El puerto (cuento)

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En la peluquerรญa olรญa a rosas podridas, las mos cas zumbaban pesadamente. El sol ardรญa en el suelo como charcos de miel, el brillo de los frascos herรญa la vista y el viento se colaba a travรฉs de la larga cortina en la puerta, hecha de cuentas de arcilla y canutillos de bambรบ ensartados en apretados hilos que entrechocaban y lanzaban reflejos cuando alguien la apartaba con el hombro para entrar. Frente a รฉl, en el vidrio empaรฑado, Nikitin estudiรณ su rostro bronceado por el sol, los pesados rizos de cabello claro, el destello de las tijeras abriรฉndose y cerrรกndose junto a su oรญdo, y sus ojos: la mirada atenta y severa de alguien que se mira en el espejo. La vรญspera habรญa llegado de Constantinopla, donde la vida se habรญa vuelto insoportable, a este antiguo puerto en el sur de Francia; por la maรฑana visitรณ el consulado ruso, la oficina de empleos, vagรณ por las estrechas calles de la ciudad que bajaban al mar, se sintiรณ cansado, desmadejado por el calor, y entrรณ a cortarse el cabello, a refrescarse la cabeza. Junto al sillรณn el suelo estaba cubierto de brillantes rizos y cabellos cortados. El peluquero recogiรณ jabรณn lรญquido en el cuenco de su mano. Nikitin sintiรณ un agradable frescor en la coronilla, los dedos del barbero untaron con fuerza la espuma, y luego cayรณ la ducha helada. El corazรณn le dio un vuelco. La felpuda toalla se moviรณ por su cara, por sus cabellos hรบmedos.
     Nikitin rompiรณ con el hombro la lluvia ondulante de la cortina y saliรณ a la calle que se abrรญa cuesta abajo. La acera derecha estaba a la sombra; por la izquierda, en un ardiente resplandor junto al bordillo, temblaba un delgado arroyo; una niรฑa de cabellos negros, sin dientes, con la cara cubierta de pecas, recibรญa en un balde un chorro sonoro y brillante; y el arroyo, y el sol, y la sombra color violeta, todo fluรญa, se deslizaba cuesta abajo, hacia el mar: un paso mรกs y allรก, al fondo, entre las paredes de las casas, crecรญa su compacto brillo de zafiro. Por el lado de la sombra avanzaban unos pocos transeรบntes. A su encuentro vio venir a un negro con el uniforme de las tropas coloniales, su cara le recordรณ un chanclo mojado. Un gato saltรณ con suavidad del asiento de una silla de mimbre abandonada en la acera. Una voz de cobre, provenzal, comenzรณ a hablar rรกpidamente en alguna ventana. Golpeteรณ el postigo verde. En un tenderete, entre mariscos color lila, olorosos a algas, relucรญa el oro rugoso de unos limones.
     Ya junto al mar, Nikitin mirรณ emocionado su denso azul, que a lo lejos pasaba a un plata enceguecedor, el rielar del sol jugando suavemente en la borda blanca de un yate, y luego, tambaleรกndose por el intenso calor, fue a buscar el pequeรฑo restaurante ruso cuya direcciรณn habรญa leรญdo en la pared del consulado.
     En el pequeรฑo restaurante hacรญa calor como en la peluquerรญa y estaba un poco sucio. Al fondo, junto a una amplia barra, transparentaban unos bocadillos y frutas bajo las ondas grisรกceas de la muselina que los cubrรญa. Nikitin se sentรณ, enderezรณ los hombros para despegar la camisa de su espalda mojada. En la mesa vecina comรญan dos rusos, marineros de un barco francรฉs, por lo visto, y varias mesas mรกs allรก un viejito solitario con gafas doradas sorbรญa con ruido el borsh de su cuchara. Secรกndose sus gruesas manos con un paรฑo, la dueรฑa lanzรณ al reciรฉn llegado una mirada maternal. Sobre el suelo, dos peludos cachorros agitaban sin cesar sus patas; Nikitin lanzรณ un silbido; la vieja perra, casi sin pelo y con una pelรญcula verde en la comisura de sus comprensivos ojos, puso su cabeza sobre las rodillas del hombre.
     Uno de los marineros se dirigiรณ a รฉl contenidamente, sin prisa.
     โ€”Espรกntela, le pegarรก las pulgas.
     Nikitin acariciรณ la cabeza de la perra, alzรณ los ojos brillantes.
     โ€”Eso no me preocupa, sabe… Constantinopla… Las barracas… Usted quรฉ cree…
     โ€”ยฟEstรก reciรฉn llegado? โ€”preguntรณ el marinero. La voz inmutable. Una malla en lugar de la camisa. Todo รฉl fresco, hรกbil. El cabello negro cortado nรญtidamente sobre la nuca. La frente despejada. Un aspecto general de decencia y serenidad.
     โ€”Ayer por la noche โ€”respondiรณ Nikitin.
     El borsh y el ardiente vino le hicieron sudar aรบn mรกs. Le daban ganas de estar tranquilamente sentado, de platicar en calma. Por la puerta se colaban el sol brillante, el rumor y el reflejo del arroyo en la calle, lanzaban destellos los anteojos del viejito ruso sentado en la esquina, bajo el contador del gas.
     โ€”ยฟBusca trabajo? โ€”le preguntรณ el segundo marinero, mayor de edad y de ojos azules. Tenรญa bigotes pรกlidos, de morsa, pero tambiรฉn parecรญa muy limpio, pulido por el sol y el viento salado.
     Nikitin sonriรณ.
     โ€”Pues claro… Hoy mismo estuve en la oficina de empleos… Me propusieron clavar postes de telรฉgrafos, trenzar cuerdas, pero no sรฉ…
     โ€”Venga con nosotros โ€”dijo el de cabello negroโ€” de fogonero… Vale la pena, crรฉame… ยกEh, Lialia!… Mis mรกs cumplidos saludos.
     Entrรณ una seรฑorita de rostro feo y tierno, con un sombrero blanco. Avanzรณ por entre las mesas, le sonriรณ primero a los perros y luego a los marinos. Nikitin preguntรณ algo pero olvidรณ quรฉ era al mirar a la muchacha, el movimiento de sus caderas, por el cual es fรกcil reconocer a una seรฑorita rusa. La dueรฑa mirรณ tiernamente a su hija que estaba cansada, que habrรญa estado todo el dรญa en la oficina, o bien en una tienda. Habรญa en ella algo enternecedor, provinciano, a uno le entraban ganas de pensar en el jabรณn de violetas, en el apeadero de un poblado de dachas en medio de un bosque de abedules. Lรณgicamente, afuera no habรญa Francia alguna. Movimientos sedosos. La flojera que provocaba el sol.
     โ€”No, no es nada complicado โ€”decรญa el marineroโ€”, se trata de esto: un cubo, el depรณsito del carbรณn. Levanta un poco con una pala… Al principio es fรกcil, mientras el carbรณn estรก apilado: cae en el cubo; luego se vuelve mรกs difรญcil. Llena usted el cubo, lo pone en la carretilla. La lleva rodando hasta el fogonero principal. ร‰ste, con un golpe de pala, ยกzaz!, abre la puerta del horno, ยกzaz! Con ella misma lo lanza, sabe usted, en amplio abanico, para que caiga parejo. Es un trabajo fino. No debe apartar la vista de la aguja, y si baja la presiรณn…
     En la ventana, desde la calle, se asomaron la cabeza y los hombros de una persona tocada con un panamรก, vestida con un saco blanco.
     โ€”ยฟCรณmo le va, Lialia?
     Se acodรณ en la ventana.
     โ€”Sรญ, sรญ, claro, hace calor, no deja de despedir calor. Se deja uno puesto sรณlo los pantalones y la malla. La malla luego queda negra. Pero le estaba hablando de la presiรณn. En el horno, ya sabe, se crea un sedimento, una costra como de piedra; la rompes con un atizador largo. No es fรกcil. Pero en cambio, en cuanto sales a cubierta, el sol, aunque sea en el trรณpico, te parece fresco, y luego te duchas, te metes en tu camarote, a tu hamaca, una bendiciรณn, permรญtame decirle…
     Mientras tanto, en la ventana:
     โ€”ยกY รฉl, oiga esto, afirma que me vio en el automรณvil!
     Lialia hablaba en voz muy alta, excitada. Su interlocutor, el seรฑor de blanco, permanecรญa de pie, en la calle, y en el cuadrado de la ventana se veรญan sus hombros redondos, su cara suave y afeitada, que el sol iluminaba a medias: un ruso con suerte.
     โ€”Ademรกs, me dijo, lucรญa un vestido color lila, pero no tengo ningรบn vestido color lila. Pero รฉl insistรญa: zhe vu zasiur.
     โ€”ยฟPor quรฉ no hablan en ruso? โ€”se volteรณ hacia ellos el marinero que habรญa hablado con Nikitin.
     El hombre en la ventana dijo:
     โ€”Pues yo, Lialia, les conseguรญ la partitura. ยฟSe acuerda?
     Oliรณ asรญ, como a propรณsito, como si alguien se entretuviera inventando a esta seรฑorita, aquella conversaciรณn, aquel restaurante ruso en un puerto extranjero; oliรณ a la cotidianidad provinciana, y al instante, por una extravagante y secreta asociaciรณn de ideas, el mundo pareciรณ todavรญa mรกs amplio, daban ganas de navegar por los mares, entrar a golfos fabulosos, escuchar a escondidas almas ajenas.
     โ€”ยฟMe pregunta cuรกl rumbo? Indochina โ€”asรญ, simplemente, dijo el marinero.
     Nikitin, pensativo, golpeรณ el emboquillado contra la pitillera; en la tapa de madera habรญan grabado con fuego un รกguila dorada.
     โ€”Se la debe pasar uno bien.
     โ€”Pues claro, muy bien.
     โ€”Pero cuรฉnteme algo. Sobre Shanghai o sobre Colombo.
     โ€”ยฟShanghai? Estuve allรญ. Una lluvia caliente, la arena rojiza. Hรบmedo como en un invernadero. Pero en Ceilรกn, por ejemplo, no bajรฉ; me tocaba la guardia ese dรญa, ya sabe…
     El hombre del saco blanco, encogiendo los hombros le decรญa algo a Lialia a travรฉs de la ventana, en voz muy baja y con aire significativo. Ella le escuchaba, inclinando la cabeza a un costado, acariciando con una mano la oreja abarquillada del perro. ร‰ste habรญa sacado su lengua de un rosa fuego, respiraba alegre y rรกpidamente, miraba al espacio iluminado de la puerta, pensando, casi seguro, en si valรญa la pena volverse a acostar en el piso caliente del umbral. Y parecรญa que tambiรฉn el perro pensaba en ruso.

     Nikitin preguntรณ:
     โ€”ยฟA quiรฉn debo ver?
     El marinero hizo un guiรฑo a su amigo como diciรฉndole: “lo convencรญ, ya ves”. Luego dijo:
     โ€”Es muy sencillo. Maรฑana bien temprano vaya al viejo puerto, en el segundo muelle hallarรก a nuestro Jean-Var. Hable con el ayudante del capitรกn. Seguro que lo contrata.
     Con atenciรณn y claridad Nikitin mirรณ la frente despejada e inteligente del marino.
     โ€”ยฟQuรฉ hacรญa usted antes, en Rusia?
     ร‰ste encogiรณ los hombros y sonriรณ forzadamente.
     โ€”ยฟQuรฉ hacรญa? Era un imbรฉcil โ€”respondiรณ por aquรฉl la voz de bajo del bigotudo.
     Al rato, ambos se levantaron. El joven sacรณ una billetera que guardaba bajo la hebilla del cinturรณn, a la usanza de los marineros franceses. Algo hizo reรญr a Lialia, que se habรญa acercado a ellos. La muchacha les tendiรณ la mano con la palma, seguramente un poco hรบmeda. Retozaron los cachorros en el piso. El hombre en la ventana se volviรณ silbando distraรญda y suavemente. Nikitin pagรณ la cuenta y saliรณ sin prisa al sol.
     Eran cerca de las cinco de la tarde. El azul del mar abajo, entre las callejuelas, herรญa la vista. Llameaban los techos redondos de los baรฑos callejeros.
     Regresรณ a su miserable hotel y, cruzando lentamente las manos en la nuca, en la bendita borrachera del sol, se tirรณ boca abajo en su cama. Soรฑรณ que era otra vez un oficial, que avanzaba por las laderas de Crimea cubiertas por arbustos de los que crecen bajo los encinos, y al paso, con la fusta, cortaba las felpudas cabezas de los cardos. Despertรณ porque se riรณ en sueรฑos; despertรณ, y en la ventana ya azuleaba el crepรบsculo.
     Se asomรณ a aquel fresco abismo y pensรณ: allรก abajo se pasean mujeres, y entre ellas hay rusas. ยกQuรฉ buena estrella!
     Se alisรณ el cabello, limpiรณ las puntas de sus botas con un extremo de la cobija, abriรณ su monedero โ€”sรณlo tenรญa cinco francosโ€” y volviรณ a salir a pasear sin rumbo fijo, a disfrutar su ociosa soledad.
     A esta hora habรญa mรกs gente en la calle que por el dรญa. A lo largo de las estrechas calles que bajaban hacia el mar, tomaban el fresco personas sentadas frente a las casas. Pasรณ una muchacha con un vestido de lentejuelas… Alzรณ sus pestaรฑas… Un tendero ventrudo fumaba con el chaleco abierto, sentado a horcajadas sobre una silla de mimbre, apoyando los codos en el espaldar, la trincha de la camisa asomรกndole sobre el vientre. Unos niรฑos, en cuclillas y a la luz de una linterna, echaban barquillos de papel al agua negra que corrรญa junto a la acera. Olรญa a pescado y a vino. De las tabernas de marineros, iluminadas por una luz amarilla, salรญan los torpes sonidos de un organillero, golpes de palmadas contra la mesa, gritos de tonos metรกlicos. Y en la parte alta de la ciudad, por el bulevar principal, bajo las nubes de las acacias, arrastraba los pies y se reรญa la multitud nocturna, centelleaban los finos tobillos de las mujeres, los zapatos blancos de los oficiales de barcos. Aquรญ y allรก, como un multicolor fuego artificial congelado, llameaban en la oscuridad color lila los cafรฉs: pequeรฑas mesas sobre la acera, la sombra de los รกlamos cayendo sobre los toldos listados iluminados desde adentro. Nikitin se detuvo. Se imaginรณ una jarra de cerveza, helada y pesada. Al fondo, tras las mesas, los sonidos de un violรญn se retorcรญan como unas manos, y un arpa arpegiaba densamente. Mientras mรกs banal es una mรบsica, mรกs nos llega al corazรณn.
     En la primera de las mesas vio a una mujer vestida de verde, cansada โ€”una mujer de la calleโ€”, balanceando la punta del zapato.
     โ€”Me tomarรฉ algo โ€”decidiรณ Nikitinโ€”, pero no, mejor no… Aunque…
     La mujer tenรญa ojos de muรฑeca. Habรญa algo muy conocido en aquellos ojos, en la larga lรญnea de su pierna. La mujer tomรณ su cartera y se levantรณ como si llevara prisa. Vestรญa una blusa larga de seda esmeralda que ceรฑรญa sus caderas muy abajo. Pasรณ junto a รฉl entrecerrando los ojos por la mรบsica.
     “Serรญa muy extraรฑo” โ€”pensรณ Nikitin. Por su mente pasรณ algo, como una estrella que cae, y, olvidando las cervezas, se levantรณ y la siguiรณ por un callejรณn oscuro y brillante. Un farol alargรณ la sombra de la mujer, que se deslizรณ por la pared y pareciรณ partirse. La mujer avanzaba lentamente, y Nikitin refrenรณ el paso temiendo darle alcance sin saber por quรฉ.
     “Pero no hay duda de que es asรญ… Dios mรญo, quรฉ bendiciรณn…”
     La mujer se detuvo al borde de la acera. Sobre una puerta negra ardรญa una lรกmpara color frambuesa. Nikitin pasรณ junto a ella, volviรณ sobre sus pasos, rodeรณ a la mujer, se detuvo. Con arrullante risita, la mujer le lanzรณ una tierna palabra en francรฉs.
     Bajo la tenue luz del lugar, Nikitin vio su atractivo y cansado rostro, el brillo hรบmedo de sus diminutos dientes.
     โ€”Escรบcheme โ€”le dijo Nikitin en ruso, con sencillez y en voz bajaโ€”. Nos conocemos desde hace mucho, hablemos mejor en nuestra lengua materna.
     Ella alzรณ las cejas:
     โ€”English? You speak english?
     Nikitin la mirรณ fijamente y repitiรณ ya con cierta impotencia:
     โ€”No siga, estoy seguro.
     โ€”T’es polonais, alors? โ€”preguntรณ la mujer alargando la รบltima sรญlaba a la manera sureรฑa.
     Nikitin se dio por vencido, sonriรณ forzadamente, le dio a la mujer el billete de cinco francos, se volviรณ rรกpidamente y comenzรณ a cruzar la plaza que tambiรฉn bajaba al mar. Al momento escuchรณ unos pasos apresurados que le daban alcance, una respiraciรณn, el roce de un vestido. Se volviรณ. No vio a nadie. Sรณlo la plaza vacรญa, a oscuras. El viento nocturno arrastraba por los adoquines la hoja de un periรณdico.
     Nikitin suspirรณ, volviรณ a sonreรญr sin ganas, se metiรณ las manos en los bolsillos bien adentro y, mirando las estrellas que se encendรญan y se apagaban palideciendo como avivadas por un enorme fuelle, comenzรณ a bajar en direcciรณn al mar.
     Allรญ, junto al brillo de la luna sobre las olas, en el malecรณn de piedra del viejo muelle, descolgรณ los pies y permaneciรณ asรญ mucho tiempo, con la cabeza echada hacia atrรกs, apoyรกndose en las palmas de sus manos extendidas tras รฉl.
     Rodรณ una estrella fugaz, de pronto, como deja de latir, por un segundo, el corazรณn. Un fuerte y limpio golpe de viento agitรณ sus cabellos, pรกlidos en el resplandor nocturno. –
      โ€” Traducciรณn de Josรฉ Manuel Prieto

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(San Petersburgo, 1899-Montreux, Suiza, 1977) fue Vladimir Nabokov.


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