Ya se sabe que en medida considerable la política es naturalmente un espectáculo. Los políticos quieren su público, se lo disputan entre ellos, anhelan la parte mayor de la taquilla. Para ganarla preparan calculada, cuidadosamente sus representaciones, los escenarios, los repartos. Lo importante ahora será ver la calidad de aquellos espectáculos, junto al nivel de exigencia o docilidad del público. La última campaña presidencial, con todo lo que pueda decirse, se mantuvo en un plano más que aceptable, digamos. La representación correspondió bien a las exigencias de un público que supo verse, por primera vez en décadas, como parte central de aquel espectáculo de pistas múltiples. Pero lo que se vive hoy dista de ofrecer perspectivas convincentes. Hay en primer término un miscasting revelador: la actuación del Partido Verde, cuyo verdor no estaría más que en su inmadurez, y cuya inmadurez es sólo un dato menor al lado de su calidad política y moral. Han entendido sus líderes el núcleo de una sola familia más algún otro miembro de un jet set de pacotilla que los políticos cumplen una parte básica de aquella función espectacular. Pero en vez de mejorar la función la han degradado, al punto que han llevado al campo público las versiones peores de la chabacanería, la frivolidad, los disfraces deleznables de la grosería. Recientemente, y queriendo aprovechar la fragilidad de la nueva composición del Instituto Federal Electoral, desafían las leyes en nombre de resortes nada transparentes, para decir lo menos, y que obedecerían sólo a su aspiración de mantener la franquicia, la carpa o el canal (da lo mismo). A los grotescos delirios de grandeza de un diputado que es boxeador que es incipiente estrella de la tele que es conquistador más o menos profesional de mujeres del medio, corresponden los manejos más que contaminados, presumiblemente, y mientras dura el videotape, de un líder que en el fondo es un junior que en el fondo es el depositario de la marca registrada y que aseguraría la pervivencia de un linaje. Ante tales representaciones, no sería de extrañar que el público termine por vaciar el graderío y estos showmen se queden gesticulando a solas, conquistando sus propias sombras. –
Relectura de la Oración del 9 de febrero
La Oración del 9 de febrero (1930) de Alfonso Reyes, es una de las piezas más perfectas y conmovedoras en la historia de la prosa hispanoamericana.
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