Comenzamos estas notas con una reflexión de Blas Pascal. Cuando ponemos atención en los humanos intentando apreciar su calidad y valía, salta de inmediato a la vista su corrupción e inclinación al mal. Sobran los ejemplos de la ceguera, violencia, concupiscencia humanas: nuestra vida está infestada de ellos y los vemos por todas partes.
Pero de inmediato se advierte también el enorme, incansable, poder creador y las muestras de bondad que prodiga esta misma criatura, y que también están por todas partes. ¿Qué pensar entonces de este ser contradictorio?
“¿Qué quimera es pues el hombre?”, se pregunta Pascal, “¿qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicciones, qué prodigio? Juez de todas las cosas, imbécil gusano de tierra, depósito de lo verdadero, cloaca de incertidumbre y error, gloria y desecho del universo”
¿Cómo podríamos retratar a este contradictorio y ambiguo ser? ¿Quiénes tienen razón: los detractores del humano que apuntan a su ceguera, violento orgullo, concupiscencia, o sus defensores, que exaltan su capacidad de comprensión, inventiva, amor?
En esta contradicción, en el dilema humano, conviene recordarlo, pesa siempre más el lado bestial. Tiene más fuerza dentro de nosotros la materialidad gravosa que la espiritualidad ingrávida, aclara Simone Weil. En situaciones agitadas, una guerra, por ejemplo, los humanos hambrientos pueden hacer ocho horas de cola por conseguir un huevo, y no harían de ninguna manera la misma cola por salvar la vida de un hombre.
Pero, en fin, ahí está la contradicción humana: el doctor Mengele o Debussy, el Mochaorejas o Francisco de Asís.
En sus Pensamientos Pascal desmonta el dilema. Con dialéctica sutil elimina los dos extremos, y los extingue, los hace desaparecer, integrándolos: el humano, dice, no es bestia; tampoco es ángel. ¿Qué es entonces?
El humano es las dos cosas. Con más precisión, es la tensión entre los dos polos, el bestial y el angelical, que tiran de él. Y por esto, por ser indecisa tensión, el humano es drama, y su historia también. Conflicto, irresolución vacilante, divergencia, lucha entre la Caída y la Gracia.
La propensión al mal del humano no se puede ni se podrá nunca erradicar. Eso equivaldría a privar al humano de libre arbitrio, es decir, hacerlo no humano. El Señor mismo advierte esa condición: “si ustedes [los humanos], que son malos…”
¿El humano entonces no puede cambiar? Mudar esencialmente, no, como vimos, pero puede esclarecer y afinar, y lo ha hecho constantemente, sus capacidades morales. ¿Qué es esto de capacidades morales? Me voy a explicar con un caso.
Recordemos, por ejemplo, que los Apóstoles, pobres como eran y compartiéndolo todo, tenían, sin embargo, esclavos. Otros cristianos eran sus esclavos. A nosotros nos horroriza la esclavitud. Hacer esclavo a un humano, pensamos, equivale casi a asesinarlo.
Ahora, ¿vamos a tener la arrogancia de pensar que, por esa apreciación moral, somos nosotros más piadosos o más perspicaces moralmente que Pedro, Pablo o Santiago? Claro que no. Lo que sucede es que se abre ante nosotros la dimensión histórica de la moral, y esta historia es larga e intrincada: “Una historia no sólo de las filosofías morales sino también de los conceptos morales y de las conductas morales que dan cuerpo a estos conceptos y se definen a través de ellos ocuparía treinta volúmenes y treinta años [en su redacción]”, escribe Alasdair MacIntyre.
Ahora, fuerza es aceptar que de los agitados tiempos en que los Apóstoles vivieron a estos en que vivimos nosotros se ha desenvuelto un brillante progreso moral. Ni los Apóstoles ni Aristóteles podían enfocar siquiera, moralmente, la esclavitud; les quedaba demasiado cerca. Nosotros hemos podido, lentamente, no sin trabajo y grandes luchas, poner la esclavitud en su lugar.
Es en este terreno donde el humano puede moverse y avanzar. Y claro, como somos tan ciegos y avorazados, falta mucho por hacer. ¿Qué es esta afinación de conceptos morales? Cuando Proudhon explica que se sentiría abrumado y culpable si se sacara la lotería, está avanzando hacia lo desconocido en el progreso moral. Desde luego ya habíamos intuido o sentido algo así ante la diferenciación inmerecida de la lotería, pero la claridad y contundencia de la afirmación de Proudhon nos deslumbra, como cuando salimos de la tiniebla a la luz.
Y como se ve, también la afinación de conceptos morales tiene su lado dramático porque todo en el humano ha de ser contienda y drama. ~
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.