La experiencia de viajar segĂșn JosĂ© Gaos

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Regresé de otro viaje breve y estoy a punto de volver a partir, antes de que se me pasen las vacaciones de verano. Esta abundancia me trajo a la memoria las reflexiones de mi maestro José Gaos sobre el viajar y los viajes. Estån suscitadas por Herodoto y figuran en su libro Orígenes de la filosofía y de su historia, publicado por la UNAM.

Herodoto, primer historiador cuyos textos todavĂ­a nos ilustran y deleitan, informa Gaos, fue ante todo un viajero. Esto que estĂĄ aquĂ­, esto que encuentro en mi viaje, ¿de dĂłnde viene, cĂłmo llegĂł a ser lo que es? OĂ­r los relatos que se le narran dando cuenta y razĂłn de las cosas, preservarlos. La historia consiste en las exposciones que va trazando el historiador viajero de lo que encuentra en su viaje.

“La historia”, sentencia tajante Gaos, “es un verbo que salva al hombre del tiempo. Esta es su Ășnica utilidad”. No se puede hacer historia sin viajar. Pero no todo es viajar, hay muchas maneras de viajar. Pero sĂłlo una de veras genial, como la de Herodoto, un viajar de historiador. Cuando surgiĂł Herodoto habĂ­a estas formas de viajar, y aquĂ­ encontramos esa propensiĂłn del maestro a aclarar enumerando, ¿a quiĂ©n se le hubiera ocurrido descifrar cuĂĄntas formas de viajar, en tiempos de Herodoto, puede haber, sino a Ă©l? Nomadismo primitivo, errar en busca de subsistencia. Herodoto encontrĂł a los escitas. DarĂ­o no pudo con ellos por su movilidad. Odiseas. Viajes azarosos impuestos por la voluntad de los dioses. Viajes de mercaderes y traficantes, nautas y caravanas del comercio. Peregrinaciones religiosas, individuales y colectivas. Embajadas polĂ­ticas, destierros tambiĂ©n polĂ­ticos, emigraciones colectivas huyendo de guerras. Por la asistencia a juegos y celebraciones tambiĂ©n se viaja. Y, bueno, los viajes de los sabios como SolĂłn o Herodoto.

Ahora, aquĂ­ viene un buen punto, conviene señalar los viajeros que nos encontraremos en la antigĂŒedad: son los turistas que ahora vemos por todas partes. Se registra en la antigĂŒedad una singular ausencia de curiosidad. Algunos marcan el inicio de los tiempos modernos con el ascenso de Petrarca al monte Ventoso, sĂłlo para mirar desde arriba. Parece ser que la nociĂłn de paisaje, extensiĂłn a contemplar, no se conociĂł en la antigĂŒedad.

DetengĂĄmonos un poco en el turismo actual. Oigamos a Gaos, lo vemos, siempre enĂ©rgico, repelar: “Nuestra vida contemporĂĄnea representa en la historia del hombre un punto extremo de superficializaciĂłn de la vida humana, por obra de una facilitaciĂłn mecĂĄnica de sus bases materiales. Esta facilitaciĂłn lo ha hecho todo mĂĄs rĂĄpido, mĂĄs somero, mĂĄs trivial, lo ha banalizado todo. TambiĂ©n viajar.”

El viajar a pie o a caballo, por ejemplo, fundía con el paisaje; el auto, el tren, y no digamos el avión, en cambio, aíslan. Es verdad. Las ciudades, por ejemplo, se conocen caminando, id est, fundiéndonos, aunque sea provisionalmente con los habitantes nativos.

Se viaja en el espacio y el tiempo. En este sentido, observa Gaos, la propaganda turĂ­stica se dirige obsesivamente a reducir el tiempo aumentando la velocidad: Tome el Normandie, el barco mĂĄs veloz del mundo, viaje en aviĂłn y el trayecto se reduce a la mitad, la tercera parte, aborde el tren bala. Viaje rĂĄpido, rĂĄpido, mĂĄs rĂĄpido. Esta ansiedad, esta exigencia de velocidad, claro, jamĂĄs pasĂł por la mente de Herodoto ni de Marco Polo o Simbad.

Gaos hace una observaciĂłn precisa: “La velocidad siempre creciente acaba por realizar su mĂĄs perfecto contrasentido. Se trata de ganar tiempo, pero a fuerza de ganarlo, mediante la aceleraciĂłn creciente, se acaba por no hacer mĂĄs que perder el tiempo, matar el tiempo. La facilitaciĂłn cada vez mayor del desplazamiento hace que el mero desplazarse remplace cada vez mĂĄs a todo tomar plaza.”

Dicho de otro modo, en el turista, el viajero de hoy, todo es desplazamiento, llegar al lugar, y ahĂ­, desplazarse de lugar a lugar con la ansiedad de no perderse nada. Se trata de satisfacer la vanidad de haber visto, haber estado ante… AsĂ­, un dĂ­a en Madrid invitĂ© a un conocido mĂ­o, que estaba de paso, a ir al Prado a ver los cuadros del Bosco. “No gracias”, me respondiĂł, “ya los vi”.

Pero tratemos al final de dar un toque positivo y Ăștil a estas notas. No es posible que, por ejemplo, solo nos emocione la pintura cuando andamos viajando o que viajar no nos sirva de estĂ­mulo para leer libros de arte. El hecho no tiene importancia, la respuesta negativa solo indicarĂ­a que la pintura no nos interesa ni mucho ni poco. Cosa que carece de importancia. Pero, sucede que tendemos a forzarnos. Con frecuencia el viajero falsea sus intereses y anda en busca de lo que no lo toca de cerca, lo que no lo emociona ni entusiasma. El arte de viajar consiste, en parte, en apaciblemente, sin ansia ni esnobismos, buscar, ver, tratar de entender o disfrutar, en el lugar adonde se llega, lo que a uno en principio le interesa.

Lo que tiene de mĂĄs sabio, y ajeno a la vida de nuestros dĂ­as, el viajar de Herodoto o Marco Polo, es el ritmo que llevan, el tempo, como en mĂșsica. Y la principal virtud que se precisa para viajar, una vez que se alcanzan los medios, es sentir el ansia de la curiosidad, curiosidad apasionada. 

¿Puede haber algo que lo llene a uno de mĂĄs puro y simple contento que sin ninguna prisa, en total ociosidad, cosa ya de suyo reconfortante, olvidados de urgencias y preocupaciones, internarnos en la fresca mañana en una ciudad que no es la nuestra? AsĂ­ que bon voyage.

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las påginas mås luminosas de la literatura mexicana.


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