Jueves de Veracruz

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Hoy por hoy, mañana por ti, más palabras, no: ni siquiera Mocambo, fíjate si…, por muuucho que esta noche vaya o no vaya y me desvele yendo o no yendo, entre latidos de impalpables olas, de Azul (ávido azul) al viscoso
Pulque
para dos. Ya sólo

inundaciones. (Lara-larala-laraira-lalala-lá.) La miradita malva del danzón, la pausa de Moguer para orearse, ¡ay – uf!, el roce convertido en lentitud, ¿qué tal, don Salvador?, los pellizcos reptantes de la marimba en esos cuerpos graves y ufanos, en parejas concretas mientras dure el murmullo, que con dulzura antigua de telarañas vuelven, vuelven y vuelven, muy relativa, ci-ca-tri-za-da, la supuesta armonía de las distancias fijas, ¡ese abanico blanco!, mano por meta, y afirmativos hacen los nutridos pregones y las propuestas hechas al oído, entre la picardía y la necesidad – el anzuelo y el hambre, bajo los renovados ventiladores de enormes aspas colgados en el techo de los portales típicos para dar y tomar, discúlpeme:
¡Yo solo la di en el chiste!

(Ruido libre de nuez.)

Más palabras, no. —¡Pues que nos sigan
trayendo!
Salvo tal vez, ¡eterna trampa o danzonero eco!, las de ese espabilado viejecito,

cuya voz ahora imitas sin esfuerzo alguno (para acordarte dentro, ándale),
que va de mesa en mesa, serpenteante
(¡cuántos relojes cien por cien piratas!, pulpa en el suelo, miiigas, colillas y gargajos),
aferrado a una cesta grande de mimbre,
                                                                               se asoma el hule,

puesto que así nos las ofrece al venderse: —Patrón,
¡traigo el chicharrón caliente!

 
(Y aquí el estruendo logra que crezca luego un diente que pincha al punto un glooobo que claro está que estalla a su debido tiempo o como casi todo: un poco antes,
relincho y cuenta nueva / —Está requeteduro,
de la traca final.)~

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