¿Importa quién muere y quién sobrevive en Westeros?

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Ext. Explanada del Palacio de Bellas Artes

Adolescentes frente al palacio blanco. Ricardo camina detrás de Ana. Tienen veintiséis años. Él está enamorado de ella; ella no.

Int. Sala Ponce. Noche

En la sala se acomodan unas treinta personas. Casi todos tías o alumnos de el escritor. La luz lo molesta.

El escritor: Buenas noches. Estamos aquí, no para contestar esa pregunta que les ronda la cabeza y que me ronda la cabeza a mí también y que es quién muere y quién no muere en Westeros y en Essos, en la serie basada en las novelas de George R. R. Martin. No lo sé [murmullos, una risa aislada]. No habrá aquí, creo, spoilers. Aunque me interesa mucho saber si los hijos de Ned Stark lograrán sobrevivir, lo que realmente me interesa es saber por qué me interesa su suerte. Y ¿por qué les interesa a los demás? ¿Por qué les interesa a ciertas personas, y a otras no? ¿Qué hay allí? ¿Por qué la fantasía, entendida esta como parte de la frase fantasy & science fiction, es ahora mainstream?

La primera razón es, yo creo, porque a todos nos gusta, desde antes del Paleolítico, que nos cuenten una historia. No que nos diseccionen una historia, sino que la cuenten. [Toses.]

En 1936 J. R. R. Tolkien publicó su ensayo seminal acerca de Beowulf. Lo tituló “Beowulf: los monstruos y los críticos”. En él argüía que los monstruos del poema anglosajón eran parte fundamental del poema y que estos monstruos decían muchísimo acerca del organismo vivo y complejo que fue esta cultura. No podían desecharse como incrustaciones fantásticas, sino que eran el eje de una narrativa que era un agudo espejo de su propia vida.

Los ejes de la narrativa –la acción épica por un lado, la tragedia por el otro– reviven hoy en mundos imaginarios. Mundos imaginarios acabados según los postulados aristotélicos. Mundos imaginarios que dicen tanto de nosotros como el Beowulf dice acerca del mundo anglosajón, del mundo escandinavo. Sucede así, en la actualidad, que triunfan en la imaginación del mundo y se consumen los juegos de tronos. ¿Por qué las grandes gestas reales palidecen hoy en día frente a las grandes gestas imaginarias? ¿Por qué Vida y destino, de Vasili Grossman, no solo vende menos sino ocupa menos espacio imaginativo que Canción de hielo y fuego de Martin?

Yo diría que, para los que saben, duele muchísimo menos: es más, casi no duele. Y, para los que no saben, es porque en realidad no quieren saber. Y ese sí es el lado superficial de Game of thrones: conocer al dedillo las ilusiones de Sansa Stark, o de Varys el eunuco, o de Bronn, y no saber nada de Patroclo y el pacto de los muslos, ni de Alejandro y sus sueños índicos, ni de Basilio el asesino de los búlgaros, ni de Balduino de Jerusalén (un rey leproso defiende una ciudad santa), ni nada. El escritor centenario Ernst Jünger algo dice acerca de las tradiciones y ensoñaciones occidentales que parecen, después de 1914, un caballo blanco, montado por un demonio. Las cruzadas sí terminan en Auschwitz. Todo termina allí. Como, para Ariosto, todo terminaba con la pólvora, invento funesto. ¿Podría explicarse entonces nuestro deseo por historias fantásticas pero verosímiles, en otros mundos, en otros planetas, como derivadas del hartazgo y la impotencia en y de nuestro propio mundo? No lo sé. Lo apunto tan solo. [Más toses.]

También hay otra cosa, que yo llamaría el juicio en reversa. Hay actitudes vitales en los héroes de Homero, por ejemplo, que hoy no nos cuadran: su machismo, su pederastia, su amor por la sangre, sus dioses. En cambio estas actitudes en héroes escritos para nuestro tiempo, y en tanto sabemos que son fantasía, podemos verlas con un morbo que no nos permitimos, o espero que no nos permitamos, en la realidad.

Ahora bien. Un paréntesis, o varios. Los errores, o más que errores, las faltas que yo encuentro, no en la idea de Martin, sino en su ejecución (y que conste que he llorado con dos escenas mientras las leía), son, uno, cuando se notan demasiado las costuras hechas con hilo de Tolkien (el uso de la palabra “Valar” es aquí significativo –en la Tierra Media son los Poderes; en Westeros, los hombres–, lo mismo que la asunción, implícita, que hace de un idioma inglés medieval y folclórico la lengua del mundo imaginario) o hilo de Herbert o de Howard o de Ashton Smith. No hay un plagio [toses], ni yo digo que lo haya, pero a veces es un poquito too close for comfort. Por ejemplo, cuando Hodor arroja una laja de piedra en el pozo de la cocina del Castillo Negro no puede uno dejar de recordar a Pippin en Moria. Este es solamente un ejemplo, y el resultado es distinto: de un pozo sale un balrog; del otro el buen “cuervo” Samwell. En cambio el que Braavos posea un coloso como Rodas no es molesto, puesto que allí es la fantasía depredando la realidad histórica, no la realidad de otra fantasía moderna. Martin abreva copiosamente de sus dos tradiciones: el universo fandom de fantasy & science fiction y la historia de las Islas Británicas (desde el mapa de Westeros al hecho de que las casas Lannister y Stark sí guardan relación con las casas de Lancaster –Alencastre– y de York); la boda sangrienta en la infame Black Dinner en el castillo de Edimburgo más que en la boda de Margarita de Valois. Me gusta mucho que Martin se considera a sí mismo, si es que los escritores pueden dividirse entre jardineros y arquitectos, como un jardinero. Así que lo que diré es que ha trasplantado muchas especies de plantas a su dominio. Y unas sí se le dieron muy bien; de otras mejor reservo mi pronóstico. Y otras de plano no se dieron.

Edgar Morin dice algo muy interesante, en un ensayo de 1971 titulado “De la antigua a la nueva Babilonia”. Dice Morin (que evidente está hablando de otra cosa): “la brecha por donde vuelve la magia es abierta por el mismo desarrollo de la civilización”. Y vuelve con bríos hoy, porque en esta civilización, que es la nuestra, no solo “el individuo se ha convertido en un átomo, en el sentido que la civilización urbana moderna se abre a la autodeterminación personal de las esferas que en otro tiempo estaban regidas por la costumbre, el parentesco, la vecindad (amistades, amores, matrimonio, trabajo)”, sino que se están creando nuevas redes que unen esferas muy complejas.

Hay un regusto reaccionario en Conan y también lo hay en Game of thrones. Puesto que la “realidad” es “enmascarada”. Pero antes de hablar de ello habría que definir muy bien lo que significan estas palabras, y no hay para ello tiempo, ni me considero, de ninguna manera, capaz, en este mundo cambiante, mágmico, de dotar de un sentido definitorio a palabras antiguas, pletóricas de vino nuevo.

Y esto me llevaría a una arriesgada hipótesis, también basada en una idea de Jünger: hay un poder oscuro al que le interesa que no sepamos de San Quintín, ni de Lídice, ni de nada y que, para no repetir el soviético error de no proveer de sueños fantásticos a las masas –bueno, aparte de lo del hombre nuevo y el paraíso en la tierra–, nos llena de anhelos absurdamente imposibles, como amar un dragón o poseer un unicornio. O tener cien mil likes. O una serie.

Todos aplauden. el escritor agradece. Con resquemor se invita al público asistente a preguntar o comentar algo.

Artemisa, alumna del escritor: Pero entonces, maestro, ¿quién se va a morir ahora?

El Escritor: Te voy a decir algo en secreto, Artemisa, pero de viva voz… Un general, polémico y cobarde (¿alguna vez ha visto usted a un general valiente?, decía Napoleón), dijo hace no mucho que sabemos que hay cosas que sabemos y sabemos que hay cosas que no sabemos, pero que también no sabemos que hay cosas que sí sabemos y no sabemos que no sabemos cosas que no sabemos. [Risas.]

Ext. Calle de Madero

Ana y Ricardo: caminan hacia el antiguo Jockey Club. Van a tomarse un trago. No de hipocrás, ni de láudano preparado por los maestros, sino seguramente un vodka tonic. Hace calor.

Ricardo: Creo haber descubierto el final-final, uno que habrá en quién sabe qué temporada, luego de peripecias sin cuento: al final Jon Snow, el bastardo de Ned Stark, el Señor de la Muralla de Hielo, se casa con Daenerys Targaryen, madre de los dragones y de los incontables. Es un final en el que el hielo y el fuego encuentran la reconciliación que los siete reinos tanto necesitan.

Ana:¿Y en qué te basas para tan osada predicción?

Ricardo: Porque son, de entre todos los personajes principales, los más misericordiosos. Pero, básicamente, porque son los que yo nunca mataría.

Ana:No sabes nada, Juan de las Nieves.

Y, en las escaleras del edificio de virreinales azulejos, lo besó. ~

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Frost (México, 1965) es editor, escritor y guionista. Entre sus libros recientes están La soldadesca ebria del emperador (Jus, 2010) y El reloj de Moctezuma (Aldus, 2010).


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