Santander fue un santuario laico de verdades apasionadas en el XVII Encuentro sobre la Edición auspiciado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, celebrado en julio. El curso estuvo presidido por el entusiasmo, la inteligencia y la defensa de la vitalidad de la edición internacional independiente. También demostró que vivir entre grandes grupos editoriales causa una impresión sobrecogedora. Pero libera adrenalina y endorfinas, como demostró el selecto grupo de editores españoles e internacionales reunidos por el director del Encuentro, Jorge Herralde, que comunicaron su sabiduría editorial en dosis homeopáticas, en frases emocionantes/inteligentes/sinceras/discutibles:
Hay que tener un proyecto cultural mínimo (Javier Pradera).
El mejor negocio es un buen libro (Paco Porrúa citando a Allen Lane).
Un gran catálogo y grandes autores te hacen un gran editor, pero no es el editor quien hace el catálogo y los autores (Paco Porrúa).
(sum) Hay que estar preparado para cuando llegue la suerte (Xavier Folch, citando a Castellet).
No hay que encontrar libros que vendan, sino vender los que se encuentran (Paul Otchakovsky-Laurens).
La edición independiente es como ir en barco a vela. A veces tienes buen viento, a veces no (Olivier Cohen).
No se puede pensar en español y querer vender en América Latina (Enrique Folch).
El incremento de conocimiento niega al ciudadano, en el sentido de la frase de Octavio Paz "Nada hay que niegue tanto a un ciudadano como un consumidor" (Alejandro Katz).
Hay que adelantarse a la demanda, saber qué autores serán importantes (Alejandro Katz).
Prefiero hacer un libro bello para tres mil personas que uno horrible para cuatro millones (Franco María Ricci).
Mis libros deben ser invisibles, en el sentido de que no debe notarse la gran calidad con la que están hechos (Jaume Vallcorba).
El autor puede hablar en cualquier momento, sobre cualquier tema, con cualquier persona de la editorial (Morgan Entrekin).
En una librería española se recibe una nueva novela cada diez minutos (Pedro del Carril).
Una de las características del mundo moderno es eliminar lo que se nos resiste (Amador Fernández Savater).
El futuro pasa por las alianzas (José Huerta).
Pero quedaron, entre otras muchas cosas, sólo algunos temas por desarrollar, tal vez en encuentros futuros:
La generación emergente de unos jóvenes que habrán tenido una educación menos lectora. Que habrán dialogado mucho menos con los libros, que habrán tenido muchísimas horas digitales de vuelo, y para quienes los libros tendrán otro valor y, en consecuencia, deberán tener otra forma y fondo, y deberán ser lanzados al mercado de una manera algo distinta de la que conocemos hoy.
La creciente presencia de lectores ocasionales, o menos literarios, o, si se quiere, de no-lectores (que no son expertos, heavy readers), los cuales, sin embargo, son responsables de una buena parte de la facturación del sector, y a los que nadie debería hacer ascos.
La necesidad casi biológica y, desde luego, intelectual de más y mejores obras de ensayo y divulgación, sector en crecimiento, porque los que aún quieran ser ciudadanos (que no consumidores) necesitan puntos de apoyo para su cosmogonía (sean o no conscientes de ello). Un ejemplo: cuando veo un programa de televisión al azar necesito, antes de acostarme y para dormir sin desasosiego, leer los aforismos de Elías Canetti.
No se puede vivir entre tantas cosas superfluas. Para una parte de la población (lamentablemente, pequeña y, por tanto y en este caso, élite) es cada vez más preciso lo esencial.
La necesaria y positiva presencia de lectores que leen best sellers, y que, aunque a algunas personas les parezcan mejorables, son necesarios a la edición, pues, entre otras cosas:
No se alejan del libro.
Crean bibliotecas personales, semilla futura y deseable de futuras lecturas de sus familiares más jóvenes, que tal vez sepan leer mejor.
Consumen esta forma de ocio, información y entretenimiento y no otra. Recordemos la inusual cifra: se factura mucho más en el sector editorial que en el del cine y música juntos, en España.
Estimulan una mayor pluralidad de la oferta y, con ello, dan cabida a más temas, a más personajes, a más autores.
En suma, Santander tocó la verdad inobjetable de la edición: cuán inhabitable sería el mundo sin (buenos) libros. –