Nota sobre acuerdos preliminares para que un crédulo y un incrédulo hablen de Dios.
¿Existe Dios?
Quién sabe por qué desdichada y torpe fatalidad, las conversaciones entre crédulos e incrédulos sobre Dios suelen abrir (peón cuatro rey) con declaraciones contundentes como esta del incrédulo:
Hablando con franqueza, creo que Dios no existe.
Aquí se supone que el crédulo está muy obligado a decir "pues yo creo que sí existe", y que, con esto, se ha hecho la luz en el desafío y las posiciones están frente a frente. Pero no, no hay tal, estas posiciones no son excluyentes. El crédulo, con más sentido, podría responder:
Hablando con franqueza, yo tampoco creo que Dios exista.
¿Cómo?, explícate clama desconcertado el incrédulo, ¿tú tampoco crees en Dios?
No, no hay contradicción se explica el crédulo, yo creo, Dios tiene realidad para mí, pero no creo que exista.
El crédulo tiene razón. La noción de existencia no hace justicia, no se aplica a Dios. Esto es, Dios tiene realidad. Pero no existe. Porque decimos, en general, que existe lo que está en el tiempo y el espacio, los cuerpos, que tienen "extensión, impenetrabilidad e inercia" (como caracterizaba Euler), que todos tienen comienzo y envejecen. Pero Dios no está en el tiempo ni en el espacio, no es cuerpo, no tiene comienzo ni envejece, luego, no existe. Todo lo que existe es contingente, puede dejar de ser sin contradicción, pero Dios no es contingente, es necesario. Kierkegaard lo afirmó: "Dios no existe, Dios es eterno".
Los cuerpos ocupan un lugar en el espacio, pero Dios está en todas partes, luego no existe. Piensa en los números, las figuras geométricas o las Formas de Platón (si es que hay eso), ¿tú dirías que existen? Dime, si entras a un cuarto y cuentas lo que hay ahí, ¿dices que hay "cuatro sillas, una mesa cuadrada, el número cuatro y la forma cuadrada"? Sería loco: el número y el cuadrado tienen una realidad por completo distinta de la de las sillas y las mesas; ellos también son, pero no existen. Hay una muy vieja tradición, que no vamos a discutir, sólo la utilizo para explicarme, "en favor de la inferior realidad de lo que está en el tiempo (sillas, rinocerontes, la Luna) vis-a-vis la superior realidad de lo eterno o atemporal" (los números, el cuadrado, Dios).
Para el crédulo, Dios es necesario, no contingente, esto es, no es un señor que anda o no por ahí, que está o no está, que existe o no existe. Así como no puede construirse una silla con sólo dos patas o un cuadrado con tres rectas, no puede tampoco haber un mundo sin Dios. Hay necesidad ahí, ergo, Dios no existe.
(Alguien podría neciar alegando que "números y triángulos también existen". Está bien, no discutamos por palabras, pero se tiene que aceptar que un salero o un elefante tienen un "tipo" de existencia diferente que el número 2 o la diagonal de un cuadrado. Con esto me basta. Si le llamamos a eso "existencia" o no, me da lo mismo, siempre y cuando no se pierda de vista dónde nos estamos moviendo. Yo prefiero no decir que "existe", por ejemplo, lo que no se puede destruir: ni el radio de un círculo ni Dios se pueden destruir.)
Simone Weil: "cualquier cosa que exista es indigna de amor incondicionado, absoluto".
Ésta es la primera depuración que he querido hacer: está destinada a bloquear de una vez por todas la pregunta "¿existe Dios?" Además de lo dicho, y por último, hablar de la existencia o inexistencia de algo es siempre raro y complicado. A ver, quiero pedirle a Cayuela que demuestre, sin lugar a dudas, que Julio Patán existe; esto es, que la persona que va todos los días a la revista no es un fantasma sonriente. Prueba, Cayuela, demuestra esa existencia, trata y verás que no es sencillo. ¿Y por qué entonces habría de serlo de un ser abrumadoramente complejo y sutil como Dios?
¿Crees en Dios?
Tampoco esta pregunta me gusta, me parece hasta más nociva que la otra. Voy a explicar por qué. En resumen es esto: la pregunta sobre la creencia desvincula lo que el crédulo cree de lo que el crédulo hace y siente y, en mi opinión, en religión, es más importante lo que se hace y siente que lo que se cree.
La esencia de la vida religiosa es, otra vez en mi opinión, la oración, esto es, rezar (y no las creencias). Por ejemplo, es posible rezar sin tener un cuerpo articulado de creencias. La oración, por raro que parezca, no implica creencias. Se puede rezar pidiéndole a Dios que nos dé fe. Quien estime que en esto hay contradicción tiene, en mi opinión, ignorancia candorosa y entera en materia de vida religiosa.
¿Y qué sería de la religión sin las emociones? Para llegar a Dios hay que amarlo. Antes de creer X o Y de él, se le respeta, venera, adora, esto es, ama. La pregunta "¿crees en Dios?" omite estas emociones y conductas, por eso es tan árida. Supongamos a un muchacho enamorado de la señorita X al que se le pregunta, no "¿qué sientes y qué haces con respecto a la señorita X?", sino "¿qué crees de la señorita X?" Sería, además de árido, lunático.
Así, a la pregunta "¿crees en Dios?" puede responderse "bueno, lo amo, y trato de actuar conforme a ese amor, como los enamorados". Es una respuesta suficiente, y no formula ninguna creencia. Cuando el crédulo intenta decir en qué cree, la emoción, digamos, se le seca un poco, y lo que hace (rezar o cumplir una manda o asistir a algún templo y participar en un rito, etcétera), le queda lejos. Dan ganas de decir: "qué importa en qué creo, no rezo porque creo, sino creo porque rezo", es decir, porque Dios me ayuda a creer. Esa ayuda es lo importante, no el corpus de creencias.
Pero, claro, la emoción y las prácticas traen ciertas consecuencias. Por ejemplo, cierta confianza. Un solo ejemplo: nosotros a menudo juzgamos la racionalidad de una acción dada poniéndonos en el lugar del agente y razonando qué habríamos hecho en su lugar. Decimos, por ejemplo, "si hubiera sido judío, me habría marchado de Alemania cuando Hitler ganó las elecciones" o "si fuera presidente cesaría de inmediato al secretario de Hacienda" o " yo habría hecho más grande ese mantel". Pues bien, este tipo de apreciaciones, tan comunes, el crédulo sabe que no puede hacerlas en relación con la racionalidad de las acciones de Dios, porque le parece desorbitado hasta lo grotesco ponerse en el lugar de Dios (que es no sólo eterno y omnisapiente, sino santo). Ahora, el incrédulo tampoco puede ponerse en el lugar de Dios, es igualmente grotesco, pero no lo sabe, y juzga y, en general, pone peros al mundo. En vez de agradecer el regalo, como el crédulo, de la vida prodigiosa, critica todo, inconforme y retobón.
Esto, entre otras muchas cosas, hace que el crédulo y el incrédulo vivan en mundos, en universos, diferentes. Pero no por completo incomunicados. Crédulo e incrédulo pueden dialogar y hasta, tal vez, no estoy seguro, discutir, pero sin caer desde el principio en las arenas movedizas de preguntas como "¿existe Dios?" o "¿crees en Dios?" A depurar este arranque de diálogo posible estuvieron dedicadas estas páginas preliminares y optimistas que aquí terminan. –
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.