Hugo Chávez: la enfermedad como espectáculo

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I

“Ya no pido –escribió Julio Ramón Ribeyro en su diario, en alguna noche de 1965– encontrar buenas noticias en los diarios o en las cartas que recibo o poder escribir algo honorable, ni siquiera recibir dinero de algún lugar, sólo que se me ahorre ese dolor tenaz, renovado, artero, que en el metro, en la oficina, en casa o en la calle con amigos, me demacra en pocos segundos y me deprime moralmente hasta la misantropía.” Pensaba el narrador peruano, aquejado desde temprano por la enfermedad, que la fragilidad y el dolor físico podían ser también elementos controladores de los deseos y de las ambiciones humanas. Ser de carne y hueso no es una simple metáfora. También es un diagnóstico, una definición clínica. Un destino.

El jueves 30 de junio, en un mensaje grabado en La Habana y transmitido en cadena nacional en Venezuela, Hugo Chávez reconoció que, en una segunda intervención quirúrgica, habían encontrado en su cuerpo la presencia de “células cancerígenas”. Llevaba ya casi veinte días fuera del país y su estadía en Cuba, donde de manera repentina fue operado de un “absceso pélvico”, había generado una importante marea de rumores a nivel nacional e internacional. En esa primera transmisión oficial, la imagen del presidente Chávez lucía distinta. Estaba ostensiblemente más delgado; en vez de improvisar, leía con detenida corrección un texto; jamás movió sus manos. Fue breve.

Hasta ese momento, en el interior del país, existían todo tipo de especulaciones. Que Chávez había sido tratado en secreto, en una clínica de Caracas, y posteriormente remitido casi clandestinamente a Cuba. Que al final de una gira internacional, al llegar a La Habana, el ojo infalible de Fidel, en plan de un Dr. House tropical, lo vio y sentenció un diagnóstico irrevocable que llevó a Chávez directo al quirófano. Que las visitas a Brasil y a Ecuador, realizadas antes, solo fueron un ejercicio de distracción para disfrazar, de alguna manera, el verdadero y único motivo del viaje: una impostergable intervención clínica en Cuba.

También el tipo de enfermedad que podía o no tener el presidente se prestaba para muchas elucubraciones. Los venezolanos, de pronto, descubrimos un enorme potencial y un inusitado talento para la elaboración de diagnósticos médicos. Se habló de cáncer de próstata. Se dijo que solo tenía una infección generalizada, producida por un exceso de trabajo. Se señaló que sin lugar a dudas se trataba de un cáncer en los huesos. Se aseguró que era un cáncer en el colon. Se afirmó y se negó, en todas las posibilidades anteriores, la existencia de metástasis… Hubo incluso una versión que sostenía que Chávez había ido a Cuba a hacerse una liposucción y que, en medio de la intervención, algo había salido mal. Muy rápidamente, la voracidad de la polarización política amenazaba con devorar una enfermedad que todavía no había sido confirmada.

El único síntoma evidente que tuvimos fue el silencio.

 

II

El poder que lleva doce años tratando de hechizarnos con un discurso militar y triunfalista se encontró de pronto desconcertado ante la diminuta contundencia de una sonda. El poder que lleva doce años empeñado en hablar, en rebautizarlo todo, de repente hizo silencio ante un bisturí.

La suspensión de la cumbre organizada para festejar el bicentenario, y la ausencia de Chávez en el desfile del 5 de julio, día de la independencia nacional de Venezuela, fueron el único parte médico que tuvimos. Se estaba cancelando un festejo destinado a coronar a Hugo Chávez como un nuevo Simón Bolívar; una celebración diseñada para consagrar al gobierno como la continuación heroica del proyecto de los próceres de 1810. Simbólica y publicitariamente era un proyecto determinante. Sobre todo de cara a la crisis existente en el país y las próximas elecciones presidenciales en el año 2012. Sobre todo de cara a un grupo de poder que, durante más de una década, se ha dedicado reordenar a la sociedad y construir un sistema y una mitología personalista. Solo una causa de extrema gravedad podía impedir que Chávez faltara a esa cita con su gloria.

No hubo, sin embargo, más detalles. No se ofreció ningún dato, ningún informe médico. Nuevamente, Chávez decidió entregar emoción en vez de información. Mientras el oficialismo promovía una campaña melodramática, de apoyo sensible al presidente, las agencias de noticias y los diferentes medios, nacionales e internacionales, se abocaban a tratar de imaginar escenarios a partir de un inexistente diagnóstico clínico. Mientras algunos intentaban que la enfermedad fuera una hipótesis del debate político, Chávez la incorporaba a su campaña electoral. Otra vez está en el centro de todo. Administra su fragilidad con una puntual eficacia mediática. Trabuca su salud en un problema del pueblo.

El sueño del caudillo sigue intacto: entre la historia de la patria y la historia de su vida no hay ninguna diferencia.

 

III

La salud de Hugo Chávez no es un secreto de Estado. Es un programa, casi más bien ya es un género mediático. Por ahora nadie sabe en realidad qué padece y cuál es el pronóstico de su enfermedad. Cualquiera que quiera conocer el final de esta historia no debe despegarse de su canal. Solo él puede animar y administrar su nuevo show. El 11 de julio, en su cuenta de Twitter, escribió: “Me encuentro ante mi montaña más alta y ante mi más larga caminata… Bien… Estoy dispuesto.” ¡Así habló Zaratustra!

Ahora, la épica revolucionaria también cabe en una jeringa. El cáncer también puede ser un espectáculo. ~

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(Caracas, 1960) es narrador, poeta y guionista de televisión. La novela Rating es su libro más reciente (Anagrama, 2011).


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