La filmación del linchamiento de dos policías en Tláhuac provocó una justa indignación en el país. Pero la muerte violenta de catorce mujeres diarias (5,110 al año, según Rodolfo Tuirán, subsecretario de la Sedesol) provoca en los mexicanos una sospechosa indiferencia, ¿por qué?
Si tomamos en cuenta que —según Tuirán— en el último año por lo menos el 49 por ciento de las mujeres del país han sufrido algún tipo de violencia, podemos suponer que esas cinco mil muertes nos dejan indiferentes porque forman parte del paisaje diario: de tan común no llaman la atención. Las muertes de esas mujeres no ocurren en condiciones “mejores” que las de los policías linchados: mueren a patadas, a golpes, a palos, quemadas, acuchilladas.
Tan nos dejan indiferentes esos decesos que a nadie sorprendió que Reforma, en la segunda página de su sección principal (15-xii-2004), publicara una entrevista con Lorenzo da Firenze, organizador de una “marcha del orgullo masculino”, en la que dice cosas como la siguiente: “¿Por qué a la mujer se le vetó por mucho tiempo de estudiar y del poder? Porque los hombres descubrieron que eran más peligrosas y tuvimos que defendernos y nos vimos obligados, por supervivencia del género masculino, a sojuzgar a las mujeres.”
Con imbéciles así, sueltos y con publicidad, no parece tan extraña esa indiferencia nuestra, casi criminal. –
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