En 1959 la novelista Elizabeth Hardwick denunciĆ³ el estado de lamentable complacencia que abundaba en la secciones de reseƱas de libros en Estados Unidos. El texto lo publicĆ³ la revista Harperās, en ese entonces editada por Robert Silvers, y causĆ³ el debido revuelo. No solo era una diatriba contra los crĆticos acomodaticios y las reseƱas medrosas, sino que daba expresiĆ³n a las inquietudes de un grupo de amigos que incluĆa, ademĆ”s de Silvers, Hardwick y su esposo, el poeta Robert Lowell, a los editores Barbara y Jason Epstein. Cuatro aƱos despuĆ©s, animados por esas inquietudes, ellos cinco fundaron el New York Review of Books, que recientemente cumpliĆ³ cincuenta aƱos de aparecer cada quincena. El tono crĆtico y el estilo tan particular de hacer reseƱas āa travĆ©s de ensayos extensos y complejos, profundamente involucrados con los libros que revisanā son dos constantes que pueden rastrearse en el artĆculo de Hardwick, un manifiesto en pos de la reseƱa como verdadera escritura, como literatura.
ExistĆa la idea de que a Keats lo matĆ³ una mala reseƱa; que desamparado y desahuciado recargĆ³ la espalda contra la pared y se rindiĆ³ en su lucha contra la tuberculosis. Evidencia reciente ha mostrado que Keats tomĆ³ las reseƱas hostiles con bastante mĆ”s calma viril de la que nos contaron en la escuela y, sin embargo, la imagen del joven y raro talento derribado por reseƱistas venenosos permanece afianzada con firmeza en la mente del pĆŗblico.
TodavĆa se piensa en el reseƱista y el crĆtico como personas de una crueldad peligrosa, demonios veleidosos, crueles con los jĆ³venes y ciegos ante las nuevas obras, empeƱados en alejar al pĆŗblico letrado de la frescura y la importancia por pura envidia, conservadurismo malicioso o lo que sea. Pobre Keats: si viviera ahora sufrirĆa una muerte literaria, pero no serĆa debido a un ataque: se ahogarĆa en cambio en lo que Emerson llamĆ³ una āmasilla de concesiĆ³nā. En AmĆ©rica, hoy, el olvido, el fracaso literario, la oscuridad y el ninguneo ātodas los momentos cumbre de la tragedia y el malentendido artĆsticoā siguen sucediendo, pero las condiciones naturales para tales sucesos estĆ”n en un curioso estado de camuflaje, como aquellas nociones decorativas en las que la madera se pinta para parecer papel y el papel para parecer madera. Un genio sin duda puede irse a la tumba sin haber sido leĆdo, pero no sin haber sido elogiado. Dulces y mullidos elogios caen por toda la escena; reina una aceptaciĆ³n universal, si bien algo lobotomizada. Un libro nace en un charco de melcocha; la salmuera de la crĆtica hostil es apenas un recuerdo. Todos, resulta, āllenan un vacĆoā, hay que āagradecerlesā por alguna cosa y hay que perdonarles āfaltas menores en una obra por lo demĆ”s excelenteā. āUn artista completamente maduroā aparece varias veces a la semana y a veces a diario; muchos son los pregoneros de esos āmensajes que el Mundo Libre ignorarĆ” bajo su propio riesgoā.
El estado de la reseƱa popular se ha vuelto tan apĆ”tico, el efecto de sus juicios convenientes tan enervante para el pĆŗblico lector en general, que los hĆ”biles editores de Lolita han intentado estimular sus ventas citando las reseƱas negativas junto con, sin lugar a dudas, las de siempre, las repetitivas y buenas. (Orville Prescott: āLolita es una noticia innegable en el mundo de los libros. Desafortunadamente es una mala noticia.ā Y Gilbert Highet: āMe apena que Lolita haya sido publicada. Me apena que haya sido siquiera escrita.ā)
No es solo el elogio de cualquier cosa a la vista āun problema en sĆ mismoā lo que irrita y confunde a quienes miran con detenimiento la escena literaria, tambiĆ©n existe la incomprensible indolencia de la secciĆ³n de reseƱas dominicales del New York Times y el Herald Tribune. El valor y la importancia de los libros individuales se exageran vertiginosamente, en concordancia con el humor americano del momento, pero las secciones de reseƱas de libros como una iniciativa cultural se hallan, como un parche de desempleo, en un estado de depresiĆ³n perniciosa en lo que a la vivacidad y el interĆ©s se refiere. Uno no pensaba que podrĆan decaer, ya que siempre han sido periĆ³dicos modestos y algo convencionales. Aun asĆ, ha habido espacio para la decadencia en los Ćŗltimos aƱos y esta oportunidad ha sido aprovechada. Una maƱana de domingo con las reseƱas de libros es a menudo una experiencia lĆŗgubre. Lo mejor es estar en un Ć”nimo de tolerancia distraĆda al encararlas, en especial las del Herald Tribune Book Review. Esta publicaciĆ³n no es solo mediocre; tiene tambiĆ©n una incompetencia extraƱa y desconcertante al aparecer con timidez semana tras semana.
Para el mundo del libro, para lectores y escritores, la torpeza del New York Times Book Review es todavĆa mĆ”s sobrecogedora. Vienen a la mente todos esos profesores de literatura en bachillerato, todos esos bibliotecarios y libreros fieles, aquellos habitantes de los suburbios confiados, esos jĆ³venes y jovencitas brillantes de provincia, todos ellos, que creen en el juicio del Times y que requieren de su orientaciĆ³n. La peor secuela de su decadencia es que actĆŗa como una especie de preventivo oculto, que cancela suave, blanda, respetuosamente cualquier vivo interĆ©s existente por los libros o los asuntos literarios en general. El elogio plano y la tenue disensiĆ³n, el estilo minimalista y el pequeƱo artĆculo ligero, la ausencia de involucramiento, pasiĆ³n, carĆ”cter, excentricidad āla carencia, a fin de cuentas, de un tono literario propioā han hecho del New York Times un periĆ³dico literario de provincia, mĆ”s extenso y mĆ”s grueso pero en nada distinto de todas esas āpĆ”ginas literariasā dominicales de periĆ³dico pueblerino. (El New Yorker, Harperās, The Atlantic, los semanarios de opiniĆ³n y noticias, las revistas literarias todas dedican una buena cantidad de espacio y de pensamiento a reseƱar libros. Los resultados, con frecuencia torpes y siempre variables, no deberĆan pasar inadvertidos. Sin embargo, en estas revistas las reseƱas son solo una parte de la oferta que busca la atenciĆ³n del lector y las desilusiones particulares que provoca la manera en la que a veces se trata a los libros no puede ser entendida sin hacer un estudio preciso de cada revista como un todo.)
āCoberturaā que mata
Consternado, uno decide que el malestar de las publicaciones de reseƱas āel Times y el Tribune y el Saturday Reviewā no debe siempre ubicarse a los pies del comercio. Ha sido sencillo y gratificante creer que la presiĆ³n sobre los editores de libros y los libreros es responsable del recibimiento hospitalario dado a las novelas basura, los libros āde ideasā llenos de lugares comunes y demĆ”s. Los editores necesitan reseƱas favorables para utilizarlas al exhibir su producto, del mismo modo que una canasta de Pascua necesita papel picado verde debajo de los huevos. Nadie pensĆ³ que la presiĆ³n fuese sencilla ni directa: se ha imaginado que es sutil, prĆ”ctica, bĆ”sica, esto es, que tiene que ver con el hecho de que la publicidad de las editoriales mantiene econĆ³micamente a las secciones de reseƱas de libros. Esta explicaciĆ³n, claro, se ha aceptado de una manera exagerada.
La verdad es que los editores āal ver sus mejores y sus peores productos recibidos con una uniforme ecuanimidadā deben darse cuenta de que el drama del mundo de libro estĆ” siendo eliminado con lentitud y sin dolor. Todo es de alguna manera similar, sea una obra rutinaria de historia escrita por un acadĆ©mico respetable, un conjunto de obviedades emitidas por el PentĆ”gono, un tomo de versos, una obra de ideas radicales, una obra de ideas conservadoras. La simple ācoberturaā parece haber triunfado sobre el drama de la opiniĆ³n; la ālegibilidadā, una palabrita cĆ³moda, ocupa el lugar del anticuado requisito de un claro y buen estilo en la prosa, que es algo distinto. Todas las diferencias de excelencia, de posiciĆ³n, de forma, han sido borradas por la parsimoniosa aceptaciĆ³n. Este borroneo anula lo bueno y lo malo por igual, lo convencional y lo extraƱo, hasta que al final parece que el autor, como el reseƱista, no tienen una postura. La gracia del reseƱista cae sobre ricos y pobres por igual; una obra que serĆ” unbest seller, a la que los editores le han depositado su fortuna, es elogiada apenas un poco mĆ”s extensamente que el libro con el cual los editores esperaban salir tablas. De este modo existe una especie de euforia democrĆ”tica que ayuda al libro ligero, pero que casi nunca cumple con las necesidades de una obra mĆ”s seria. Cuando un libro es reprobado, la reprimenda a menudo no es mĆ”s que un pequeƱo piquete con una aguja, administrado en medio de elogios terapĆ©uticos: ā______ a veces es tĆmidamente juguetĆ³nā, decĆa una reseƱa. āPero contiene suficiente del famoso ingenio y estilo de ______, para hacer que valga la pena su publicaciĆ³n nacional…ā
Los editores de las publicaciones que reseƱan parecen ya no estar involucrados con la literatura. Los libros se apilan, se envĆan y vuelve una reseƱa. Muchas mentes distinguidas unen sus nombres a artĆculos cortos y extensos en el Times, el Tribune y el Saturday Review. Los productos que entregan los mejores escritores generalmente resultan ser algo menor que sus mejores obras. DespuĆ©s de despertar a tantos domingos sombrĆos, aceptan sus encargos con un espĆritu cooperativo y entregan un texto ālegibleā, poca cosa, claro. (Alice James escribiĆ³ en su diario que a su hermano Henry le pidieron escribir para la prensa popular y le aseguraron que podrĆa escribir lo que quisiera, āsiempre y cuando no hubiera nada literario en elloā.)
Mantener a ciertos comentaristas repetitivos y amargados es suficiente por sĆ mismo para poner en entredicho las nociones de comercialismo vil de parte de las publicaciones de reseƱas. Un editor empresarial, una organizaciĆ³n en ācrecimientoā ācomo las que escuchamos todo el tiempo en la prensaā habrĆa evaluado las protestas y habrĆa sacado a pasear a esas mentes tambaleantes. Por ejemplo, ĀæquĆ© podrĆa ser mĆ”s cansino que los ataques de J. Donald Adams en contra del pobre de Lionel Trilling por intentar ser interesante al hablar de Robert Frost?[1]Ćnicamente un ataque en contra de Adams quizĆ” āquien no es, como tampoco la presiĆ³n del comercio, el verdadero problema con el Timesā. Adams es como esos monumentos que solo percibe un extranjero o alguien que ha estado lejos por mucho tiempo. Lo que verdaderamente consterna acerca del Times y el Tribune es la calidad de la ediciĆ³n.
Una pequeƱa revista llamada Fifties publicĆ³ una entrevista con el editor en jefe del New York Times Book Review, Francis Brown. El seƱor Brown se muestra en este intercambio como un hombre con mucha experiencia editorial y muy poco ātactoā para la obra particular que le ha sido encomendada, esta es la de editor del poderoso e importante Book Review semanal. Tristemente en ninguna parte de la entrevista muestra un interĆ©s vivo, ni siquiera sofisticado, frente a los asuntos literarios, el mundo de los libros y los autores, lo mĆnimo necesario para alguien en su posiciĆ³n. Su aproximaciĆ³n es modesta, ingenua y curiosamente falta de espĆritu. En la universidad, nos dice en la entrevista, estudiĆ³ historia y subsecuentemente se convirtiĆ³ en editor general de Current History. DespuĆ©s pasĆ³ a Time, donde āno tenĆa nada que ver con librosā, y finalmente fue elegido para āprobarse con el Book Reviewā. El entrevistador, sugiriendo algunos de los defectos del Book Review, se pregunta si no hay una dependencia excesiva de los especialistas, una prĆ”ctica en extremo frecuente de asignar libros a reseƱistas que hayan escrito libros similares, o sobre el mismo paĆs o el mismo periodo. El seƱor Brown opinĆ³ que āun campo es un campoā. Cuando se le pidiĆ³ comparar el Times Book Review con el Times Literary Supplement de Londres, Brown opina que āellos tienen un pĆŗblico estrecho y nosotros tenemos uno amplio. Creo que en ficciĆ³n estĆ”n haciendo el peor papel de todas las publicaciones de renombreā.
Esta es una opiniĆ³n sorprendente para cualquiera que haya seguido las reseƱas del Times de Londres y las de otros diarios ingleses, como el Sunday Times y el Observer. Estos periĆ³dicos de manera constante fijan un parĆ”metro intrĆnsecamente mucho mĆ”s alto que el estadounidense, tanto que una comparaciĆ³n detallada es casi imposible. No es solo lo que ofrecen en una reseƱa individual; en el fondo el asunto es el tono, la seriedad, la independencia de mente y de temperamento. Richard Blackmur en un artĆculo reciente cuenta de una conversaciĆ³n con el editor del Times Literary Supplement, quien sentĆa que el problema con las reseƱas norteamericanas era justamente esta ausencia de una direcciĆ³n editorial fuerte e independiente y se aventurĆ³ a decir que muy pocas editoriales retirarĆan sus anuncios si desapareciera ese producto soso que se escribe en este momento. Una descripciĆ³n del Times Literary Supplement, la publicaciĆ³n londinense, de Dwight Macdonald, encuentra que el diario inglĆ©s āparece haber sido editado y leĆdo por personas que saben quiĆ©nes son y quĆ© les interesa. Que la gran mayorĆa de sus conciudadanos no compartan su interĆ©s por el desarrollo de la prosa en inglĆ©s, la bibliografĆa de Bielorrusia, el trato que AndrĆ© Gide daba a su esposa, la relaciĆ³n precisa entre el canto llano y el canto popular, y āla gran manchaā en una carta del doctor Johnson que ha atormentado a varios de sus editores… parece no preocuparlos en absolutoā.
La reseƱa como escritura
Invariablemente la opiniĆ³n acertada no es el Ćŗnico juez de los poderes del crĆtico, aunque un gusto que a menudo yerra, Ā”solo se le permite a las mentes mĆ”s grandes! En cualquier caso, todo depende de quiĆ©n estĆ” bien y quiĆ©n estĆ” mal. La comunicaciĆ³n del deleite y la importancia de los libros, las ideas, de la cultura misma, es lo menos que uno espera de una revista dedicada a reseƱar obras nuevas y antiguas. MĆ”s allĆ” de ese inicio, el interĆ©s de la mente del reseƱista individual lo es todo. ReseƱar libros es una forma de escritura. No abrimos el Times del domingo para descubrir quĆ© opina el seƱor Smith de Doctor Zhivago. (En el caso del Herald Tribune probablemente serĆa la seƱora Smith.) ĀæQuĆ© te queda cuando descubres quĆ© es lo que el seƱor Smith piensa de Doctor Zhivago? Claro que importa lo que piense una mente atĆpica, capaz de presentar ideas frescas de manera vĆvida y original e interesante, de los libros que aparecen. Para obtener informaciĆ³n llana, un catĆ”logo editorial un poco extendido servirĆa igual de bien que muchas de las reseƱas que aparecen semanalmente.
En un estudio de las reseƱas de libros realizado en Wayne University descubrimos que nuestra vieja conocida, la eterna āreseƱa favorableā defiende su puesto con toda la resistencia que hemos aprendido a esperar. 51% de las reseƱas que aparecen en el Book Review Digest de 1956 fueron favorables. Una cifra mucho mĆ”s interesante es que Ā”el 44.3% eran reseƱas indecisas! La definiciĆ³n bĆ”sica de āreseƱaā llevarĆa a la mayorĆa de la gente a emitir una opiniĆ³n de cualquier tipo y por eso la renuencia de los reseƱistas indecisos a desempeƱar su papel provoca gran perplejidad. Las reseƱas desfavorables suman 4.7%.
Un domingo
Un domingo hace algunos meses en el Herald Tribune. Los siguientes son extractos de cinco reseƱas de novelas actuales, reseƱas que tristemente hacen pensar en un tema adolescente:
1. āEl valor real de la novela estĆ” en su conciencia de carĆ”cter, en su personalidad esencial y en el sutil efecto del tiempo.ā
2. āEn ocasiones algunos de los mecanismos de la historia parecen forzados, pero es solo en la primera impresiĆ³n, porque por encima de todo estĆ” la recreaciĆ³n de una atmĆ³sfera que es tan fuerte que dicta un destino.ā
3. āLa seƱorita ______ escribe bien, cuenta la historia con una naturalidad y una vivacidad que sirve para cargar la extraƱeza de su tema central. Para el lector que se deleita con un toque de lo macabro, esta es una intrigante exploraciĆ³n de la imaginaciĆ³n.ā
4. ā____ ____ ____, sin embargo, es un libro interesante y de ritmo veloz; mĆ”s complicado que la mayorĆa de su tipo, y con un matiz mĆ”s sutil para sus personajes. Es una buena lectura.ā
5. āTambiĆ©n es, dentro de la estructura que _____ _____ ha creado para sĆ, una historia cĆ”lida e interesante de lo que puede suceder cuando un grupo de personas comunes en una situaciĆ³n peligrosa, una situaciĆ³n, incidentalmente, casi tan probable como la que Nevil Shute postula en On the beach.ā
(āLa que Nevil Shute postula en On the beach.ā La seguridad de esta frase hace que el lector se detenga, al recordarnos, como lo hace, que hay todo tipo de ejemplos de lo que se conoce como āoscuridad de referenciasā.)
Con el Saturday Review, uno siente que no estĆ” contento con su trabajo. Es temperamental, como una actriz en busca del papel adecuado para entonces sĆ hacerla en grande. Ha borrado las palabras āde literaturaā de su tĆtulo;[2]una escisiĆ³n que justifican los contenidos miscelĆ”neos de la revista. La bĆŗsqueda de ideas de portada es tan vigorosa como en cualquier otra revista nacional; los editores estĆ”n buscando frenĆ©ticamente estar a tono con los tiempos. Con el incremento de la venta de discos, los departamentos de mĆŗsica han absorbido mĆ”s y mĆ”s espacio en la revista. Los viajes, en todas sus manifestaciones, se han convertido en una preocupaciĆ³n importante ālibros de viaje, consejos de viaje, guĆas para casi tantos eventos como los que Cue intenta cubrir[3]ā. Incluso esto no es suficiente. Hay tambiĆ©n temas de autos de carreras y āEl SR va a la cocinaā. A la redacciĆ³n se le ocurren ideas de promociones extraordinarias, como el Premio Anual de Publicidad del Saturday Review. Algunas lĆneas del artĆculo sobre este tema dicen:
Porque el Saturday Review se preocupa continuamente por los patrones de comunicaciĆ³n en Estados Unidos, ha observado con profundo interĆ©s el progresivo desarrollo de la publicidad como un medio de comunicaciĆ³n de ideas, una habilidad mucho mĆ”s sutil incluso que la comunicaciĆ³n de noticias.
La portada puede āpresentarā una fotografĆa de Joanne Woodward y, recientemente, en un nĆŗmero que incluĆa las ideas de Max Eastman sobre Hemingway, era el retrato de Hemingway, no Eastman, con un suĆ©ter de cuello de tortuga quien miraba desde la portada. Las reseƱas, los artĆculos cortos y los extensos, en el Saturday Review no son ni mejores ni peores que los del Times; estĆ”n marcados con la misma falta de esfuerzo sostenido. Obviamente tienen a sus lectores en mente āunos, se cree, que pueden tolerar muy poco.
Los deseos de los editores
El periodismo literario alcanza, en el caso de muchos escritores, tales niveles de vitalidad e importancia y deleite que la excusa del momento pasajero, la presiĆ³n del tiempo, las necesidades del gran pĆŗblico no pueden aceptarse, como querrĆan que hiciĆ©ramos los editores. A Orville Prescott del Times ĀæpodrĆa considerĆ”rsele como una vĆctima de la velocidad? ĀæLo que hace falta en un crĆtico es simplemente tiempo para escribir, un mes en lugar de un par de dĆas? El tiempo sin duda producirĆa una reseƱa mĆ”s larga de Orville Prescott, pero que llegara a producir una inspiraciĆ³n mĆ”s constante es motivo de duda. Richard Rovere mencionĆ³ en algĆŗn lado el hecho de que podĆa fascinarse al leer un artĆculo casual escrito por Edmund Wilson en 1924 en Vanity Fair o The New Republic. Los ensayos largos que Wilson ha escrito en los Ćŗltimos aƱos sobre cualquier tema son obras literarias que uno no puede esperar que aparezcan con regularidad, o siquiera esporĆ”dicamente en el Times, el Tribune o el Saturday Review. Aun asĆ, sus reseƱas tempranas son de la calidad que un editor bien podrĆa, o por lo menos eso imagina uno, tener en mente. Nada importa mĆ”s que el tipo de cosas que un editor querrĆa si pudiera cumplir sus deseos. Los deseos editoriales siempre se cumplen parcialmente. ĀæDe verdad el editor del Times Book Review anhela tener a un escritor excelente como V. S. Pritchett, quien sĆ escribe textos cortos casi semanales para New Statesman con una brillantez que entrega tras entrega asombra a todos? Pritchett es tan bueno sobre āEl mito de James Deanā o Ring Lardner como sobre la novela rusa. ĀæEste es el tipo de cosas que nuestras revistas ansĆan o es mĆ”s bien un pequeƱo texto ligero de, digamos, Elizabeth Janeway en āAtrapada entre librosā? Es tĆpico de la mentalidad editorial en el Times que se le pida a Pritchett escribir una carta ligera y casual desde Londres, una obra de periodismo insignificante, que utiliza muy pocos de sus talentos singulares para escribir reseƱas de libros.
Al final es la publicidad la que vende libros y las reseƱas son solo, cuando mĆ”s, el gran dedo del gigante. Para algunos best sellers recurrentes como Frances Parkinson Keyes y Frank Yerby, los lectores no pedirĆan una reseƱa positiva antes de dar su aprobaciĆ³n y su dinero tanto como un padre no insistirĆa en la aceptaciĆ³n pĆŗblica antes de darle un beso a su nuevo bebĆ©. El negocio de la ediciĆ³n y la venta de libros es muy complicado. Pensemos en esos editores que, en su bĆŗsqueda comercial de una novela erĆ³tica, seguramente habrĆan rechazado Lolita por no tener el tipo de sexo adecuado. Es fĆ”cil, una vez que el Ć©xito comercial de un libro ha quedado establecido como un hecho, colegir una razĆ³n convincente para explicar el entusiasmo del pĆŗblico. Pero antes de que ese hecho suceda, el negocio es misterioso, azaroso, impredecible.
Por ejemplo, se ha estimado que las reseƱas en la revista Time tienen el mayor nĆŗmero de lectores, posiblemente cinco millones cada semana, y tambiĆ©n se menciona que Ā”muchos editores sienten que las reseƱas en Time no afectan las ventas de un libro ni a favor ni en contra! Ante este misterio, algunos editores han concluido que los lectores de Time, al enterarse de la opiniĆ³n que tiene Time sobre un libro, sienten que ellos de alguna manera ya leyeron el libro, o si no leĆdo, por lo menos lo han hecho suyo, lo han experimentado como āun hecho de nuestro tiempoā. No sienten la necesidad de comprar el objeto mismo tanto como no sienten la necesidad de ir a Washington para tener una visiĆ³n de primera mano de las obras de la administraciĆ³n republicana.
En un mundo de libros como ese donde todo es anguloso e inmanejable, no parece ser verdaderamente necesario que estas manos laboriosas estĆ©n ahĆ trabajando para transformarlo en una pequeƱa bolita de mantequilla semanal. Es probable que el reseƱista adaptable, el comentarista plĆ”cido y superficial sobrevivan razonablemente en los periĆ³dicos locales. Pero, para las grandes publicaciones metropolitanas, lo inusual, lo difĆcil, lo extenso, lo intransigente y, sobre todo, lo interesante, deberĆa esperar hallar ahĆ a sus lectores. ~
Ā© Harperās
IntroducciĆ³n y traducciĆ³n de Pablo Duarte
[1] J. Donald Adams fue un editor y luego columnista del Times Book Review, de 1943 a 1964. En este caso, Hardwick se refiere al discurso que dio Lionel Trilling con motivo del cumpleaƱos 85 del poeta Robert Frost. En lugar de elogiarlo, Trilling polemizĆ³ con el festejado y pronunciĆ³ la famosa frase, āPienso en Robert Frost como un poeta atemorizanteā [I think of Robert Frost as a terrifying poet]. Adams, desde su columna āSpeaking of Booksā, respondiĆ³ con vehemencia.
[2] Desde su fundaciĆ³n, en 1924, hasta 1952, el Saturday Review se llamĆ³ The Saturday Review of Literature. CerrĆ³ en 1971.
[3] La revista Cue, fundada en 1932 por Mort Glankoff, servĆa como una guĆa de eventos y lugares en la ciudad de Nueva York. En los ochenta fue comprada por los dueƱos de la revista New York Magazine e integrada a esta.
(Lexington, Kentucky, 1916-Manhattan 2007) fue escritora y crĆtica literaria. En 1962 confundĆ³ el New York Review of Books. EscribiĆ³ tres novelas y cuatro libros de ensayos.