Demos inicio con una conjetura simple.1 Supongamos que nuestro amigo el gran Martín Solares se alzara de pie ahora y en un arrebato, un tanto ingenuo y patético, confesara a la concurrencia que acaba de recibir información fidedigna de que ha sido exaltado allá, en México, a la primera magistratura de la nación. Y en efecto, Martín Solares es ya presidente electo de México. Nosotros lo felicitamos, sin duda, aunque la designación no nos asombra demasiado, debido a que en la conjetura que estamos proponiendo, hay en México 6,811 presidentes de la República electos. ¿Y por qué son precisamente 6,811 y no menos o más? Conviene hacer historia y tener muy presente que, en la conjetura, el número de 6,811 fue obtenido al azar, con un cubilete de dados, en la Cámara de Diputados, y fue aprobado por aclamación casi histérica de todos los partidos, y desde entonces nos rige. 6,811 presidentes. Eso sí, cada uno con su programa político, su ideario, su gabinete nombrado. Si bien, hay que recordarlo, 6,810 de esos presidentes son electos, es cierto, pero sólo son presidentes nominales.
Una situación así, no del todo hipotética y fantasiosa, en mi sufrido país, pertenece al surrealismo, en este caso el surrealismo político. Pero ¿en qué consiste su condición surrealista? En que en ella se rompe la regularidad que une a las cosas con un lazo que nos aparece como necesidad racional, un principio de razón suficiente como el que proclamó Leibniz, según el cual de todo debe poder darse una razón satisfactoria, y aquí no hay ninguna: la proliferación de presidentes, así como el número de ellos, 6,811, es inexplicable, carece de causa o finalidad. El lazo de regularidades, aquí roto, podemos llamarlo “dato de vinculación”, porque en efecto todo está vinculado racionalmente con todo y la racionalidad de lo contingente se basa en estas regularidades.
Puede haber pintura, poesía, cine, novela surrealista, pero no música, ¿por qué? Porque la música consiste propiamente en la vinculación racional de sonidos y, si la rompemos, la música desaparece. Tratar de hacer música sin dato de vinculación sería como tratar de hacer música sin sonidos.
Regularidades. En el hocico de la hiena está la lengua, roja, y el marfil de los colmillos. Está el hambre imperiosa, el abuso numérico, el fuerte sabor de las carnes corrompidas, la risa sarcástica. En el hocico de la hiena no brilla la estrella verde de Yucatán que vio Paz cuando era joven, ni está el mosquitero que Horacio, en una de sus sátiras, reprocha a los soldados de Marco Antonio y Cleopatra como afeminamiento. Pero si ponemos en ese hocico algo como eso, si por ejemplo, abre la hiena la boca y oímos allá dentro teclear la máquina de escribir en la que Scott Fitzgerald escribió Tierna es la noche, entonces en esa escena tenemos obturado el dato de vinculación y aparece el surrealismo.
La aventura surrealista consistió en explorar las consecuencias estéticas y morales de romper el dato de vinculación. Esta exploración no partía de cero: hay cuatro campos donde se rompen, merced a su naturaleza, las regularidades y nos permiten atisbar qué puede haber en la otra orilla, la orilla de lo inexplicable. Son sólo cuatro porque hay menos cosas bajo el sol de las que sueña tu filosofía. Y éstos son: primero, los fenómenos paranormales (telepatía, precognición, etc.), junto a todas las variedades de la magia; segundo, el azar, lo accidental, por definición inexplicable; tercero, la psicopatología, el mundo de la locura y de lo inconciente, y, por último, los sueños.
No creo que Octavio Paz se apasionara por ninguno de estos cuatro caminos a lo inexplicable. Hay otro, sin embargo, que lo cruza, y es el que siguió Paz porque ése es el camino de la poesía moderna. Observemos que, en poesía, la imagen poética suele obturar y entremezclar regularidades. Si sostengo, como Arreola, que “el apostolado de la hiena no ha sido vano porque es el animal que más discípulos ha alcanzado entre el género humano”, me apoyo en una regularidad para hacer una observación socarrona y, acaso, justa. Pero si insinúo, por ejemplo, que la hiena es “carcajada amarilla, jorobada de hiel, Cuasimodo relampagueante de la noche africana”, ya estoy haciendo mezcolanzas de regularidades, y por tanto, poesía.
En la poesía moderna se captó muy pronto el lado estético de la ruptura del dato de vinculación. Por ejemplo, la llamada “enumeración caótica” no hace sino aprovechar el valor estético de lo inmotivado o acausal, y por ello inexplicable.
Para buscar mi infancia Dios Mío
comí limones estrujados, establos, periódicos marchitos,
pero mi infancia era una rata que huía por un jardín oscurísimo
Al torrencial genio literario de García Lorca le costó trabajo incorporar el surrealismo a su poesía, y lo llevó a una edad de oro en Poeta en Nueva York. A Paz, en cambio, le fue sencilla la asimilación. Como sabemos, Paz salió al mundo cuando el movimiento surrealista estaba ya enteramente articulado. La poesía hizo surrealista a Paz. La poesía y el clarividente rechazo de Breton a abrazar la ortodoxia comunista.
Y, en todo caso, el surrealismo significó un ámbito de libertad, pues era “un gran momento de la juventud del mundo”, como proclamó Cardoza y Aragón que militó en él en los años veinte.
El surrealismo caracterizó el tiempo de Paz, como el romanticismo o el barroco identificaron otras épocas. No sabemos por qué el siglo que vio un desarrollo sin precedentes de la ciencia y la tecnología tuvo, como modelos estéticos, el arte primitivo, por un lado, y la magia, el ocultismo y los sueños por otro. No sabemos ni podemos saber… porque una época, como un individuo, no puede nunca desentrañar qué es lo importante y peculiar de su propia vida: ésa es zona de tiniebla, de sombra, de noche, que nos envuelve como “una silenciosa cascada de plumas negras”, según observó el maestro que hoy nos congrega. ~
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.