yo era el mediodía tatuado y la noche desnuda,
el pequeño insecto de jade
que canta entre las yerbas del amanecer
y el zenzontle de barro que convoca a los muertos
Octavio Paz, Mariposa de obsidiana
El mito de la creación del cosmos, según narración de Fray Andrés de Olmos, ubica el centro del universo en el corazón de la diosa tierra, Tlalteu (Garibay 1965: 105). Es allí donde se juntaron dioses opuestos-complementarios, Tezcatlipoca y Ehécatl, después de haber entrado en la diosa misma, el primero por su boca, el segundo por el ombligo. La alegoría es elocuente. La penetración de la deidad por los dos númenes, convertidos en dos enormes serpientes, rompe en dos el cuerpo de la diosa jalándola de manos y pies. La oprimieron tanto que se rompió de en medio. (El mito predice incluso la rotura de la pieza que hoy nos ocupa, hallazgo notabilísimo en el Templo Mayor de Tenochtitlán, la escultura mexica en bajorrelieve de mayores dimensiones hasta hoy hallada.) En aquel tiempo inmemorial correspondiente a la creación del universo, la fractura da lugar a la conformación de la tierra y el cielo. La penetración y quiebre del cuerpo de la diosa, su segura muerte, es generadora del cosmos mismo. Su muerte significa la creación. Su ruptura es génesis.
La severidad mexica evitó la indiscutible genitalidad del mito. En lugar de referirse a la vagina de la diosa, en lugar de ubicar en la matriz su centro, la penetración ocurre por otros orificios y el centro se ubica en el órgano vital por excelencia, el que contiene el movimiento vital, el que define al hombre junto con su rostro, el corazón.
En efecto, las referencias son numerosas en cuanto al estricto modo de convivencia y el rigor en el vestir y proceder cotidiano y ritual de la sociedad mexica. Y sin embargo, en ese marco escrupuloso, reconocemos atributos, metáforas, referencias y gestos que resultan claramente eróticos y que a menudo son negadas por los investigadores del mundo mexica y que enfatizaremos aquí en la revisión de la deidad telúrica.
Tlaltecuhtli es una deidad ambigua en cuanto a su sexo: “Había una diosa llamada Tlateutl que es la misma tierra, la cual, según ellos, tenía figura de hombre: otros decían que era mujer.” (Ibíd.) Se refiere así en las crónicas, y sus representaciones tienen en ocasiones figura de varón y otras como mujer. Su nombre etimológicamente significa señor o señora tierra (tlal: tierra, tecuhtli: señor). Su esencia es también contradictoria en la medida en que conjuga valores de muerte y de reproducción. Como a otras deidades primordiales (Xiuhtecuhtli y Mictlantecuhtli), en el Códice Florentino (vol. II, lib. VI, Foja 29v) se le nombra in tonan in tota, nuestra madre, nuestro padre, acaso aludiendo a su carácter dual, masculino y femenino a la vez. Se trata del monstruo telúrico que devora a los muertos y que a su vez los habrá de parir como frutos de la tierra fecunda.
La magnífica y recientemente descubierta [en 2006] escultura de Tlaltecuhtli, en el corazón de la ciudad de México, resulta elocuente en cuanto a estos dos aspectos fundamentales universalmente. Se trata de uno de los pocos ejemplares femeninos de la deidad, que suele ser representada como varón. Es también uno de los escasos ejemplos que estaban expuestos a la vista del público, pues la gran mayoría de sus representaciones eran ocultas esculpiéndolos en la base de los monumentos. Así, su vista era negada a los ojos de los espectadores. Solo permanecía de manera supuesta a la vista de los habitantes del inframundo.
Su interpretación ha sido magistralmente expresada por el director del Proyecto Templo Mayor, Leonardo López Luján, y, sin embargo, resta un aspecto de la imagen que quiero aquí abordar, incluso subrayar para dar lugar a una brecha poco expresada del arte mexica en particular y de su cultura en general: el erotismo.
Los estudios del arte mexica suelen insistir en su carácter brutal, en su asociación a la muerte y al sacrificio. No es fortuito, pues en el arte mexica llega a ser agobiante la insistencia en el aspecto de la muerte. De hecho, aunque el sacrificio, la sangre y la muerte son aspectos relevantes en muchas culturas antiguas, la mexica ha sido identificada principalmente por su carácter cruento. En cambio, con escasas excepciones, el aspecto erótico en su discurso mítico y plástico ha sido poco abordado.
En varias ocasiones, la cosmovisión mesoamericana en general y mexica en particular reúne estas dos pulsiones de la psique humana: eros y thanatos, el amor y la muerte.
Sin el ánimo de apegarnos del todo a los estudios freudianos, sin afinidad precisa con la psicología dinámica, hay que reconocer que uno de los aspectos mayormente aceptados y empíricamente verificados de sus teorías psicoanalíticas resulta el reconocimiento de estos dos motores fundamentales de la psique, que fueron identificados con los nombres de deidades y mitos griegos. Pero si en esa cultura clásica hay dos personalidades distintas y contrarias, en la cosmovisión mexica cabe el aglutinarlas en una sola entidad. Tlaltecuhtli es, por lo mismo, capaz de conformar al cielo y la tierra al ser destruida por los dioses, en una destrucción creativa.
No es privativo de esta deidad su doble poderío. Otras diosas femeninas mesoamericanas suelen reunir ambas características: son progenitoras y también destructoras. Podemos aludir a deidades de varias tradiciones, por citar algunas, recordamos a las Cihuateteo, acompañantes del sol vespertino y nocturno, guerreras muertas en la batalla por dar a luz durante el parto; a la tremenda Coatlicue, madre de Huitzilopochtli asociada a símbolos de muerte; o a la diosa maya Ixchel, que es representada a veces como ente generosa y fértil y otras como destructora al inundar la tierra.
Progenitora y devoradora, Tlatecuhtli es eros y es thanatos. Y estas dos pulsiones son claramente reconocibles en la escultura hallada en el Templo Mayor con aún mayor claridad que en otras esculturas y pinturas conocidas del mismo numen.
Tlaltecuhtli-thanatos
Basta un vistazo a la pieza recientemente encontrada en el corazón del Templo Mayor de Tenochtitlán para que reconozcamos los elementos violentos que los artistas oficiales mexicas solían incluir para impresionar a sus públicos en los espacios rituales. Así, aunque no coincidiese la visita de cualquier transeúnte con una escena sacrificial en vivo, habría de recordarla por sus numerosos mementos. La diosa tiene garras en lugar de pies y manos, lo que le permite una destrucción más eficiente de sus presas o enemigos. Presenta cráneos humanos descarnados en codos y rodillas, su cuerpo es así tzompantli que muestra el sacrificio en sus coyunturas, la muerte en las cuatro esquinas. Por su boca descarnada fluye la sangre que llegaría a su vientre ocupado por un hombre, del que solo han sobrevivido los pies para atestiguar su presencia en el hueco horadado de su vientre. Su rostro es enmarcado por una cabellera acaso ajena, pues la banda ondulada sobre su frente suele evocar la piel incisa (López Luján 2010: 77-79) y sobre la cabeza lleva banderas que simbolizan sacrificio y muerte. Asimismo, su escasa vestimenta está ornada de cráneos y huesos cruzados, reiterando la alusión a la muerte, y su piel estuvo rayada de rojo (op. cit. 87-88), identificándola como víctima sacrificial.
Tlaltecuhtli-eros
El aspecto erótico de la deidad es acaso menos evidente que el thanático, pero lo reconocemos en el bajorrelieve hallado en el Templo Mayor con mayor énfasis que en otras representaciones de la deidad. Lo percibimos tanto en su cuerpo como en su rostro.
El cuerpo
Hemos mencionado ya que Tlaltecuhtli es representado en ocasiones como varón y en otras como mujer. En el caso de esta escultura, no hay duda alguna, se trata de una mujer y para mostrarlo sus pechos están a la vista. No hay otra representación de esta deidad con los pechos desnudos. De hecho, la desnudez es poco común en el arte escultórico mexica, aunque no inexistente. La Coyolxauhqui también ubicada en el Templo Mayor muestra los pechos desnudos, a pesar del habitual recato con que se solían vestir las mujeres mexicas. Seguramente se trata de una referencia clara al género de las diosas en cuestión y acaso también a su vocación maternal.
La postura acuclillada con los brazos doblados en simetría con las piernas es la habitual de esta deidad, así como de Tláloc, lo que la opone al dios del agua como diosa de la tierra; la posición ha sido interpretada como símil de un batracio, que se asocia también con agua y tierra. Con mayor aceptación se le ha reconocido como postura de parturienta, lo que remite nuevamente a su carácter fértil; y, finalmente, como actitud propicia del acto sexual mismo. Después de todo, el acto sexual, tlazolli en náhuatl, está vinculado inclusive etimológicamente con la tierra.
“Entre una variada gama de interpretaciones se le vincula con la postura de un batracio, del alumbramiento, de la derrota bélica/sacrificio, del acto sexual, de descenso o que emula la estructura cuatripartita de la superficie terrestre.” (López Luján 2011: 77)
Una figura humana de proporción pequeñísima en comparación con la escultura entera fue esculpida en el abdomen de la diosa. De esta solo restan los pies calzados y la base de su bastón plantador, dada la fractura de la pieza. El personaje dirigía su camino hacia el sexo de la deidad. Dada la orientación de la pieza, este se ubicaba en el oriente. Es el rumbo donde nace el Sol, y es hacia el oriente que la divinidad habría de dar a luz, identificando así a su noble retoño con el poder del astro mismo. El bastón plantador alude también a las capacidades fecundadoras del ser gestante o engullido por la deidad.
El rostro
Rostro y corazón definen a una persona metafóricamente en náhuatl y en el caso de Tlaltecuhtli es su rostro el que primero sugiere el placer extático erótico. Las comisuras de la boca se tensan hacia los lados y hacia arriba, sugiriendo una discreta sonrisa de placer. La lengua se asoma en gesto francamente sensual, vinculándose al fluido sanguíneo que se dirige o proviene de su vientre. Los ojos presentan las pupilas hacia arriba, casi desorbitadas. En una expresión de embeleso.
Me atrevo a afirmar con esto que la expresión facial de la pieza escultórica monumental de Tlaltecuhtli se muestra en verdadero éxtasis. ¿Es la pulsión de la muerte, la de su hijo parido, la de la sangre que bebe, la que surge de su vientre? ¿O es la pulsión erótica, orgásmica, el placer del dolor, el placer del parto la que provoca que sus ojos parezcan un tanto desorbitados, las comisuras de la boca tensas, asomando la lengua que nos recuerda expresiones de franco placer orgásmico? ¿Se trata más bien del éxtasis místico, propio de una deidad en el instante de comunicación divina y de reproducción sublime en un estado de plenitud máxima? ¿O se trata de ambos placeres conjuntados precisamente en el placer de la reproducción de la vida en la batalla contra la muerte?
Otros discursos religiosos han visto en el placer erótico la presencia mística de las deidades. Es el poder de reproducción lo que hace a los hombres vislumbrar las capacidades fecundas de los dioses. Sabido es que tradiciones como la hindú encuentran el placer erótico vinculado al místico y no encuentran que los dioses sean ajenos al placer carnal. Tlaltecuhtli parece compartir estos placeres, permite verle disfrutando del éxtasis que significa placer erótico y la pulsión destructiva de la muerte. Thanatos es evidente, Eros también lo es.
En cualquier caso, el deleite de Tlaltecuhtli es palpable, en su gesto, en sus ojos, en su boca, en su lengua, en su cuerpo contraído y en la desnudez de sus senos, en el fecundo trance del fruto de su vientre acechado por la muerte en cada una de sus extremidades y en cada una de sus coyunturas, en cada una de las esquinas del universo que ella misma conformó en el origen de todas las cosas con su palpitante cuerpo. ~
Bibliografía
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(Xalapa, 1964) es maestra en historia del arte y arqueología por la Sorbona y doctora en antropología por la UNAM.