No recuerdo que, ni aun en el ardiente verano adolescente, haya despertado mi fantasía erótica. María Félix jamás me inspiró o atrajo. Lo curioso es que mi frialdad, lejos de ser rara o única, es común, según revela la rápida encuesta que levanté entre amigos, conocidos y alumnos en la universidad. ¿Te gustaba María Félix? Respuesta: No rotundo. Insisto, ¿podría compararse a Miroslava? ¿Ya te volviste loco?
El enigma es ¿por qué entonces fue doña María dechado de lo más codiciable de la hermosura femenina durante tantos años? Intentemos respuestas.
Estamos ante una muestra no infrecuente de discontinuidad en la apreciación erótica. Ésta muda en el tiempo y, ergo, tiene historia. Lo que antes hizo gemir de deseo y disparó la imaginación lasciva, se mira después con inapetencia y desdén.
María Félix, la feminidad como forma de dominio. Ese poderío, es claro, tiene su origen en la sexualidad. Somete porque atrae, esclaviza al seducir. Ahora, distinción fina, propiamente no es ella la que sujeta, sino el deseo de la víctima; el deseo brotado del fondo biológico de la víctima masculina es el que tiraniza y oprime y, si todo va bien, destruye.
Un retoque: es el tema de Circe o Turandot. Sexualidad hostil, peligrosa, de viuda negra. La famosa hembra castrante que, si puede, humilla y veja al varón. La entrega femenina, no como regalo, sino como derrota en un desafío.
Lo que implica que María Félix representa plenamente la sexualidad del resentimiento. ¿Cuál resentimiento? Clásicamente, el de la dama por no ser varón. Pero esa belicosidad se justificaba más en tiempos de la pasividad y sometimiento de las mujeres, antes de la eclosión feminista. Ahora suena un tanto chocho, gagá.
Hablamos de la dama ambiciosa y viril. Nunca brilló más María que vestida de soldado en la película La monja alférez, adaptación que hizo Max Aub del relato de Thomas De Quincey.
Sin embargo, llegó a residir en París, apreciar vinos y platillos, expresarse en francés, codearse con los ricos y elegantes, ser ella misma acaudalada, filmar con Jean Renoir, nada menos. No está mal para la muchacha sonorense que debutó en El peñón de las ánimas, de Miguel Zacarías.
Porque la vida siempre equitativa todo le dio a María Félix, también todo le fue quitando, cosa por cosa, empezando, claro, por la hermosura donde se fundaba el resto de la construcción.
El último capítulo se representó en la casa Christie’s de Nueva York, donde fue ofrecido en subasta su legado, con Salma Hayek de anfitriona. Se adivina que al final la bonita, tan solicitada en su hora, conoció la soledad: su heredero universal fue el señor Luis Martínez de Anda, designado como su asistente personal.
Horrenda melancolía la de esos objetos ahora dispersados. Sic transit la figura enérgica, el ademán autoritario, la voz imperiosa. Pero será conservado por Thalía el retrato en que Antoine Tzapoff, su última pareja, representó a María jinete en un rinoceronte y vestida de china con un marco de 28 kilos de plata ornado con mariposas. Thalía, en primera fila durante la subasta, lo ganó en dura puja. “Significa mucho para mí”, confesó. ~
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.