfo Gilly, miembro destacado de la tribu cuauhtemoquista (recientemente asesinada por el PRDipo), publicó en La Jornada del pasado 3 de marzo. Acusa a varios camaradas (es decir, enemigos) de haberse coludido con Carlos Salinas en 1988 para despojar de su triunfo a Cuauhtémoc Cárdenas, paladín del “nacionalismo revolucionario” (y PRImer PRDipo). Además de Manuel Camacho, Gilly menciona entre los camaradas que dieron ese “golpe de Estado” a Marcelo Ebrard, René Bejarano, Socorro Díaz, Federico Arreola, José Guadarrama, Yeidckol Polevnsky,1 Zeferino Torreblanca, Fernando Martínez Cué, Pablo Salazar Mendiguchía y “un contorno de figuras venidas de la izquierda” que “quieren creer” en Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Pero no sólo los acusa de haber conspirado, sino de, por contagio, ser corresponsables de los muchos muertos que ha llorado el PRD:
… los cómplices, los encubridores, los altos funcionarios de los gobiernos y del régimen del PRI que entonces los hizo matar o solapó sus muertes, están ahora en el grupo compacto en torno a la candidatura de AMLO. Y esos muertos matados, igual que los muertos mineros, claman al cielo y nos reclaman a los vivos.
Dado que estas personas jamás abjuraron de su lealtad al PRI, y son ahora los “operadores políticos” del nuevo avatar perredípico, Gilly propone que se trata de una bien urdida maniobra del PRI para fortalecer a ese PRI:
Como lo vienen diciendo tantos desde todos los ángulos, el que ahora reaparece en los usos y costumbres internos y externos del PRD de estos tiempos, es el PRI de siempre, con su corporativismo, su clientelismo, sus acarreos, sus elecciones internas con reparto de despensas, compra de votos y compromisos de clientela. Reaparece también con la multiplicación de políticos y caciques apenas salidos del PRI en las candidaturas del PRD en todo el país.
Que esta conspiración funcione, sensatea Gilly, obedece también a que la maceta del PRD estaba más que dispuesta a recibir esa mala semilla, fortalecerla y engordarla:
El PRD es hace rato un partido exclusivamente electoral y parlamentario. No organiza a nadie en el movimiento social ni le interesa hacerlo. No es su problema. Su actividad de oposición o de denuncia se concentra en las tribunas del Congreso de la Unión, allá lejos entre ellos. Sus propuestas se limitan al terreno de las políticas públicas: vótenme, y desde el gobierno yo haré esto y lo otro. Pero no se organicen: yo lo haré por ustedes, dicen los candidatos a diputados, senadores, regidores, alcaldes, asambleístas y presidente. Ese es el mensaje, hasta el hartazgo, de todos los carteles y las pintas de la elección interna. El PRD no tiene militantes, ni vida interna, ni discusiones de ideas o de programas. Tiene activistas pagados (transitorios), funcionarios y aspirantes a cargos electivos (estables) y asesores (intercambiables).
¡Dioses! Y esa semilla floreció en AMLO, que para Gilly es el embajador del “neoliberalismo social”, un émulo del echeverrismo, un descendiente ni más ni menos que de Tomás Garrido Canabal (¡la computadora –que sabe historia– se empeña en corregir ese apellido como “caníbal”!), y la estrella reencarnada del gran show populista “de esos años 30”, de donde
vienen la coreografía y la escenografía de los actos del PRD en el Zócalo, con la doble valla metálica que corta por la mitad a la multitud y dentro de la cual camina solitario el Jefe hacia la gran tribuna de la plaza.
En suma, se trata del estilo tumultuario que rige la devoción de las masas organizadas a su líder. Un estilo que Luis González y González adjudicó al general Lázaro Cárdenas del Río, el “Señor del Gran Poder” (aunque a diferencia de don Luis, Gilly escamotea el nombre sagrado. No importa: ése es el estilo y ése es el hombre).
La contundente diatriba de Gilly se prestigia por esa autoridad paradójica de los viejos combatientes que vagabundean por los caminos en completa soledad. Lástima que, como Tiresias (el vidente que le advirtió a Edipo lo que iba a sucederle), a Gilly ya nadie le haga caso. Sus peticiones de autocrítica “sincera” le merecieron una catarata de indiferencia, apenas sazonada por un par de pescozones propinados por vocales de otras tribus. (Una de ellas, de un señor Ramírez Araujo, merece citarse: “Lo que hacen los afiliados del PRD no es lo que hace el PRD, pues se trata de un partido sin disciplina interna, sin afiliación comprometida con la organización política pero sí a políticos profesionales que manipulan a los afiliados que, estrictamente hablando, no lo son.”) Pero ni los acusados, ni sus editorialistas, ni los esperanzados intelectuales que pueblan templetes y hacen valla dijeron nada. Es una pena, porque lo que dice nuestro Tiresias es más cierto que nunca, y más triste en la medida en que el PRI –en su avatar de PRDipo–, se prepara para retomar el poder. Así, la voz del nuevo profeta desarmado concluye:
Por razones éticas, sin las cuales no existe izquierda alguna, por motivos morales si se prefiere así, no votaré por Andrés Manuel López Obrador ni por ninguno de sus candidatos.
No se puede olvidar, como en toda buena tragedia, el ingrediente de la hubris. Que Gilly viniera a descubrir el verdadero rostro del PRDipo sólo cuando su tribu fue asesinada es conmovedor. Una de las razones por las que ya nadie le hace caso es que él mismo no hizo caso a quienes, desde hace muchos años, “desde todos los ángulos” (no pocas veces desde las páginas de Plural y de Vuelta), recomendaban a la izquierda que practicase la misma autocrítica que ahora él exige, y le advertían del daño que le haría a la democracia mexicana carecer de una izquierda inteligente, lo que hoy lamenta. Mejor que nadie, Gilly debería saber que la amnesia es requisito de su partido.
El drama narrado por Gilly incluye un último giro, realmente digno de Sófocles: un enérgico reproche al nieto del “Señor del Gran Poder”, actual gobernador de Michoacán, Lázaro Cárdenas Batel, por haber declarado que el 6 de julio va a votar “seguro, segurísimo” por AMLO. Candidato a Edipito, Batel “asesina” a su padre y a su Tiresias. Les deja como única alternativa buscar, como Edipo, al culpable original de todo el drama. Ya no tendrá caso que, al descubrir que ellos mismos están entre los responsables del error que ahora los asombra, se saquen los ojos: la ceguera ya estaba ahí. Muy pronto, como a muchos otros, y desde luego a su PRD, AMLO habrá de enviarlos al exilio. Hecho eso, restaurará a la casa del PRI en el trono de Tebas.~
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.