Ilustraciรณn: Luis Pombo

Fe en la democracia

Los problemas econรณmicos y el desprestigio de la polรญtica han generado en numerosos paรญses desencanto hacia el sistema democrรกtico. Al mismo tiempo, hemos aceptado que la democracia es el รบnico sistema posible, o el รบnico sobre el que sabemos pensar. En este ensayo, Mark Lilla recuerda que no siempre fue asรญ y alerta sobre los peligros que plantean unas expectativas demasiado altas.
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Todas las parejas desdichadas son iguales. Cuando sus expectativas amorosas no se ven satisfechas, intentan que sus compaรฑeros cambien o abandonan la relaciรณn. Lo que les resulta mรกs difรญcil es reducir sus expectativas. Hoy, el romance del mundo con la democracia se encuentra en un estado similar.

Comencemos por Europa, donde la fe en el proyecto de construcciรณn de una Uniรณn Europea tolerante, democrรกtica y supranacional comienza a tambalearse debido a las polรญticas de inmigraciรณn y a la enorme dificultad que implica reconciliar las medidas econรณmicas y presupuestarias de paรญses con culturas polรญticas tan distintas. Para enfrentar estos desafรญos, se ha otorgado mรกs poder a los tecnรณcratas en las capitales europeas y en Bruselas, aumentando asรญ el llamado dรฉficit democrรกtico en la Uniรณn Europea y dejando a los ciudadanos de muchos paรญses con la sensaciรณn de que ya no son dueรฑos de su destino. (Excepciรณn hecha de los hรบngaros, que han declarado su independencia haciendo de su paรญs un lugar menos democrรกtico.) En Estados Unidos, la confianza de los ciudadanos en la capacidad –e incluso en la voluntad– de Washington para gobernar a favor del bien pรบblico nunca ha sido mรกs baja. Ahรญ, polรญticos populistas y demagogos de los medios de comunicaciรณn, que rechazan por principio la nociรณn de acciรณn colectiva a travรฉs del consenso democrรกtico, difunden fantasรญas absurdas sobre un Estado mรญnimo. Y, finalmente, la alegrรญa que Occidente experimentรณ al ver cรณmo caรญan los tiranos durante la primavera รกrabe ha dado paso a la inquietud por la teocratizaciรณn de la polรญtica democrรกtica y las amenazas potenciales a los derechos de las mujeres y las minorรญas religiosas.

Y, no obstante, de manera un tanto extraรฑa, nuestro apego a la idea de democracia nunca ha sido mรกs fuerte. Como alguna vez seรฑalara el Nobel de Economรญa Amartya Sen, “la democracia se ha vuelto una creencia dominante en el mundo contemporรกneo… como una opciรณn por defecto en un programa de computadora”. ¿Cรณmo ocurriรณ? ¿Cรณmo fue que la palabra “democracia”, acuรฑada para describir la forma idiosincrรกsica de gobierno de unas cuantas ciudades-Estado griegas, se ha convertido hoy en objeto de una apasionada fe universal? Es preciso que recordemos esta historia.

Los antiguos pensadores tenรญan pocos elogios para la democracia. Para ellos, dicha forma de gobierno significaba el imperio de la muchedumbre, instituciones dรฉbiles, proclividad a ser conquistados y un gusto por la demagogia que abrรญa las puertas a la tiranรญa. Durante mรกs de un milenio esta fue la visiรณn predominante de la democracia en Europa. La experiencia del Medievo y de las ciudades-Estado italianas del Renacimiento, que surgรญan y desaparecรญan con una regularidad cronomรฉtrica, que estaban siempre en guerra y que solรญan terminar en manos de poderosas dinastรญas familiares, parecรญa confirmarla. Ya entrado el siglo XVIII, los pensadores mรกs progresistas eran monรกrquicos ilustrados, y no demรณcratas, porque valoraban la justicia, el imperio de la ley y la administraciรณn pรบblica competente y libre de corrupciรณn. Incluso los padres fundadores de Estados Unidos, conscientes de las fallas del republicanismo italiano, creรญan que una democracia moderna funcional necesitaba restricciones no democrรกticas, como una constituciรณn escrita, un sistema institucional de equilibrio de poderes y derechos individuales inviolables. El sistema que ellos crearon guardaba apenas una vaga semejanza con la forma original de la democracia griega.

Durante la mayor parte de nuestra historia el tรฉrmino democracia designaba un sistema de gobierno que, por lo demรกs, no era muy bueno. La democracia se consideraba un medio para lograr fines polรญticos, y no un fin polรญtico en sรญ mismo. Esto cambiรณ tras la Revoluciรณn estadounidense y, particularmente, tras la francesa. Aun cuando a lo largo del siglo XIX la mayorรญa de los europeos continuรณ viviendo bajo gobiernos monรกrquicos, un giro intelectual habรญa tenido lugar, y ese giro hizo que la democracia pareciera la รบnica forma legรญtima de autogobierno. El significado de “democracia” se exagerรณ mรกs allรก de lo reconocible hasta incorporar principios abstractos aรบn por alcanzar (les droits de l’homme), “valores” personales รญntimos (autonomรญa, realizaciรณn propia), una mรญtica sociedad futura, una meta mesiรกnica de la historia mundial y demรกs. Y cuando, a principios del siglo XX, las democracias reales, existentes (reale existierenden) fracasaron en su objetivo de alcanzar estas metas inalcanzables, se activรณ una poderosa reacciรณn, con los resultados que ya todos conocemos. Estados Unidos se salvรณ de ese peligro solo porque el dogma estadounidense sostiene que todos los problemas de la democracia pueden resolverse mediante una mayor democracia, lo cual nos ha brindado olas de populismo racista y antiintelectual difรญciles de contener, como podemos ver hoy dรญa.

En poco mรกs de dos siglos, la democracia pasรณ de ser una mala forma de gobierno a una que podรญa ser buena o mala, a un ideal histรณrico siempre bueno, a la palabra que usamos para todo lo bueno que podamos imaginar. Y un tรฉrmino que lo significa todo es algo peligroso. Consideremos, por ejemplo, la forma en que pensamos y hablamos sobre la polรญtica en los asรญ llamados paรญses en desarrollo, entre los que se cuentan lugares con Estados dรฉbiles o inexistentes, y pueblos con escasa experiencia en el autogobierno. La triste realidad para muchos de esos paรญses es que la democracia liberal no es una opciรณn realista, y no lo serรก mientras vivamos, ni mientras vivan nuestros hijos y nuestros nietos. Hay demasiados factores que operan en contra: vรญnculos tribales y de clanes, divisiones รฉtnicas, facciones militares, apego a leyes religiosas no democrรกticas, analfabetismo, oligarquรญas econรณmicas… La lista es larga. Sin embargo, parecemos cada vez menos capaces de pensar esa no democracia en la que vive la mayor parte de la gente alrededor del planeta y en la que seguirรก viviendo en el futuro inmediato. Nuestros filรณsofos polรญticos tienen cosas profundas y maravillosas que decir sobre la teorรญa y la prรกctica de la democracia… pero nada que decir sobre la vida polรญtica de esos pueblos.

En otras palabras, no tenemos un plan B. Cuando Aristรณteles analizรณ los diversos regรญmenes polรญticos de la antigua Grecia, indicรณ que habรญa seis tipos bรกsicos: reinos y tiranรญas gobernados por un solo hombre, aristocracias y oligarquรญas gobernadas por unas cuantas familias, y gobiernos constitucionales y democracias gobernados por las mayorรญas. Tambiรฉn considerรณ las ventajas y desventajas de cada uno, incluso de las buenas formas de gobierno, dependiendo de dรณnde se ubicara el Estado, de la forma de ser del pueblo y de sus costumbres. Su libro, la Polรญtica, era una guรญa realista para comprender y mejorar la vida polรญtica, sin importar dรณnde se encontrara uno. Hoy en dรญa no contamos con un libro asรญ, y desconfiarรญamos de cualquiera que intentara escribirlo. Desde la caรญda de la Uniรณn Soviรฉtica, solo distinguimos entre democracias funcionales y naciones que, se supone, avanzan por el “sendero” hacia ella. Esto contribuye a explicar la locura de los funcionarios estadounidenses que, al entrar en Afganistรกn e Iraq hace diez aรฑos, destruyeron de inmediato todos los partidos polรญticos existentes, los ejรฉrcitos profesionales y las instituciones tradicionales de consulta y autoridad polรญticas. Sencillamente no tenรญan forma de pensarlos. Todo lo que sabรญan hacer era redactar nuevas constituciones, establecer parlamentos y cargos presidenciales y convocar elecciones. Y si estas instituciones fracasaban, ¿quiรฉnes serรญan los culpables si no los afganos e iraquรญes mismos?

Es una pelรญcula que ya hemos visto y, sin embargo, siempre olvidamos el final. Sin el imperio de la ley y sin una constituciรณn respetada, sin burocracias profesionales que traten con equidad a los ciudadanos, sin la subordinaciรณn de los militares al gobierno civil, sin organismos reguladores que mantengan la transparencia de las transacciones econรณmicas, sin normas sociales que fomenten el compromiso cรญvico y el respeto a la ley, sin todo esto, la democracia moderna es imposible. Otras formas de gobierno y de vida social, muchas de ellas muy decentes, pueden ser posibles, pero nos negamos a considerarlas siquiera. Y asรญ, insistimos en llamar “democracias” a los Estados que organizan elecciones pero que carecen de los prerrequisitos institucionales y sociales de la democracia, exponiรฉndonos una y otra vez a la decepciรณn.

Y no solo nosotros. A decir verdad, hoy la palabra “democracia” se estรก convirtiendo rรกpidamente en objeto de fe polรญtica en todas partes del mundo. Hay algo dramรกtico y conmovedor en las escenas de la gente que recorre las calles exigiendo democracia, y es posible contar una historia imbuida de entusiasmo sobre la propagaciรณn de este anhelo en nuestros tiempos, comenzando por Europa del Este y pasando por la antigua Uniรณn Soviรฉtica, Irรกn, algunos Estados รกrabes y ahora incluso Birmania. Pero tambiรฉn estamos aprendiendo que no todos los que dicen querer democracia aspiran a vivir en Estados donde las mujeres tengan derechos frente a sus esposos, donde los hijos tengan derechos frente a sus padres, donde la ley sea secular y la tolerancia de otras fes y otros grupos รฉtnicos sea obligatoria. Algunas de las personas que coreaban “¡Democracia ahora!” durante la primavera รกrabe van a sentirse decepcionadas si esos Estados no empiezan a mirar hacia los Estados occidentales, y algunas personas que estaban justo a su lado en la plaza van a sentirse decepcionadas si lo hacen. Muchas de estas รบltimas se estรกn uniendo ahora mismo a partidos no liberales cuyo compromiso con un gobierno institucional y con los derechos humanos bรกsicos resulta cuando menos cuestionable.

Lo que estamos presenciando es una revoluciรณn mundial de expectativas polรญticas cada vez mรกs altas que ninguna forma de gobierno, ya no digamos una tan histรณricamente peculiar y socialmente compleja como la democracia, puede llegar a cumplir. Parece que somos incapaces de reducir nuestras expectativas o de buscar formas alternativas de gobierno que puedan proporcionarnos los bienes bรกsicos que todo el mundo querrรญa: el fin de los gobiernos arbitrarios y del estancamiento social, un mรญnimo de libertad personal y crecimiento econรณmico. Lo mejor se ha vuelto enemigo de lo bueno, y pronto podrรญa convertirse en aliado de lo peor. Y es que todos sabemos quรฉ ocurre cuando las revoluciones fracasan: una nueva era de reacciรณn comienza. ~

 

Traducciรณn de Marianela Santoveรฑa

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(Detroit, 1956), renombrado ensayista, historiador de las ideas y profesor de la Universidad de Columbia, es colaborador frecuente de The New York Review of Books y The New York Times. Su libro mรกs reciente es El regreso liberal. Mรกs allรก de la polรญtica de la identidad (Debate, 2018).


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