En 1997, ETA secuestró al concejal del PP en Ermua (Vizcaya) Miguel Ángel Blanco Garrido y amenazó con asesinarlo si no trasladaban a todos sus presos a cárceles en el País Vasco en 48 horas. Se trataba de una cruel represalia por el éxito de la Guardia Civil en la liberación de otro cautivo de la banda, José Antonio Ortega Lara, un modesto funcionario de prisiones que salió del zulo de tres metros de largo por 2.3 de ancho en el que lo tuvieron cautivo durante año y medio, de donde fue rescatado con veintitrés kilos menos (“estrés postraumático” es un eufemismo del terror que reflejaba su mirada). La Jornada publicó en su editorial del 12 de julio de 1997 que el gobierno de España debía aceptar el chantaje etarra con estos argumentos:
El traslado de los presos vascos a sus tierras y la apertura pública de negociaciones para llegar por lo menos a una tregua y abrir el camino a la discusión de todos los problemas políticos, lejos de ser un síntoma de debilidad, reforzaría moralmente a un Estado que tiene cuentas históricas con las minorías nacionales y que, en el mismo País Vasco, incluso entre quienes no apoyan a ETA, recoge muchísimas críticas.
Ciertamente la editorial le pedía a ETA que respetara la vida de su rehén, pero al mismo tiempo le pedía al gobierno de España “abrir un camino pacífico para el independentismo vasco”. El texto terminaba con la esperanza de que su exhortación doble “no sea demasiado tardía ni tropiece con la ceguera política de los extremistas”. Extremistas en ETA y en el gobierno de España, se entiende.
Una hora después de cumplirse el macabro ultimátum, se descubrió a Blanco aún con vida en un bosque de Lasarte (Guipúzcoa). Tenía la manos atadas en la espalda, lo habían obligado a arrodillarse y le habían pegado dos tiros en la cabeza. Sobrevivió unas horas más en agonía. Su cuerpo presentaba signos de deshidratación. Tenía veintinueve años y su pasión era tocar la batería y salir al monte con su novia.
Durante los dos días que transcurrieron desde el secuestro hasta el asesinato, los gritos contra ETA recorrieron España, empezando por el País Vasco. Los pedidos de clemencia se sucedieron en todo el mundo. Herri Batasuna tuvo que afrontar el aislamiento social y una importante escisión. Para el español de a pie hay un antes y un después de este crimen. Para La Jornada fue importante destacar en portada, cuatro días después, el siguiente titular: “Aznar, el responsable de la ejecución del concejal: HB”, insistiendo en páginas interiores: “La muerte del concejal Blanco, por la ‘cerrazón’ de Aznar: Herri Batasuna.”
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Entre 1995 y 1997, poco más de tres años, trabajé en La Jornada como jefe de redacción de La Jornada Semanal. Lo hice a invitación de Juan Villoro, su recién nombrado director, al que acompañé a lo largo de todo su periodo. Fue un bautizo de hierro en el periodismo cultural y un doctorado de fuego en letras, todo de la mano de Juan. Me tocó asistir al relevo de Carlos Payán por Carmen Lira y tengo grabados en la memoria sus discursos de despedida y toma de posesión. Payán dijo en tono campechano y anecdótico que en La Jornada había pasado los mejores años de su vida. Se alisó el bigote y repartió abrazos cómplices. Carmen Lira pronunció un discurso cargado de dramatismo y consignas. Prometió hacer del diario una trinchera de las causas populares. Adiós a la belle époque, pensamos. “Hay a medianoche soldados que sierran planchas para los ataúdes”, habría dicho Apollinaire.
Como el periódico no cubría un número cada vez más alarmante de temas, nos propusimos hacerlo desde el suplemento. Por ejemplo, convocamos a Ciro Gómez Leyva, en aquel entonces joven promesa, a organizar una serie de entrevistas a personajes de la vida política del país: intelectuales, políticos, analistas, para discutir nuestra accidentada transición a la democracia. Los colaboradores del suplemento abarcaban todo el arco ideológico y, para honra de La Jornada, no nos ahorramos críticas ni a Castro ni a ETA.
En junio de 1997, Blanche Petrich, enviada especial del periódico a Euskadi, publicó un “perfil”, con llamado de media plana en portada, dedicado al “conflicto vasco”. Entrevistó a un etarra en activo, a un concejal de Batasuna (el brazo político de la banda), a un exetarra nostálgico y primer director del diario Egin, y a dos miembros de organizaciones del mundo abertzale (el nacionalismo radical): Gestoras pro Amnistía (en defensa de los presos de ETA) y Jarrai (organismo juvenil encargado de los disturbios callejeros, conocidos como kale borroka, rebautizado por Petrich como la “Intifada eskaldún”). Las únicas menciones a España son la glosa de un libro sobre la guerra sucia contra ETA y una especulación sobre las sistemáticas torturas a los presos vascos. En el reportaje, todos los interlocutores vascos comparten un objetivo común (la independencia) y justifican la violencia en aras de ese noble fin. Las personas entrevistadas lo hicieron representando instancias a las que la justicia española logró acreditar, años después, su complicidad judicial con ETA, no solo su obvia simpatía, declarándolas ilegales (Batasuna, Egin, Jarrai, Gestoras pro Amnistía). De los medios y sindicatos no nacionalistas, silencio. De los otros partidos, del nacionalismo moderado del PNV a los conservadores del PP, pasando por los socialistas vascos, ni una palabra. De otras formas de sentir la identidad vasca, cero. De las víctimas, nada. De las organizaciones civiles contra ETA, ni una mención. Peor aún, la idea que transmitía el perfil, claramente apologético, era que en el País Vasco se vive muy bien (y se come mejor), a pesar de la policía española que persigue rudamente a los patriotas vascos.
Sin embargo, en la realidad sucedía justamente lo contrario: eran los vascos no nacionalistas los que tenían que llevar escolta, revisar los bajos de su coche antes de arrancarlo y no establecer rutinas para evitar ser blancos fáciles de los etarras. Ciento cincuenta mil exiliados y casi mil muertos (repartidos por toda la geografía española) son el testimonio de ese drama en el que, por el arte de magia de Petrich, los verdugos se metamorfosearon en las víctimas.
Todo esto en un lugar donde el independentismo violento tenía la representación parlamentaria para la que le alcanzaban sus votos (nunca más de un tercio del electorado, gajes de la democracia), y la cultura y la lengua vascas (lengua materna de menos de una cuarta parte de la población) disfrutaban del apoyo institucional y la promoción pública más grandes de su milenaria historia. Y todo esto bajo el paraguas de un gobierno autonómico encabezado por el nacionalismo moderado, que goza de las cuotas de autonomía más grandes del mundo (fiscales, educativas, económicas, culturales), mayores incluso que las de un Estado federal, y sin otros atributos del poder estatal, diluidos en la Unión Europea: fronteras, aduanas, permisos de residencia y trabajo, etcétera.
Ante este oprobioso reportaje, le pedimos a Fernando Savater que contestara en las páginas del suplemento, pensando que le hacíamos un gran servicio al periódico al abrir este debate. Dos semanas después estábamos fuera de La Jornada. Nadie nos echó. Tampoco hizo falta.
El problema es que la cobertura del País Vasco era igualmente desequilibrada antes del perfil y siguió así después. De hecho, continúa imperturbable hasta nuestros días. Ahora bien, ¿cómo se demuestra una simpatía periodística por una causa? Primero, lo obvio: La Jornada no inventa los hechos ni puede interferir en la realidad (salvo en casos concretísimos donde su manejo informativo acaba, como en la física cuántica, alterando la realidad observada), pero sí puede seleccionar qué le interesa consignar y cómo, y qué deja fuera sin necesidad de dar explicaciones. Veamos:
- En La Jornada, ETA nunca ha sido calificada de organización terrorista, sino de “separatista”. Esta decisión editorial, compartida por otros medios nacionales y extranjeros, parte de una idea equivocada que ha explorado lúcidamente Arcadi Espada al reprocharle a la mismísima BBC este uso eufemístico: “Terrorista, en el sentido que aquí se dilucida, no es adjetivo sino sustantivo. Es decir, no pertenece al ámbito adjetivo de los comentarios sino al objetivo de los hechos.” Más adelante dice: “Terrorista […] es una descripción meramente técnica, donde terror es al hombre lo que madera al carpintero. Terroristano prejuzga moral alguna.” Y remata: “Preferir separatista a terrorista no refleja lo específico (hay muchos separatistas vascos) ni tampoco lo esencial (los hechos de ETA importan más que sus opiniones…)”
- En La Jornada, ETA no comete atentados, les son atribuidos por la policía española. En esto tampoco están solos y parten de una lógica aparentemente razonable: no se puede saber quién fue el responsable hasta que la organización no se lo atribuya: “Atribuyen a ETA el asesinato de un columnista del diario El Mundo”, “Muere en atentado un concejal del Partido popular; culpan a ETA”, “Presunto atentado de ETA en Madrid; seis muertos y 20 heridos”, “Asesinan dos hombres al empresario vasco Ignacio Uría; las autoridades culpan a ETA”…
- El problema es que ETA suele revindicar sus actos a través de Egin (y después de su clausura, del legal Gara), cuando estos han perdido actualidad periodística. Cierto también que muchas veces avisa preventivamente sus ataques, en general con coches bomba en lugares públicos.
- En La Jornada apenas existen las víctimas del terrorismo, una de las grandes causas morales de la sociedad española, que ha conseguido ponerle nombre y apellidos a la casi totalidad de sus muertos. (En México, por contraste, en la guerra contra el narco no se sabe bien quién mata ni quién muere. No hay perfiles con estas vidas segadas, ni se busca a sus familias ni se da ningún seguimiento a los deudos o heridos.) Y eso que entre sus víctimas hay niños, obreros, policías vascos (ertzainas), socialistas por el diálogo con ETA –como el catalán Ernest Lluch, un vicelehendakari (vicepresidente) del gobierno vasco–, el presidente del Tribunal Constitucional, periodistas, concejales de pueblo, etcétera. Por supuesto, si un atentado produce cinco muertos, se consignan, pero desaparecen una vez que cumplieron su rol de chivos expiatorios del futuro independiente y feliz del pueblo vasco, lejos de la oscura y atrasada España.
- En La Jornada no existe Basta Ya ni la Asociación de Víctimas del Terrorismo. No existen la Fundación Víctimas del Terrorismo ni el Observatorio Vasco del Terrorismo y de la Violencia Política. No existen Maite Pagazaurtundua ni Fernando Savater. Ni Rosa Díez ni Agustín Ibarrola. Ni Jon Juaristi ni Antonio Elorza. Ni Elías Querejeta ni Antonio Basagoiti, todos vascos destacadísimos en sus disciplinas y que lucharon (y luchan) civilmente contra ETA, a riesgo de su vida.
- En La Jornada, la cobertura del caso GAL (“Grupos Antiterroristas de Liberación”) superó con creces su indudable interés noticioso y se volvió una especie de leitmotiv del periódico, una suerte de regodeo que confirmaba todas las acusaciones pasadas y futuras contra la forma en que el Estado español combate el terrorismo. Esto no le quiere restar gravedad al asunto; efectivamente, desde las más altas instancias policíacas y políticas de España se alentó a principios de los años ochenta una lucha irregular, ilegal, paramilitar contra ETA, asesinando a cerca de treinta personas, de ETA y su entorno. Pero en La Jornada, obsesionada con el tema, no se explicó nunca que ETA existió antes, durante y después de los GAL. Que los GAL fue un episodio execrable, pero que fue la propia democracia española la que hizo público el asunto y juzgó con cárcel a sus responsables, incluido un ministro del Interior (equivalente a nuestro secretario de Gobernación).
- En La Jornada tienen voz permanente los dirigentes de Batasuna y sus diversas máscaras, sus resultados electorales son destacados siempre y sus iniciativas y acciones son cubiertas al detalle. No existe un periódico fuera de España en donde lo vasco nacionalista radical tenga esa preponderancia obsesiva: “Vergonzoso que Aznar pida la disolución de ETA: coalición HB” (23 de septiembre de 1998), “Batasuna ofrece diálogo en el que haya ‘concesiones multilaterales’” (15 de noviembre de 2004), “Maniobra de despiste, la declaración de Madrid: Batasuna” (14 de octubre de 2006), “Llama la proscrita Batasuna a votar por partido radical en comicios vascos” (14 de mayo de 2007), “Ha hecho el Estado español una apuesta de guerra, acusa Batasuna” (15 de octubre de 2009).
- En La Jornada se suele ilustrar cualquier referencia al tema vasco, venga a cuento o no, con fotos de abnegados abertzales y no pocas veces de pintadas en honor a ETA. Con elocuentes pies de foto del tipo: “Un joven pasa en San Sebastián frente a un emblema del grupo vasco”, “Vascos descansan en un parque de Oiartzun. Al fondo, leyendas favorables a ETA”, “Un manifestante en San Sebastián pide a gritos la reubicación de prisioneros de ETA en cárceles cercanas al País Vasco”, etcétera.
- En La Jornada, ETA opina con una frecuencia inusitada tratándose de uno de los grupos terroristas más perseguidos del mundo. Esto se logra, bien a través de entrevistas directas, o bien a través de la republicación de material de Egin o Gara: “Reitera ETA su propuesta de tregua si inician negociaciones” (subtítulo: “Alto al fuego inmediato si se acepta el ofrecimiento, plantea”, 24 de julio de 1997), “Plantea ETA una ‘salida negociada’ al conflicto. Fija como base para la pacificación del País Vasco el Pacto de Lizarra” (3 de mayo de 2000), “El cese de operaciones militares en Cataluña, decisión unilateral: ETA” (antetítulo de la nota: “Fin a las acciones armadas, cuando se reconozcan derechos de Euskal Herria, advierte”, 23 de febrero de 2004), “ETA mantiene su alto el fuego y reivindica atentado en el aeropuerto Barajas-Madrid” (10 de enero de 2007), “Llama ETA a sus simpatizantes a boicotear las elecciones presidenciales del 9 de marzo” (1º de marzo de 2008), “Pedirá ETA liberar a varios de sus presos” (en el artículo se menciona a Gara como fuente, 14 de noviembre de 2011), etcétera.
- En La Jornada es tema de portada cualquier extradición de vascos perseguidos por la justicia española, ya sea de Venezuela (cuando la podrida democracia anterior al milagro bolivariano de Chávez cometía esas acciones), del Uruguay o de la República Dominicana. El cambio en la política de México sobre este tema ha sido tratado en La Jornada como una alta traición de los gobiernos “neoliberales” de Zedillo y Fox, una pérdida de soberanía ante el “neoimperialismo” español, una afrenta en la cultura del asilo de nuestro país, con portadas, cartas, entrevistas, notas, rayuelas (columna aforística anónima de la contraportada) y demás. El tema vivió su máxima tensión durante una visita a nuestro país del juez Baltasar Garzón, ya glosado en nuestras páginas. Eso sí, y pese al despliegue, es difícil saber solo por La Jornada de qué se acusa a esos pacíficos ciudadanos vascos en México, que con enorme esfuerzo han rehecho su vida en nuestro país. La sangre, cuando se oculta, huele más.
- La Jornada suele usar la terminología nacionalista. Por ejemplo, para referirse al País Vasco, prefiere el término Euskal Herria, “Tierra donde se habla el euskera” (mítico territorio de los nacionalistas que abarca siete provincias, tres en el País Vasco español, tres en el País Vasco francés y Navarra).
- En La Jornada, el cierre de Egin, la ilegalización de Batasuna, la clausura de herrikotabernas (bares con parroquianos abertzales y adornos con la parafernalia vindicativa del caso) suelen tener llamados en portada o contraportada y un gran despliegue informativo, siempre a favor de los vascos perseguidos. No importa, por ejemplo, que Egin haya sido clausurado por, entre otras cosas, utilizar sus páginas de anuncios clasificados para comunicarse en clave con comandos de la banda o mandar mensajes cifrados a su colectivo de presos. No. Se tratará siempre de un atentado a la libertad de expresión y una prueba más de cómo desde el Estado español se alimenta con fuego la gasolina etarra. Lo mismo sobre la comprobación de los vínculos orgánicos entre Batasuna y ETA: la postura será la de denunciar a la coja democracia española que expulsa del discurso al independentismo vasco y es cómplice de la violencia que este genera. El mismo caso con el uso de las herriko tabernas para cobrar el “impuesto revolucionario” (es decir, la extorsión de corte mafiosa que ETA exige a empresarios, deportistas y comerciantes vascos para no figurar en la lista de posibles víctimas).
- En La Jornada, los presos vascos son víctimas de abusos y torturas y deben regresar al País Vasco. Nunca se dice cuándo y por qué se empezó a aplicar esa política. Tampoco se dice nada de las ayudas que el gobierno vasco daba a los familiares de estos presos para sus visitas.
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Lo más grave de todo, sin embargo, es cuando La Jornada se desmarca directamente de ETA, como ha hecho en repetidas ocasiones, tanto en artículos de opinión como en editoriales. Sí, La Jornada condena el terrorismo de ETA, siempre y cuando se ponga a continuación la palabra “pero”. Ejemplos:
Cuando la policía francesa, con apoyo de sus pares españoles, detuvo en marzo de 1992 en Bidart a la cúpula etarra, el golpe policíaco más importante de la historia contra la organización terrorista, La Jornada le dedicó una editorial que empezaba así:
La detención de la cúpula dirigente de la organización extremista vasca ETA, realizada en Francia, asesta un duro golpe a la capacidad decisoria del grupo, en su lógica de forzar, a través de actos terroristas, una negociación con el gobierno español sobre el derecho de autodeterminación del pueblo vasco.
Si entiendo bien esta lengua de madera, resulta que ETA ya no podrá forzar una negociación con España sobre un derecho propio por culpa de esta acción policíaca. Por si quedaban dudas, el segundo párrafo continúa así: “Al mismo tiempo, el brazo político de la organización armada […] también verá mermados sus argumentos de fuerza para negociar.” Exacto: ¡la policía ha impedido con esta captura un posible diálogo!
En el año 2000, a iniciativa del entonces líder la oposición y secretario de los socialistas españoles, José Luis Rodríguez Zapatero, se firmó el Acuerdo por las Libertades y Contra el Terrorismo en España entre el PSOE y el PP (entonces en el gobierno), que La Jornada presentó como un acuerdo contra el nacionalismo. Este pacto declaraba los preceptos en los que un partido podría ser declarado ilegal, principalmente si se negaba a condenar los atentados de la banda. En ese supuesto incurrió HB, que fue declarado ilegal y veinte de sus integrantes, arrestados. El corresponsal en Madrid usó la palabra razzia sin inmutarse. La Jornada le dedicó la editorial del 14 de septiembre del 2000. Obsérvese la equidistancia moral ante dos poderes enfrentados, igualmente ilegítimos y violentos. Dice textualmente:
Las detenciones masivas de independentistas en el País Vasco no sólo ponen de manifiesto el daño causado por el terrorismo etarra a la causa que dice impulsar, sino que evidencia el gravísimo extravío y la exasperación del Estado español ante un conflicto que las partes se han empeñado en volver casi irresoluble. Al mismo tiempo, el hecho exhibe la uniforme distorsión y el reduccionismo desinformador con que los medios –especialmente los peninsulares– abordan la trágica circunstancia de los vascos.
Más adelante:
La diversidad y pluralidad vasca están siendo arrasadas en la disyuntiva de estar a favor o en contra de ETA (o, da igual, a favor o en contra del gobierno de Madrid), y el conflicto, en esa medida, se encamina a la lógica en que pretenden encauzarlo, en una extraña coincidencia, tanto el grupo armado como la Moncloa: más violencia, mayor represión policial y supresión de las expresiones políticas.
Y remata:
Los españoles, los vascos y los vascos-españoles tienen derecho a la paz y a la seguridad, así como a oportunidades de diálogo, negociación y entendimiento. Ni unos ni otros merecen, en cambio, estar atrapados entre el terrorismo compulsivo de ETA y el peligroso reduccionismo policial y jurídico del gobierno español.
Otra obsesión de La Jornada es comparar al País Vasco con Irlanda del Norte, esos seis condados mayoritariamente protestantes que permanecen unidos a Gran Bretaña contra la voluntad de los católicos ahí residentes y del resto de Irlanda. Cuando el ERI (el grupo terrorista norirlandés antiunionista) y Gran Bretaña anunciaron el fin de la violencia y el inicio de las negociaciones, Josetxo Zaldúa, coordinador del diario, escribió un artículo en dos entregas, el 3 y el 4 de septiembre de 1994, donde lamentaba la ceguera española ante el ejemplo irlandés-británico. Dice literalmente:
“Nunca, jamás, va a haber negociación con los criminales de ETA.” La frase, tan terrible, si se quiere como el accionar de ETA, pertenece a Juan Alberto Belloch, el joven e inteligente ministro de Justicia e Interior de España.
Más adelante sostiene:
No es culpa del español no ser vasco, y no es culpa del vasco no ser español. Se trata de cómo ve cada uno de ellos al mundo, se trata de identidad nacional, es todo. Debe haber un punto en el que vascos y españoles confluyan para dar vida a una salida honrosa para ambos. Debe privar el sentido común: compartir el mismo territorio no hace iguales a los hombres, ¿o sí?
¿Le contestamos? ¿No es eso lo que piensan los maketos (perdón, coletos) de San Cristóbal de las Casas de los indígenas que mancillan su coqueta ciudad criolla? ¿Hablamos de Amartya Sen y las identidades electivas? ¿Repasamos Voces ancestrales de Conor Cruise O’Brien? Mejor dejémoslo proseguir:
Cierto es que las acciones armadas de ETA, una organización que nació hace 35 años, se cobran víctimas civiles con demasiada frecuencia. Cierto es también que eso alcanza ya el calificativo de terrorismo y que este factor le ha restado una parte del apoyo que tuvo, incluyendo al pueblo vasco. Eso es verdad, pero tal vez cabría preguntarse si una negociación a tiempo habría evitado el derramamiento de sangre inocente.
Bajo esta lógica cartesiana, si España hubiera aceptado al primer crimen chantajista una escisión de su territorio, entonces nos habríamos ahorrado este horrible baño de sangre.
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Para qué seguir. La Jornada muestra simpatía por la causa nacionalista radical del País Vasco. Lo hace con pasmosa naturalidad y de manera sistemática, pero veladamente: vende gatos como si fueran liebres. De hecho no son gatos sino leones rasurados. Recientemente dijo The Economist que no hay que pedirle a la prensa partidista objetividad sino transparencia. Estoy de acuerdo. Por eso uso cotidianamente La Jornada para informarme de lo que piensa y hace la gente que más desprecio en toda España, de Hernani a Isla Cristina, de Finisterre al cabo de Roses. ~
(ciudad de México, 1969) ensayista.