La investigadora Patricia Rosas Lopátegui, especialista en la obra de Elena Garro (1916-1998), ha preparado una amplia biografía “exclusiva y autorizada” sobre esta escritora, que ha pasado casi inadvertida a pesar de que el volumen contiene amplios fragmentos de diarios y de cuadernos de notas en los que se puede ver no sólo los rastros de sus libros en obra negra, sino también sus juicios y prejuicios íntimos y la bitácora de una vida errante y nada apacible en la que aparecen escritores, pintores, filósofos, periodistas, diplomáticos y otros personajes, todos ellos amigos, enemigos, conocidos o amantes de la escritora.
Gracias a esos papeles hasta ahora inéditos, puede decirse que Testimonios sobre Elena Garro es un libro memorable que, sin embargo, carga un pesado lastre: los comentarios de la biógrafa, plagados de interpretaciones feministas no siempre oportunas sobre la vida y obra de la escritora, que llegan al punto de exasperar a cualquier lector (o lectora). Los ejemplos son numerosos, desde las referencias a la “sociedad patriarcal”, hasta apreciaciones insólitas, si no es que ridículas, de varias fotografías en las que aparecen Garro y Octavio Paz cuando formaban un matrimonio.
Rosas Lopátegui comenta: “A partir de las fotografías de Mérida recién casados, la imagen de la pareja en España (1937), y las que la captan en los siguientes años de matrimonio […], el rostro de la joven esposa se ha metamorfoseado, ahora refleja tristeza, enojo, soledad, dolor y frustración”. Después de observar las fotografías con atención, uno no puede más que preguntarse cómo la profesora Rosas Lopátegui pudo descubrir tanto en esas imágenes anodinas y, sobre todo, cómo una investigadora literaria profesional puede construir interpretaciones tan subjetivas en vez de aplicarse a la investigación exhaustiva o más profunda, menos superficial para, entonces sí, dar luces sobre la vida y obra de una escritora (o escritor).
Sin embargo, en esta biografía la investigación es elemental, e incluso en este nivel se advierten serias deficiencias. A partir de sus más bien pobres indagaciones, Rosas Lopátegui supone y especula a cada momento, y deja sin aclarar muchas cosas. Y cuando se siente segura y opina desde esa perspectiva al parecer exclusiva o fundamentalmente feminista en que se coloca para juzgarlo todo, cae en errores más bien ruidosos. Éste es uno de los más notables: la profesora comenta: “Tercer y último encuentro con Bioy Casares. Los dos primeros fueron en París: 1949 y 1951. Este reencuentro termina con el adiós definitivo en Nueva York. La mirada de Elena acerca de Bioy ha cambiado. La distancia terca, saber de sus infidelidades, de su posición servil y burguesa al servicio de los gobiernos totalitarios, la hacen verlo con ojos críticos y mordaces. Pero a pesar de todo, la despedida la destroza. El amor persiste, la llama no se consume todavía”, y esto lo dice a propósito de una larga cita del diario, fechada 1957, en donde ella apuntó: “El viejo Bioy […] con su calva rubia, su cadena de oro, sus bellas maneras prestadas, su labio inferior colgante y sus espaldas caídas es el representante de la nada. ¿Qué significa libertad cuando la pronuncia? Nada. ¿Qué significa hambre? Nada. Tal vez él mismo y todos los beneficios económicos que le produce haber aprendido ese vocabulario. ¿Y él qué es sino una caricatura estúpida… europeo estúpido? Entra a la Asamblea solemnemente. Él en la Asamblea: por lo tanto piensa que todos los ojos están pendientes…” Sin embargo, evidentemente, a pesar de lo que Rosas Lopátegui cree, la diatriba de Garro no iba dirigida contra el autor de La invención de Morel, de quien aún estaba profundamente enamorada, sino contra el padre de éste, el doctor Bioy, que entonces era representante diplomático de Argentina ante la Asamblea General de la ONU, y por quien, a todas luces, Elena sentía profunda antipatía. Un error craso, entre muchos otros.
Pero, al margen del enfebrecido feminismo de la biógrafa, de sus imprecisiones y yerros, hay que reconocer que en Testimonios sobre Elena Garro pone al alcance de los lectores la apreciable literatura contenida en los documentos personales de la escritora, ya sea en forma de esbozos literarios, apuntes sobre sueños y pesadillas, cartas reveladoras y poemas. A través de todos estos papeles se ventilan, además de meros chismes familiares y literarios (Octavio Paz es una figura central en estos aspectos), revelaciones intimísimas y pasajes tortuosos en la vida de esta talentosa mujer, que vivió entre la realidad y la ficción, batallando cada vez más con su fuerte personalidad, llena de contradicciones, hasta llegar a los límites de la razón. Por ejemplo, en su diario de 1974, fechado en España, la escritora dejó testimonio de un estado nervioso crítico al sentirse blanco de una confabulación alucinante en la que, según ella, actuaban agentes encubiertos mezclados con siniestros personajes del vecindario; de esta manera, el diario describe una atmósfera agobiante, muy parecida a las que aparecen en algunas célebres historias de Elena Garro, como Y Matarazo no llamó, La casa junto al río o Reencuentro de personajes. Al parecer, en esos momentos su mundo imaginario estaba fuera de control, al punto de que la escritora pisaba ya los accidentados terrenos de una paranoia que incluso la condujo al psiquiátrico, según lo descubren otros pasajes del mismo diario.
En Testimonios sobre Elena Garro, uno de los descubrimientos más notables para los conocedores de la obra de esta escritora son los poemas recogidos por Patricia Rosas Lopátegui, que revelan la vena lírica de la autora de Los recuerdos del porvenir. Insegura de la fuerza de sus versos, la autora prefirió mantener inéditos estos poemas, escritos en distintas épocas, que en algunos casos exploran las técnicas y motivos característicos del surrealismo, con hallazgos luminosos y perturbadores, y en otros sólo llegan a desahogos en el papel, con un discutible valor literario. Al margen de esto, la publicación de esta obra poética inédita, junto con los diarios de la autora, despeja el profundo contenido biográfico de los poemas, que en algunos casos sólo fueron apuntes para desarrollar ideas, imágenes y diálogos en cuentos y piezas teatrales publicados por Garro sin los reparos que tuvo frente a la creación poética. Así, es posible rastrear, en algunas de sus obras narrativas y dramáticas, imágenes y frases que originalmente formaban parte de poemas, los cuales, en algunos casos, podrían considerarse como parte del andamiaje creativo de la autora.
Esta biografía contiene además otras curiosidades apreciables, como son los textos breves (cartas y esbozos narrativos insertos en los diarios) en los que el mejor estilo de Elena Garro se despliega con toda la gracia de su fuerza expresiva. Es el caso de una carta a Octavio Paz, fechada en agosto de 1995, en donde describe magistralmente su pequeño departamento en Cuernavaca, lleno de gatos, oscuro y maltrecho: allí donde la creadora habría de morir hace poco más de cinco años. ~
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