Por la forma
en que se oprimiรณ el vientre con la mano,
la muchacha que entrรณ
en el compartimiento,
vestida con un amplio chador blanco
y la cara tapada con un velo
que dejaba ver tan sรณlo sus ojos
nerviosos, delineados en negro,
presentimos que algo sucederรญa.
Los altavoces anunciaban
la partida
y el รกmbar del crepรบsculo
doraba la estaciรณn llena de gente.
El tren partiรณ dejando atrรกs los muros
ocres de la ciudad,
los altos minaretes,
el Palacio Real,
las huertas de verdura
a la orilla del rรญo.
Muy pronto el cielo se poblรณ de estrellas.
Viajar al sur es viajar a otro tiempo.
Ayer, al pasear por la medina
nos encontramos con unas mujeres
que tocando un pandero y cantando
escoltaban a un niรฑo.
Montado en un caballo
โricamente adornado
con arneses de plata
y alcafar de seda bordada en oroโ
iba camino a la mezquita
en donde serรญa circuncidado.
Tan lejos de todo estamos โdijiste…
mientras la mujer se llevaba
de nuevo la mano al vientre, gimiendo.
Parecรญa tan sola en su trabajo,
tan sola en el tren, sin ningรบn cuidado.
Y al preguntarle si deseaba algo
se quedรณ ensimismada.
El tren se detuvo en una estaciรณn
olvidada en la mitad de una frase
y la mujer permaneciรณ sentada,
con la mano en el vientre,
mirรกndonos fijamente,
como si buscara complicidad
o pidiera silencio, o ambas cosas.
Hoy recuerdo sus ojos.
Eran un grito mudo entre los velos.
El tren volviรณ a partir
dejando atrรกs los andenes vacรญos.
Cada uno de nosotros
se dejaba llevar
por sus propios recuerdos
โel jardรญn de Mecknรฉs al caer la tarde,
el cruce de miradas
en los paseos, los altos cipreses,
signos de admiraciรณn
ante las vistas que el lugar ofreceโ,
pero la realidad
nos hacรญa regresar al presente.
Varias veces la mujer se oprimiรณ
el vientre con la mano.
Varias veces le ofrecimos ayuda
sin que nos respondiera
y cuando quisimos buscar a alguien
para que la atendiese
dijo que no con la cabeza.
La luna iluminรณ
el desierto: imagen irreal
de la soledad plena.
El express continuรณ sobre la vรญa
inventando el poema
que ahora escribo mientras las imรกgenes
que rescata la memoria regresan.
La mujer dio un grito.
Se rompieron las aguas.
Hubo un cruce de miradas seguido
por un largo silencio.
No recuerdo cuรกnto tiempo durรณ
el trance. No sรฉ si fueron dos horas,
tres o cinco. Tendida boca arriba,
en el suelo, con las piernas abiertas
baรฑadas en sudor helado y sangre,
y sin quitarse el velo,
jadeaba
rรญtmicamente mientras el anillo
de carne rojo oscuro
se abrรญa, poco a poco,
dejando ver el tรบnel de coral,
el caracol del tiempo,
y finalmente un cรญrculo negro.
Pujando con una fuerza animal
la mujer coronรณ
la cabeza del niรฑo,
y la expulsรณ enseguida, boca abajo
โcaliente y hรบmedaโ, sobre mis manos.
La criatura comenzรณ a respirar
y en espiral girรณ
hacia arriba sacando
primero los hombros
y despuรฉs las otras partes del cuerpo.
Amanecรญa. En el horizonte
otro sol tiรฑรณ de rojo, naranja,
amarillo, rosa, el paรฑo del cielo.
Cabeza abajo comenzรณ a llorar
el niรฑo. No recuerdo
quiรฉn le cortรณ el cordรณn umbilical.
Por la ventana vimos
un diminuto oasis:
cuatro casas,
un grupo de palmeras datileras.
Y mรกs allรก: un camello que giraba
lentamente alrededor de una noria.
Al llegar a Marraquech, la mujer
bajรณ del tren aprisa
y se perdiรณ entre la muchedumbre.
Quise alcanzarla, pero
todas las mujeres vestรญan la misma ropa,
todas tenรญan el rostro tapado
y muchas de ellas llevaban un niรฑo
en la espalda.
El calor del desierto
a veces desconcierta.
Han pasado mรกs de diecisรฉis aรฑos.
Tal vez la madre haya acompaรฑado
al niรฑo a la mezquita,
cantando por las calles
de la vieja medina,
y el niรฑo, ya hombre, frecuente el jardรญn
al terminar la tarde. –
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